El papel de los Henríquez Ureña en la difusión de Ariel en República Dominicana, Cuba y México (1901-1908)

Raffaele Cesana*

* Raffaele Cesana. Doctor y maestro en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Licenciado en Letras Hispanoamericanas por la Università degli Studi di Roma “La Sapienza”. Becario por el programa de posdoctorado de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, en el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la misma casa de estudios. En su tesis de doctorado se ocupó de la recepción de José Enrique Rodó en México (1895-1946). Sus áreas de interés en la docencia son el ensayo y, en general, las literaturas hispanoamericanas del siglo XX; en la investigación, se enfoca en autores como José Enrique Rodó, Alfonso Reyes, Max y Pedro Henríquez Ureña, y temas como el ensayo crítico, el género epistolar, las revistas culturales y redes intelectuales. Actualmente es profesor en el colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Su más reciente artículo: “El diálogo entre la misiva y el ensayo: La correspondencia entre los hermanos Henríquez Ureña y José Enrique Rodó” se publicó en el libro El ensayo en diálogo, coordinado por Liliana Weinberg (México: CIALC-UNAM, 2017).


Resumen:

Este artículo propone un análisis del papel que Pedro y Max Henríquez Ureña tuvieron en el proceso de difusión de Ariel, de José Enrique Rodó (1871-1917), en República Dominicana, Cuba y México, durante el periodo 1901-1908. La investigación archivística y hemerográfica que sustenta el presente artículo intenta no sólo reconstruir la historia de las ediciones de Ariel, sino resignificar el sistema de redes intelectuales que Rodó desarrolló respecto al horizonte literario antillano y mexicano.

Received: 2018 November 7; Accepted: 2019 February 20

latinoam. 2019 ; (69)
doi: 10.22201/cialc.24486914e.2019.69.57144

Keywords: Palabras clave: José Enrique Rodó, Ensayo, Henríquez Ureña, Ariel, Historia Intelectual.
Keywords: Key words: José Enrique Rodó, Essay, Henríquez Ureña, Ariel, Intellectual History.

El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas.
José Martí, Nuestra América
A Belén Castro Morales

En febrero de 1900 la editorial Dornaleche y Reyes, de Montevideo, publicó el tercer número de La vida nueva, de José Enrique Rodó. La primera entrega (1897) de esta serie de opúsculos literarios contenía los dos artículos “El que vendrá” y “La novela nueva”, mientras que la segunda (1899) incluía el estudio crítico “Rubén Darío: su personalidad literaria, su última obra”. El ensayo que dio cuerpo al tercer volumen de la serie fue Ariel.

Entre 1900 y 1908, es decir, hasta que la edición de Sempere permitió que la obra tuviera una mayor distribución comercial, la difusión y la recepción crítica del mensaje arielista se realizaron a través de un proceso lento, pero amplio y continuo. Desde los años de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897), Rodó había empezado a desarrollar una copiosa actividad epistolar; apenas la editorial Dornaleche y Reyes le hubo entregado el opúsculo de La vida nueva III, el uruguayo envió a escritores, periodistas, críticos o simples lectores, una carta acompañada por un paquete que contenía los ejemplares de su obra. Dentro del campo intelectual latinoamericano de ese entonces, las relaciones epistolares, junto a las publicaciones periódicas, desarrollaron esa “función aglutinante” (Beigel 2003: 106), gracias a la cual Ariel tuvo amplia resonancia.1

La arquitectura de este sistema de religación —concepto afortunado que nos indicó Ángel Rama (1985: 85-90)—, encuentra otra de sus columnas portantes en las ediciones de Ariel que se realizaron en el mundo hispánico. Amén de las primeras dos que se imprimieron en Montevideo en 1900 y antes de la séptima de Sempere, los especialistas rodonianos suelen reconocer que, cronológicamente, la tercera edición (1901) fue la que se publicó por entregas en la Revista Literaria, de Santo Domingo; la cuarta apareció en 1905 en Cuba Literaria, de Santiago de Cuba; mientras que la quinta y sexta (ambas de 1908) se realizaron en Monterrey y la Ciudad de México, respectivamente.2

