Reseñas
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Leticia Bobadilla y Martín López Ávalos [coords.], Independencias y revoluciones en el Caribe: prensa, vanguardias y nación en Puerto Rico y Cuba, siglos xIx y xx, Morelia, Facultad de His- toria-Instituto de Investigaciones Históricas- uMsnH/El Colegio de Michoacán/Red de Estudios Comparados del Caribe y del Mundo Atlántico,
2012, 333 pp.
Estamos frente a una obra colectiva, producto de un esfuerzo realizado por el grupo “Estudios del Caribe” de la Red de Estudios Comparados del Caribe y del Mundo Atlántico del Consejo superior de Investigaciones Científicas (CsIC) de Madrid, coordinado por Consuelo naranjo Orovio del Instituto de Historia del CsIC, y varias instituciones nacionales. Los trabajos pretenden completar el cuadro de las celebraciones en torno al reciente bicentenario de las independencias en América Latina, pues al decir de los autores se ha venido “dejando a un lado el Caribe por una razón muy elemental: ahí los procesos de independencia en la forma como los conocerían sus contra- partes del continente tardarían en expresarse varias décadas más” (p. 7).
Los estudios nos invitan a conocer y a reflexionar sobre la historia del Caribe y del continente en forma conjunta. Dado que varios fenómenos de carácter similar ocurrieron en toda Hispanoamérica durante el siglo xIx, tales como el deseo de la modernización económica y el surgimiento de proce- sos que demandaban la autonomía política en las colonias; junto con el es- tablecimiento de la masonería liberal, de conspiraciones independentistas, de libertad de prensa, de debates en torno a la abolición de la esclavitud, entre otras. Así como el papel preponderante de los intelectuales como el motor de estos cambios, que concluirán en la independencia de Cuba y Puerto Rico.
una de las mayores virtudes de la obra es la mezcla generacional entre
historiadores con trayectorias consolidadas y jóvenes investigadores, varios
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de ellos mexicanos, que nos enseñan que es posible hacer historias interesan- tes y sólidamente sustentadas de otros países de América Latina desde México, debido al conocimiento profundo del tema y que se manifiesta en el profuso y diverso número de fuentes utilizadas por los autores; que van desde el manejo de archivos nacionales y extranjeros, bibliografía especializada, tesis de licen- ciatura y posgrado de universidades de México y el extranjero, así como po- nencias en coloquios y el uso de páginas electrónicas.
El libro se compone de una introducción a cargo de Leticia Bobadilla, se- guida de dos reflexiones generales sobre el carácter de las revoluciones hispa- noamericanas en el siglo xIx y xx. Está dividido en dos partes: Puerto Rico y Cuba. Las reflexiones corren a cargo de Rafael Rojas e Ignacio sosa. El primero señala el tránsito experimentado por varios próceres americanos como Juan Pablo Vis- cardo, Francisco de Miranda, Lorenzo de Zavala y simón Bolívar, desde la bús- queda vehemente por realizar una utopía en América al desencanto de los mismos personajes al paso del tiempo, procesos compartidos de igual manera en Cuba y Puerto Rico, pese a que estos territorios no fueron liberados entonces.
Ignacio sosa, por su parte, a través de una analogía de la obra de shakes- peare La Tempestad y sus protagonistas: Próspero, Ariel y Calibán, describe el proceso por el que los latinoamericanos en general fuimos liberados por nues- tros “ángeles rebeldes” representados por Ariel, de la antigua metrópoli (Prós- pero) que, sin embargo, se convirtieron desde su punto de vista en agentes de dominación. Finalmente, Calibán será el rebelde por antonomasia, sometido por el discurso justificador de la dominación metropolitana, consistente en la creencia de la superioridad moral y civilizatoria de los conquistadores; a quienes a su vez tuvo que combatir con la decodificación de su discurso, para defender su derecho a la autodeterminación e independencia.
En las reflexiones sobre la “Isla del Encanto” de María Teresa Cortés en su aportación titulada “La configuración de la nación en la narrativa histórica puer- torriqueña y el sistema de prácticas ecológicas, siglo xVIII” retoma la labor in- formativa sobre Puerto Rico, hecha por el funcionario español de origen irlandés Alejandro O’Reilly, quien llegó a la Isla en 1765 y cumplió –guardando propor-
ciones– una labor similar a la realizada en la nueva España por el conde José de
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Gálvez. O’Reilly concluyó que la posesión del Caribe debía ser fortificada e in- centivada con capitales y mano de obra para explotar el potencial económico de la misma. Otro “visitador”, dos décadas después hace la misma recomendación, este personaje es Íñigo Abad Lasierra. según la autora, ambos relatos contri- buirán a crear una identidad entre los puertorriqueños, junto con las demás li- teraturas expedicionarias científicas que se ocuparán de Puerto Rico, tradición que fue retomada en su momento por políticos puertorriqueños del siglo xIx, en busca de una autonomía frente a España.
Oliva Gargallo en “Prensa, Autonomía y nación en Puerto Rico” estudia la trayectoria de dos órganos periodísticos de finales del siglo xIx, fundados por dos españoles: El Buscapié de Manuel Fernández Juncos y La Revista de Puerto Rico de Francisco Céspedes de Caborcías, representantes del autonomismo republi- cano y monárquico, respectivamente. En estos diarios se llevarían a cabo toda clase de debates entre conservadores, autonomistas, anexionistas e indepen- dentistas, mismos que dan cuenta de la evolución del pensamiento autonomista puertorriqueño, que con el paso del tiempo dio pauta a la creación del “Estado libre y asociado” a Estados unidos, años después.
Brenda Verónica Chavelas en “Los debates sobre la modernización en Puerto Rico en la Revista de Agricultura, Industria y Comercio”, se enfoca en las demandas de otro sector de puertorriqueños educados en el extranjero, que de- cidieron solicitar a España la modernización de la Isla, libertad de comercio y autonomía política.
