reseñas61-3

Inés Nercesian y Julieta Rostica, Todo lo que necesitas saber sobre América Latina, Buenos Aires, Paidós, 2014, 304 pp.

Todo lo que necesitas saber sobre América Latina de Inés Nercesian y Julieta Rostica es un libro situado en la tradición latinoamericanista. Con este término no me remito a los “Estudios Latinoamericanos” sino a una larga trayectoria, no lineal, no homogénea, que, a partir de diferenciarse críticamente de la modernidad hegemónica occidental, ha sentado las bases de un proyecto histórico, político y cultural que se orienta hacia la construcción de “lo latinoamericano”.

A pesar de la consigna del título, compartida por todas las obras de la colección de Paidós en la que se enmarca, Nercesian y Rostica no buscan decir “todo”, sino aquello que permite explicar la forma en la que América Latina se constituyó(e) como tal. La pregunta que recorre el libro rebasa la clásica y siempre presente preocupación por la unidad o no de América Latina. Se ubica en otro registro. La cuestión central de la obra radica en por qué y cómo se construyó (y se construye) “América Latina” como comunidad, como identidad o, como refieren las autoras, común-unidad. No hay en este libro una suma de casos nacionales, hay procesos comunes latinoamericanos, que dan cuenta de que América Latina es, parafraseando a Durkheim, algo más que la suma de sus partes.

Su lectura no deja lugar a dudas: América Latina es una construcción histórica, geográfica, económica, social, política y cultural, y como toda construcción social fue (y es) producto de luchas, disputas, poder(es). Esas disputas en la construcción de América Latina son las que logran reflejar el conjunto de la obra.

Las autoras, especializadas en sociología histórica de América Latina, abordan siete grandes cuestiones: los orígenes de América Latina; la conquista y la colonización; las independencias, los estados nacionales y los regímenes oligárquicos; las ideas, el arte y la cultura popular; los cambios sociales y las revoluciones; las dictaduras y genocidios; las transiciones a las democracias y los gobiernos posneoliberales; la economía política latinoamericana; y, como epílogo, la cuestión de Malvinas. Los siete capítulos reúnen en total 48 temas sobre América Latina. El abordaje, breve, incluye cronologías que ayudan a situar los procesos que se trabajan, recuadros con destacados, curiosidades, mini-relatos y debates relacionados a cada tema.

En este recorrido muestran un proceso de construcción, no lineal, de más de doscientos años, en el cual, señalan Nercesian y Rostica, “hubo momentos en los que la cuestión Latinoamericana cobró más vigor” (p. 14). La reconstrucción de esos momentos es un eje central del libro: la cuestión del nombre, las guerras de independencia, los grandes debates intelectuales, políticos y culturales sobre la región en las décadas del veinte y del sesenta, “el propio concepto de América Latina se convirtió en sinónimo de subversivo, comunista o revolucionario” (p. 15) y, también, nuestro presente en el que América Latina vuelve a emerger como eje de discusión de los intensos debates intelectuales y políticos. La perspectiva con la que las sociólogas miran estos procesos resalta su carácter disruptivo, la búsqueda de un contenido genuino, transformador, independiente, soberano para América Latina. Muestran procesos que implicaron resistencia a una integración subordinada a la modernidad hegemónica definida en otras latitudes (pero siempre en sintonía de intereses con las clases dominantes locales). De ahí que afirmen que “América Latina, según la óptica de los conservadores, es sinónimo de lucha y rebeldía” (p. 15).

