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José Enrique Rodó en la Revista Moderna de México

José Enrique Rodó in the Revista Moderna de México

Raffaele Cesana*

Resumen: El objetivo de este artículo es analizar el papel de la Revista Moderna (1898-1903) y de su continuadora la Revista Moderna de México (1903-1911) en el proceso de difusión y recepción de la obra de José Enrique Rodó en el ámbito mexicano, con particular referencia al periodo 1895-1917. A través del diálogo que la investigación hemerográfica establece con la archivística, el estudio de las dos publicaciones permite comprender la influencia que el ensayista uruguayo tuvo en la formación intelectual de algunos representantes del Ateneo de la Juventud.

Palabras clave: José Enrique Rodó, Ensayo, Pedro Henríquez Ureña, Historia intelectual, Correspondencia, Revista Moderna de México.

Abstract: The aim of this paper is to analyze the role of the Revista Moderna (1898-1903) and its continuation, the Revista Moderna de México (1903-1911), in the process of reception and dissemination of the work of José Enrique Rodó in the Mexican literary scene, with particular reference to the lapse from 1895 to 1917. The dialogue between hemerographic and archival research makes it possible for us to understand the influence of the Uruguayan essayist on the intellectual formation of some members of the Ateneo de la Juventud.

Key words: José Enrique Rodó, Essay, Pedro Henríquez Ureña, Intellectual history, Correspondence, Revista Moderna de México.

Recibido: 25 de enero de 2018

Aceptado: 13 de marzo de 2018

* Universidad Nacional Autónoma de México (raffa.cesana@gmail.com).

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La leggerezza è qualcosa che si crea nella scrittura,

con i mezzi linguistici che sono quelli del poeta,

indipendentemente dalla dottrina del filosofo che il

poeta dichiara di voler seguire.

Italo Calvino, Lezioni americane

José Enrique Camilo Rodó Piñeyro nació en la Ciudad Vieja de Montevideo el 15 de julio de 1871 y probablemente no existe un escritor más uruguayo que él. Sin duda, no es posible aplicar a su caso lo que Julio Cortázar afirmó sobre Edgar Allan Poe cuando escribió que el cuentista estadounidense nació en Boston “como podría haber nacido en cualquier otra parte” (2007: 7).

Sin embargo, para comprender la importancia de sus ideales y la centralidad de su obra en el horizonte literario latinoamericano, más que enfocarnos en su origen uruguayo, es imprescindible analizar minuciosamente la recepción que el pensamiento de Rodó tuvo en los distintos países del orbe hispánico. El camino a seguir en esta tarea hermenéutica lo ofrece Enjolrás, el más ensimismado y reflexivo entre los estudiantes que, en el Ariel, asisten a la última clase del venerado maestro Próspero. Cautivado por la suave palabra del anciano profesor y absorto frente a la atmósfera hermosa de la noche, el joven Enjorlás cierra el sermón laico de Rodó confesándoles a sus compañeros esta meditación: “Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira. Sobre su masa indiferente y oscura, como tierra del surco, algo desciende de lo alto. La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas manos de sembrador” (Rodó 1957: 244).

De hecho, entender a Rodó significa observar esas estrellas que el ensayista uruguayo, quizás como ningún otro intelectual del novecientos hispanoamericano, supo sembrar a través de su magisterio; en otras palabras, es el estudio de la recepción rodoniana lo que nos permite evidenciar la naturaleza específica de su prosa de ideas y comprender ese quid axiológico, esa intención educadora que Rodó concibió como elemento consustancial de la literatura.

Revista Moderna (1898-1903)

El papel de la Revista Moderna y de su continuadora la Revista Moderna de México, en la interpretación de la recepción de Rodó en el ámbito mexicano es medular; en particular, con referencia al periodo 1895-1917: es decir, desde la fundación en Montevideo de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales,1 hasta el fallecimiento de Rodó, ocurrido en Palermo, Sicilia, el primero de mayo de 1917. El análisis de las dos publicaciones nos permite, por ejemplo, comprender la influencia que el ensayista uruguayo tuvo en la formación intelectual de la joven generación ateneísta.

Fundada por Bernardo Couto Castillo y Jesús E. Valenzuela, que será el director histórico hasta su fallecimiento en 1911, la Revista Moderna publicó su número inaugural el primero de julio de 1898. Desde enero de 1899, el subtítulo de Arte y Ciencia sustituyó el de Literaria y Artística. Entre los redactores hay que recordar a Rubén M. Campos, Jesús Urueta, Amado Nervo, Alberto Leduc, Ciro B. Ceballos, José Juan Tablada, Efrén Rebolledo, Balbino Dávalos, Rafael Delgado, mientras que los dibujos de Julio Ruelas y Leandro Izaguirre contribuyeron no poco a la elegancia de la revista. En toda su vida editorial la Revista Moderna. Arte y Ciencia apareció cada quincena y con un formato de dieciséis páginas; sólo durante su segundo año la publicación fue mensual.

La primera referencia a la obra de Rodó se encuentra en el número 5 del segundo año (mayo de 1899), donde se publicó una nota sobre el opúsculo de La vida nueva dedicado a la figura de Rubén Darío y a su obra Prosas profanas y otros poemas. El comentario apareció en la sección “Notas Literarias y Artísticas”, de la que se ocupaba José Juan Tablada.

