revista latinoamerica

MoviMientos sociales y deMocracia en aMérica latina

MoviMientos sociales y deMocracia en aMérica latina

Movimientos

sociales y política en el Perú de hoy

Anahí Durand Guevara*

resuMen: el presente artículo analiza la dinámica de movilización y representación política emprendida por los principales movimientos sociales del actual Perú, los cuales se desen- vuelven en un contexto signado aún por las reformas estructurales, los cambios constitu- cionales y la persistencia de consensos ideológicos autoritarios, que denominamos “pos- fujimorismo”. se aborda así el proceso por el cual estos movimientos generan confluencias de plataformas y encuentros de sentido, tanto entre organizaciones como entre actores po- lítico-institucionales que incursionan en la competencia electoral.
Palabras clave: Movimientos sociales, representación política, Fujimorismo, Presión extrac- tiva, conflictividad social, democracia.
abstract: this article analyzes the dynamic of political mobilization and representation de- veloped by the major social movements in present-day Peru, which unfold in a context still marked by structural reforms, constitutional changes and the persistence of an authorita- rian ideological consensus that give shape to the so-called “post-Fujimori” period. thus, this article addresses the process by which these movements create convergences in plat- forms and come together as much as between organizations as with institutionalized poli- tical actor such as parties, venturing into electoral competition.
Key words: social Movements, Political representation, Fujimorism, extractive Pressure, so- cial unrest, democracy.

* Instituto de Estudios Peruanos (anahi@iep.org.pe).

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AnAhí DurAnD GuevArA

IntroduccIón

n l as últimas décadas, Latinoamérica en general y Perú, en particular, han experimentado sustantivas transformaciones con efectos directos en las demandas de los actores sociales, sus plataformas políticas, dis- cursos y marcos identitarios. Hechos como la profundización de la po-

lítica económica neoliberal o la persistencia de altas tasas de pobreza y marginalidad, revelan los límites del actual modelo económico y de desarrollo, interpelando a los pueblos y organizaciones respecto a cómo concretar sus de- mandas, ya sea desde la vía contenciosa o la disputa por puestos de poder. Se articulan así dinámicas complejas, en las que la decisión de los movimientos so- ciales de combinar protesta y participación electoral no es necesariamente un proceso de confluencia armoniosa, originando a menudo tensiones y debates que expresan cambios importantes en las formas de participar y entender la po- lítica.
El presente artículo busca exponer un panorama general de la dinámica de movilización y representación política emprendida por los principales movi- mientos sociales presentes en Perú, los cuales se desenvuelven en un contexto signado aún por las reformas estructurales, los cambios constitucionales y la persistencia de consensos ideológicos autoritarios, que configuran lo que de- nominamos “posfujimorismo”. Luego de un repaso general del escenario histó- rico de desenvolvimiento, analizamos los principales discursos, marcos iden- titarios y reivindicaciones de los actores sociales que surgen o se reconfiguran a fines de los noventa, superada la etapa de conflicto armado, posterior pacifi- cación y en plena crisis del último gobierno de Fujimori. En tercer lugar, abor- damos el proceso por el cual estos movimientos generan confluencias de plataformas y encuentros de sentido tanto entre organizaciones cuanto con ac- tores político institucionales como los partidos, incursionando en la compe- tencia electoral. Finalmente, ensayamos un acercamiento al actual momento de movilización, signado por la llegada al poder de Ollanta Humala y su alinea- miento con el consenso neoliberal en detrimento de las promesas reformistas que le valieron el apoyo de las organizaciones. Se abre así un nuevo momento
en la acción política de los movimientos sociales, distanciados temporalmente

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de los principales partidos políticos pero asumiendo a la vez nuevos desafíos en la apuesta por transformar un orden social que continúa siendo injusto y desi- gual para las mayorías.
I. ¿VeInte años son nada? 1992-2012 Por qué hablar de PosfujIMorIsMo
Han pasado poco más de dos décadas desde que el 5 de abril de 1992 Alberto Fujimori ejecutó el denominado “autogolpe” copando los poderes del Estado y promoviendo la promulgación de una nueva Constitución. A pesar del tiempo transcurrido, podemos afirmar que vivimos todavía en una sociedad “posfuji- morista” expresada en tres aspectos profundamente vinculados entre sí. Por un lado, el mantenimiento del andamiaje económico neoliberal profundizado a par- tir del autogolpe, por otro lado las trabas constitucionales que legitiman y dan estabilidad al modelo, y finalmente la preeminencia de un consenso autoritario conservador respecto a la historia reciente y a las formas de encarar la protesta social.
En cuanto al estableciemiento del modelo neoliberal, el gobierno de Fuji- mori aseguró concentrar el poder en el Ejecutivo a expensas del Congreso y del Poder Judicial, y al interior del mismo Ejecutivo a través del Ministerio de Eco- nomía y Finanzas (MEF) y el aparato de seguridad. Esta manera de aplicar el neo- liberalismo facilitó lo que Francisco Durand1 denomina “la captura del Estado” por parte del sector privado, las corporaciones nacionales y multinacionales, alla- nando el camino hacia la extrema concentración del poder económico en torno a una pequeña élite empresarial coludida con la mafia fujimontesinista. Justa- mente, un eje clave en el proceso de reformas neoliberales emprendidas fueron las privatizaciones de las empresas estatales, aceleradas desde 1994 y seguidas por una ola de adquisiciones, concesiones y nuevas inversiones, que continuaron con fuerza durante las décadas siguientes, aumentando la dependencia del Es- tado sobre el capital. Esto incluyó empresas de servicios públicos creadas du-

1 Francisco Durand, “El debate sobre la captura del Estado Peruano”, en Eduardo Toche [comp.],

Perú hoy; la gran continuidad, Lima, Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, 2012.

