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Reseña del libro de Mirna Paiz Cárcamo, Rosa María. Una mujer en la guerrilla. Relatos de la insurgencia guatemalteca en los años sesenta, México, cialc-unam/Juan Pablos Editor, 2015, 202 pp.

Agradezco a Rosa María o Mirna Paiz Cárcamo1 la decisión de escribir sobre su experiencia vital en la insurgencia guatemalteca en los años sesenta y, sobre todo, la decisión de publicar sus escritos. Desde la presentación del libro se entiende que en la primera decisión tuvo un papel importante el periodista y poeta guatemalteco Arqueles Morales quien influyó en la propia Mirna para escribir sus recuerdos. Entiendo que en la segunda decisión, la de publicar dichos recuerdos, pesó la intervención de la profesora Gabriela Vázquez, quien además funge aquí como cuidadosa editora de los textos, presentadora y estudiosa de la realidad guatemalteca.

En ese sentido, el libro es producto de cierta complicidad entre varias personas, un pacto feliz diría yo, que permite tener en nuestras manos un libro dividido en tres partes que se complementan. Una primera parte, a cargo de la profesora Vázquez, donde se entreteje la historia de Guatemala con la historia personal y familiar de Mirna Paiz. “Hilvanar los recuerdos con la historia”, es el acertado título que lleva este segmento, en el cual el lector comprenderá el contexto histórico que explica la participación de la familia Paiz Cárcamo en la lucha por la liberación de Guatemala. Aquí observamos que la decisión de sumarse a la insurgencia es producto de todo un proceso en el que se vio envuelta la familia, a partir de ese periodo vivido entre 1944 y 1954 que Luis Cardoza y Aragón recordaba como una breve primavera para un país dominado durante más de 70 años del siglo xx por dictaduras militares.2

Se trata de un momento político presidido por los gobiernos democráticos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, cuando se llevaron a cabo reformas democráticas y nacionalistas, dentro de un orden jurídico estrictamente liberal, sin radicalismos de ninguna especie. La breve primavera guatemalteca fue cortada de tajo por un golpe militar orquestado por Estados Unidos ya en plena histeria anticomunista dentro del marco de la Guerra Fría. Frente a la brutal violencia de Estado, el pueblo guatemalteco respondió con la organización de guerrillas y de movilizaciones sociales a cuyo destino se ligaron las hermanas Paiz Cárcamo y sus padres, el coronel Julio César Paiz y doña Clemencia Cárcamo.3

La segunda parte constituye el centro o la médula misma del libro pues contiene los relatos escritos por Mirna acerca de su experiencia en el Frente Guerrillero Edgar Ibarra en un particular estilo que comentaré más adelante. La tercera parte del libro, la más breve, está a cargo de Yosahandi Navarrete Quan, quien nos propone desde ya una lectura de los relatos de Rosa María, así como un primer análisis, una invitación a la lectura y una suerte de presentación del mismo libro. Casi que yo remitiría a los lectores a esta tercera parte, comenzando por el final, para involucrarse en el libro y quedar fascinados, como lo hace Yosahandi, no sólo por el estilo narrativo de Paiz, por lo que dice y cuenta, sino también por lo que calla. Es un silencio elocuente que atraviesa el libro, un silencio que en mi opinión es voluntario de la autora, un silencio que abre preguntas, crea expectativas y propone apuestas al futuro.

