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Carlos Véjar Pérez-Rubio, Las danzas del hu­ra­­cán: Veracruz y La Habana en los años treinta, México, Conaculta/cialc-unam, 2013, 463 pp.

El escritor, arquitecto y editor mexicano Carlos Véjar Pérez-Rubio presentó el pasado 7 de enero en la Casa del Alba Cultural su más reciente producción bibliográfica: Las danzas del huracán: Veracruz y La Habana en los años treinta.

Estamos en presencia de un hermoso volumen, que cautiva al lector desde que lo sostiene en su mano por primera vez, debido a su atractivo diseño y a la calidad de la encuadernación. Luego, la fluidez del lenguaje empleado y la elegancia de la prosa, ajena a todo rebuscamiento pero no exenta de resonancias poéticas que cautivarán al interesado, pues al ser un ensayo que se asienta en una rigurosa investigación, puede leerse de corrido, como si se tratara de una novela.

El eje central de esta propuesta es el Gran Caribe, centro de las preocupaciones del autor, también investigador del cialc y profesor de la unam. La Habana y Veracruz, dos urbes portuarias, convertidas en polos de este proyecto, se nos presentan en toda la diversidad de aristas del acontecer citadino en los años elegidos. Se atiende en este libo, como bien precisa Véjar en la introducción, a una pluralidad de facetas que alcanzan desde la música, las artes plásticas, la literatura, la arquitectura, el cine, el teatro, el baile, el deporte, el habla, el vestido y la gastronomía, entre otros temas, en el entorno ambiental de ambas ciudades. Con ello se pretende explorar en la conformación de la identidad cultural caribeña en el periodo de tiempo aludido. Según afirma el autor: “Se trata en última instancia de recrear la existencia de los veracruzanos y los habaneros en los años de entreguerras, el trabajo, el estudio, el reposo, el placer, el pesar, el pensar, el sentir, el reír, el reñir, el amar…[…].”1

Nota el lector, de inmediato, que con intención o sin ella, quien escribe ha sido atrapado por el peculiar sentido del ritmo caribeño, no sólo inherente a la música, sino al sonido y a la peculiar cadencia de las palabras. Con ello, además de propiciar un grato regodeo lingüístico, favorecerá la comunicación con un lector que reconocerá el parentesco con su propia forma de pensar y hablar.

El volumen ha sido estructurado en seis capítulos, a saber: I. La proyección universal del Gran Caribe; II. La cultura ambiental caribeña; III. Entreguerras; IV. Acordes veracruzanos; V. Habaneras; VI. El factor princi­pal. Aunque pueden ser leídos de manera autónoma, es indudable la es­tre­cha relación que guardan entre sí, la cual se concreta en el cierre ma­gis­tral de las Conclusiones.

Quiero detenerme a comentar dos capítulos que me parecen formidables, si vale hacer esa distinción en este libro insólito. Y que conste: uso el último adjetivo con intención e intensión carpenterianas, pues estamos en presencia de una obra sorprendente, extraordinaria, cuyo rigor investigativo no obstaculiza el disfrute literario. En ella se acude a todo un acervo documental de valía histórica, pero también a fuentes muy poco estimadas por los estudios historiográficos, como el testimonio, la novela o incluso, la poesía. Así, piezas de escritores cubanos, en el sentido literario del término, como Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Miguel Barnet, Marcelo Pogolotti —por sólo citar algunos nombres prominentes— ayudan a configurar el rostro habanero de los treinta; ellos comparten espacio, en igualdad de condiciones, con los datos y cifras pro­cedentes de archivos, las valoraciones de ensayistas reconocidos, los mapas y las imágenes fotográficas de la época, entre otros documentos.

El primer capítulo, relativo a la universalidad del Gran Caribe, contextualiza la región en el acontecer ecuménico, a la vez que la define justamente como encrucijada electa de las más disímiles rutas comerciales, culturales y geográficas. En el mismo se hace un recorrido histórico que va desde la etapa precolombina hasta el periodo de la investigación. Se fijan así los antecedentes inevitables de las dos urbes elegidas, y también la relación de ambas con otros centros culturales de allende los mares, como París, devenida la meca artística por antonomasia para los latinoame­ricanos de entonces, y cuyo influjo decisivo, remontando el Atlántico, llegará al entorno caribeño.

El poema de Alfonso Reyes “Golfo de México” (1924), ofrece un hermosísimo contrapunto entre La Habana y Veracruz. De él se sirve Véjar para considerar, en el capítulo VI, titulado El factor principal, el impacto que el medio ambiente caribeño ha producido en la formación de nuestra identidad; también para marcar las semejanzas y diferencias entre las dos urbes marinas.

Luego de suscribir el criterio de otros autores, que conciben la identi­dad como un proceso perpetuo, al que se le pueden efectuar cortes epo­cales, pero nunca concebirlo en clausura, el autor afirma:

En realidad, hay bastantes cosas más que decir en torno a lo que conforma la identidad ambiental de estas dos ciudades portuarias, que bien podrían estar arrancadas de una novela de lo real maravilloso o de una canción de Agustín Lara o de Miguel Matamoros. ¿De dónde son los cantantes? Identidad que es producto del sincretismo entre las culturas indígenas originarias y las europeas […] y las africanas, principalmente. Y del medio ambiente tropical, propio de la Cuenca del Caribe. Contemplar el ambiente marinero desde el Malecón de Veracruz o el de La Habana, la línea azul del horizonte, es siempre reconfortante. Escuchar las voces, los gritos y los cantos, el bramar de las sirenas de los barcos, mirar a las parejas enlazadas sentadas en la banca, en el murete, al viejo o al niño que arrojan la línea de su caña de pescar y observan atentos el movimiento del agua en torno al anzuelo, aspirar la brisa marina, sonreír con ella, apretar su mano, tomar su cintura, su talle de sirena, caminar de cara al sol, enjugarse el rostro, bañarse en la playa, sentarse a la mesa del café, departir con los amigos entre voces estentóreas de acento tropical, comentar la última noticia, disfrutar del poema de la décima, mi hermano, componer el mundo, festejar la broma, ¡mojitos para todos! Todo es reconfortante.2

Como puede advertirse en ese fragmento, escrito en una prosa tan marcada por la transculturación como la realidad que expresa, son numerosos los incentivos que proporcionará al lector el presente volumen. En él emerge, entre muchas afirmaciones de valor teórico y metodológico para entender al Caribe desde el punto de vista científico, una verdad muy simple, que puede ser comprobada a primera vista, y que el autor considera como el factor principal, común a ambas ciudades: el amor inmenso de sus habitantes.

Sirvan, pues, estos breves comentarios, para divulgar la obra de Carlos Véjar Pérez-Rubio, quien, desde su quehacer cotidiano, como director general de la revista Archipiélago, hasta la escritura de este libro, continúa trabajando en la definición y acercamiento de los pueblos de Nuestra América.

Marlene Vázquez Pérez

Centro de Estudios Martianos de La Habana, Cuba

1 Carlos Véjar Pérez-Rubio, Las danzas del huracán: Veracruz y La Habana en los años treinta, México, Conaculta/cialc-unam, 2013, p. 23.

2 Ibid., pp. 410 y 411.

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