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rante el gobierno de Velasco, como la Compañía Peruana de Teléfonos o la Em- presa Nacional de Telecomunicaciones que favorecieron a monopolios privados en procesos que no fueron materia de deliberación pública.2 Por otro lado, se pri- vatizaron y concesionaron empresas estatales como MINERO PERú o HIERRO PERú, pa- sando a manos del capital extranjero en el marco de la promulgación de la Ley General de Minería publicada en junio de 1992 en un contexto de alta corrup- ción y discrecionalidad, cuyo resultado fue que algunas multinacionales y grupos económicos locales controlaron las comunicaciones, la banca, los fondos de pen- siones, la minería y expandieron su importancia en el sector de hidrocarburos.
Otro aspecto central del modelo que se ha mantenido, e incluso que se ha intensificado, es la denominada reprimarización económica, a partir de la cual el país experimenta un retorno a la economía “primario-exportadora” con el con- secuente retroceso del sector manufacturero y la pérdida de importancia del pro- yecto industrializador. Se prioriza así la exportación de recursos naturales, principalmente minerales, gas y petróleo y se incrementa la presión sobre los te- rritorios donde éstos se ubican. Como señala Anthony Bebbington3 ya en el pe- riodo 1990-1997 mientras la inversión en exploración minera en un ámbito mundial creció 90%, en América Latina aumentó 400%. Para el caso peruano, según cifras del MINEM, en los últimos 10 años el valor de las exportaciones mineras se ha multiplicado siete veces y ha pasado de poco más de 3 mil millones de dó- lares en 1999 a la cifra récord histórica de 21.723 millones durante el 2010.
Para garantizar la aplicación y permanencia de las reformas emprendidas, se necesitaba de un marco normativo institucional que brindara estabilidad al modelo, emitiendo señales de confianza al capital transnacional y otros actores privados que invertían en Perú. La Constitución de 1993, elaborada por un cues- tionado Congreso Constituyente Democrático y avalada por un dudoso

2 María Isabel Remy, “Democracia y desigualdad: poderes fácticos, régimen político y ciudada- nías diferenciadas”, en Julio Cotler y Ricardo Cuenca [eds.], Las desigualdades en el Perú, ba- lances críticos, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2011.

3 Anthony Bebbington, “Elementos para una ecología política para los movimientos sociales y el desarrollo territorial en zonas mineras”, en Anthony Bebbington [ed.], Minería, movimientos sociales y respuestas campesinas. Una ecología política de transformaciones territoriales, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2007.

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referéndum, cumplió con estos objetivos, al otorgar a las reformas la legitimidad necesaria. Se instauró así un marco legal y normativo abiertamente favorable a la inversión privada que minimiza el rol del Estado y limita las posibilidades de ejecutar reformas claves para la redistribución y la participación ciudadana. Pese a las críticas y señalamientos de ilegalidad, el éxito conseguido por el fujimo- rismo en términos de estabilización económica y la cerrada defensa de las élites del modelo neoliberal en un escenario de fragmentación del campo popular, llevó a que tras la caída del régimen, en la denominada “transición”, no se in- cluyera regresar a la Constitución de 1979 ni mucho menos convocara una nueva Asamblea Constituyente conservándose la Carta de 1993 con algunos cambios aprobados por el legislativo. Asimismo, la discusión política sobre el modelo económico quedó fuera de toda negociación y conservó las restricciones cons- titucionales a cualquier posible intento de modificatoria. Posteriormente, los su- cesivos gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García, tampoco cuestionaron el marco legislativo heredado del fujimorismo, principalmente en lo referido a la política económica, centrando sus esfuerzos más bien en impulsar programas so- ciales focalizados para combatir la pobreza. Dada la actual composición del Con- greso, la poca voluntad del Partido Nacionalista y la fuerte presencia de lobbies empresariales es poco probable que ocurran cambios normativos relevantes en el corto plazo.
Por otra parte, en lo que respecta a la preeminencia de un discurso autori- tario conservador elaborado sobre la historia reciente de violencia y posterior pa- cificación, el legado fujimorista se presenta dominante en tanto haber posicionado una memoria oficial sobre las causas de la violencia, los artífices de la pacifica- ción y la exaltación del orden y la gobernabilidad como garantía de crecimiento. La afirmación de este discurso desde el Estado tiene claras repercusiones en materia de impunidad y en la forma de enfrentar la protesta social criminali- zándola, reprimiéndola y acusando ligeramente de “terroristas” a quienes se oponen o movilizan contra el modelo. Dicho consenso autoritario coincide es- trechamente con el sustento ideológico neoliberal articulado por economistas como Hernando de Soto, quien presenta una lectura atractiva del país para las
mayorías pues centra las posibilidades de ascenso social en la competencia, las

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opciones del mercado y la exaltación del logro individual. Esto en desmedro de apuestas colectivas y referentes discursivos que valoran la solidaridad y la reci- procidad exponiéndolas interesadamente como prácticas arcaicas y opuestas al desarrollo. La crisis de los partidos de izquierda facilita la hegemonía de este discurso, al ser incapaces de reorganizar estructura política pero sobre todo de articular referentes de sentido que ofrezcan alternativas de vida y den lugar al “mito movilizador” al que aludía José Carlos Mariátegui, hace ya casi un siglo.
La vigencia de estos tres aspectos evidencia entonces una notable ventaja del fujimorismo y los sectores dominantes en cuanto a delinear y consolidar las bases económicas, legislativas e ideológicas sobre las que discurre la política en el Perú de hoy, pues salvo algunas puntuales modificaciones, los posteriores go- biernos las han mantenido y hasta profundizado. A la par, dichos factores pre- sentan importantes ejes de confrontación para las demandas de los movimientos sociales, y se ha exhortado a pensar alternativas que trasciendan la reivindicación inmediatista y avanzar en proponer otras formas de gestionar la economía, los recursos naturales y la reproducción de la vida misma.
II. los MoVIMIentos socIales en el Perú de hoy
Tras un periodo de repliegue y desmovilización motivado por el cruento con- flicto armado que atravesó el país, la política de pacificación fujimorista y el im- pacto de las reformas estructurales, surgen a fines de los noventa nuevas iniciativas de movilización. Se trata de un proceso complejo de rearticulación, pues han cambiado también las lógicas organizativas, fuertemente influidas por el clientelismo fujimorista y la expansión de Organizaciones no Gubernamentales (ONG) que operan con fondos de la cooperación internacional, ambas con con- secuencias directas en las dinámicas políticas de los actores. De este modo, co- bran relevancia nuevos espacios cuya acción y organización responde directamente a este pasado reciente y a los cambios ocurridos en el mundo del trabajo, la uti- lización de los recursos naturales y el manejo macroeconómico derivado del neo- liberalismo. Nos referimos a las comunidades y pueblos indígenas que se movilizan contra la expansión minera y petrolera, y manifiestan discursos, iden-