La cuestión del nombre, por ejemplo, inaugura el primer capítulo: “Los orígenes”. Las autoras revisan la historia de ese recorte, limitación, construcción que implica la nominación “América Latina”. Indagan en los actores y los procesos que convergieron en la adopción del nombre y acuerdan en que no es impuesto, sino adoptado por los propios latinoamericanos, como resultado de una búsqueda de identidad común de cara a un “otro”, ibérico primero, norteamericano después. Los años veinte y las vanguardias culturales latinoamericanas de esos “años locos” son trabajados en el capítulo tres “Ideas, arte y cultura popular” donde se destaca la importancia de los mismos como fundadores de muchas tradiciones políticas y culturales del siglo xx. La particularidad de estos movimientos, destacada por las profesoras de la Universidad de Buenos Aires, es que “al tiempo que expresaron posiciones a favor de lo moderno y lo cosmopolita, también exigieron una identidad originaria y original, nacional, regional, étnica e incluso, antiimperialista” (p. 99). En este capítulo se dedica un espacio al muralismo mexicano, como una marca indudable del arte popular de la región. Asimismo, son retratadas las Ciencias Sociales de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, momentos de su institucionalización y consolidación, a través de los debates en torno a la modernización, el desarrollo y la dependencia que marcaron significativamente el pensamiento latinoamericano. Estos debates no sólo son expuestos, sino que forman parte del corpus teórico que subyace al libro. Se ve claramente cuando estudian la economía latinoamericana, en el capítulo siete, al analizar los grandes procesos de acumulación capitalista en la región y al describir la injerencia imperialista de Estados Unidos en América Latina (capítulo cinco). La actualidad es otro de los momento que las autoras resaltan como significativo para “lo latinoamericano”, cuando “América Latina vuelve a emerger como respuesta superadora a los procesos de fragmentación, individualización, separación, segregación y polarización social fundados por las dictaduras institucionales de las fuerzas armadas, cuyo apogeo se alcanzó en los años noventa” (p. 16). En esta dirección, Nercesian y Rostica repasan, en el capítulo seis “Democracias y nuevos gobiernos”, la conformación de los nuevos movimientos sociales y el neoindigenismo como expresión política y social surgida en el proceso de cambio de fin de siglo; las nuevas constituciones y constitucionalismos, los procesos de integración regional (Mercosur, Alba, Unasur, Celac), la configuración de los nuevos gobiernos del siglo xxi: Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina, Brasil y Uruguay, y sus diferencias con México y Colombia, presentados como dos casos de continuidad del modelo neoliberal.

Todo lo que necesitas saber... es un libro con una clara preocupación por el pasado pero no es un libro historiográfico. Inés Nercesian y Julieta Rostica, sociólogas y doctoras en Ciencias Sociales, se adentran en la historia latinoamericana concreta desde la Sociología Histórica (sh), un campo de hibridación entre la sociología y la historia, cuyo objeto es analizar la historia concreta, en un lugar y tiempo dados, a partir de un aparato conceptual históricamente referido. La sh se aparta tanto de las grandes generalizaciones de la sociología como de las minuciosidades de la historia; reivindica el tiempo como una categoría fundamental para el análisis teórico de la sociedad frente a la sociología sistémica, demanda la relación entre la acción y la estructura del enfoque marxista, y estudia procesos interpretables a través del método y el análisis del sentido en términos weberianos.1 Desde esta óptica las autoras repasan las independencias, en el capítulo dos “Independencias y dependencias, conflictos bélicos”, dejan de lado la idea de “crisis del orden colonial” en pos de la de “revolución”. Sobresalen las independencias tardías de Cuba y Puerto Rico, y los casos más paradigmáticos de Haití y Brasil: el primero como la revolución más radical y la única llevada adelante por negros esclavos; el segundo como una independencia sin revolución.

Reconstruyen el largo y complejo proceso de formación de los estados nacionales y estudian la dominación oligárquica, su crisis y la impugnación a ese régimen en las décadas de 1920 y 1930. Las autoras rechazan la hipótesis de la crisis de 1930 como factor explicativo de la crisis oligárquica, y la presentan como un cambio social de mayor envergadura.

Los procesos protagonizados por Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina son estudiados en el capítulo cuatro, “Cambio social y revoluciones”, a partir de la categoría de populismo a la que niegan, claro, el tono peyorativo. El concepto de revolución de Theda Skocpol resalta en el análisis de los procesos de México (1910) y Bolivia (1952), así como también de las dos experiencias socialistas latinoamericanas, la Revolución cubana (1959) y la vía chilena hacia el socialismo del Chile de Allende (1970). México y Bolivia, revoluciones so­ciales burguesas, y Cuba, socialista, se presentan como revoluciones triunfantes porque cambiaron la estructura social y política.