Rosa María forma parte de ese género de seres humanos que José Martí definía como flores “que al viento exhalan en el amor del hombre su perfume.”4 Se trata desde luego no del amor de las novelas rosas, sino de un amor profundo, decidido a todo por hacer realidad la auténtica dignidad de los hombres y de las mujeres. Hablamos de un amor que es afirmación de la vida misma hasta en la muerte. Ese amor por el cual dieron la vida Nora y Clemencia, hermanas de Mirna, así como muchas otras mujeres y muchos hombres cuya lucha queda retratada de manera prístina en los relatos de Rosa María.5 Es larga la historia de la lucha guerrillera en nuestra América, generosa y trágicamente regada con la sangre de sus hijos y sus hijas. La participación decidida de hombres y mujeres en esa lucha ha dado lugar a su vez a un género de testimonio escrito, autobiográfico, que da cuenta de las vicisitudes, contradicciones, padecimientos y alegrías que vive de manera intensa toda persona que haya tomado la decisión de arriesgar su vida en la lucha por una sociedad más justa y más libre. A menudo, en esos relatos campea un cierto aire de heroísmo. ¡Y cómo no, digo yo, si se trata casi siempre de textos escritos a posteriori desde la supervivencia, tras haber visto una y otra vez la cara de la muerte, haber sufrido torturas y padecimientos de todo orden y tras haber visto caer por tierra a las y a los mejores combatientes! No les reprocho ni una coma, menos aún desde la comodidad que me brindan mi estudio y mi trabajo como profesor universitario.

Al respecto sólo quiero destacar aquí que el texto de Mirna Paiz renuncia de antemano a ese heroísmo y es, en ese sentido, que sus relatos adquieren una definición propia y un valor muy particular, por lo que debemos leerlos con mucha atención. Rosa María no cede un ápice a la autocompasión ni al martirio, no sólo con relación a ella misma sino con relación incluso a la muy dolorosa muerte de sus hermanas en el propio contexto de la guerra revolucionaria. Su experiencia vivida en la guerrilla es producto de una decisión consciente y de una opción consecuente con sus ideas y convicciones. No existe el menor asomo de protagonismo y yo diría que, en su humildad, incluso ella se desvanece un poco a sí misma, subordinando su acción y pensamiento a la acción y a las ideas que movilizaron al grupo guerrillero del cual ella formó parte.

En ese sentido también llama la atención su renuncia a contar la historia de la guerrilla. En su relato se ejemplifica la división propuesta por Maurice Halbwachs entre historia y memoria. Rosa María no pretende hacer un esfuerzo sistemático y ordenado por reconstruir la historia a partir de su experiencia y del contraste de su experiencia con otras fuentes. Es un esfuerzo por rememorar y por rescatar del olvido aquellos episodios, momentos y circunstancias que ilustran no sólo su propia experiencia vivida como guerrillera sino el modo en que ella percibió la guerrilla, así como los esfuerzos de sus compañeros ligados directamente al destacamento guerrillero y a los trabajos de campesinos que de una manera u otra contribuyeron a sostener la lucha de la guerrilla, corriendo riesgos iguales o a veces peores a los que corrían las y los guerrilleros frente a la persecución y violenta represión del aparato militar.

Sin ánimo de presentar un relato de continuidad, el texto retrata bien la dialéctica vivida entre el frente guerrillero y los pueblos guatemaltecos, así como las contradicciones vividas en la relación entre el Partido Guatemalteco del Trabajo y la organización guerrillera. Aquí es donde el silencio al que yo aludía líneas arriba se vuelve por demás elocuente. La descripción de esas contradicciones es sintética, carente de calificativos, ocupa unas cuantas líneas, pero dice mucho acerca de lo que puede ocurrir cuando no existe una total conjunción entre el mando político y el mando armado dentro del proceso de la lucha revolucionaria. Asimismo, deja entrever claramente las consecuencias negativas de dejarse arrastrar por ciertas tentaciones electorales en un contexto de guerra abierta contra el pueblo.

Rosa María señala todo eso, pero sin politizar casi la discusión, aun sin procurar consejos de orden moral. No es la lucha entre el bien y el mal, sino la lucha por la liberación de un pueblo lo que está en juego. Desde otra perspectiva, evidente e ineludible, los relatos de Rosa María hacen hincapié en el papel que desempeña la mujer en la rebeldía revolucionaria. De nueva cuenta, en estilo humilde y sereno, destaca la doble lucha de la mujer por su emancipación en el contexto de la guerra revolucionaria. Es evidente que no sólo tiene que imponerse a las exigencias que demanda la vida guerrillera donde la montaña es, en efecto, algo mucho más que una inmensa estepa verde. Debe imponerse además la tarea de romper con la imagen de la mujer como ser frágil, no capaz de realizar las viriles tareas del combatiente. Y si acaso deja ver en ello su propia sensibilidad femenina, es en su profunda preocupación por no ser nunca ella misma un lastre para los otros, así como se preocupa hondamente por sus compañeros y compañeras de guerra, por su bienestar, por ejemplo cuando sabe que tienen que salir a una misión y el tiempo en que espera su regreso se convierte en tiempo de angustia.