En la parte cubana, María Magdalena Flores reflexiona en su contribución titulada “Cirilo Villaverde y su proyecto de nación en Cuba, 1812-1894” y da un panorama de la historia intelectual de la Isla en el siglo xIx, muy pormenorizada, ejemplificada en la vida del escritor e ideólogo cubano Cirilo Villaverde, quien a lo largo de su vida pasó por los reformistas, anexionistas e independentistas, posturas que promovió a través de su labor en el foro, la universidad y la escri-
tura.
Claudio Antonio Gallegos en “El 98 cubano y su impacto continental: entre la globalidad y la globalización” realiza un planteamiento propositivo y provo- cativo, al replantear el origen de nuestra idea de globalización y los orígenes del
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siglo xx para “nuestra América”, el autor sostiene que la guerra “hispano-cu- bana-americana” de 1898 significó el fin del imperialismo europeo en América y el inicio de la hegemonía de una potencia no europea en el continente. Para Gallegos el año 1898 es el inicio del siglo xx americano y del fenómeno de la globalización, debate con ello la propuesta de Eric J. Hobsbawm: del “corto siglo xx”, quien inauguraba la centuria con la Revolución bolchevique de 1917 y lo culminaba en 1989 con la caída del muro de Berlín.
Por su parte Martín López con “Vanguardias y procesos políticos en Cuba,
1933-1959” analiza la política cubana del siglo xx, pues a pesar de que su estu- dio se centra en el periodo 1933-1959, inicia con el recuento de la primera re- pública (1902-1933), la segunda (1933-1959), y la tercera, la que se extiende hasta nuestros días. Para ello el autor propone un modelo explicativo basado en el concepto de las “vanguardias”, definidas como movimientos con un sen- tido de misión histórica en sus componentes, que convierte a la acción directa en el único instrumento para hacer política, traspasando cualquier aparato po- lítico, teoría que tendrá su origen en las luchas por la independencia de tiempos de José Martí a fines del siglo xIx y que serán el modelo seguido por Fidel Cas- tro y los combatientes de sierra Maestra.
Por último Leticia Bobadilla en “La revolución cubana y las organizaciones contrarrevolucionarias en Miami, Florida, 1960-1962” aborda de igual manera, el tránsito o evolución de la Revolución cubana, que inició como nacionalista y de- vino, a causa de la Guerra Fría, en socialista. Mediante el uso copioso del Ar- chivo Diplomático Mexicano, la autora recrea las rupturas dentro del primer gabinete de Fidel Castro, debido al nuevo rumbo tomado por la revolución desde el año 1961. Lo anterior llevó a la formación de grupos anticomunistas y anticastristas en Miami, Florida: tales como el “Directorio Magisterial Revolu- cionario”, “El Consejo Revolucionario Cubano” y el “Frente Revolucionario De- mocrático”, entre otros, durante los años 1960-1962.
Es importante conocer cómo se desarrolló la historia de dos países insu- lares que cambiaron en buena medida la historia del siglo xx en el ámbito mun- dial, y las razones de por qué una terminó siendo a la fecha un Estado libre y
asociado, ligado a la potencia hegemónica occidental, Estados unidos, y por qué
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otra se convirtió en el modelo antagónico de la anterior, el único Estado socia- lista en América, ligado durante un largo tiempo a la antigua unión soviética, y que a su vez ha representado el mayor desafío a la hegemonía estadounidense. Este libro logra explicar en buena medida todo ello, por lo que considero es su mayor aportación al conocimiento de la región caribeña.
Pablo Muñoz Bravo
Facultad de Filosofía y Letras, unAM
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José Manuel Mateo, En el umbral de Antígona. Notas sobre la poética y la narrativa de José Revueltas, México, siglo xxI, 2011, 261 pp.
Imposible negar el carácter simbólico y mítico de la narrativa de José Revueltas. De esos nombres, esos personajes y esas situaciones que, además de remi- tir a un significado inmediato, sugieren muchas otras posibilidades signifi- cativas.
Desde hace años, la crítica ha apuntado el nexo entre las tramas re- vueltianas y los mitos prehispánicos. Así, por citar algunos casos, en la se- gunda novela del autor militante, El luto humano (1943), tan inmersa aún en la filosofía de lo mexicano, el narrador compara al campesino Úrsulo con un cuchillo de obsidiana e implícitamente con Quetzalcóatl. A otro perso- naje, el mercenario Adán, con Huitzilopochtli. Y a la mujer del mercenario, la Borrada, con una diosa indígena, y en algún pasaje, con la Malinche.
Más importantes aún como generadores de la escritura del disidente son los mitos bíblicos. La mirada pesimista de Revueltas observa una fuerte impronta del mítico Caín en el género humano. El asesino de Abel reen- carna tanto en Adán que, pagado por el gobierno, mata por la espalda al di- rigente campesino natividad, como en los militantes de Cristo Rey y asimismo en los soldados federales durante la guerra religiosa en El luto hu- mano. También mira revivir el novelista al fratricida emblemático en aqué- llos comunistas mexicanos de la década de los treinta del siglo xx quienes, por órdenes soviéticas, no vacilaban en “eliminar” a sus compañeros de par- tido, en Los errores (1964).
Podrían citarse múltiples ejemplos, que han sido analizados desde di- ferentes ángulos. José Revueltas retoma los mitos prehispánicos, como los bíblicos y los carga de significación política. sin embargo, un aspecto poco atendido por los estudiosos ha sido la vinculación de su narrativa con los mitos griegos. Cierto que se trata de un enlace menos evidente, apenas atis-
bado en alusiones como la cólera prometeica del personaje Adán.
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Del helenismo se ocupa José Manuel Mateo en su reciente libro En el um- bral de Antígona —8º Premio Internacional de Ensayo s. xxI, universidad de si- naloa, 2009— ofreciendo una lectura intrigante y novedosa de las novelas del escritor duranguense.
