Hugo Martínez Acosta, Exilio y diplomacia en el conflicto centroamericano (1898-1909), México, CIALC-UNAM, 2015, 178 pp. (Col. Exilio Iberoamericano, 5).

Pavel Navarro-Valdez*

latinoam. 2017 ; (64)
doi: 10.22201/cialc.24486914e.2017.64.56833


Entre los variados frutos que ha producido el proyecto de investigación “Interacción de los exilios de México e Iberoamérica” del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC), uno de los más destacados es el lanzamiento de la serie Exilio Iberoamericano, empresa editorial que llega a su quinto volumen con la publicación de Exilio y diplomacia en el conflicto centroamericano (1898-1909). De forma mayoritaria, las pesquisas sobre exilios colocan el foco de su atención en los expatriados, tal como lo hicieron los primeros cuatro números de esta colección, en que académicos latinoamericanos y europeos rastrearon los pasos de los emigrados, analizaron sus discursos y ahondaron en las redes y prácticas forjadas durante su experiencia.

En ocasiones, tienden a dejarse al margen las políticas y directrices que marcan las estrategias gubernamentales para la vigilancia, contención y en su caso persecución de los desterrados, aunque no hay proceso de exilio sin la participación de un régimen que orille a ciertos sujetos a la migración y los mantenga a distancia de su nación de origen. El trabajo que da a conocer Hugo Martínez Acosta no rompe con el espíritu que alienta al proyecto de investigación del CIALC sino, por el contario, aporta una perspectiva complementaria al programa, ofrece una minuciosa mirada desde la otra cara, a veces menos luminosa y más oscura del proceso: las acciones de los gobiernos sobre asuntos que les atañen y preocupan por distintos motivos; a saber la persistencia política del exiliado, la presencia de emigrados en su territorio y la tolerancia o el control de estos grupos. Todo ello, enmarcado en un triángulo diplomático que conformaron las diferentes naciones centroamericanas, Estados Unidos y México.

Por ello, este libro, podría titularse más bien Diplomacia y exilio en el conflicto centroamericano, ya que como señalé, sus protagonistas principales no son propiamente los grupos de exiliados, sino los agentes gubernamentales. El relato de Hugo Martínez introduce al lector de manera clara en el crispado ambiente centroamericano, de comienzos de siglo XX, en que los conflictos políticos internos de los distintos países se entrecruzan con las tirantes relaciones con sus vecinos, en los que buscaron soportes, aliados o de plano injerencias para alentar la caída de los rivales y competidores en pos del liderazgo sobre el istmo, añorado ansiosamente por Manuel Estrada Cabrera, presidente de Guatemala, José Santos Zelaya de Nicaragua y Tomás Regalado en El Salvador. A estos elementos, de la ya de por sí compleja combinación centroamericana, se incorpora la presencia estadounidense, acrecentada en consecuencia por la victoria militar sobre España en la guerra de 1898. Tras su expansión sobre el Caribe, Estados Unidos colocó en una altísima prioridad la pronta construcción del canal interoceánico y Centroamérica se alzó como una región clave para sus intereses políticos y económicos. A ello se debe sumar la figura de México, cuya preocupación es preservar la paz en su frontera sur, atemperar el añejo problema limítrofe con Guatemala y mantener un papel de relativa importancia en la zona, ante el exponencial incremento de la fuerza estadounidense.

En este crisol de conflictos políticos, se enuncian las acciones de los exiliados que navegan entre la idea de la unificación centroamericana y las agendas respecto a sus propias naciones. Varios grupos de desterrados contaron en ocasiones con apoyos de otros gobiernos, por así convenir a sus intereses y tratar de obtener beneficios. El texto nos permite penetrar en la urdimbre de la diplomacia, en la cual declarativamente ningún país interviene en los asuntos de otros, todos se declaran respetuosos de la soberanía nacional, pero siempre intentan obtener provecho de cualquier situación a su alcance.