Cuando en la primavera de 1899 la editorial Dornaleche y Reyes, de Montevideo, publicó el ensayo “Rubén Darío: su personalidad literaria, su última obra”, Rodó ocupaba la cátedra de literatura, en la Sección de Enseñanza Secundaria que Alfredo Vásquez Acevedo, rector de la Universidad de la República, le había encomendado en mayo de 1898. El segundo opúsculo de La vida nueva tuvo de inmediato un éxito considerable. De hecho, en 1901, el poeta nicaragüense decidió utilizar el estudio rodoniano para prologar la segunda edición parisiense de Prosas Profanas y otros poemas, que había salido a la venta, por primera vez, en las librerías de Buenos Aires en 1896; el “Prólogo” de esta publicación apareció sin firma —suscitando una polémica epistolar entre los dos hombres de letras—, sin embargo la amplia circulación del libro en pocos años consagró a Rodó “como uno de los críticos más penetrantes de la lengua española. […] Ningún estudio tan completo se había dedicado a quien ya era, sin disputa, el primer poeta de la lengua. Y su trabajo adquirió pronto categoría de clásico” (Rodríguez Monegal 1957: 163).

A continuación se cita, de forma integral, la nota de José Juan Tablada que salió en el número de mayo de 1899 de la Revista Moderna:

Ha llegado a esta redacción el folleto que el notable crítico modernista José Enrique Rodó ha publicado en Montevideo, con el título “Rubén Darío, su personalidad literaria, su última obra”. A reserva de ocuparnos detenidamente del trascendental folleto, diremos, en síntesis, que ese brillante juicio es el que merece el magno poeta. Al fin del libro hay una nota que dice: “Prontas para ser dadas a la publicidad estas páginas, mis amigos de Buenos Aires, y entre ellos los que han formado el círculo íntimo de Rubén Darío, me sugirieron el pensamiento de terminar el estudio de la personalidad del poeta, con el análisis de Los raros y de Azul. Téngase, pues, lo leído como la primera partida de un estudio más amplio, que acaso ha de completarse en breve”.

Obra acertadamente Rodó al ampliar sus juicios sobre Darío, cuyo carácter múltiple y fecundo permite un vasto análisis que de ninguna manera resultará prolijo (Vol. 2: 160).

La nota es interesante en un doble sentido: por un lado, subraya la centralidad de la poética rubendariana en la propuesta literaria de la revista que se convertirá pronto en uno de los más importantes órganos de divulgación del modernismo; por el otro, comprueba cómo, ya desde finales del siglo xix, la estrategia intelectual de Rodó había hecho de las relaciones epistolares el principal vehículo de difusión de sus ensayos. El uruguayo envió a los cuatros vientos —a escritores, periodistas, universitarios, críticos, o simples lectores, muchas veces desconocidos— las obras que iba publicando en Montevideo; sin su correspondencia, la mayoría de lo que de él pudo leerse en México en el periodo 1895-1917 no habría llegado al público. A partir de los años de la Revista Nacional y durante toda su vida, el autor del Ariel desarrolló:

Una actividad de difusión literalmente apostólica (“milicia literaria concurrente” la llamó con razón Roberto Ibáñez). En realidad, hasta que las grandes editoriales de alcance euroamericano, es decir, dotadas de una adecuada red de distribución en todo el continente, tomaron a su cargo la tarea —en el caso de Ariel fue primeramente y desde 1908 el sello valenciano de Sempere—, hasta ese momento Rodó debió asumir por sí mismo el ensanchar el íntimo rayo de difusión con que podía contar una edición uruguaya (Real de Azúa 1976: xx).

Al respecto cabe recordar la correspondencia que Rodó mantuvo, durante el último lustro del siglo xix, con Francisco Medina, poeta y redactor de la revista Bohemia Sinaloense, de Culiacán. El crítico uruguayo le obsequió un ejemplar de los dos opúsculos de La vida nueva que había publicado en 1897 y 1899 respectivamente. En la primera de las cuatro cartas que le escribió a Rodó (30 de marzo de 1897), Medina le confesó que había conocido su nombre a través de las páginas de Flor de Lis: Revista Literaria; esta publicación quincenal se editó en Guadalajara, entre el primero de abril de 1896 y la primavera de 1898. Como es posible averiguar a través de la investigación hemerográfica, en la sección “Matices”, que cerraba cada número de la revista tapatía, se encuentran probablemente las primeras referencias en el ámbito mexicano al trabajo de la Revista Nacional y al talento literario del joven Rodó (Cesana 2016: 141-143).

La segunda referencia a Rodó que las páginas de la Revista Moderna nos regalan fue, en realidad, una promesa no cumplida: en el número 6 de su cuarto año (segunda quincena de marzo de 1901), la Revista Moderna citó la que será la más leída de las obras rodonianas. José Juan Tablada, en la sección “Notas Bibliográficas”, indicó la lista de los libros que la redacción había recibido, entre los cuales aparecía el título “‘Ariel’ (***) por José Enrique Rodó – Montevideo, 1900”. Una nota al pie de página agregaba: “Los libros o periódicos marcados con asteriscos serán objetos de especial estudio en alguno de nuestros próximos números” (Vol. 4: 102). Sin embargo, lamentablemente, la Revista Moderna nunca se ocupará detenidamente del Ariel.