Mateo se inspira en la propuesta de Georg steiner, quien considera la An- tígona de sófocles como uno de los hechos perdurables y canónicos en la his- toria de la conciencia filosófica, literaria y política de Occidente; como la más excelente de la tragedia griega y uno de los mitos que continúa dando forma vital a nuestro sentido del yo y del mundo.
¿Qué tiene que ver una obra teatral representada por primera vez cerca de medio siglo antes de Cristo, con el México de los márgenes delineado por nues- tro José Revueltas, arquetipo del intelectual militante y disidente en la centuria pasada? ¿Qué vínculo podría existir entre esos personajes que vivían bajo el signo del destino y los hombres y mujeres habitantes de la izquierda y del hampa crea- dos por un comunista convencido, al menos en sus ensayos políticos, de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases? Pareciera que el
único lazo con el universo de sófocles, es el difuso espíritu trágico que preside las novelas del mexicano.
Para entender la huella helénica en las novelas del mexicano, recordemos, simplificándola sacrílegamente, la trama de Antígona. Ella era hija de Edipo y Yocasta, reyes de Tebas, y hermana de Polinices, Eteocles e Ismene. Los dos hijos varones, Polinices y Eteocles, habían acordado alternarse en el trono de Tebas anualmente. El primero fue Eteocles, quien cumplido el plazo se negó a entre- gar el puesto a su hermano. Polinices hizo entonces que Tebas fuera invadido por un ejército foráneo.
En la contienda murieron ambos hermanos y su tío, Creonte, subió al trono de Tebas. Ya rey, Creonte declaró que Polinices había traicionado a la patria y pro- hibió que se le hicieran las ceremonias mortuorias a su cuerpo.
Angustiada, Antígona decidió honrar a su hermano, y enterrarlo, desobe- deciendo la prohibición; pero fue descubierta por un guardia. Pese a que el coro de ancianos decía que tal vez habían sido los dioses quienes sepultaron al joven, Creonte desenterró el cadáver. La hermana intentó inhumarlo de nuevo y llevar
a cabo los ritos funerarios; fue detenida y llevada ante su tío.
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Valiente y temeraria, Antígona explicó que las leyes humanas no pueden prevalecer sobre las divinas y se mostró orgullosa de su acción. Como castigo fue encerrada viva en una tumba de roca.
La confrontación entre Antígona y Creonte, lejos de ser un mero caso de familia disfuncional, representa el enfrentamiento entre la norma religiosa que ella preconiza y la norma civil, las leyes del Estado enarboladas por el rey. En medio de esa confrontación se va trazando la figura del cadáver del hermano, ese cuerpo insepulto que se llena de mundo y se convierte en un motivo recurrente en la literatura occidental.
José Manuel Mateo se propuso explorar la forma en que en la obra del es- critor comunista se atisba la huella del mito de Antígona.
Tal vez José Revueltas conoció directamente el texto de sófocles. El hele- nismo de la Generación del Ateneo, divulgado por Vasconcelos, probablemente continuaba expandiéndose con discreción. Pero si no fue éste el caso, carece de importancia. Finalmente, como preconizan Borges y José Emilio Pacheco, el entretejido de la cultura es un palimpsesto donde los mismos temas se escriben, reescriben y sobreescriben infinitamente a lo largo de la historia.
José Manuel Mateo encuentra en las grandes novelas políticas de Revuel- tas, Los días terrenales (1949) y Los errores (1964), espacios privilegiados para indagar la huella del drama griego. Trabaja sobre la hipótesis de que existe en estas novelas una regeneración del mito de Antígona, a partir de elementos desa- gregados, cuya combinatoria actualiza de manera significativa y aún icónica, la dialéctica de la intimidad y lo público, de lo doméstico y lo cívico. Aúna a la in- cisiva lectura textual, un complejo arsenal teórico; ensarta, a través de una ex- celente prosa ensayística, propuestas de Hegel, Bajtin, Lukacs, Harold Bloom, de Certeau, Lacan, Derrida, saussure, Zizek y, por supuesto, steiner. Ideas disím- bolas que, no obstante, se integran con tino, naturalidad y provecho.
Para el estudioso tales elementos desagregados proceden de una trayec- toria estética y una línea de pensamiento de filiación trágica, la cual combina sentidos que han sido articulados por los griegos con otros sentidos fraguados en la modernidad, a partir de categorías hebraicas como la autoconciencia. Ésta
sería esa “comprensión reflexiva de la culpa”.
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“La culpa no es de naiden, sino mía, por haberte tenido”, dice la madre del Carajo, dirigiéndose a su deforme hijo en esa extraordinaria novela breve, El apando, que Revueltas escribió en la cárcel de Lecumberri, encarcelado por su participación en el movimiento social de 1968. Cuando leemos acerca de culpas y culpables, de caídas y de inocentes sacrificados, empezamos a percibir los vasos comunicantes entre el mundo de la ficción revueltiana y el de la tragedia griega.
Por ejemplo, en Los días terrenales —al igual que en El luto humano—, hay una niña de pocos meses que fallece, y cuyo cadáver, insepulto como el de Po- linices, se carga de simbolismo. La decisión del padre, de ocupar el escasísimo dinero en el periódico del partido, más que en el entierro de la niña llamada Bandera, da la medida de la deshumanización de los comunistas dogmáticos con los que Revueltas antagonizó.
En Los errores, el personaje Olenka Delnova es una joven comunista que vive en México y un día desaparece. La militante desaparecida es, en cierto sen- tido, una trasposición del cadáver insepulto. El estudioso Mateo menciona los ensayos del peruano Jorge Vilanova, que ha seguido el rastro al tema de Antígona en algunas obras de teatro latinoamericanas.