La lectura que se propone en el presente artículo está dirigida a analizar, y resignificar, la difusión de Ariel en República Dominicana, Cuba y México en el periodo 1901-1908, dando particular énfasis al papel que Pedro y Max Henríquez Ureña tuvieron en este proceso. Interpretar estos temas significa ser conscientes de un aspecto metodológico fundamental. El estudio de la recepción de Rodó se desarrolla a partir del diálogo que existe entre tres distintas líneas de investigación: la archivística, que permite recuperar la correspondencia que el uruguayo mantuvo durante su vida; la línea hemerográfica, que nos ofrece resultados significativos acerca de la presencia de Rodó en las revistas y periódicos dominicanos, cubanos y mexicanos y, finalmente, el estudio de las publicaciones de Rodó que se realizaron en estos países. La capacidad de estudiar este diálogo es un requisito imprescindible no sólo para reconstruir la historia de las ediciones de Ariel, sino para entender el sistema de religación que Rodó desarrolló respecto al horizonte literario antillano y mexicano, es decir, a la hora de analizar la red intelectual que el uruguayo tejió, más allá de las fronteras nacionales o de las condiciones sociales, con Max y Pedro Henríquez Ureña, Porfirio Parra, Federico Henríquez y Carvajal y Alfonso Reyes, entre otros.3

Ariel en la Revista Literaria, Santo Domingo, 1901

Durante mi estancia de investigación en la isla de La Española en junio de 2018, en la colección personal del historiador dominicano Emilio Rodríguez Demorizi, encontré la Revista Literaria. Sin demasiada ironía, hallarla no fue para nada fácil. Como afirma Emmanuel Lévinas, a menudo el investigador-historiador, en su análisis de las huellas, debe ser un detective que “examina como signo revelador todo lo que marca, sobre los lugares del crimen, la obra voluntaria o involuntaria del criminal” (2003: 77). De esta forma, seguí la huella dejada por distintos críticos rodonianos —como Max Henríquez Ureña, Roberto Ibáñez y Arturo Scarone— que comentan el dato relativo a la publicación de Ariel en Santo Domingo, y gracias al auxilio de algunos investigadores dominicanos, in primis Basilio Belliard y Soledad Álvarez, llegué a tener entre mis manos la revista.

Con respecto a la materialidad de esta publicación,4 aunque no tenemos el dato preciso del tiraje, el historiador Marcos A. Martínez Paulino nos dice que fue la más notable de las revistas dominicanas durante el cambio de siglo, junto a la Revista Ilustrada, que dirigía Miguel Ángel Garrido: Revista Literaria y Revista Ilustrada fueron “dos publicaciones de altas letras que también daban la impresión de ser gemelas” (1984: 101).

Revista Literaria tenía dieciséis páginas, protegidas por dos tapas que solían cambiar de color con la entrega. En el recto de la cubierta se indicaban el título, el subtítulo, el nombre del director-redactor, el de la imprenta, la ciudad y el año de publicación; la Revista Literaria: Publicación Quincenal de Ciencias, Artes y Letras se estampó en Santo Domingo, durante 1901, en la tipografía Cuna de América, cuyo propietario era José Ricardo Roques. Su único director-redactor fue Enrique Deschamps. En el verso de la cubierta se encontraban las “Condiciones” de la revista: entre otros aspectos se señalaba que el número suelto costaba 0.25 pesos-oro y que la publicación saldría dos veces al mes. Sin embargo, sólo entre el primero y el segundo número se respetó el periodo quincenal: como muestran las últimas cinco entregas (del 8 de julio, 8 de agosto, 7 de septiembre, 5 y 31 de octubre), la Revista Literaria salió, a menudo, de forma mensual. El verso de la contracubierta era dedicado a los anuncios publicitarios, mientras que el recto de ésta presentaba las “Notas diversas”, donde se comentaban las más recientes noticias literarias, así como los libros y folletos recibidos.