También hay lugar en el análisis para las “revoluciones sociales fallidas”, como las de Guatemala y Nicaragua cuyas transformaciones fueron truncadas.

La idea de “dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas” de Waldo Ansaldi le permite a las autoras pensar, en el capítulo cinco “Dictaduras, represión y genocidio”, los procesos dictatoriales del Cono Sur a partir de los años sesenta: Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina. Categoría que, según las autoras, también abarca el caso de Guatemala en 1982-1985.

El libro propone un repaso por cada uno de los 48 temas de forma breve. La brevedad tropieza en algunos casos con la profundidad, no obstante, no es impedimento para que las autoras expongan la especificidad de los fenómenos que estudian. Nercesian y Rostica logran dar cuenta de esa especificidad porque entienden que los fenómenos sociales habitan o expresan contextos complejos de relaciones múltiples y tiempos propios. En esta línea, las autoras, por ejemplo, al considerar los procesos de conquista y colonización, en el capítulo uno “Los orígenes”, retoman la metáfora del “desierto” que habilitó la posesión material de América Latina y el aniquilamiento físico, espiritual e identitario de sus pueblos. Muestran las características del orden colonial y las diferencias entre las distintas colonias. Pero, además, reponen los debates de las décadas del sesenta y setenta del siglo xx sobre el carácter de la conquista: América Latina colonial, feudal o capitalista. Debate que, como señalan, tuvo una importancia central en las distintas propuestas de cambio social de la época. Y marcan una posición: la conquista y la colonización fueron el punto de partida de América Latina, porque vino a cumplir un papel central en la acumulación originaria del capitalismo. Sostienen la idea de un “capitalismo colonial” que constituyó la especificidad de Latinoamérica: “Los europeos no trasladaron sus instituciones feudales, sino que crearon el colonialismo, una nueva experiencia histórica que permitía controlar territorio y poblaciones a la distancia a través de instituciones coloniales como la encomienda, el repartimiento o la mita” (p. 38).

Asimismo, revisan la importancia y diferenciación de los “reformismos militares”, y problematizan la visión sobre las fuerzas armadas que predomina en las sociedades latinoamericanas después de las dictaduras y genocidios y que, en buena medida, fue efecto de las teorías de la transición de los años ochenta, que opusieron lo militar como sinónimo de autoritario, y a lo civil como sinónimo de democracia. En pocas palabras afirman que: “Si bien hubo militares y dictadores que pusieron en marcha las más sangrientas dictaduras, desde los años treinta en adelante, también los hubo de otro tenor” (p. 161).

Otro aspecto destacable de la obra es que analiza integralmente los procesos en los que se detiene. No sólo porque aborda cuestiones de la economía, la sociedad, la cultura y la política de América Latina, sino también y especialmente porque integra todas esas dimensiones en el abordaje de cada tema. La forma de presentar la gastronomía latinoamericana como resultado de las presiones de la colonización y la dependencia, la resistencia, los sincretismos y mestizajes y los proyectos de cambio, es un lindo ejemplo de ello.

En la reconstrucción del boom literario de los años sesenta, sobresale, también, la integralidad del enfoque. Además de nombrar sus características sobresalientes, las autoras revisan las condiciones sociales en las que se construyó enmarcándolo en el cambio social de los años cincuenta, la revolución tecnológica y la revolución cultural.

Por último, el libro evita caer en la no-ingenua y persistente aspiración al conocimiento definitivo de los “hechos” del pasado. Las autoras saben que esos “hechos” siguen haciéndose con cada interpretación. Dejan claro, desde la marcada identificación latinoamericanista de la Introducción del libro, que el estudio, es decir la interpretación de la historia (y el presente) implica, siempre, una posición teórica-política. En esa línea debemos leer la mirada a los nuevos gobiernos en el capítulo seis, como respuesta superadora de los desastres del neoliberalismo o las cifras sobre América Latina que cierran el capítulo siete, donde se repasan los indicadores sociales más importantes de estos últimos años y se remarca que la desigualdad, como la dimensión más estructural de América Latina, no ha sido superada.