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tidades y demandas contrapuestas al actual modelo, así como otras formas de concebir la relación con la política representativa.
Previamente, conviene señalar que al hablar de movimientos sociales nos re- ferimos a los “procesos por los cuales los actores colectivos producen la acción, siendo capaces de definirse en ella a sí mismos y al campo de acción en que operan”.4 Construyen así su ser social de manera colectiva, lo cual implica cons- tituir una identidad basada en el reconocimiento de intereses compartidos y la definición de estrategias conjuntas a desplegar en la acción colectiva a fin de conseguir los objetivos propuestos. Los movimientos articulan también niveles de organización y liderazgos que les permiten desplegar la protesta, planteando discursos que presentan su problemática e interpelan tanto al Estado como a la sociedad respecto a la necesidad de modificar leyes y políticas públicas e im- pactar en sentidos comunes e idearios. Actualmente, en Latinoamérica pode- mos ubicar a los movimientos sociales en el marco de los cambios suscitados a raíz de las “transiciones democráticas” y los procesos de ajuste estructural que significaron las reformas neoliberales. Destaca así por un lado, la primacía del modelo primario exportador pues la presión sobre los recursos naturales da lugar a nuevos “lenguajes de valoración” que colocan al centro la defensa de la territorialidad como espacio de construcción de la comunidad de vida.5 Por otro lado, vemos que lejos de esperar que las estructuras partidarias recobren la vi- talidad perdida, organizaciones y movimientos sociales tejen diversas interac- ciones con la política electoral. Es el caso de lo ocurrido en Bolivia donde el movimiento indígena y cocalero impulsó el Movimiento al Socialismo (MAS) como el “instrumento político”, lo cual llevó al poder a Evo Morales. Fue tam- bién la idea del Partido del Trabajo (PT ) en Brasil que articuló una serie de or- ganizaciones con el fin de competir de manera electoral.
Al efectuar un análisis de los principales movimientos sociales en el Perú de hoy, con base en sus plataformas reivindicativas, marcos identitarios y estructuras

4 Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, México, El Colegio de México,

2010.

5 Maristella Svampa, Cambio de época movimientos sociales y poder político, Buenos Aires, Siglo xxI/Clacso, 2009.

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organizativas, podemos distinguir dos grandes grupos. Primero los movimien- tos cuya problemática se enfoca en cuestiones más bien sectoriales y económi- cas desde un lenguaje de izquierda y estructura sindical (universitarios, docentes, campesinos, médicos, etc.). Por otra parte, las diversas poblaciones que se or- ganizan contra la expansión de la industria extractiva, en especial minera y pe- trolera, apelan para ello a revaloraciones étnicas y defensa de los recursos con base en una organización más bien territorial (Cajamarca, Espinar, Islay, etc.). Ambos grupos, surgen o se reorganizan en la última década, y expresan un pro- fundo malestar frente a la continuidad de las políticas neoliberales implemen- tadas durante el fujimorismo y la demanda de transformaciones sustanciales a la normatividad y el marco ideológico predominante.
Respecto al primer grupo, tenemos aquí diversas organizaciones sindicales vinculadas a alguna rama del sector público. Es el caso por ejemplo del Sindicato de Trabajadores de la Educación o la Federación Médica, por anotar algunos de los que más se han movilizado en los últimos años reclamando mejoras salaria- les pero también políticas educativas y de salud que los incluyan como interlo- cutores. Junto a ellos puede incluirse a los trabajadores de los denominados “services” o empresas de tercerización de servicios, las cuales se expandieron tras la reforma laboral de 1992, lo cual precarizó el empleo y recortó derechos como vacaciones y horas extras, entre otros. Medianas y pequeñas empresas en ex- pansión, como los textiles Topy Top o la fábrica de bebidas Kola Real, se han va- lido de esta forma de contrato para incrementar sus ganancias, con ello deben enfrentar ahora los reclamos del personal. Finalmente, se ubican los estudiantes universitarios que en diferentes lugares del país protestan ante el abandono en que sobrevive la universidad pública, tras años de recortes presupuestales y re- presión política durante los años de conflicto armado y posterior pacificación. Si bien a primera vista podía afirmarse que se trata de demandas “economicistas” que se reducen al aumento de sueldos, salarios o presupuestos, la acción de estas organizaciones remite a problemas de fondo relacionadas con la continuidad del modelo económico, al poner en debate el papel del Estado y del mercado en ám- bitos como la educación y la salud. Asimismo, plantean impugnaciones concre-
tas tanto al marco normativo heredado del fujimorismo, con una legislación

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laboral abiertamente favorable a los empresarios, como a las inequidades deriva- das de una política económica que, pese al crecimiento sostenido del PIB, no re- suelve problemas de exclusión ni garantiza derechos para las y los trabajadores.
Tanto los sindicatos mencionados como los estudiantes de las universida- des públicas que protestan podrían ubicarse cercanos a una identidad clasista sindical, más politizada y cercana a los partidos que hasta fines de la década de los ochenta conformaron el frente electoral Izquierda Unida. Posteriormente, en el contexto de represión y violencia, tanto los sindicatos como los partidos po- líticos de izquierda a los que se encontraban vinculados perdieron bases y se entramparon en pugnas internas muchas veces con fuerte sesgo ideológico. Contribuyó a dicha crisis la ausencia de recambio generacional así como el cons- tante desprestigio de los medios de comunicación y sectores empresariales. No obstante, vale mencionar la renovada capacidad de movilización de estos sec- tores y sus esfuerzos por tender puentes con nuevos grupos de trabajadores como los de servicios, que politizan la lucha por mejoras salariales y laborales y la contextualizan en el marco de la crítica a la continuidad del neoliberalismo en los últimos veinte años.
En el segundo grupo se ubican los pueblos indígenas y comunidades afec- tadas por la industria extractiva, los mismos que han protagonizado intensas y masivas protestas en puntos tan disímiles del territorio nacional como Caja- marca, Arequipa, Piura o la Amazonía. Se trata de diversas poblaciones que or- ganizan la acción colectiva frente al avance de proyectos mineros o de hidrocarburos, ensayando estructuras organizativas, redes de solidaridad y liderazgos tanto lo- cales como nacionales. Las reivindicaciones de este movimiento se vinculan más bien a la defensa del territorio como espacio de reproducción de la vida, por lo que presentan un fuerte énfasis identitario desde lo étnico y comunitario, y se-
ñalan a la vez como principal antagonista al capital transnacional, por la afecta- ción —o amenaza de afectación— socioambiental, la contraposición de cos- movisiones, modelos de vida y formas de propiedad. Aquí se encuentra en pri- mer lugar la Asociación Interétnica de la Selva Peruana (AIDESEP) que agrupa di- ferentes federaciones locales y regionales de las distintas etnias de la Amazonía
con amplia representatividad y capacidad de convocatoria tal como se eviden-