Los números de la Revista Literaria que se conservan en la colección personal de Rodríguez Demorizi son diez: el primero salió el 23 de marzo de 1901, mientras que el último es del 31 de octubre. Ariel se publicó por entregas, incompleto y sin la previa autorización del autor; apareció en los siguientes números: el 3 (1º de mayo: 15-16), el 5 (15 de junio: 14-15) y el 6 (8 de julio: 15-16). En la entrega inaugural hay una breve introducción, donde se expone el propósito de la edición. El texto no está firmado, sin embargo, a pesar de la evidente equivocación sobre la nacionalidad del ensayista montevideano, podemos suponer que fue escrito por Deschamps:

Es capital propósito de la “Revista Literaria” laborar eficazmente —en la humilde esfera de sus aptitudes— en pro del alto ideal de civilización i de cultura a que levantan los ojos i el espíritu los intelectuales de la América Latina, tan menesterosa de instituciones salvadoras en ejercicio constante i efectivo, tan necesitada de enérgicos elementos civilizadores, de fáciles i generalizados instrumentos propagadores de cuanto para ella integra luz i vida en todos los órdenes abarcados por la órbita de sus intereses económicos, sociales i políticos.
Inspirada en aquel noble propósito, la Revista abre desde la presente edición plaza de honor en sus columnas al gallardo libro del joven i esclarecido literato argentino José Enrique Rodó.
En Ariel, tal es el título del sonado opúsculo, palpita con palpitaciones vigorosas un alto sentimiento de nobilísimo altruismo, reverbera en él con intenso brillo de luz meridiana un excelso espíritu de patriótico americanismo que precisa divulgar en interés común de cuantos constituyen la existencia económica, social i política de las jóvenes i desvalidas nacionalidades latino-americanas.
A la juventud de esos pueblos infelices -que es la más enérgicamente llamada al campo de las fecundas luchas en pro del ideal de civismo i de cultura que ha de salvarlos de la temida catástrofe- dedica el señor Rodó el luminoso fruto de su patriotismo i de su ingenio.
Para la juventud dominicana le abrimos nosotros desde hoy plaza de honor en las columnas de la Revista (14-15).

A pesar del “(Continuará)” en la última entrega del número 6 (8 de julio de 1901: 16), la publicación de Ariel se interrumpió sin terminar de reproducir la primera parte del ensayo: la que está dedicada a la belleza moral de la juventud de América y a su papel en la vida de las sociedades. De hecho, la edición concluye con la siguiente frase que el maestro Próspero dirige a sus estudiantes: “¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual? Tal es la pregunta que me inquieta mirándoos. Vuestras primeras páginas, las confesiones que nos habéis hecho hasta ahora de vuestro mundo íntimo, hablan de indecisión y de estupor a menudo; nunca de enervación, ni de un definitivo quebranto de la voluntad” (1901: 16).

Aunque no tengamos una certeza absoluta, es improbable que existan otros números y que la revista continuara publicando Ariel. Como prueba de este dato, están los testimonios de Max Henríquez Ureña y Leonor Feltz, es decir, de dos exponentes de ese cuarteto primigenio —en el cual debemos apuntar también a Clementina, hermana de Leonor, y a Pedro Henríquez Ureña—, que protagonizó esas selectas reuniones de lecturas que se conocen como las tertulias del Salón Goncourt. Max Henríquez Ureña afirmó, en su libro Panorama histórico de la literatura dominicana, que la publicación duró cerca de un año (1945: 277). Por su parte, Leonor Feltz le escribió a Pedro Henríquez Ureña, en una carta del 2 de enero de 1902, las siguientes palabras: “Recibí el cliché i la crónica; pero no es posible publicarlos ahora en la Revista porque Deschamps está aún en el Cibao i la publicación estará suspendida hasta su regreso” (Vega 2015: 90). Haciendo las debidas cuentas, es lícito suponer que la revista duró poco más de siete meses, por un total de diez números.