El motivo de los cadáveres insepultos cobra importancia en la actualidad latinoamericana. El escritor argentino Tomás Eloy Martínez describe en Santa Evita a un país necrófilo, obsesionado con la trayectoria del cuerpo de Eva Perón. Y el mexicano Carlos Montemayor, en su novela póstuma Las mujeres del alba, relata cómo las madres, esposas, hijas, compañeras de los guerrilleros muertos en la toma del cuartel Madera consideraban que la más grande de las ofensas era la prohibición de enterrar a sus muertos. no es casual que, más allá del territo- rio novelesco, las madres de la plaza de mayo en Buenos Aires, encuentren un símbolo en Antígona.
Con una extraordinaria sensibilidad y muchos años dedicados a las obras del autor comunista, Mateo comprueba su premisa; pone en juego el texto de las novelas con el mito universal y subraya su significado político. Queda claro cómo el conspicuo habitante de los establecimientos penitenciarios nacionales consiguió integrar críticamente el mito griego al flujo artístico y reflexivo de
América Latina.
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En el umbral de Antígona. Notas sobre la poética y la narrativa de José Revueltas es un ensayo luminoso que abre nuevos caminos en la lectura del es- critor militante.
Edith negrín Muñoz
Instituto de Investigaciones Filológicas-unAM
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Françoise Perus, Juan Rulfo, el arte de narrar, texto introductorio de José Pascual Buxó, Mé- xico, Fundación Juan Rulfo/Editorial RM/CIALC- unAM/universidad Autónoma de Guerrero/ universidad nacional de Colombia, 2012, 247 pp.
Juan Rulfo, el arte de narrar es resultado de una larga investigación de la obra de Juan Rulfo, pero es asimismo el fruto de largas reflexiones sobre “el arte de narrar” en general y sobre las relaciones que la literatura entabla con la cultura y la historia en que se inscribe, conexiones ellas mismas históricas. Desde el artículo titulado “Aportes de la crítica literaria al estudio de la cul- tura latinoamericana”, publicado hace ya diez años en la revista Latinoa- mérica, hasta el libro más reciente, La historia en la ficción y la ficción en la historia (2009), las investigaciones de Françoise Perus han girado en torno a la poética narrativa, cuestión estrechamente vinculada con el espinoso asunto de la lectura. En sociedades como las latinoamericanas, donde las di- ferencias y las distancias en el acceso a la educación son todavía abruptas, donde el analfabetismo no es precisamente un fenómeno en extinción, pero sobre todo, hoy en día, con el embate de los medios masivos de comunica- ción que parecen estar usurpando en la formación el lugar que les corres- ponde a las instituciones, las preguntas sobre cómo leer, cuál es el papel que el lector está llamado a ocupar, cómo la lectura puede intervenir en la cultura, no son cuestiones del todo menores. En los trabajos mencionados estos asuntos son abordados desde una mirada más abstracta o teórica, pero son la base reflexiva sobre la que se asientan los cuidadosos análisis de la obra de Rulfo que llenan las páginas de este libro. La decisión para este caso fue leer volviendo los ojos y el oído (las lecturas de Perus están atentas a los tonos, a los cambios de entonación en el relato) a los propios textos; dis- tanciarse un tanto (lo que no significa desconocer) de la abundante crítica que con frecuencia gira en torno a los mismos asuntos y quizá repite sin
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Juan rulfo, el arte de narrar
haber “leído”, para volver a leer con cuidado. En este sentido el libro Juan Rulfo. El arte de narrar es un trabajo que muestra caminos para el análisis y la crítica literaria.
En su lectura de los cuentos y la novela de Juan Rulfo, Françoise Perus “des- cubre”, “revela” algunos de los misterios que obran el milagro de la obra narra- tiva de Rulfo, en particular de sus cuentos: esa “aparente” sencillez, esa sensación que manifiesta todo lector de oír las voces del campesinado mexicano o la pre- sencia de un narrador difícil de encasillar en los moldes de la narratología. Pero más allá de ofrecer análisis inteligentes de un corpus de cuentos rulfianos (“Talpa”, “El hombre”, “En la madrugada”, “nos han dado la tierra”, “no oyes la- drar los perros”, “Luvina”), y de la novela Pedro Páramo, la investigación mues- tra los ejes que articulan la obra conjunta de Rulfo. En ellos logra distinguir lo que caracteriza a las grandes obras narrativas desde el Quijote, una poética de la ficción, una poética del acto narrativo, una figuración de las relaciones entre las fic- ciones y la llamada realidad, o la cultura, o la historia, y una reflexión implícita sobre el arte de narrar y el “para qué” de las narraciones producto de la imagi- nación.
En relación con los aportes del libro a la muy abundante crítica sobre la breve obra de Juan Rulfo (donde es imposible no dejar de apreciar un acto de valentía), me gustaría señalar los siguientes puntos:
En primer lugar, Françoise extrae el análisis de la obra de Rulfo del debate acerca de su “realismo” o “antirrealismo”. Del realismo por cuanto, más allá de la presencia en sus narraciones de las huellas del habla popular, los cuentos y la novela de Rulfo muestran una ausencia de referencias temporales y espaciales precisas y, junto a ello, presentan una trama resquebrajada; como consecuencia, resulta imposible trasponer “los contenidos de lo narrado a los términos de una
‘realidad’ claramente acotada” (p. 23). La significación de los textos no descansa, según la propuesta de la autora, en una “supuesta correspondencia entre el mundo de la ficción y el México rural de la primera mitad” del siglo xx, como tam- poco en su contrario, el desentrañamiento de lo real desde la perspectiva y la voz de “los de abajo”. “La asunción de la voz de ‘los de abajo’ en la configuración del
mundo ficticio difícilmente puede consistir en contar ‘lo mismo’ desde el punto
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de vista contrario. Lo que algunos autores han caracterizado como ‘ficcionali- zación de la oralidad’ […] parece entrañar más bien otras posibilidades de abor- dar y conferir forma y sentido a las relaciones de los personajes con su propio mundo, a la vez que otras propuestas de relación del lector con el mundo de la ficción” (p. 23).