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ció en los paros amazónicos de 2008 y 2009 contra una serie de decretos que fa- cilitaban la inversión extractiva en la selva. En el área andina, aunque la frag- mentación de organizaciones es mayor, se puede ubicar al Frente de Defensa de Tambogrande en Piura que consiguió expulsar a la compañía minera canadiense Manhattan, el Frente de Defensa de Islay en Arequipa que se opone al proyecto minero Tía María de la Southern Perú, y el Frente de Defensa de Cajamarca que lidera la lucha contra el proyecto minero Conga de la corporación Newmont. Si bien existe la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI), ésta no ha logrado posicionarse como el referente organizativo na- cional.
En lo referido a la identidad colectiva articulada por estos grupos, conviene destacar la crítica al modelo de desarrollo predominante que plantean, al de- nunciar la desmedida extracción de los recursos naturales ubicados en los te- rritorios que ocupan y el avance de la lógica del mercado para comprar, vender y concesionar la tierra y también sus conocimientos. Se expone así un profundo cuestionamiento a la acción del Estado que, lejos de ser un actor imparcial, fa- vorece, promueve y defiende esta dinámica de desarrollo al argumentar lo mucho que estas empresas benefician al país y mostrar cifras de crecimiento macroeconómico. No obstante, los pueblos y comunidades de la sierra y la Ama- zonía no han mejorado de manera sustancial sus condiciones de vida, pues per- sisten altas tasas de pobreza y extrema pobreza. Tal situación de exclusión es problematizada por estos movimientos sociales, que configuran un horizonte crí- tico de gran potencialidad transformadora pues además de exigir mejoras re- distributivas, cuestionan esta forma de “progreso” asociada al neoliberalismo. Si bien persiste todavía una fuerte fragmentación con directivas poco consoli- dadas y débiles articulaciones nacionales, resalta la capacidad de estos actores para desafiar el consenso autoritario posfujimorista, articulando diversas estra- tegias organizativas y repertorios de protesta que han logrado detener impor- tantes proyectos extractivos e iniciativas legislativas.
Ambos grupos de movimientos han incorporado a sus estrategias de acción la participación en el terreno político institucional a fin de lograr puestos de
representación que les permitan concretar sus plataformas desde el ámbito de la

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gestión. No obstante, vamos a priorizar el análisis de los movimientos vincula- dos a los denominados conflictos socioambientales tanto por su potencial para interpelar las dimensiones económicas, normativas e ideológicas dominantes como por los esfuerzos de desarrollar otras formas de organización y represen- tación política más ligadas a lo asambleario territorial. Los gremios y sindicatos, han mantenido el vínculo con partidos de izquierda y en periodos electorales suelen presentar a dirigentes suyos como candidatos en estos grupos, mientras que los pueblos y comunidades afectados por la expansión extractiva ensayan otras alianzas y acercamientos con los actores políticos. El énfasis en la partici- pación y la consulta, tanto como la desconfianza frente a los actores políticos, son algunas características que marcan esta etapa, la cual da lugar a encuentros y distanciamientos que marcan la pauta de nuevos desafíos.
III. dInáMIcas PolítIcas, ePIsodIo uno:
acercaMIentos y rePresentacIones
Tal como se mencionó, las acciones de los movimientos sociales, en especial pue- blos indígenas y comunidades afectadas por la industria extractiva, han incluido también la opción de competir electoralmente y lograr puestos de representación política en las escalas local, regional y nacional. Son varios los puntos de evalua- ción tomados en cuenta para tal decisión. Al parecer, existe la percepción com- partida de que la movilización da resultados, y así lo demuestra la paralización de proyectos mineros importantes como Tambogrande o Tía María. No obstante, esto ocurre a costa de un gran despliegue de recursos humanos y materiales, así como de articulaciones locales, nacionales e internacionales. Por otra parte, los resultados obtenidos generalmente no son definitivos pues tienen que ver con po- líticas nacionales y aunque se logre detener el proyecto no se anula la concesión pues queda latente la posibilidad de que otra empresa pueda retomar la iniciativa a la postre. Finalmente, la dinámica misma de construcción interna del movi- miento y su arraigo territorial lleva a plantearse con mayor sistematicidad desa- rrollar experiencias de gobierno local, y participar en elecciones de municipios

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distritales y provinciales ante la posibilidad de ensayar desde ahí proyectos pro- ductivos, de educación o salud de corte más intercultural.
Para concretar la participación política electoral, las vías contempladas por los movimientos han sido diversas y los resultados no siempre favorables, pero han significado importantes procesos de aprendizaje, interacción y acercamiento con actores institucionales, sobre todo partidos políticos y organismos electo- rales que regulan la participación. A partir del 2006, se identifican con mayor claridad procesos de debate interno que devienen en la decisión de participar en el terreno electoral. No es que antes no haya ocurrido, lo más probable es que sí, pero ahora la decisión parte del grupo y no necesariamente responde a la in- vitación del partido como sucedía antes. Es la organización la que decide cómo, con quién y para qué participar en política.
Un caso importante de esa etapa es el movimiento cocalero, el mismo que decide participar electoralmente pero no logra acuerdo respecto a la mejor fór- mula y se divide en dos grupos distintos. Por un lado, los cocaleros del Valle del río Apurímac, que optan por construir el “instrumento político”, formando el partido Qatun Tarpuy, el cual logró la elección de dirigentes cocaleros directa- mente vinculados al movimiento como regidores y alcaldes distritales. Por el otro, los cocaleros del Huallaga que concretan una alianza con el Partido Na- cionalista y aprovechan su inscripción para colocar candidatos distritales al Par- lamento Nacional.6 Otro caso relevante es el del movimiento indígena amazónico, que desde sus distintas bases regionales vinculadas a AIDESEP, deciden participar en la coyuntura electoral, principalmente en municipalidades distritales y pro- vinciales de mayoritaria población indígena. Así lo hace por ejemplo el pueblo ashaninka en los distritos de Pangoa y río Tambo en la selva central donde líde- res vinculados al movimiento son elegidos alcaldes, o el de los distritos de Nieva y el Cenepa en Amazonas, donde ocurre lo mismo con los dirigentes awajum y wampis.