Revista Moderna de México (1903-1911)

A partir de septiembre de 1903, el proyecto editorial de la Revista Moderna cambió de forma sustancial; la redacción dio el anuncio en el número ١٦ de su sexto año (segunda quincena de agosto). El título y subtítulo son ahora Revista Moderna de México. Magazine Mensual Político, Científico, Literario y de Actualidades. La publicación vuelve a ser mensual, mientras que el formato es de setenta y dos páginas. Amén de Jesús E. Valenzuela, Amado Nervo es el otro director propietario; Jesús Urueta, que había sido el jefe de redacción de la Revista Moderna, es ahora consultor literario y artístico. Conjuntamente, se debe subrayar que, aunque fue respetado el mismo precio para los suscriptores, desde el punto de vista de los contenidos aumentaron sensiblemente los artículos de argumento político, científico y social, así como las ilustraciones. Entre las posibles razones del cambio, es indudable “la necesidad de estar al día en los mecanismos y procedimientos de un periodismo ya plenamente incorporado a la modernidad industrial” (Clark de Lara y Curiel Defossé 2000: 41).

En el número de diciembre de 1905, la Revista Moderna de México publicó, en la sección “Literatura hispano-americana”, un artículo de Miguel de Unamuno –que ya había aparecido en junio del mismo año en La Lectura de Madrid–, sobre el libro De litteris: crítica, de Francisco García Calderón. Esta obra había sido publicada en Lima (1904) con un prólogo de José Enrique Rodó. En su prefacio, que incluirá en El mirador de Próspero (1913), el uruguayo enfatizó la capacidad de García Calderón para cultivar la crítica literaria según las virtudes de la gracia y la tolerancia. Rodó dedicó al joven escritor peruano palabras de entusiasmo y elogio:

Yo veo en él una de las mejores esperanzas de la crítica americana. Es a la crítica adonde le destinan, claramente, las disposiciones de su espíritu; a la forma o ejercicio del pensamiento que aún clasificamos con tal nombre, aunque, en rigor, debiéramos buscarle otro más amplio y exacto, porque del modo como la crítica es hoy, muy lejos de limitarse a una descarnada manifestación del juicio, es el más vasto y complejo de los géneros literarios; rico museo de la inteligencia y la sensibilidad, donde, a favor de la amplitud ilimitada de que no disponen los géneros sujetos a una arquitectura retórica, se confunden el arte del historiador, la observación del psicólogo, la doctrina del sabio, la imaginación del novelista, el subjetivismo del poeta. […] Tal será, como crítico, García Calderón; tal es desde ahora (1957: 624).

Como nos recuerda Alfonso García Morales en Literatura y pensamiento hispánico de fin de siglo: Clarín y Rodó, el ensayista montevideano “vio en De Litteris una obra de contenido, realización del ‘nuevo concepto de modernismo’ que estaba empeñado en difundir; y en García Calderón, un ‘literato de ideas’ abierto a todos los intereses intelectuales, un ‘crítico pensador’ caracterizado por la tolerancia del criterio y el vigor de la expresión. Lo reconocía, en suma, como su primer discípulo” (1992: 80).

Por su parte, en diciembre de 1905, Unamuno presentó el libro De litteris: crítica a los lectores de la Revista Moderna de México de esta forma: “La obra del meritísimo Rodó empieza a rendir frutos en la América Latina; los discípulos del admirable maestro uruguayo están realizando su labor. He aquí uno, el peruano García Calderón, que lleva a su trabajo la serena reflexión y la alta espiritualidad del maestro” (Vol. 5: 220).

La referencia de Unamuno al magisterio rodoniano reconocible en la obra de García Calderón nos permite adentrarnos en la relación dialógica que la línea investigativa hemerográfica establece con la archivística. De hecho, debemos considerar que Rodó mantuvo con el filósofo español una correspondencia durante más de quince años: desde marzo de 1900, cuando el autor del Ariel le envió un ejemplar de su libro recién publicado, hasta abril de 1916, es decir, a menos de tres meses de su viaje a Europa. A pesar de las reservas que Unamuno nunca ocultó —confesó a Leopoldo Alas que le había costado trabajo terminar la lectura del Ariel, en particular por el excesivo eco de autores franceses que la obra manifestaba—, la relación epistolar entre los dos escritores fue siempre cordial y vehículo de reflexiones literarias sinceras y profundas. En este sentido, las cartas que Rodó y Unamuno intercambiaron representan una fuente de estudio muy valiosa para entender la posición ideológica y literaria del primero. Por esta razón, resulta imposible no recordar aquí, por lo menos, dos misivas. En la primera (25 de febrero de 1901) Rodó escribió:

Si algo me separa fundamentalmente de la mayor parte de mis colegas literarios de América es mi afición, cada vez más intensa, a lo que llamaré literatura de ideas, ya que llamarla docente o trascendental no la definiría bien. Por desgracia, el modernismo infantil, trivialísimo, que por aquí priva, me ofrece muy pocas ocasiones de satisfacer esa afición con la lectura de la producción indígena. Necesitamos gente de pluma que sienta y piense, y lo que abunda son miserables buhoneros literarios, vendedores de novedades frágiles y vistosas (1957: 1308).

En la segunda carta, fechada el 10 de diciembre de 1901, Rodó le confirmó a Unamuno su distancia respecto al modernismo imitativo, decadente y trivial, y delineó con mayor precisión su esperanza de una literatura hispanoamericana de ideas, entendida como herramienta intelectual del artista que debe luchar para poner en circulación ideas que cautiven al público y lo hagan pensar, sentir y comprometerse:

En América sigue predominando la literatura de abalorios, juguetes chinos y cuentas de cristal. Luchamos por poner en circulación ideas; por hacer pensar; por formar público para el libro que trae quelque chose dans le ventre, como dice Zola. Estos pueblos son escenario muy pequeño (para empresas de orden intelectual) en la actualidad: pero nos anima el que el porvenir de ellos es grande y seguro. Es nuestra única ventaja (1957: 1310).