un segundo asunto en las aportaciones del libro, se refiere al esclareci- miento que lleva a cabo la autora de la particular forma de la narración que es posible encontrar en la obra de Rulfo. En concreto descubre el origen del na- rrador en tercera persona, al que denomina narrador testigo, y la función que desempeña en la construcción del objeto de la representación. Este narrador, for- malmente semejante al de los relatos del llamado realismo literario, el más fre- cuentado en la llamada novela de la Revolución mexicana, se diferencia y se distancia sin embargo de los de la narrativa revolucionaria que le precedieron en el modo como se relaciona con el objeto de la representación. Esta voz narra- dora, más que situarse por encima o delante de las otras voces (las de los per- sonajes que, “enfrentados al momento de la verdad”, ubicados en una situación límite, enuncian su propia verdad), se coloca a una distancia tal que limita su par- ticipación a “registrar” o “transcribir” esa verdad íntima, sin intervenciones que impliquen la presencia de juicios o valoraciones morales. Es posible reconocer a este narrador en “Luvina”, en “El hombre”, en “no oyes ladrar los perros”, o en “En la madrugada”, por ejemplo, donde, más que “juzgar”, la voz en tercera persona trata de “comprender”, de ahí también el esfuerzo que realiza por “se- guir” al personaje, por compenetrarse con él, y no colocarse por delante o por encima (según la forma que adopta el narrador tradicional en tercera persona). “[…] ante este mundo enigmático nada está dicho de antemano, ni para el na- rrador ni para el lector, por más que el primero se encuentre rememorando una escena presenciada en el pasado y sepultada entre sus recuerdos” (p. 141). O en el caso de “Luvina”, “su ubicación concreta dentro del espacio en que se des- envuelve la narración del maestro, y su papel de testigo tanto de aquel acto na- rrativo como de las circunstancias externas en que éste tiene lugar, no hacen de
él un narrador que supiera de antemano lo que el personaje va a contar, cómo
lo va a relatar, ni el desenlace de la narración: todo lo presencia a distancia y
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como a la expectativa, mientras la escena se desarrolla ante sus ojos (pp. 159 y
160). nada está dicho de antemano, se trata de una figuración de la narración en proceso, o de la narración en acto. Françoise Perus muestra la relación entre esos dos relatos, el del personaje narrador y el del narrador testigo, como un “re- memorar narrando” (o un narrar recordando), donde las rememoraciones que tienen su lugar de origen en el narrador, y que de hecho constituyen la verdad
íntima del personaje, pueden ser tanto intuidas como imaginadas. Es en este punto, el de la “imaginación”, donde quisiera detenerme brevemente. Los cuen- tos de Rulfo podrían leerse como la puesta en escena imaginaria, por parte de un narrador testigo, de la observación antigua de una escena o una situación semejante que yacía sepultada en su memoria. De esta forma, la ficción permite mostrar las distintas y complejas modalidades de relación entre lo real, la ima- ginación y la memoria, o, como dice José Pascual Buxó en el texto introducto- rio del libro, muestra la construcción y el sentido de lo “real imaginario”.
En relación con lo mencionado sobre la forma de la narración, los cuentos de Rulfo realizan un desplazamiento en el objeto de la representación artística: “antes que centrarse en el mundo representado y sus tensiones [señala Fran-
çoise Perus] dicho objeto pasa a organizarse en torno al personaje y su narración, a sus comportamientos y sus motivaciones, tan imprevisibles para él como para el narrador y su auditorio. Esta puesta en escena del acto narrativo entraña así pues la existencia de un enigma, cuyo desentrañamiento e inesperadas proyec- ciones habrán de resultar conjuntamente de la atención perceptiva y la actividad valorativa de quienes se hallan involucrados en dicho acto: de las del narrador personaje en primer lugar, pero también y conjuntamente de las del auditorio “real” o figurado a quien éste se dirige expresa o mentalmente; y eventualmente también, de las del narrador testigo encargado de la puesta en escena y de la con- textualización del acto narrativo; sin contar –claro está– con las del lector, lla- mado a compaginar entre sí estas diversas instancias” (p. 25).
Asimismo, y relacionado con esta poética de recordar narrando, o de na- rrar recordando, el acto narrativo posee en Juan Rulfo una dimensión ético- cognitiva. narrar es comprender, encontrar el sentido de lo que está siendo
narrado; aun cuando se eviten los juicios morales y, en general, se evite encajar
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los relatos en esquemas conocidos, no quiere ello significar que la poética de Rulfo esté exenta de una dimensión ética, y que cada uno pueda “contar” según el particular lugar desde el cual pudo observar o vivir los acontecimientos. Junto a la dimensión ética que contiene el acto de narrar, el lector está también llamado a adoptar una disposición cognitiva y valorativa, a participar y a desentrañar las implicaciones de esos acontecimientos que, no por ficticios, le atañen menos. En este punto quisiera ubicar otro de los aportes de esta investigación, el es- clarecimiento de las dimensiones éticas implícitas en esta poética narrativa (inseparables de los aspectos cognitivos y estéticos), así como de la actividad que el lector implícito está llamado a desplegar en la lectura. Así, el lector de Rulfo “ya no está invitado a ‘reconocer’ el mundo ‘real’ en el de la ficción, o a ver en acciones y personajes una trasposición ‘literaria’ de conductas e indivi- duos plausibles en la ‘vida real’”, por el contrario, “el lector de Rulfo ha de des- plegar toda su capacidad de atención perceptiva y valorativa para seguir los meandros de la narración de ese ‘otro’ puesto en escena; y ha de participar así, de manera activa y creativa, en el desentrañamiento del enigma en torno al cual la escritura y la lectura convocan juntos al personaje narrador, a su auditorio real o supuesto, y al narrador testigo, de ser el caso” (p. 27).