6 “Movimiento cocalero, política y representación: los casos boliviano y peruano”, en Mayarí Cas- tillo y Anahí Durand, Identidades, etnicidad y racismo en América Latina, Quito, Flacso, no- viembre de 2008.

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Sería extenso analizar aquí cómo se ha desarrollado la actuación de los mo- vimientos sociales en la gestión del poder en las escalas municipal, regional o parlamentaria y amerita un estudio de mayor profundidad. En líneas generales destaca el esfuerzo desplegado por los líderes electos y sus organizaciones tanto para lograr ganar las elecciones como para una vez en ejercicio, desarrollar ges- tiones más vinculadas a las dinámicas y necesidades de la población en los terri- torios donde son elegidos. Sin embargo, tanto en el caso de los alcaldes cocaleros como en el de las autoridades indígenas amazónicas, quedó en evidencia tam- bién el poco margen de acción para establecer políticas y proyectos de enverga- dura y el escaso margen para incidir en la política extractiva que los afecta directamente. Asimismo, las autoridades vinculadas al movimiento enfrentan una doble presión, tanto por parte de las bases y pobladores que les exigen mante- nerse al frente de sus demandas incluso como medidas de fuerza, como por parte del poder ejecutivo que les reclama anteponer su condición de representantes del Estado. La intención del gobierno de frenar la actuación de estas autoridades en el terreno contencioso se ha valido además de la criminalización, llegando a pe- nalizar la participación de autoridades electas en movilizaciones y protestas.7
Durante el año 2011 la coyuntura electoral nacional se mostraba como opor- tuna y relevante para que los movimientos sociales ensayaran estrategias y me- canismos en pos de ocupar puestos de representación en el Congreso. Dado el panorama político de entonces, Gana Perú, partido liderado por Ollanta Hu- mala, se presentaba como el líder de la oposición enarbolando un discurso abier- tamente crítico al modelo neoliberal y a la continuidad que representaban los candidatos de la derecha y centro derecha encarnada por sus principales com- petidores, el ex presidente Alejandro Toledo y la hija del ex presidente Fujimori, Keiko Sofía Fujimori. El cuestionamiento a la clase política realizado por Humala y su énfasis en la necesidad de realizar reformas a la política económica y ex- tractiva encontró gran empatía con la postura de los movimientos sociales. Dicha

7 El 22 de julio de 2007 se promulgó el D.L núm. 982 que modifica el Código Penal y plantea

—entre otros puntos— que las autoridades o funcionarios públicos que participen en huelgas o protestas serán sancionados con inhabilitación y penas de cárcel.

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coincidencia de plataformas y la ausencia de otras opciones transformadoras con opciones de triunfo, resultaba ventajosa para congregar el voto opositor pero hacía menos necesario suscribir alianzas y compromisos formales con las principales organizaciones sociales movilizadas. De este modo, no se concreta- ron acuerdos con AIDESEP que pretendían la candidatura parlamentaria de su pre- sidente Alberto Pizango, ni con la CGTP que esperaba postular a su secretario general Mario Huamán. También quedaron fuera de la lista parlamentaria líde- res locales representativos de la lucha contra la minería en Arequipa o Caja- marca. Al intuir que de todas formas las bases de estos movimientos acabarían votando por Gana Perú, el humalismo prefirió no generar compromisos forma- les con sectores que podían resaltar la imagen de “radical” que presentaba la prensa y lo alejaba de las preferencias electorales de las clases medias urbanas necesarias para llegar al gobierno.
Los sectores sociales movilizados, específicamente las comunidades afecta- das por la industria extractiva y el movimiento indígena-amazónico, no lograron articular una plataforma conjunta que ampliara sus posibilidades de exigir un trato con Gana Perú en mayor igualdad de condiciones. Mientras AIDESEP con- centraba esfuerzos en inscribir su propio partido y los diversos frentes de Defensa tanteaban acercamientos a grupos políticos minoritarios, se dejó de lado la po- sibilidad de consolidar una propuesta unitaria. Ya ad portas de las elecciones, las organizaciones ensayaron acercamientos con Humala por separado, cada cual con sus líderes y agendas, y obtuvieron del candidato apenas algunos compro- misos generales. Los resultados electorales acabaron por demostrar que, en efecto, Ollanta aglutinó el voto de los sectores movilizados, en un contexto de disputa altamente polarizado. Una forma de aproximarnos a este encuentro de los movimientos y de Gana Perú es analizando los votos obtenidos por los partidos políticos en las provincias y distritos donde esos movimientos tienen mayor pre- sencia. En este sentido, nos centramos en las localidades donde se desarrollaron protestas emblemáticas y también donde se ubican conflictos en estado latente.
En el caso del movimiento indígena amazónico, tomamos en cuenta tres criterios para seleccionar los ámbitos de votación; el primero, las provincias más
movilizadas durante los paros amazónicos de 2008 y de 2009; el segundo, aque-

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llas que presentan mayor cantidad de población nativa, y el tercero los lugares donde existen conflictos latentes con actividades extractivas que incluyen hi- droeléctricas y forestales. De modo general podemos afirmar que en la mayoría de provincias el triunfo de Gana Perú es claro. En las provincias de Bagua y Con- dorcanqui en la región de Amazonas los resultados fueron contundentes al in- fluir la incorporación en la lista parlamentaria de Eduardo Kayap, pastor evangélico awajum no directamente vinculado a AIDESEP pero igual es elegido congresista por Amazonas. En ambas provincias la Fuerza 2011, liderada por Keiko Fujimori, queda en segundo lugar pero a una distancia larga, y más lejos aún los otros candidatos. Es distinto el caso de la selva central (Satipo, Oxa- pampa, Chanchamayo): el único espacio donde el fujimorismo obtiene el primer lugar con porcentajes significativos. Tal aceptación fujimorista en una zona fuer- temente afectada por el conflicto interno armado, debe guardar relación con la memoria de Alberto Fujimori como el artífice de la pacificación que apoyó a los Comités de Autodefensa y posteriormente mantuvo su presencia con base en medidas clientelares.