Muchos intérpretes de la obra de Rodó han puesto énfasis en la particular forma de modernismo que el escritor uruguayo promovió. Entre otros, Rafael Gutiérrez Girardot, en el ensayo “José Enrique Rodó, revisited ” que se encuentra en el libro Pensamiento hispanoamericano, afirma que Ariel representó “el intento de ‘hispanoamericanizar’ las innovaciones de Rubén Darío, de plenificar con un contenido americano ‘la vida nueva’ que se anunciaba y se esperaba” (2006: 143).

Por su parte, Alfonso García Morales, en la introducción “El escritor y su obra” a la selección de textos titulada José Enrique Rodó, define al autor de Motivos de Proteo como un maestro, un literato de ideas, un intelectual, “entendido como conciencia de la época y guía de la opinión” (2004: 12), que buscó constantemente una armonía entre las divergencias políticas, literarias y filosóficas de su tiempo: el positivismo y el espiritualismo, la sacralización del pasado y la nueva estética modernista, el hispanoamericanismo y el cosmopolitismo. García Morales afirma que Rodó: “Querría ‘orientar’ el modernismo hacia una literatura de más profundo contenido humano y americano. […] En sus juicios sobre los modernistas trató de lograr un difícil equilibrio entre el reconocimiento del principio de la libertad artística y la creencia en la responsabilidad social del escritor” (2004: 19).

Asimismo, en su ensayo J. E. Rodó modernista: utopía y regeneración, Belén Castro Morales define a Rodó como un “modernista diferente” porque, a través de su crítica literaria, buscó para el movimiento liderado por Rubén Darío un más amplio “sentido humanista, estético y moral” (1989: 12); según la autora, el pensador uruguayo elaboró un “modernismo ascendente” (13), donde confluyen su hispanoamericanismo, la recuperación del pasado, su eclecticismo, una propuesta de regeneración de la cultura americana y una crítica al decadentismo.

Sólo la consideración de ese espíritu regenerador de la cultura hispánica, operante desde el seno mismo del movimiento modernista con un signo ascendente y constructivo, puede hacer compatible la actitud de un Rodó artista, esteta, ansioso y confuso (el Rodó de El que vendrá, por ejemplo), con la de ese otro Rodó (el de Ariel) que se alza como un moralista contra la corrupción y el pesimismo de la decadencia. Creemos que no por ello deja de ser un modernista. Sólo que busca para el modernismo una vía de acción positiva que exprese las necesidades de las naciones hispanoamericanas. Su modernismo se encamina así hacia un americanismo que, salvando diferencias de tiempo y alcance, se vincula con la tarea emprendida por los primeros intelectuales de la Emancipación y la Independencia (23).

Las reflexiones que el ensayista uruguayo le confesó a Unamuno, cuyos temas han sido analizados detenidamente por la crítica rodoniana, son muy significativas a la hora de entender el papel de la Revista Moderna de México en la difusión del modernismo, también, y sobre todo, en esa vertiente más comprometida que Rodó estaba promoviendo. Respecto al primer proyecto editorial de la Revista Moderna, a partir de 1903 y con el pasar de los años, se harán evidentes un cierto “agotamiento del ímpetu modernista inicial” (Clark de Lara y Curiel Defossé 2000: 41), así como una mayor atención por cuestiones ideológicas y temas literarios afirmativos de una nueva conciencia continental. Como prueba de esta orientación, que se aleja de esa actitud esteticista y trivial que había caracterizado el modernismo azul o decadente de la primera hora, y que empieza a defender también una concepción del artista como individuo social e intelectual comprometido que no debe exclusivamente cerrarse en torres de marfil, las páginas de la Revista Moderna de México nos ofrecen varios ejemplos. Amén del texto ya citado de Unamuno sobre el libro De litteris: crítica, se recuerdan aquí los siguientes artículos: “Nietzsche: su espíritu y su obra” (Vol. 8, agoosto de 1907: 349-358), que reproduce el texto de la disertación que Antonio Caso dio el 12 de junio del mismo año en el Casino de Santa María; el artículo de Manuel Ugarte, que salió en dos distintos números de la revista (Vol. 8, agosto de 1907: 360-363; vol. 9, septiembre de 1907: 8-10), siempre en la sección “Literatura hispano-americana”, donde el socialista argentino explicó y desarrolló la polémica que tuvo respecto a su antología La joven literatura hispanoamericana (1906) con José Enrique Rodó; y finalmente, el texto de la conferencia “Las corrientes filosóficas en la América Latina” (Vol. 11, noviembre de 1908: 150-156), que Francisco García Calderón pronunció en el Congreso de Filosofía de Heidelberg en septiembre de 1908.

Los temas de estos artículos evidencian tanto el papel fundamental de la Revista Moderna de México en el proceso de trasformación del modernismo, como su centralidad dentro del panorama general de la historia intelectual hispanoamericana. Se trata de argumentos medulares acerca de la historia de esta publicación mexicana que merecerían un artículo aparte y, por cierto, otro enfoque investigativo. Sin embargo, lo que sí debemos apuntar hic et nunc es una clara correspondencia entre ciertos cambios de los intereses literarios que los redactores de la revista propusieron con el transcurrir de los años y la promoción que el ensayista uruguayo hizo en favor de un modernismo ascendente, activo y más comprometido; en este sentido, como afirma José Miguel Oviedo en Breve historia del ensayo hispanoamericano, fue Rodó “el que detecta con mayor agudeza el cambio en el ambiente, lo examina con intención orgánica, y despierta a la conciencia hispanoamericana con un tono de alarma y sincera preocupación” (1990: 47).