En este sentido es interesante volver sobre los capítulos cinco y seis, donde además de analizar las dictaduras personalistas de Centroamérica y el Caribe, la Doctrina de Seguridad Nacional, las dictaduras institucionales de las fuerzas armadas y el Plan Cóndor, se repasan las particularidades y las posibilidades de emergencia de las comisiones de la verdad en los distintos países de América Latina, y los juicios llevados adelante contra los crímenes de genocidio y de lesa humanidad perpetrados durante los años de terrorismo de Estado.

Asimismo, es destacable el cierre de la obra con “Un epílogo necesario” sobre Malvinas, porque es un tema que “atraviesa la historia larga y compleja de Argentina y de América Latina” (p. 290), y es uno de los grandes desafíos para construir una verdadera soberanía latinoamericana.

Todo lo que necesitas saber sobre América Latina es un texto de
reflexión sobre el pasado y el presente. Es una obra que apuesta a cono­cer(nos) más, a conocer la historia, las luchas, la música, la comida de América Latina, y es una invitación, que excede al público académico, a pensar y a seguir construyendo “lo latinoamericano”.

Su próxima edición en formato electrónico permitirá hacer extensible esta invitación a todos los interesados en América Latina.

Laura Sala

Universidad Nacional de José C. Paz, Argentina

1 Juliá, Santos, Historia social/Sociología Histórica, México, Siglo xxi, 1989.

Juan Carlos Grijalva y Michael Handelsman [eds.], De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Los na­­­cio­na­lis­mos culturales de Benjamín Ca­rrión y José Vas­con­celos, Quito/Pittsburgh, Museo de la ciudad/
Instituto In­ternacional de Literatura Ibero­ame­ri­cana/Uni­versidad de Pittsburgh, 2014, 385 pp.

Los diez trabajos reunidos en este libro despliegan una pluralidad de perspectivas sobre la aportación al nacionalismo cultural latinoamericano, durante la primera mitad del siglo xx, por parte del mexicano José Vasconcelos (1882-1959) y del ecuatoriano Benjamín Carrión (1897-1979). La tendencia general de los artículos compilados, casi todos firmados por académicos formados en universidades de Estados Unidos, es desestabilizar el objeto de estudio antes que fijarlo en un locus preciso de indagación epistemológica. Con cierto afán de originalidad algunos académicos, basados en confusas perspectivas actuales, acusan a Vasconcelos y a Carrión de burgueses idealistas, de adoradores de la cultura occidental, que pontificaron desde el altar de su clase social una educación “estética” y confusamente “democrática”. Tales perspectivas pueden comprobarse en los respectivos ensayos de los dos editores del libro, Juan Carlos Grijalva (Assumption College) y Michael Handelsman (University of Tennessee, Knoxville).

El artículo de Michael Handelsman se titula “Visiones del mestizaje en Indología de José Vasconcelos y Atahuallpa de Benjamín Carrión”. En él, acusa de “iluso” el pensamiento de Vasconcelos (aunque al menos reconoce que es pensamiento), y se jacta de señalar que lo realmente evidente en la propuesta de Vasconcelos, no es tanto la plena incorporación del indígena al mundo de habla española, como “el ensueño y la nostalgia por una Castilla todopoderosa hecha trizas desde 1898” (p. 40). Handelsman olvida señalar que la “hispanofilia” de Vasconcelos obedece a su “anglofobia”, es decir, a su denuncia contra el imperialismo de Estados Unidos. Para Vasconcelos, el puritanismo anglosajón representa un elemento de desunión y destrucción en comparación con la integración o el “mestizaje” que permitió o toleró el catolicismo durante el imperio español, aun con todos sus defectos. Al hablar de Atahuallpa de Benjamín Carrión, Michael Handelsman encuentra muy reprochable llamar “generosa y viril la semilla de la universalidad hispánica”. Su artículo concluye sobre la necesidad de abandonar las “promesas monoculturales y de matiz colonial de los maestros José Vasconcelos y Benjamín Carrión” (p. 55). Lo curioso es que más abandonadas no pueden estar tales promesas. Vasconcelos y Carrión son ya muy poco leídos. ¿Abandonar sus propuestas a cambio de cuáles otras? ¿De la multiculturalidad de Estados Unidos, es decir, de la división en comunidades de “blancos”, “latinos”, “indígenas”, “afros”? Cierta vaguedad en los juicios de Handelsman no permite sacar una conclusión en concreto.