Asimismo, echa por tierra los múltiples prejuicios prevalentes en torno a la mujer indígena y campesina de Guatemala, al contarnos de un camino, un método casi desarrollado sobre la marcha de la guerra bajo la táctica de la propaganda armada, donde las mujeres campesinas encontraron también un modo y una forma de comprender y desarrollar su propia liberación, manifestándose a menudo por convertirse ellas mismas en combatientes y no sólo como bases de apoyo para la guerrilla. En este desdoblamiento que plantea el texto o, mejor dicho, que describe la lu­cha de Mirna en el frente guerrillero, se plantea el carácter doble y hasta tri­­ple de la emancipación femenina para la construcción de una nueva sociedad. No se explica esa nueva sociedad sin la necesaria liberación de la mujer de su condición de ser sometida al control patriarcal, de ser campesina pobre y, en el contexto de Guatemala y México, de ser indígena. En el relato aparece también el modo concreto en que esa doble o triple liberación se realiza sobre la marcha, en la praxis revolucionaria, cuando la mujer toma el fusil y no como una concesión patriarcal posterior o como una posposición de un problema menor subordinado a la resolución de la primera contradicción que es, supuestamente, la lucha de clases.

La nueva sociedad, entonces, ha de ser nueva si sólo se desarrolla en la práctica bajo una nueva forma de relación entre hombres y mujeres, en equidad de género y en respeto a los derechos de todos. Así pues, desde su particular modo de escribir, Mirna Paiz suma su memoria a la de otras excombatientes que en el propio contexto de la lucha revolucionaria guatemalteca han decidido dar a la luz sus experiencias, como Aura Marina Arriola o Chiqui Ramírez, de cuyas obras nos habla brevemente Gabriela Vázquez en el texto introductorio de este libro. De igual manera, Rosa María se hermana con aquellas mujeres que, en el contexto mexicano, también decidieron libremente sumarse a la guerra por la liberación en el papel de combatientes guerrilleras durante las décadas de 1970 y 1980. En el año de 2014 se publicó la segunda edición corregida y aumentada con nuevos aportes del libro Guerrilleras, antología de testimonios y textos sobre la participación de las mujeres en los movimientos armados socialistas en México, compilado por María de la Luz Aguilar Terrés.6 Subrayo aquí solamente los vasos comunicantes que unen los relatos de ese libro con los relatos de Rosa María. Muchos de aquellos testimonios confirman lo que Mirna destaca como una característica primordial del frente guerrillero al que ella perteneció. Si en verdad los movimientos armados son semillas de un futuro diferente y mejor, se debe en buena medida al lugar que las mujeres supieron ganar a fuerza de decisión, coraje y valentía, de disciplina militar, de creatividad ideológica, táctica y estratégica. Es indispensable leer estas memorias de Mirna Paiz, así como los libros de las guerrilleras a los que aludí hace un momento, para llegar a una cabal comprensión de la lucha por la liberación de nuestros países, en el camino a una sociedad más justa y mejor. Sin pretender elevarlas a una dimensión mítica, pero sí como un pequeño reconocimiento a su lucha, me parece que se les puede equiparar a aquellas mujeres que, de acuerdo a la visión mesoamericana, al morir en el parto, convertidas en guerreras, tenían un lugar asegurado en el Cihuatlampa, la casa del sol poniente. Con sus vidas comprometidas y entregadas en la lucha revolucionaria, mujeres como Rosa María van pariendo mundos nuevos.7