Pedro Henríquez Ureña en La revista Moderna de México

En este grupo de hombres de letras —Unamuno, Rodó y García Calderón— que, al retomar lo que afirma Eduardo Devés Valdés cuando define el concepto de red intelectual, representan un “conjunto de personas ocupadas en los quehaceres del intelecto que se contactan, se conocen, intercambian trabajos, se escriben, elaboran en ocasiones proyectos comunes, mejoran los canales de comunicación y, sobre todo, establecen lazos de confianza” (2007: 218), debemos apuntar al humanista que tendrá el papel más importante en la difusión de la obra de Rodó a través de las páginas de Revista Moderna de México: me refiero a Pedro Henríquez Ureña. De hecho, en su carta del 20 de febrero de 1906, el maestro uruguayo le aconsejó al joven dominicano entablar una relación intelectual con Francisco García Calderón:

La lectura de su libro2 trajo inmediatamente a mi memoria un nombre que no sé si será conocido para Usted; el nombre de un joven crítico peruano, Francisco García Calderón, muy semejante a Usted en tendencias, méritos y caracteres de pensamiento y estilo, y en quien también veo una brillante esperanza para la crítica hispanoamericana. Si no cultiva Usted relación intelectual con él, entáblela, y comuníquense sus impresiones, y trabajen juntos a través de la distancia material; porque es de la aproximación de espíritus tan bien dotados y orientados de donde puede surgir un impulso de vida para la crítica, y en general, para la literatura de la América nueva (apud Cesana 2017: 230).

Pedro Henríquez Ureña —que contestó a esta carta de Rodó el 27 de agosto de 1906, afirmando que, gracias a la sugerencia de José Santos Chocano, ya le había enviado una misiva a García Calderón— llegó a Veracruz en enero de este mismo año y a la Ciudad de México a finales de abril. En enero de 1905 había publicado en Cuba Literaria, revista fundada y dirigida por su hermano Max, el artículo “Ariel”, que incluirá en su libro Ensayos críticos. Al llegar a la capital, inmediatamente Henríquez Ureña se incorporó al periodismo: El Imparcial, El Mundo Ilustrado y Savia Moderna, que le permitirá entrar en contacto con Alfonso Reyes y con esa nueva generación literaria que formará en 1909 el Ateneo de la Juventud. Desde junio de 1906, comenzó a colaborar con la Revista Moderna de México.

Con respecto al magazine dirigido por Valenzuela, en realidad, será el año siguiente (el 1907) el que representará un momento medular en la difusión del ideario rodoniano. En el número de julio se publicó otro artículo de Miguel de Unamuno: “Don Quijote y Bolívar. A propósito de una historia de Venezuela”. El filósofo español citó y comentó el discurso que Rodó había pronunciado, el 8 de octubre de 1905, en ocasión de la repatriación de los restos del periodista y político uruguayo Juan Carlos Gómez; el texto rodoniano formará parte de El Mirador de Próspero. A continuación se cita un pasaje del artículo de Unamuno en la Revista Moderna de México:

Una de las más acendradas y más legítimas glorias del pensamiento hispano-americano contemporáneo, José Enrique Rodó, el noble profesor montevideano, al final del hermoso discurso que leyó en la fiesta de la translación de los restos de Juan Carlos Gómez, desde Chile a Montevideo, su patria, decía que si es alta la idea de la patria, “en los pueblos de la América Latina, en esta viva armonía de naciones vinculadas por todos los lazos de la tradición de la raza, de las instituciones, del idioma, como nunca las presentó juntas y abarcando tan vasto espacio la historia del mundo, bien podemos decir que hay algo tan alto como la idea de la patria y es la idea de la América: la idea de la América como una grande e imperecedera unidad, como una excelsa y máxima patria, como sus héroes, sus educadores, sus tribunos; desde el golfo de México hasta los sempiternos hielos del Sur”. Y añadía: “Ni Sarmiento, ni Bilbao, ni Martí, ni Bello, ni Montalvo, son los escritores de una u otra parte de América, sino los ciudadanos de la intelectualidad americana”. Palabras tan altas y nobles cuanto es noble y alto el espíritu del pensador de “Ariel” (Vol. 8: 263).

También en las dos últimas entregas de 1907 la Revista Moderna de México se ocupó de Rodó: el número de noviembre se abre con el texto de la carta que el intelectual montevideano dirigió al Sr. Scafarelli, autor del libro El mártir del Gólgota. El artículo de la revista mexicana, intitulado “El sentimiento religioso y la crítica”, reproduce integralmente el apéndice que Rodó incluyó el año anterior en Liberalismo y jacobinismo. Como muestra el pasaje que se cita a continuación, esta carta representa un claro testimonio no sólo de la idea que sustenta el libro de 1906, sino de la actitud crítica e intelectual que caracterizó esencialmente toda la propuesta literaria rodoniana:

El libre pensamiento, tal como yo lo concibo y lo profeso, es, en su más íntima esencia, la tolerancia; y la tolerancia fecunda no ha de ser sólo pasiva, sino activa también; no ha de ser sólo actitud apática, consentimiento desdeñoso, fría lenidad, sino cambio de estímulos y enseñanzas, relación de amor, poder de simpatía que penetre en los abismos de la conciencia ajena con la intuición de que nunca será capaz el corazón indiferente (Vol. 9: 133).