Por su parte, Juan Carlos Grijalva titula su artículo “A caballo, por la ruta de los libertadores: el legado mesiánico y elitista de José Vasconcelos en Ecuador”. Grijalva explica que el ensayista mexicano llegó a Ecuador el 17 de junio de 1930 procedente de Colombia, cabalgando los Andes a la manera de Bolívar, luego de haber perdido las elecciones presidenciales en su país en 1929. Grijalva reprocha que Vasconcelos haya dicho en La raza cósmica (1925) que el indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura moderna, ni otro camino que el ya desbrozado por la civilización latina. El legado mesiánico y elitista de Vasconcelos contagió a Benjamín Carrión. Grijalva lamenta que Carrión se alejara del “pensamiento indoamericano y marxista” del peruano José Carlos Mariátegui, con lo cual “delata su profundo arielismo y su rechazo a dialogar y nutrirse de los aportes más progresistas, ofreciendo a cambio una interpretación reduccionista y europeizante” (p. 338). ¿Pero no es también el marxismo, el aporte más progresista, europeo? Marx nunca estuvo en Latinoamérica. Grijalva olvida señalar que así como Carrión se dejó contagiar del elitismo y del mesianismo de Vasconcelos, Mariátegui se contagió en sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) del dogmatismo revolu­cionario de la era ruso-soviética. Concluye su artículo acusando a Carrión de “paternalista, conservador y elitista” en su “misión democratizadora y popular” (p. 348). ¿No parece contradecirse en los términos al cuestionar el legado de Carrión y Vasconcelos? ¿No cae en la vaguedad antes que en la polémica? Sin una precisión rigurosa del vocabulario de la historia intelectual, difícilmente pueden arrojarse juicios lúcidos.

En “Oswaldo Guayasamín, Benjamín Carrión y los monstruos de la razón mestiza (a propósito de los 60 años de Huycayñán, 1952-1953)”, el académico colombiano Carlos A. Jáuregui (University of Notre Dame) lamenta que Carrión, aunque llegó a declararse socialista, deseara la integración del “hombre ecuatoriano” más allá de la lucha de clases y que siguiera el modelo arielista de descenso al pueblo (y al indio) para su elevación civilizadora en la cultura (p. 85). ¿Hubiera preferido Jáuregui que Carrión practicara un socialismo cercano a la lucha guerrillera? Este autor menciona cómo Carrión concibió su proyecto cultural vasconcelista en Cartas al Ecuador (1941-1943), para animar a la fundación de instituciones como la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944), en donde el pintor Oswaldo Guayasamín expuso varias veces. El mural Huycayñán es, para Jáuregui, el resultado de una relación institucional y personal entre Guayasamín y un “burócrata cultural lector de Vasconcelos” (p. 94). A pesar de que señala cómo ya en 1942, en una exposición en la Cámara de Comercio de Guayaquil, Guayasamín recibió la visita de Nelson Rockefeller, entonces director de la Oficina de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado de Estados Unidos, Jáuregui no señala lo suficiente que ese mural nacionalista, Huycayñán, pudo haber sido patrocinado por el imperialismo norteamericano antes que por Vasconcelos o Carrión. Jáuregui se solaza criticando la ingenuidad de Carrión al pensar que tal mural representaba la ecuatorianidad, y se divierte y se pierde hablando de las 150 combinaciones que el mural de Guayasamín ofrecía en torno a la “no-fijeza de Ecuador” (p. 109). No sólo hay un afán de desestabilizar el objeto de estudio sino también, como puede verse, cierto desdén.