En ese sentido, vale la pena reiterar, ya para finalizar, que el texto de Mirna Paiz abre silencios, pero también abre apuestas de futuro. Entre esos silencios es posible nombrar una segunda etapa de su participación en la lucha guerrillera, ya en la década de 1970, además de otros momentos de su participación política en frentes no militares. De igual manera, hace falta la enunciación de algo que calla de manera explícita pero que está presente en el texto de manera implícita: que en sociedades regidas por la violencia, dominadas por la violencia imperialista, la violencia de clase y de etnia, el camino de la liberación debe abrirse por medio de una necesaria violencia revolucionaria. Dicho de otro modo: los procesos de guerra revolucionaria de liberación iniciados hace cinco décadas no están concluidos necesariamente, menos aún bajo el nuevo orden neoliberal y el predominio mundial unipolar. Los procesos de pacificación, los acuerdos de paz y los sistemas democráticos derivados de ellos, se muestran frágiles, echados por tierra casi por la realidad de una violencia cotidiana que, en forma de narcotráfico y guerra al narcotráfico, mal oculta el verdadero problema que enfrentamos: el propio sistema capitalista y su irrefrenable concentración de la ganancia en un sector mínimo de la sociedad, despliegan el mayor nivel de violencia necesario para lograrlo. No parece haber límites para este proceso que se concreta en violencia contra las mujeres, violencia contra los jóvenes, violencia contra los pueblos indios, violencia en fin, contra todos aquellos sectores que no pertenecen a la parte privilegiada y dominante de la sociedad. Es evidente que esto amerita profundas reflexiones y discusiones. Así pues, hay mucho qué pensar, qué discutir y sobre todo mucho qué actuar tras la lectura de un texto como el de Rosa María. Una mujer en la guerrilla, a quien también debemos ubicar, como quería Roque Dalton, “en ese lugar donde se gesta definitivamente la alegría total que se atará a la tierra”.8

14 de mayo de 2015

Ernesto Aréchiga Córdoba

Profesor-investigador

Universidad Autónoma de la Ciudad de México

1 Me referiré indistintamente a Rosa María y a Mirna pues es evidente que el libro rompe con la necesidad de usar el nombre de guerra para ocultar la identidad legal de la guerrillera.

2 Para una síntesis de la “Primavera democrática guatemalteca” y su trágico fin véase el apéndice “13 años de gloriosa victoria” escrito por dicho autor para el libro de Eduardo Galeano, Guatemala país ocupado, México, Nuestro Tiempo, 1967 (Col. Latinoamérica Hoy), pp. 109-129.

3 De hecho el coronel Paiz participó en la gesta de la Revolución de Octubre de 1944 que derrocó al dictador Ubico y dio pie al proceso democrático en el que Juan José Arévalo fue elegido presidente. En estricto orden cronológico él predicó con su ejemplo y sus hijas siguieron sus pasos. Pero ellas encontraron muy pronto su camino propio, con el apoyo de ambos padres. Familia revolucionaria, pues.

4 Véase poema “Banquete de tiranos”.

5 Cecilia murió en combate en enero de 1978, mientras formaba parte de la dirigencia del Frente Guerrillero Edgar Ibarra. Nora fue capturada viva tras un combate con fuerzas del ejército, junto al poeta Otto René Castillo. Tras ser sometidos a tortura, ambos fueron quemados vivos junto con doce campesinos.

6 La primera edición del libro data de 2007. La segunda edición corregida y aumentada es de diciembre de 2014. No señala editorial. Los derechos pertenecen a la compiladora.

7 Al menos en el acto de parir, las mujeres eran consideradas como guerreras. Si morían en ese acto, eran convertidas en diosas: las Cihuateteo recogían al Sol en el Cenit, el lugar adonde había sido dejado por los guerreros muertos y desde ahí lo conducían hasta el ocaso, dando continuidad al ciclo.

8 En “Canto a nuestra posición”, poema que Dalton dedicó, por cierto, al poeta guatemalteco Otto René Castillo quien fue asesinado junto a Nora Paiz.

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