En el número de diciembre de 1907, la Revista Moderna de México publicó otro artículo dedicado a Liberalismo y jacobinismo; en esta obra Rodó expresó sus opiniones respecto a la disposición de la Comisión de Caridad y Beneficencia Pública que sancionó el retiro de los crucifijos de los hospitales del Estado. Polemizando con gran parte del gobierno anticlerical de José Batlle y Ordóñez, que había calificado la resolución como “acto de extremo y radical liberalismo”, Rodó, recordando en parte lo que en 1988 afirmará Natalia Ginzburg en su artículo “El crucifijo silencioso”, escribió: “¿Liberalismo? No: Digamos mejor ‘jacobinismo’”. Se trata, efectivamente, de un hecho de franca intolerancia y de estrecha incomprensión moral e histórica, absolutamente inconciliable con la idea de elevada equidad y de amplitud generosa que va incluida en toda legítima aceptación del liberalismo” (1957: 249).

El artículo de la Revista Moderna de México sobre Liberalismo y jacobinismo lleva la firma de Pedro Henríquez Ureña y el título de “Marginalia: José Enrique Rodó”. Se trata de un ensayo interpretativo muy importante, por dos razones: antes que nada, porque representa, en el ámbito de la crítica mexicana de la primera mitad del siglo xx, el texto que se ocupó de esta publicación rodoniana de la forma más significativa. Henríquez Ureña, aunque no ahorró su juicio negativo hacia la postura ideológica del maestro uruguayo, le reconoció la virtud de expresar “la seriedad de quien estudia y sobre todo medita, en la soledad y el silencio, lejos de las ferias de vanidad internacional donde la eminencia científica permite que se le enfrente el sabio improvisado y la cumbre literaria, insegura de su propia excelsitud, pacta con la mediocridad invasora” (Vol. 9, diciembre de 1907: 241). Según Henríquez Ureña, el mérito de Rodó reside —sigue la cita del artículo— “en su alta y secreta aspiración de dar a nuestra América un ideal constructivo. Podrá equivocarse a ratos, y de hecho se equivoca; podrá desanimarse, y por lo menos calla; pero suya será siempre la palabra animadora de Ariel” (241). Cabe señalar, como observa García Morales, que el escritor dominicano fue uno de los difusores de la obra rodoniana “más tempranos y activos, aunque también más críticos” (1993: 96).

Es precisamente con referencia al Ariel que debemos individuar el segundo motivo por el cual es importante el artículo “Marginalia: José Enrique Rodó”. La nota a pie de página con la que el humanista dominicano concluyó sus consideraciones sobre “la palabra animadora de Ariel” es reveladora. Un asterisco remitía al lector mexicano de ese lejano 1907 a la realización del proyecto editorial, cuya aprobación Henríquez Ureña había pedido a Rodó ya desde su misiva del 27 de agosto de 1906; en la nota se lee: “Podemos anunciar que pronto se hará en México, como obsequio a la juventud, una edición de Ariel” (Vol. 9: 241). De hecho, la primera edición mexicana del Ariel, a la que seguirá, pocos meses después, una segunda publicación capitalina costeada por la Escuela Nacional Preparatoria, se imprimió en los Talleres Modernos de Lozano, de Monterrey (mayo de 1908), gracias a la generosidad del general Bernardo Reyes y por iniciativa de “Antonio Caso, Jesús T. Acevedo, Alfonso Cravioto, Rafael López, Rubén Valenti, Ricardo Gómez Robelo y los hermanos Henríquez Ureña” (Quintanilla 2008: 137).

El artículo “Feminismos” y los Motivos de Proteo

En el número de diciembre de 1908, la Revista Moderna de México dio a sus suscriptores la posibilidad de leer un breve artículo firmado por José Enrique Rodó y titulado “Feminismos”. Lamentablemente, hasta el momento de redactar mi texto, no he podido averiguar en qué otra publicación se recogió, así que supongo que se trata de un hallazgo muy importante. Desde el íncipit el lector puede imaginar cuál será la línea temática propuesta: “Se ha dicho y repetido, que las mujeres no saben nunca, a ciencia cierta, lo que desean ser ni hacer” (Vol. 11: 204). Rodó hace referencia al “curioso descubrimiento” del fisiólogo inglés Granville Hall respecto al hecho de que las mujeres poseerían dos almas, para comentar esos “vaivenes y sacudidas del carácter y de la voluntad” (204) que, en su opinión, ningún hombre logra comprender; después, habla de “todos los excesos a que se han entregado las feministas partidarias de la ‘emancipación’, como dicen ellas, de la mujer, de la igualdad de derechos con el hombre y de la participación de las faldas en la dirección de los negocios públicos” (205); el uruguayo define las luchas y las reivindicaciones de las suffragettes de Hyde Park y las feministas de París como cosas verdaderamente infernales y trapatiestas tremebundas (205); finalmente, cierra sus comentarios con la siguiente pregunta: “¿Es posible dudar de que estas señoras han perdido el seso?” (205).

Sin duda alguna se trata de un artículo desafortunado, cuyos temas son fuertemente criticables sobre todo desde el punto de vista de la conciencia que hoy tenemos –mejor dicho, deberíamos tener– respecto a la emancipación de la mujer y al carácter imprescindible de sus derechos. Sin embargo, son dignas de recordar las palabras que Victoria Ocampo pronunció en la conferencia “La mujer y su expresión” (15 de julio de 1935), para reflexionar críticamente sobre el contexto histórico y cultural al que pertenecía Rodó:

Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer, apenas entran en cierto terreno, empieza por un “no me interrumpas” de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de expresión adoptada por él (La conversación entre hombres no es sino una forma dialogada de este monólogo).