Uno de los artículos más rigurosos desde el punto histórico, a pesar de ciertos anacronismos, es el de Esteban Loustaunau (Assumption College), “Imaginar la ecuatorianidad en tiempos de crisis: Cartas al Ecuador y la representación cultural del Ecuador”. En él, Loustaunau contextualiza el pensamiento de Carrión en medio de la crisis por la guerra de 1941 entre Perú y Ecuador. Observa que el verdadero motivo del conflicto armado fue la disputa por el oriente ecuatoriano entre las compañías petroleras Royal Dutch Shell y Standard Oil, es decir, entre el imperialismo británico y el estadounidense por el acceso al río Amazonas. Sin la constante histórica de “imperio” (y este dato se pasa por alto) no puede haber nacionalismo.1 Los nacionalismos latinoamericanos son inversamente propor­cionales al imperialismo estadounidense. Divide y reinarás. En el Protocolo de Río de Janeiro, cuando presionado por Estados Unidos, Ecuador cedió a Perú un inmenso territorio, Carrión se dio cuenta de que el origen de las débiles naciones latinoamericanas era el resultado de un fracaso de unidad histórica. Si bien él mismo contribuyó a asumir un papel de autoridad intelectual como parte de la clase dominante ecuatoriana, Carrión no explotó el nacionalismo cerrado sino que trató de seguir incentivando el hispanoamericanismo y aun el amor a España.

Resulta entonces anacrónico, por parte de Loustaunau, culpar a ­Ca­­­-
r­rión de la migración masiva de ecuatorianos a España a finales del siglo xx y de­cir que tal migración “es la rebelión de un pueblo dispuesto a actuar por sí mismo, a pesar de las consecuencias, y así dejar de ser manipulado por los proyectos políticos y culturales de las clases dominantes” (p. 163). Olvida la otra cara de la moneda, el nuevo orden internacional impuesto por el euro, que hizo de España otro polo de recepción migratoria como lo ha seguido siendo —por el dólar— Canadá y Estados Unidos. Loustaunau se apoya en el relato de varios migrantes ecuatorianos en España, y cita el cuento “Los domingos”, incluido en el libro Historias del desarraigo (2005) de Rita Vargas, para señalar cómo un ecuatoriano mestizo y de clase media o pobre, pese a las diferencias, encuentra que la Plaza de España en Madrid, donde está la estatua de Don Quijote y Sancho, “se me parece a la plaza del pueblo” (p. 169). Rara vez un inmigrante ecuatoriano podría sentir lo mismo en las ciudades de Estados Unidos, donde el idioma es otro. Con esta cita del inmigrante, lejos de desmoronarse, se fortalece el hispanismo de Carrión. Si el inmigrante ecuatoriano en España conserva su orgullo nacional es porque, de alguna manera, el mito o el simbolismo de su nacionalidad es muy fuerte. Por lo general, superando prejuicios racionales o históricos, el inmigrante latinoamericano en España suele españolizarse.

Otro artículo con rigor histórico es el del historiador Javier Garciadiego (El Colegio de México), “Vasconcelos y los libros clásicos”, en el que explica cómo en 1925, a través de un proyecto de ley, Vasconcelos argumentó que “la biblioteca complementa a la escuela, en muchos casos la sustituye y en todos los casos la supera” (p. 192). Semejante lucidez pedagógica —el admitir que sin bibliotecas poca cosa podía esperarse de las instituciones educativas— no salvó a Vasconcelos de caer en la tentación política al perseguir la presidencia de México en 1929, sufriendo una aparatosa derrota a manos de Pascual Ortiz Rubio. Para entonces Vasconcelos cayó en la tentación, soberbia o ingenua, de que sólo mediante la educación y la cultura se podría organizar adecuadamente la coexistencia de los ciudadanos y de que mientras ellos, los intelectuales, no gobernaran no se remediarían los males del Estado. Por lo tanto, en la labor pedagógica de Vasconcelos vista sin demagogia, radica su actualidad.