Gráfica 1. resultados electorales presidenciales en provincias amazónicas, 2011.


fuente: elaboración propia con base en www.onpe.gob.pe/.

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En el caso de las comunidades afectadas por la minería ubicadas en los Andes, tomamos como referencia algunas provincias donde se encuentran pro- yectos extractivos relevantes que han suscitado protestas o donde hay una si- tuación de conflictividad latente. Nos referimos a los proyectos mineros de Tía María en Islay (Arequipa), Yanacocha en Hualgayoc, incluyendo el proyecto Conga (Cajamarca), Pampamali en Angares (Huancavelica) y Río Blanco en Huancabamba (Piura). Hemos incluido también la provincia de Espinar, donde en el 2012 sucedieron violentos eventos de protesta contra la minera Billington Tintaya, pues exigían una mejor distribución de las ganancias y mayor control ambiental. En estas provincias hubo coincidencias con las tendencias naciona- les, Gana Perú es el rotundo ganador de la contienda con porcentajes que en casi todos los casos supera la mitad del electorado.

Gráfica 2. resultados electorales presidenciales en las provincias andinas, 2011.


fuente: elaboración propia con base en www.onpe.gob.pe/.

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Finalmente, en todas las provincias de mayor producción de hoja de coca, Ollanta Humala tambien es el ganador, al obtener los porcentajes más altos en las provincias del Valle del Río Apurímac Ene (VRAE) como son Huanta, La Mar y La Convención, donde supera 50% de los votos. En las provincias ubicadas en el valle del Huallaga (Huamalies, Leoncio Prado, Tocache, Mariscal Cáceres y Co- ronel Portillo) también resulta ganador el partido de Humala, pero la distancia frente a sus competidores es menor, al reducirse la ventaja frente al fujimorismo o al partido Perú Posible del ex presidente Toledo.

Gráfica 3. resultados electorales presidenciales en las provincias cocaleras, 2011.


fuente: elaboración propia con base en www.onpe.gob.pe/.
En general, los resultados electorales de 2011 demuestran la identificación y cercanía lograda entre los movimientos sociales y Ollanta Humala, por lo menos en términos de adhesión electoral, la misma que se mantuvo en el tiempo pues en 2006 también estos sectores le otorgaron su voto. Así, la elección de Gana Perú y la coalición de centro izquierda que lo acompañó los primeros seis meses de gobierno liderada por el ex premier Salomon Lerner, fue el punto cul- minante de un proceso de acercamiento y coincidencia por posicionar en el es- cenario nacional posturas críticas al modelo neolibral. Resume también las

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expectativas y esfuerzos de los movimientos por lograr representación política, no tanto eligiendo autoridades directamente vinculadas al movimiento, cosa que no consiguen autonómamente ni Humala les facilita, pero sí en términos de identificación con el nuevo presidente y la confianza en que “representa sus in- tereses”. No obstante, a los pocos meses de que Humala asumiera el cargo, el estallido de nuevos conflictos socioambientales puso en evidencia la opción del nuevo gobierno por continuar el modelo neoliberal, con ello se inició una nueva etapa de relación de los movimientos con la política institucional.
IV. dInáMIcas PolítIcas, ePIsodIo dos:

Vuelta al dIstancIaMIento y otros caMInos

De manera temprana, en noviembre de 2011, las protestas en Cajamarca contra el proyecto minero Conga, a cargo de las empresas Newmont y Yanacocha, ori- ginaron una crisis política que culminó con la salida del presidente Lerner, la ruptura de Humala con sus aliados de izquierda y el realineamiento con la con- tinuidad de la política posfujimorista al asumir sus dimensiones políticas, eco- nómicas y sociales. Con ello, se definió a la vez una nueva etapa de distanciamiento entre los movimientos sociales aquí mencionados y los actores políticos insti- tucionales, en especial el Partido Nacionalista o su versión electoral Gana Perú. Una vez dejadas de lado las promesas de introducir reformas sustanciales al mo- delo neoliberal —y en particular a su componente extractivo — los pueblos y co- munidades movilizados, así como las organizaciones sociales, vieron clausurada la posibilidad de contar con un gobierno que representara sus demandas. Ade- más, este cambio de plataforma por parte de Humala fue percibido como una muestra del poder ejercido por los grupos empresariales nacionales y transna- cionales, que finalmente no necesitan de un candidato “propio” para hacer pre- valecer su agenda e intereses.
La postura asumida por el gobierno generó una intensa reacción en distin- tas localidades donde existen importantes proyectos o concesiones mineras. Las protestas en las provincias de Hualgayoc y Celendin en Cajamarca contra el
proyecto Conga, que pretende desecar tres lagunas naturales para extraer oro

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a tajo abierto, y las protestas en la provincia de Espinar en el Cusco contra la ac- ción contaminante y la escasa redistribución por parte de la minera Billington Tintaya pueden considerarse las más representativas de esta nueva etapa. En ambos casos, las protestas se enmarcaron además en amplios diagnósticos pre- existentes que señalaban los pasivos y problemas más urgentes que el nuevo gobierno debía abordar para paliar el conflicto socioambiental.8 Según estos in- formes, un primer grupo de reformas pendientes se refería al manejo ambien- tal de las concesiones mineras, principalmente las pautas de aprobación de los Estudios de Impacto Ambiental (EIA) que originaban diversas denuncias a las empresas por manipular las audiencias y a los funcionarios por su abierta par- cialidad con los inversionistas. En un segundo grupo se contaban los cambios re- lacionados a la distribución de ganancias y beneficios de las empresas mineras y petroleras. En los niveles local y provincial, las empresas habían firmado di- versos convenios sobre entrega de fondos que la población pedía renegociar. Un reclamo legítimo teniendo en cuenta que si los precios del mineral y las ga- nancias de la empresa subían, los montos pactados también podían revisarse. Además se exigía mayor autonomía para el uso de estos beneficios, pues las em- presas suelen tutelar su dinero canalizándolo a través de fundaciones y ONG. Después de un año de gestión humalista, según los reportes de la Defensoría del Pueblo, los conflictos socioambientales continúan dominando la escena y no han disminuido significativamente respecto al gobierno anterior. De este modo, en julio de 2011, Defensoría del Pueblo reportó 118 conflictos socioambienta- les activos (55%) del total de casos, para julio de 2012 aumentó a 148 conflictos activos, poco más de 60% del total.