Se diría que el hombre no siente, o siente muy débilmente, la necesidad de intercambio que es la conversación con ese otro ser semejante y sin embargo distinto a él: la mujer. Que en el mejor de los casos no tiene ninguna afición a las interrupciones. Y que en el peor las prohíbe. Por lo tanto, el hombre se contenta con hablarse a sí mismo y poco le importa que lo oigan. En cuanto al oír él, es cosa que apenas le preocupa (Ocampo 1936: 12-13).

De cualquier forma, con respecto a la reconocida dificultad de Rodó en las relaciones personales tanto con las mujeres como con los hombres, se debe admitir que el artículo “Feminismos” resuelve la duda a la que Mario Benedetti se refiere cuando habla del autor de Rodó: su vida, su obra, quizás, la biografía más personal del autor del Ariel: “Pérez Petit confiesa no haber podido nunca averiguar si fue la timidez lo que retrajo siempre a Rodó del trato con las mujeres o si en realidad era un misógino” (1966: 18).

En abril de 1909, la revista dirigida por Valenzuela publicó el artículo “El pórtico” (Vol. 12: 128): se trata de un breve fragmento del segundo opúsculo de La vida nueva, dedicado a Rubén Darío y a su obra Prosas profanas y otros poemas, que había salido, diez años antes, en Montevideo, por la editorial Dornaleche y Reyes.

La última y, quizás, más significativa huella de la obra rodoniana que podemos rastrear en la Revista Moderna de México se refiere al libro Motivos de Proteo. “La primera edición de dos mil ejemplares, publicada en Montevideo en abril de 1909, se agotó en dos meses; entonces Rodó comenzó a preparar una segunda que salió al año siguiente” (García Morales 1993: 103). La gestación de esta obra, dedicada a la formación y el desarrollo de la personalidad humana, había sido larga y paulatina; ya en su carta a Juan Francisco Piquet del 6 de marzo de 1904, Rodó comentaba de esta forma la naturaleza de los que serán los Motivos de Proteo:

Cuando el tiempo y el humor no me faltan, sigo batiendo el yunque de Proteo, libro vario y múltiple como su propio nombre; libro que, bajo ciertos aspectos, recuerda (o más bien recordará) las obras de los “ensayistas” ingleses, por la mezcla de moral práctica y filosofía de la vida con el ameno divagar, las expansiones de la imaginación y las galas del estilo; pero todo ello animado y entendido por un soplo “meridional”, ático, o italiano del Renacimiento; y todo unificado, además, por un pensamiento fundamental que dará unidad orgánica a la obra, la cual, tal como yo la concibo y procuro ejecutarla, será de un plan y de una índole enteramente nuevos en la literatura de habla castellana, pues participará de la naturaleza de varios géneros literarios distintos (v. g. la didáctica, los cuentos, la descripción, la exposición moral, y psicológica, el lirismo), sin ser precisamente nada de eso y siéndolo todo a la vez (1957: 1275).

En las últimas cuatro entregas de 1909 (Vol. 13), la Revista Moderna de México dio a conocer a sus lectores doce de los catorce capítulos que componen la primera parte de Motivos de Proteo, dedicada a la transformación consciente y orientada de la personalidad: desde “I. Reformarse es vivir. Nuestra transformación personal en el tiempo”, hasta “xii. El dolor de una vocación defraudada”.3 El número de diciembre publicó también una fotografía del autor uruguayo, bajo la cual una nota comentaba: “José Enrique Rodó, autor de ‘Motivos de Proteo,’ libro recientemente aparecido en la América, y que la ‘Revista Moderna’ viene dando a conocer entre nosotros con verdadero afán admirativo y entusiástico” (Vol. 13: 254).

Los números que prosiguieron las entregas del libro rodoniano fueron cinco: el de febrero de 1910 (Vol. 13) donde salieron otros cuatro fragmentos (xiii-xvi); el de marzo (Vol. 14) que presentó desde el capítulo xvii al xxiii; el de abril (xxiv-xxix); el número de noviembre (Vol. 15) donde apareció sólo el xxx; y, finalmente, el de mayo de 1911 (Vol. 16) que publicó cinco capítulos (xxxi-xxxv). En total, pues, la Revista Moderna de México dio a conocer treinta y cinco de los ciento cincuenta y ocho capítulos que componen el libro: desde el fragmento xv al xxxix, el extenso ensayo de Rodó se enfoca en la parte subconsciente de la personalidad.4

El fallecimiento de Jesús Valenzuela (20 de mayo de 1911) y las dificultades que impuso el clima revolucionario determinaron la suspensión de la revista y, conjuntamente, de la publicación de Motivos de Proteo. Rodó nunca quiso dar “‘arquitectura’ concreta, ni término forzoso” (1957: 301) a este libro: su proyecto más ambicioso, a través de cuyas páginas supo regalarnos la lucidez de sus proposiciones y toda la excelencia de su arte de escribir parábolas; al respecto, cabe recordar “La pampa de granito” (capítulo cli) dedicada a las fuerzas de nuestra voluntad y cuyo estilo es esencial, grave, arrugado, granítico.