Así también lo observa con agudeza Yanna Hadatty Mora (unam) en su artículo “José Vasconcelos y Benjamín Carrión, suscitadores de las vanguardias”. En él, Hadatty resalta la publicación de El Maestro. Revista de cultura nacional (1921-1923), en cuya contraportada venía un mensaje con un lenguaje militante y programático a la manera de un manifiesto vanguardista: “Sabe usted leer y escribir. Enseñe pues a los que no saben. Es un deber que le corresponde como mexicano y como hombre. Pida hoy mismo su nombramiento como profesor honorario” (p. 256). Por su parte Carrión, según Hadatty, exaltó el vanguardismo narrativo del escritor ecuatoriano Pablo Palacio en su libro Mapa de América (Madrid, 1930). Carrión tuvo un gran pálpito de crítico literario al considerar las memorias de Vasconcelos, Ulises criollo, La tormenta, El desastre y El preconsulado (1936-1939), como la mejor novela de habla española de la primera mitad del siglo xx. Ello no quiere decir que Vasconcelos mintiera o que cohonestara con la ficción y el engaño, sino que resaltaba la experiencia propia por encima de cualquier dogmatismo preestablecido. De ahí el artículo de François Perus (unam), “García Moreno, el santo del patíbulo y Ulises criollo: biografía y autobiografía en los bordes de la ficción”. En él, se atreve a decir que las memorias de Vasconcelos representan un enorme mural, donde el autor se mete en el cuadro que pinta.

Un rasgo intrínseco o implícito en este libro colectivo es el choque sutil entre el enfoque filológico de los artículos firmados desde instituciones mexicanas en contraste con el enfoque de estudios culturales de quienes firman desde la academia estadounidense. Rocío Fuentes (Central Connecticut State University), en su artículo “José Vasconcelos y las políticas del mestizaje en la educación”, observa la obra de Vasconcelos desde los estudios culturales, y se queja de que en El desastre haya opiniones en descrédito de la arquitectura de Uxmal y Chichén Itzá, dos ciudades mayas construidas y abandonadas mucho antes de la llegada de los españoles. Si Vasconcelos lo decía en unas memorias personales, con más intención literaria que política, resulta necio acusarlo de haber incitado a una política anti-indigenista e hispanófila. Rocío Fuentes, en cambio, acierta desde su óptica de estudios culturales al observar que, cuando Vasconcelos llegó a la Rectoría de la Universidad Nacional en 1920, “encontró un sistema escolar en ruinas, producto de los años de la revolución, el descuido del gobierno y la pobreza del país” (p. 122). La labor de Vasconcelos, a pesar de caer en algunas charlatanerías de las que más tarde él mismo se arrepintió, resulta admirable ante semejante circunstancia.

Con todo, la tendencia de los académicos de las universidades de Estados Unidos no es propiamente la de la admiración. El término “arielista” aparece con frecuencia en varios artículos del libro como si se tratara de algo peyorativo. Tales académicos olvidan, en su llamado al indigenismo y en sus reproches al hispanismo de Carrión y Vasconcelos, el mensaje de José Enrique Rodó en su tan citado y poco leído Ariel (1900): “Ninguna firme educación de la inteligencia puede fundarse en el aislamiento candoroso o en la ignorancia voluntaria”. La conveniencia de aislar a los diferentes grupos étnicos de México o Ecuador, a fin de que la cultura ­“occidental” no contamine la cultura “indígena”, es cohonestar con el apartheid. El mestizaje cultural y racial, con todos sus vicios y confusiones, resulta mucho más humano. El olvidado legado de Vasconcelos y Carrión, con todo lo elitista y mesiánico que pudo haber sido, debería sonrojar de vergüenza a los pedagogos de nuestro tiempo.

Sebastián Pineda Buitrago

Candidato a doctor en Literatura Hispánica

El Colegio de México

1 Véase Sebastián Pineda Buitrago, “Entre el desprecio y la admiración: visión de Estados Unidos en Ulises criollo de José Vasconcelos”, en Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, núm. 57, 2013/2, pp. 125-151.

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