Hugo Martínez muestra, en esta obra, su capacidad para navegar, como pocos historiadores, entre los expedientes y legajos del Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El autor es capaz de develar entre los mensajes y comunicaciones las filiaciones y fobias de los agentes diplomáticos que legaron sus testimonios sobre la situación que aquí se estudia, para armar un relato estructurado de manera coherente y de conjunto sobre la primera década del siglo XX en Centroamérica. En este trabajo, el investigador toma con precisión el pulso del conflicto centroamericano y sigue la pista a los intentos de negociación para mostrar el cuadro completo del acontecer en el estrecho.

La obra desbroza tanto el dilema que representó para el régimen de Porfirio Díaz, la presencia de los exiliados guatemaltecos en la zona fronteriza del estado de Chiapas, como el lidiar con las dificultades inherentes que conlleva el proceso de asilo y la tentación de jugar la carta del apoyo a los opositores de Estrada Cabrera. No obstante, la acción mexicana en la lejana frontera sur resultó distante. Los guatemaltecos pudieron entrar y salir, organizarse, armarse y hasta hacer caso omiso a las instrucciones que les giraron desde la capital mexicana. La frontera era porosa, lo que facilitó el ingreso de perseguidos guatemaltecos, pero también de sus perseguidores. El presidente Estrada Cabrera logró montar un eficiente sistema de espionaje, capaz de acorralar a sus opositores políticos, ya fuera dentro de su país o inclusive en territorio mexicano, hasta alcanzar la confianza y temeridad para actuar en las propias calles de la ciudad de México y montar el asesinato del opositor general Manuel Lisandro Barillas, expresidente de Guatemala, en el mercado de libros viejos de la plaza del Seminario en julio de 1907. Evidencia de que la ponderación mexicana se iba desgastando de manera paulatina.

Aparejado a la consistente pérdida de la presencia mexicana en Centroamérica, se denota el incremento de la influencia estadounidense, dicha variación en la balanza se ve reflejada en las labores del representante mexicano en Guatemala, Federico Gamboa. El diplomático permaneció en su cargo durante un largo periodo y los cambios que sacudieron la región se pueden constatar al seguir la pista de sus andanzas. Gamboa, además, fue un distinguido literato, poseedor de una notable sensibilidad respecto a las disputas en Centroamérica, lo que le permitió tejer una filigrana diplomática mucho más fina, en comparación con sus contrapartes norteamericanas, como Leslie E. Combs. No obstante, los agentes estadounidenses contaron con el mayor peso político de su gobierno y el respaldo económico de sus intereses para hacer prevalecer sus posiciones. El derrotero diplomático de Gamboa, que luego va sumando más tropiezos que éxitos, denota cómo el gobierno mexicano fue cediendo protagonismo ante la administración estadounidense, que en un inicio procuró contar con México como aliado en Centroamérica, hasta que poco o poco lo fue observando como un lastre o francamente contrario al interés norteamericano.

Martínez desmenuza las frustraciones del régimen de Díaz al ir perdiendo soportes políticos en la región, primero el general salvadoreño Tomás Regalado, en 1906, fallecido en acción bélica tras sonoras victorias iniciales en su incursión a Guatemala; después el presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, cuya caída en 1909 fue auspiciada desde Washington, consolidando la efigie de Manuel Estrada Cabrera, el caudillo guatemalteco.

El arco temporal del texto concluye en 1909 con el derrumbe de Zelaya, desplazado del poder en Nicaragua, resultado de la intervención estadounidense y obligado a huir a bordo del buque General Guerrero de la marina mexicana, marcando un franco disentimiento entre las posturas de la administración Taft y las del gobierno de México. Resultó un tanto premonitorio que el aliado porfirista, Zelaya, durante el breve periodo que estuvo en el país se entrevistó con Díaz antes de zarpar al exilio rumbo a Europa. Un par de años después, el viejo presidente le seguiría la estela.

En suma, es de celebrarse la aparición de libros como Exilio y diplomacia en el conflicto centroamericano (1898-1909), una herramienta necesaria, tanto para la comprensión del exilio en la región como para el análisis de las labores diplomáticas de México en la zona y no quedarse con el relato complaciente que puede construirse del exilio o la versión celebratoria sobre la diplomacia mexicana. La obra aporta un estudio riguroso para entender a mayor cabalidad la complejidad de los intereses en juego en la cintura de nuestro continente.

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