Esta perspectiva de análisis contribuye asimismo a plantear los modos en que la ficción elabora las relaciones con la alteridad, las formas de relación con “los otros” que figuran. Los esfuerzos de Rulfo por “seguir” a sus personajes dando forma verbal al conflicto íntimo que los aqueja, partiendo de un narrador testigo que mantiene una distancia prudencial del personaje, tienen otra con- secuencia que afecta a las formas de la “otredad” que figuran en sus cuentos. Rulfo invita a “oir” y “ver” al “otro”, a comprender su verdad íntima, y al hacerlo lo coloca como un otro semejante, alguien en el mismo plano que el narrador o el lector, no es por tanto un otro ajeno, sino un otro que invita al lector a realizar el mismo gesto de ensimismamiento, de inmersión en la propia verdad íntima.
La poética rulfiana, dice la autora, “[…] se concibe ante todo como un acto, como una forma de intervención reflexiva en la cultura, desde y con la li- teratura. no se limita a ‘narrar artísticamente’ un mundo ‘ya dado’, ni consiste
en la ‘creación’ de otra ‘realidad’ antes inexistente. La poética rulfiana cuestiona
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Juan rulfo, el arte de narrar
desde dentro estas concepciones de la cultura y la literatura, restableciendo el nexo vivo y por ende problemático entre ellas, mediante una mise en acte de sus implicaciones mutuas. La cultura puede sin duda concebirse como un acervo más o menos estabilizado de representaciones –imágenes, símbolos, mitos y saberes de toda índole–, que proporciona los elementos necesarios para la ela- boración de nuestras experiencias y relaciones con el mundo. sin embargo, este acervo no deviene plenamente cultural –esto es, vivo y activo— sino en la me- dida de su adecuación y su reelaboración en función de las necesidades de ex- periencias y de sujetos concretos” (p. 143).
Junto con la remoción de la crítica rulfiana del asunto del realismo litera- rio, Françoise Perus lleva adelante en su libro otras “remociones”, otros despla- zamientos de asuntos que se han vuelto lugares comunes, entre ellos habría que mencionar el de la llamada “oralidad” de las narraciones del escritor jalisciense. Al tiempo que filia la oralidad de los cuentos rulfianos con la tradición de los cuenteros pueblerinos, que consisten, como sucede en Rulfo, en una narra- ción en acto y en presencia de un auditorio activo y vivo, destaca el hondo tra- bajo de elaboración artística de sus narraciones, “nada más escrito que los cuentos y la novela de Rulfo”, elaboración que atañe al ritmo y a la prosodia, pero también a la composición narrativa.
La forma que la autora elige para sus análisis parte de la disección de los distintos aspectos involucrados en la composición de los cuentos, su tratamiento por separado, para posteriormente reunir estos diversos aspectos en torno a los problemas de la poética narrativa. Estas dimensiones de la composición abar- can diferentes cuestiones: estudio de las modalidades, los movimientos y las to- nalidades de la narración, análisis de las descripciones, de los sistemas de metaforización que se van elaborando en cada cuento, de los personajes (ela- borados como imagen y como voz). se trata de una lectura y unos análisis cui- dadosos y minuciosos, muy apegados a los textos, que le permiten a Françoise Perus extraer significados insospechados. Con esta perspectiva de análisis trata de devolver al texto literario su calidad de práctica artística, “activa y viva”, esto es, de “modalidad específica de intervención en tradiciones narrativas y cultu-
rales claramente definidas”. Éstas son solamente algunas de las cuestiones que
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pone a debate el libro de Françoise Perus, rico en propuestas polémicas. Es, también, una invitación a su lectura, de la misma forma que la autora invita a la relectura de la obra de Juan Rulfo.
Begoña Pulido Herráez
CIALC-unAM
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Felícitas López Portillo Tostado, Tres intelec- tuales de la derecha hispanoamericana: Al- berto María Carreño, Nemesio García Naranjo y Jesús Guisa y Acevedo, México, Instituto de Investigaciones Históricas-uMsnH/ CIALC-unAM, 2012, 179 pp.
El pensamiento y la obra de tres intelectuales pertenecientes a la denomi- nada “reacción mexicana” y sus posturas ante la historia mexicana e hispa- noamericana constituyen el eje central del nuevo libro de la Dra. Felícitas López Portillo. se trata de una obra que condensa las biografías intelectua- les de Alberto María Carreño, nemesio García naranjo y Jesús Guisa y Ace- vedo, quienes mostraron una postura crítica ante los cambios traídos por el vendaval revolucionario y por las políticas impulsadas por los gobiernos pos- revolucionarios durante la primera mitad del siglo xx en México. Cuestio- namientos y posturas que, con una prosa fluida, son explicados en el presente libro.
De entrada, recomiendo la lectura de este libro, ya que tiene el mérito de rescatar a un segmento de la sociedad relegado historiográfica y políti- camente, al hacer pública la voz de tres ilustres representantes de las diversas vertientes del pensamiento conservador, reaccionario, o contrarrevolucionario, como fueron tildados por sus contemporáneos. También porque se trata de una obra original y necesaria, ya que dentro de la historiografía sobre el con- servadurismo han prevalecido, y por mucho, los estudios sobre el siglo xIx mexicano y se ha dejado de lado, salvo algunos textos, el estudio de repre- sentantes del pensamiento reaccionario en México durante el siglo xx. Por tanto, esta obra contribuye a subsanar ese vacío historiográfico.