8 En www.defensoria.gob.pe, Verónika Mendoza,“La génesis de los conflictos”, en Revistaideele.com, Lima, 29 de noviembre de 2011. En http://www.revistaideele.com/content/la-g%C3%A9nesis- de-los-conflictos.

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Gráfica 4. cuadro de conflictividad, julio de 2012.


fuente: www.defensoria.gob.pe.
¿Qué es lo que revelan estas nuevas movilizaciones en términos de la interac- ción de las organizaciones sociales con el Estado y los actores institucionales? Du- rante las protestas de Cajamarca y Cusco quedó claro que el Estado estaba dispuesto a llevar la defensa de la política extractiva hasta sus últimas conse- cuencias, asumiendo la misma represión y criminalización ya ensayada por el ex presidente García. Esto implicaba desde acusaciones a dirigentes y autorida- des de terroristas o politiqueros, hasta constantes alusiones a la población como “gente manipulada y desinformada”. Además, el nuevo primer ministro, Óscar Valdés, asumió la estrategia de presionar a los gobiernos subnacionales que apo- yaban los reclamos de la población, al ordenar al Ministerio de Economía y Fi- nanzas “bloquear” las cuentas del Gobierno Regional de Cajamarca y de la municipalidad provincial de Espinar, y encarcelar además al alcalde de Espinar,
Óscar Mollohuaca, y los principales líderes acusados de alterar el orden público. Las sendas declaraciones del estado de sitio en Espinar (Cusco), Celendin y Bam- bamarca (Cajamarca) y la represión policial, dejaron un saldo de cientos de he-
ridos, dos muertos en Espinar en mayo de 2012 y cinco fallecidos en Cajamarca

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en el mes de julio de 2012.9 La consecuencia de esta tensa coyuntura fue la di- visión de la bancada nacionalista en el Congreso que terminó por alejarse del equipo de izquierda que acompañó a Humala, elaboró el Plan de Gobierno y encabezó su primer gabinete.
Dichas protestas demostraron la improvisación del gobierno, sin bases re- gionales propias ni cuadros dirigenciales eminentes capaces de reemplazar a quienes se retiraron básicamente por las discrepancias en el manejo de la polí- tica económica y socioambiental. Revelaron también a un presidente dispuesto a ceder rápidamente a las presiones de la Sociedad Nacional de Minería, a un hombre bastante pragmático y mucho más empeñado en fortalecer su proyecto partidario familiar, junto a la primera dama, quien estaba decidido a construir una nueva correlación progresista. El gobierno de Humala tampoco ha sido capaz de brindar un horizonte claro del proyecto que quiere para el país capaz de disputar los pilares ideológicos y de sentido del posfujimorismo; más allá del eslogan de la “inclusión” no hay un mensaje político sustancial respecto al desa rrollo, la modernización o los derechos de los pueblos y comunidades indíge- nas que el modelo no ha podido sacar de la pobreza. Presentar la inclusión vin- culada a los programas sociales, aunque es importante resulta insuficiente, pues apela a la focalización en desmedro de derechos universales y de reconocimiento político priorizando casi exclusivamente la lucha contra la pobreza sin comba- tir antiguas y reiteradas inequidades. A un año de llegar al poder, sin estructura ni operadores partidarios, sin aliados importantes ni cuadros técnicos, sin refe- rentes ideológicos que contraponer al neoliberalismo, el gobierno del presi- dente Humala luce desgastado y como “más de lo mismo” tanto para la derecha que temía su llegada al poder como para las organizaciones y los sectores po- pulares que lo respaldaron.
Desde las organizaciones sociales y poblaciones movilizadas, estas protes- tas marcan el inicio de un nuevo periodo de distanciamiento frente a los acto- res político-institucionales, en particular el Partido Nacionalista que logró aglutinar

9 Véase al respecto Diario La República, Lima, julio de 2012. En http://www.larepublica.pe/05-

07-2012/gregorio-santos-ya-son-5-los-muertos-por-protestas-en-cajamarca.

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electoralmente sus críticas y expectativas de cambio frente al modelo. Revelan además la decisión de asumir otros caminos y nuevos desafíos, con miras a hacer valer sus demandas y propuestas políticas. Destacaría así la reafirmación por la vía contenciosa, donde las bases son las que deciden continuar las protestas sobre- pasando con frecuencia la representatividad de los líderes, los cuales deben con- vocar permanentemente a consulta y reconocer a la Asamblea como única instancia de decisión. Esta reafirmación, se encuentra avalada por la comproba- ción real de que, dados los candados legales y hasta constitucionales existentes, sólo con la protesta se consigue poner límites al capital extractivo; finalmente el proyecto Conga está detenido y la Mesa de Negociación de Espinar consiguió nuevas evaluaciones sobre los efectos contaminantes de la empresa minera.
Cabe resaltar también que las últimas protestas expresan un persistente malestar con la política económica y el modelo de desarrollo primario exporta- dor, pues pese a todas las promesas de crecimiento no ha logrado articular su dinámica a los pueblos y comunidades donde se ubican los recursos. Esto no sólo por problemas de redistribución económica sino por la existencia de for- mas de vida y cosmovisiones respecto a la naturaleza y la vida comunal no re- ducibles a la lógica costo-beneficio del mercado; en Cajamarca la empresa Yanacocha en reemplazo de las lagunas naturales ha ofrecido construir tres re- servorios que, según ellos, triplicarán el abastecimiento de agua en la zona. La prensa limeña y el mismo Estado descalifican a los campesinos por no ceder ante dichos ofrecimientos, desprecian la valoración que tienen por el ecosis- tema y reproducción de la vida cotidiana que se origina en torno a este. Final- mente, no se puede dejar de mencionar que las protestas también pusieron en evidencia la fragmentación de las luchas socioambientales en el país, expresada en plataformas poco cohesionadas, liderazgos locales tendientes al caudillismo y grandes dificultades para dotar a las protestas de carácter nacional de modo que, por ejemplo, lo actuado en Cajamarca pudiera tener alguna repercusión en Cusco. Esta dispersión puede responder tanto a fuertes anclajes territoriales y dinámicas organizativas diferenciadas, cuanto a la presencia de sectores inte- resados en conseguir réditos políticos, levantando para ello posturas maxima-
listas que les pueden brindar adhesiones y mayor protagonismo faccionalista o