En el mismo periodo en el que la Revista Moderna de México y el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria publicaron los capítulos de Motivos de Proteo, el Ateneo de la Juventud —que había sido fundado el 28 de octubre de 1909– participó en las celebraciones del Centenario de la Independencia de México con una serie de seis conferencias pronunciadas en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (agosto y septiembre de 1910). La disertación de Pedro Henríquez Ureña, que tuvo lugar a las diecinueve horas del lunes 22 de agosto, era dedicada a “La obra de José Enrique Rodó”. La conferencia tiene una notable importancia para el análisis de la interpretación en el ámbito mexicano del pensamiento rodoniano; acerca de Motivos de Proteo, el crítico dominicano sostuvo que el libro presentaba “una concepción nueva de la evolución” (2000: 61). Según Henríquez Ureña: “La grande originalidad de Rodó está en haber enlazado el principio cosmológico de la evolución creadora” –ésta, la síntesis original de Henri Bergson– “con el ideal de una norma de acción para la vida. Puesto que vivimos transformándonos, y no podemos impedirlo, es un deber vigilar nuestra propia transformación constante, dirigirla y orientarla” (62). Este ensayo de Henríquez Ureña tiene el mérito de resumir claramente algunos de los más relevantes temas enfrentados en Motivos de Proteo: por ejemplo, la vocación, la importancia de la educación y el amor, la fe en un principio director, el alma de los pueblos.

Entre los primeros lectores de la Revista Moderna de México, debemos recordar, por cierto, a Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Las preocupaciones metafísicas del primero resultarán contaminadas por Motivos de Proteo, esencialmente por la idea rodoniana de escribir “un libro en perpetuo ‘devenir’, un libro abierto sobre una perspectiva indefinida” (Rodó 1957: 301-302); para Henríquez Ureña, el autor de Liberalismo y jacobinismo representó el ejemplo de la seriedad con la que debe realizarse el trabajo intelectual, el maestro uruguayo le mostró el camino para desarrollar su proceso de reflexión sobre la autonomía de las letras hispanoamericanas; finalmente, Alfonso Reyes vio en Ariel el libro que despertó la conciencia de su generación respecto a “la noción exacta de la fraternidad americana” (1996: 134) y consideró a Rodó como quién trajo una palabra de bravura, un nuevo entusiasmo, “un consejo de valentía aplicado a la concepción de la conducta” (135); en Motivos de Proteo, Reyes encontró no poca inspiración para reflexionar, tanto sobre el carácter amorfo y dinámico del género ensayístico, así como sobre el hecho de que, como decía Rodó: “Mientras vivimos está sobre el yunque nuestra personalidad” (1957: 304).

Al cerrar el último número de la Revista Moderna de México, el de junio de 1911, inevitablemente nos descubrimos, más que lectores, actores protagonistas de días complicados, inciertos, dramáticos. Hace pocos meses un temblor devastador nos ha recordado que nada es firme, que el miedo a lo trágico no desaparece por la indiferencia entre los seres humanos o la aceptación resignada de los problemas sociales; el 2018, por su parte, nos espera con toda la responsabilidad y gravedad de unas elecciones políticas que, quizás, podrán dar otra sacudida a un país que, para los demás, no tiene esperanzas. Por estas razones, es inevitable que haya una dificultad amplificada en nuestra conciencia que, en parte, nos impide solucionar de forma armónica esa tensión “entre el pasado interpretado y el presente que interpreta” (2006: 961), de la que habla Paul Ricoeur en el tercer volumen de Tiempo y narración.

Sin embargo, algo debemos intentar: pienso en Enjolrás, ensimismado y reflexivo alumno, que indicó el camino a seguir en esta tarea hermenéutica dedicada a la presencia de Rodó en la Revista Moderna de México; pienso en los jóvenes ateneístas que leyeron esas páginas rodonianas: recibieron preceptos útiles para su formación literaria y reconocieron equivocaciones, en algunos casos, irremediables, viviendo en primera persona esa agitación política y social que desencadenó la Revolución; finalmente, pienso en todos los jóvenes mexicanos que frente a la tragedia del terremoto del 19 de septiembre de 2017 han derrotado los prejuicios que a menudo se les dirigen mostrando solidaridad, fuerza, voluntad y valor. De esta forma, reflexiono sobre los ideales de Rodó, las palabras del maestro Próspero y la invocación del Ariel como su numen; advierto un sentimiento cálido, de esperanza y de optimismo. Otra vez, sin cansarme, abro ese libro, que se publicó hace más de un siglo, y leo: “La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la vida” (Rodó 1957: 203-204).

Bibliografía

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Rodríguez Monegal, Emir. “Prólogo a ‘Rubén Darío: su personalidad literaria, su última obra’”. José Enrique Rodó, Obras completas. Madrid: Aguilar, 1957. 163-165.

1 El primer número de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales salió de la Litografía de Peña el 5 de marzo de 1895. La idea de esta publicación quincenal, que terminará el 25 de noviembre de 1897, emergió de la amistad y las inquietudes literarias de Rodó, Víctor Pérez Petit y los hermanos Carlos y Daniel Martínez Vigil. La Revista Nacional, si en lo específico constituyó la primera tribuna para la vocación crítica rodoniana, en líneas generales representó un proyecto editorial amplio y ecléctico que tuvo gran importancia para la vida intelectual y literaria de Uruguay y de todo el mundo hispanohablante; en sesenta números se publicaron artículos inéditos de Leopoldo Lugones, José Santos Chocano, Rubén Darío, Salvador Rueda, Ricardo Palma, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona, Ricardo Jaimes Freyre, entre otros.

2 Se trata casi seguramente de la colección Ensayos críticos, que se publicó en 1905. Véase Cesana 2017: 229.

3 Los primeros doce capítulos de Motivos de Proteo salieron en los siguientes números: septiembre de 1909 (del capítulo i al iii); octubre (iv-vii); noviembre (viii-x); y diciembre (xi y xii).

4 A partir de diciembre de 1909, por iniciativa del director Porfirio Parra, también el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria empezó a publicar por entregas Motivos de Proteo; en total, salieron aquí treinta y siete capítulos. Véase Cesana 2016: 157-158.

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