Es pertinente mencionar que el enfoque metodológico desarrollado por la autora nos adentra en las preocupaciones centrales de estos tres in-
telectuales; nos presenta sus argumentos, su visión de México, del gobierno,
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de sus instituciones, su pasado y el devenir. De igual forma, se muestra a estos tres actores sociales como parte de la sociedad de su tiempo, permitiéndonos comprender su pensamiento y su obra como una “reacción” ante el contexto en el que vivieron. Estos personajes, en su momento, fueron marginados, deste- rrados y hasta satanizados por su postura en contra de la Revolución mexicana. La profesión de este antagonismo hacia los gobiernos posrevolucionarios cons- tituye el común denominador central del pensamiento del académico, del por- firista y del cruzado, como son identificados en el libro Alberto María Carreño, nemesio García naranjo y Jesús Guisa y Acevedo, respectivamente.
Con estas premisas, la autora nos muestra las biografías intelectuales de tres nostálgicos del pasado colonial y del orden porfiriano que profesaban la fe ca- tólica y que además de compartir una visión jerárquica de la sociedad, eran fer- vientes hispanistas. Estos personajes consideraban que la verdadera esencia de México debería buscarse y encontrarse en el catolicismo y, por supuesto, en la herencia hispana. Esta creencia no era fortuita, a los tres les tocó vivir en el trán- sito del México de entre los siglos xIx y xx. Es decir, pasaron del orden porfi- rista, a la convulsiva vida del movimiento armado y de la posrevolución. A través de las páginas del libro, la autora proporciona una radiografía de las preocupa- ciones intelectuales de los tres personajes objeto de estudio, a quienes les in- quietaban los vertiginosos cambios que se experimentaban en México durante las primeras décadas del siglo xx. Por ende, Carreño, García naranjo y Guisa y Acevedo, a pesar de la diferencia de edades y de haber ocupado cargos públicos durante el porfiriato, las administraciones de Madero y de Victoriano Huerta, los hermanaba, como ya se mencionó, su rechazo hacia “la familia revoluciona- ria”, tal y como se desprende de la cuidadosa selección de muestras discursivas que se presenta tanto a lo largo del texto como en los pies de página. sin em- bargo, esto no significa que los tres ostentasen una tendencia ideológica única, ya que en la obra se establece claramente la diferencia en los matices doctrina- rios, sobre todo en el caso de nemesio García naranjo, ubicado como un “libe- ral conservador”. Otro elemento más que los identifica es que los tres también mostraron interés por participar en proyectos editoriales y pretendieron, a tra-
vés de sus escritos, influir en la opinión pública ante la necesidad que veían de
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“rectificar” el destino de la nación. Elaboraron juicios históricos del acontecer na- cional e hispanoamericano; sobre todo, hicieron uso de la prensa, revistas y otros medios escritos, a veces subvencionados por ellos mismos. De igual ma- nera, utilizaron su pertenencia a asociaciones científicas y academias como la de Historia y de la Lengua, así como los medios para difundir sus opiniones. En numerosos discursos, artículos y editoriales llamaban a la rectificación nacional. Como buenos conservadores, opinaban que habría que retomar el camino del orden, recuperar la tradición, la estabilidad, el respeto a la autoridad y a las je- rarquías.
Del texto aquí presentado se aprecia que estos ilustres comulgantes del pensamiento conservador, eran además de contrarrevolucionarios, panhispa- nistas, quienes desde el momento mismo de la promulgación de la Constitu- ción de 1917 la criticaron, considerándola perjudicial; “un engendro” fue la opinión que le mereció a Querido Moheno, un contemporáneo de don neme- sio García naranjo y de Francisco Oláguibel, integrantes, —de acuerdo a la es- tudiosa Claudia González—, del cuadrilátero dorado de la Cámara de Diputados durante la presidencia de Madero. Referente al periodo posrevolucionario va a correr mucha tinta alrededor del indigenismo, la religión, la educación, los va- lores morales, la familia, y la mujer, entre otros temas, elementos, que en la opi- nión de estos tres intelectuales, habían sido trastocados por el poder avasallador e interventor del Estado posrevolucionario.
Ya durante la década del treinta, las diatribas antigubernamentales se in- crementaron, entre otras cuestiones, por la implantación de la llamada “educa- ción socialista” y por los intentos del entonces secretario de Educación, narciso Bassols, por establecer la educación sexual, lo que generó una opinión pública adversa a la administración cardenista entre la clase media católica. En este con- texto de oposición, naturalmente, se conformaron y fortalecieron las organiza- ciones de derecha, como la Acción Católica, la unión nacional sinarquista, o la propia fundación del Partido Acción nacional en septiembre de 1939. Fue du- rante estos años cuando se desarrolló parte de la vida y obra de los tres inte- lectuales, por ende, sus posturas y opiniones encontraron eco entre un sector
de la clase media. Así los tres intelectuales se enfrascaron en verdaderos duelos
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ideológicos, don nemesio recuerda en sus memorias, que la suya era una “pluma de fuego”.
En este periodo, otro factor que atizó el fuego del debate político ideoló- gico fue la llegada y presencia de los exiliados españoles, ya que en México, du- rante el cardenismo, se vivía un ambiente de polarización y descontento social derivado de la existencia de voces diversas de actores políticos y sociales, na- cionales y extranjeros, como las de la colonia española de filiación franquista, las de los norteamericanos afectados por la expropiación petrolera, y las de socie- dades mercantiles de capital europeo opuestas al corporativismo y a la fortaleza de los sindicatos. Es por ello, que en este contexto de confrontación y ebullición nacional, la apertura gubernamental al exilio republicano español contribuyó a la construcción de imaginarios en los que una vez más estuvo presente la his- panofobia y la hispanofilia dentro de los debates político-culturales. En esos duelos ideológicos, estos conservadores planteaban la ingente necesidad de buscar estrategias para defender el ser nacional y salvar la nacionalidad mexi- cana, en cuyos afanes construyeron imaginarios idílicos sobre la madre patria. Resulta sintomática la admiración mostrada por Guisa y Acevedo a la España de Franco y su oposición a los transterrados rojos. Este periodo y estos debates han sido estudiados espléndidamente por Tomás Pérez Vejo, José Antonio Ma- tesanz, Javier García Diego, Elisa servín, Victoria Lerner, y Ricardo Pérez Mont- fort, por mencionar principalmente aquellos autores que han marcado la pauta en la historiografía contemporánea. Aún más, estos estudiosos han mostrado al cardenismo como la cúspide del proceso revolucionario, en el que se recrude- ció la lucha de clases.