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personal. Esta etapa resulta un desafío para los movimientos, cuyo desplaza- miento busca usufructuar el potencial desplegado, al afirmar más bien las arti- culaciones horizontales entre las mismas organizaciones opuestas al avance del capital extractivo y otras que, como los mencionados gremios y sindicatos, pue- den ampliar la resonancia de sus demandas en un marco de crítica al modelo vi- gente hace dos décadas.
conclusIones
Tal como se ha intentado explicar, el actual momento político interpela a las or- ganizaciones sociales respecto a cómo lograr cambios sustanciales tanto en el modelo de desarrollo como en el proyecto ideológico y en los referentes de sentido posfujimoristas que lo respaldan y que bien pueden leerse como re- mozados discursos conservadores. Esto supone repensar los acercamientos e interacciones con la política electoral y partidaria y las formas en que se ha desa- rrollado la articulación programática, organizativa y discursiva al interior del mismo sector de movimientos sociales y del campo popular, incluidos partidos de izquierda. La elección de Ollanta demostró que el apoyo a determinado par- tido como atajo para conseguir puestos de poder o impulsar reformas no ga- rantizan el respeto de los compromisos electorales, menos aun si el candidato no tiene mayor vínculo o trayectoria de lucha cercana a los movimientos.
No obstante, más allá de las limitaciones y aprendizajes, encontramos dos as- pectos importantes de la acción de los movimientos sociales aquí anotados en tanto su proyección para avanzar en desmontar el andamiaje posfujimorista y construir una sociedad más democrática. En primer término destacan sus posi- bilidades de “representación” que logra poner en escena el descontento frente al modelo. Desde un enfoque posestructuralista, además del hecho de elegir entre partidos y delegar autoridad a los gobernantes, la función de representar abarca la tarea de incorporar demandas marginales que exceden las exigencias de un grupo.10 Por ello, una tarea importante del representante es transmitir

10 Ernesto Laclau, La razón populista, México, FCE, 2006.

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puntos de identificación a los distintos actores sociales presentes en la socie- dad, acortando la distancia entre el interés del grupo y el de la comunidad nacional. Se desarrolla, así, un proceso de homogeneización sustentado en coin- cidencias e identificaciones, en el que los partidos desempeñan un papel im- portante pero no son los únicos actores, pues las voluntades colectivas pueden articularse en torno de un líder carismático, una demanda compartida o una or- ganización sectorial. Por ejemplo, durante los años ochenta, en América Latina, el movimiento de derechos humanos logró representar la lucha contra las dictaduras, lo que llevó a la representación política a adquirir un componente de expresividad en el cual el todo se reconocía en alguna de las partes, no ne- cesariamente un partido político. Lo mismo podríamos afirmar del Paro Ama- zónico de mayo de 2009 y los sucesos de Bagua o de las protestas contra el proyecto Conga en 2011 que consiguieron representar políticamente el des- contento de un vasto sector de la ciudadanía con el modelo neoliberal, la de- predación de los recursos naturales y la parcialidad estatal frente al capital transnacional extractivo.
Actualmente, los movimientos sociales están desarrollando ya una impor- tante función de “representación expresiva”, y transmiten puntos de identifica- ción en una sociedad fragmentada que impugna al Estado y a la sociedad sobre la exclusión y las desigualdades existentes. Justamente, el segundo aspecto a re- saltar es el potencial de estos movimientos para protagonizar procesos demo- cratizadores, en el sentido anotado por Di Marco, como esfuerzos por replantear la distribución desigual de los recursos simbólicos y materiales presentes en la sociedad.11 Se trata de procesos abiertos que tienen lugar principalmente en los espacios colectivos pero que repercuten en la vida cotidiana, generando expe- riencias y relaciones por las cuales los sujetos subordinados amplían el recono- cimiento de sus derechos y asumen luchar por éstos, cuestionando las relaciones de poder existentes y la legitimidad de ese poder. Los movimientos sociales,

11 Graciela Di Marco, “Movimientos sociales y democracia radical; lo público y lo privado”, en Ra- fael Hoetmer [ed.], Repensar la política desde América Latina, Lima, Programa Democracia y Transformación Global, 2010.

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particularmente los movilizados contra el capital extractivo, con su accionar y pla- taformas, cuestionan las desigualdades sostenidas y profundizadas por el mo- delo, en tanto concentración de las ganancias en unos pocos inversionistas y grupos de poder, depredación de los recursos, afectación a sus territorios, y per- sistencia de jerarquías étnicas, de clase y de género. Con sus reclamos, tras- cienden lo meramente economicista, y ejercen formas de decisión, organización y articulación que intentan ser menos verticales y más consensuadas, esforzán- dose por construir las bases de una sociedad igualitaria, con los mismos dere- chos y oportunidades para todos.
Tanto la capacidad de representar la disconformidad con el modelo como el potencial democratizador que expresan, hacen de los movimientos analizados actores claves para comprender el curso de la dinámica política en el actual Perú. Queda por vislumbrar cómo las organizaciones, los pueblos y comunidades mo- vilizados asumen este potencial y lo transmiten a la sociedad, articulando nue- vas lecturas del país y marcos de sentido capaces de tener eco en el conjunto de la sociedad incluyendo aquella que sí se beneficia del crecimiento. Esto implica “desmontar” la ilusión desarrollista, al evidenciar las limitaciones de un modelo que se sustenta en la exclusión de importantes sectores, que pone en riesgo el futuro de las nuevas generaciones y que ha sido aplicado en el marco del pro- ceso autoritario fujimorista. Requiere además avanzar en formular otras visio- nes del desarrollo que incluyan la reformulación de la matriz productiva para el país. De qué forma los movimientos logren concretar estas tareas y qué tanto se mantengan en la apuesta por la estrategia dual de la protesta y la competencia por puestos de representación política, son algunos de los procesos que muy probablemente dominarán la nueva temporada política, la cual requerirá de nue- vos y más profundos análisis.
Recibido: 26 de febrero, 2013. Aceptado: 28 de octubre, 2013.

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fuentes
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Toche [comp.], Perú hoy; la gran continuidad, Lima, Centro de Estudios y
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