La autora le dedica un capítulo a cada personaje, en el que además de brin- dar un esbozo biográfico, se presentan las cuestiones y temas centrales aborda- dos en sus obras. se adentra en sus argumentos, su visión y postura ante los acontecimientos nacionales e internacionales. no sólo se presenta la visión de España, sino también la de Estados unidos, dándole continuidad a los debates entre el hispanoamericanismo versus el panamericanismo, en los que el vecino del norte no salía bien librado. Dentro de estas polémicas llaman la atención las
advertencias de que México estaba condenado a ser anexado por Estados uni-
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dos. En este aspecto, Guisa y Acevedo criticaba a los liberales admiradores del modelo anglosajón señalando que un país se constituye no por imitación de otro, sino por su propia esencia o alma nacional.
Guisa y Acevedo, denominado por López Portillo como “el cruzado”, era un ferviente católico que defendía la idea de recuperar el “alma nacional” y pug- naba porque México volviera a sus raíces mediante la religión, la lengua y la raza. Por su parte, Alberto María Carreño, el “académico”, como lo sugiere muy bien la autora, no solamente sorprendía por su erudición, sino por haber estado al frente de la Academia Mexicana de la Historia, dedicándose a la historia diplo- mática, al estudio de las relaciones de México con Estados unidos y a la historia colonial. Por tratarse de una biografía intelectual, la autora se detiene en escu- driñar la concepción que del pasado y de su presente plasmó en sus obras este erudito, destacando los debates entre el hispanismo y el indigenismo, a través de la fiebre de la “huesitis”, o la búsqueda de las osamentas de los héroes de la patria, así como el encuentro de los restos del conquistador Hernán Cortés y los de Cuauhtémoc, que despertaron sendas batallas gráficas entre uno y otro bando sobre su significado histórico para la nación. En dichos debates Carreño, natu- ralmente, defendía la herencia hispánica y el periodo colonial como el de la for- mación de la nacionalidad mexicana.
nemesio García naranjo, el nostálgico del porfirismo, es presentado en la obra como un orador que cautivaba a la concurrencia; un político que al mo- mento de ocupar las carteras de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el huertismo, tuvo el tino de establecer reformas progresistas para su tiempo. Des- terrado por largos periodos, encontró exilio en Estados unidos y en países lati- noamericanos como Venezuela, donde mostró su admiración por gobiernos autoritarios como el de Gómez.
La difusión de las ideas de este triunviro, aunque se restringe a un grupo representante de los intereses de un segmento social limitado, y con un impacto político y social mínimo, considerando que el manto de la revolución acallaba aquello que le era desfavorable, resulta importante, ya que contribuye a un mejor conocimiento de otros actores políticos mexicanos. Aún más, la obra permite en-
tender el complejo entramado ideológico, ya que las ideas de estos conserva-
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dores confluían dentro de un amplio espectro ideológico en el que coexistían doctrinas políticas como el liberalismo, el socialismo, el nacionalismo, e inclu- sive el fascismo, con sus respectivos matices. En este sentido, cabe señalar que la autora muestra que estos intelectuales guardaron una congruencia entre su ideología y su actuar político, entre su pensamiento y su obra ubicándolos en su contexto. De igual manera, esboza los vínculos y las redes que construyeron con otros intelectuales hispanoamericanos.
Para concluir, podemos señalar que el pensamiento político y la erudición académica de estos intelectuales los conllevó a concebir la historia de la nación bajo un lente conservador que priorizó el estudio del periodo de la Conquista y los tres siglos de la Colonia. En este contexto, la Independencia fue vista como la caja de pandora que dio lugar al caos durante el siglo xIx, anarquía superada con la llegada de Porfirio Díaz. De tal suerte, la autora se aproxima al estudio de los tres intelectuales a través del acotamiento de su visión en torno a etapas em- blemáticas de la historia como la Independencia y la Revolución. Desde su óp- tica conservadora, la historia presente es el resultado del proceso de la conquista española, primer paso en el camino de la civilización; la Colonia era el paraíso perdido, la Independencia un error que trajo como consecuencia la pérdida del respeto a la autoridad. se acusaba al Padre de la Patria de ligereza moral y espi- ritual; a Morelos como un vendepatrias; a los gobernantes del siglo xIx como ambiciosos y saqueadores. El porfiriato se salva de la diatriba conservadora, al grado de mostrarse nostálgicos por los tiempos de don Porfirio. Con esta tabla rasa, se llega hasta el México del maximato, de Cárdenas, Ávila Camacho y Miguel Alemán en el que, en su óptica, se vive el acabose y el decaimiento moral. La si- guiente cita de la revista Lectura de Guisa y Acevedo constituye una muestra de este pesimismo:
México es un país no sólo decadente, sino decrépito y moribundo. signo infali- ble de decadencia, de decrepitud y de muerte es la negación del Espíritu, del hombre y de los valores tradicionales. El Estado mexicano es mezquino, inso- lentemente absorbente. El mexicano cada vez está más solo y más desamparado frente a un Estado que cada día multiplica más su poder... (p. 123).
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En síntesis, la presente obra realiza un aporte significativo a la historiogra- fía contemporánea mexicana y latinoamericana y se convierte en una obra de consulta obligatoria para los estudiosos del conservadurismo en el siglo xx.
María del Rosario Rodríguez Díaz
Instituto de Investigaciones Históricas-uMsnH
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