Los encuentros que se organizaron, desde principios de 1900, en casa de las Feltz (las hermanas Goncourt), a los que solían concurrir figuras destacadas del panorama literario dominicano, como Emilio Prud’homme, Luisa Ozema Pellerano, Tulio Manuel Cestero y Federico Henríquez y Carvajal (tío de Pedro y Max Henríquez Ureña), constituyeron el ambiente intelectual en el cual nació y fue alimentándose el proyecto arielista del contertulio Deschamps. Al respecto, Pedro Henríquez Ureña confiesa que bajo la influencia de Leonor Feltz vivió una época decisiva para la formación de su gusto literario: amén de las lecturas y los comentarios de autores como D’Annunzio, Shakespeare e Ibsen, “el Ariel de José Enrique Rodó nos hizo gustar del nuevo estilo castellano” (2013b, vol. 3: 39). A Leonor María, la alumna predilecta de su madre Salomé Ureña, y al valor de esas tertulias literarias que frecuentó casi a diario en su casa, Pedro dedicará el libro Horas de estudio; en la segunda parte de “Días alcióneos” —el prólogo a esa publicación parisiense de 1910— Henríquez Ureña recordará la solidez intelectual y el gusto por el buen estilo de quien siempre consideró como amiga y maestra (2013a, vol. 2: 75-76).

A principios de 1901, Francisco Henríquez y Carvajal, el padre de Max y Pedro, que había sido nombrado en 1899 Canciller en el gobierno de Juan Isidro Jimenes, fue comisionado para trasladarse a Estados Unidos, con el fin de negociar la deuda pública que se había acumulado durante la dictadura de Ulises Heureaux. Como sus dos hijos mayores, Francisco Noel y Pedro, acababan de obtener el diploma de bachiller, “decidió llevarlos consigo para que se quedaran en Nueva York a cursar estudios universitarios” (Max Henríquez Ureña 2001: 32). Cuando Deschamps empezó a publicar la Revista Literaria (marzo de 1901), Pedro Henríquez Ureña ya estaba lejos de Santo Domingo y fue, sobre todo, gracias a su correspondencia con Leonor Feltz que pudo tener noticias tanto de las reuniones en el Salón Goncourt como de la revista.5

El análisis de las relaciones epistolares, que Martín Bergel y Ricardo Martínez definen como una práctica típica de la “sociabilidad intelectual latinoamericanista” (2010: 123), permite contestar a una pregunta importante: ¿cómo llegó a las manos de los contertulios dominicanos esta obra que se había publicado sólo poco antes en Montevideo? Una respuesta implícita la dan Bergel y Martínez cuando afirman que: “Arielismo es también la elaborada urdimbre de relaciones y vínculos materiales que hizo posible que las ideas y las concepciones presentes en el libro de Rodó alcanzaran el éxito que finalmente tuvieron” (124). Sin embargo, si queremos entender ciertos detalles, es imprescindible volver a ponerse el impermeable del detective.

Con base en los documentos que se conservan en la Colección José Enrique Rodó (Archivo Literario, Biblioteca Nacional de Uruguay), entre febrero de 1900 y mayo de 1901, el autor de Ariel intercambió cartas con cinco escritores o periodistas dominicanos, vinculados con el ambiente intelectual del Salón Goncourt: Federico Henríquez y Carvajal, Francisco Noel Henríquez Ureña, Tulio Manuel Cestero, Enrique Deschamps y Federico García Godoy. En los últimos tres casos, el examen de las epístolas no proporciona resultados significativos, mientras que son reveladoras las cartas escritas por Federico Henríquez y Carvajal y su sobrino Francisco Noel. Estos documentos asumen una importancia medular no sólo para reconstruir la publicación de Ariel en Revista Literaria, sino también para precisar el vínculo histórico e intelectual que ésta tuvo con las tres siguientes ediciones del ensayo: la que se realizó en 1905 en Cuba Literaria y las dos impresiones mexicanas de 1908.6

Durante 1900, Federico Henríquez y Carvajal envió a Rodó dos cartas: una del 16 de agosto, la otra del 10 de septiembre. La primera es sin duda la que tiene mayor interés a la hora de analizar el sistema de religación arielista que Rodó tejió respecto al horizonte dominicano:7

Muy apreciado compañero: Acabo de recibir su amable carta, fecha el 6 de mayo, i con ella un ejemplar de su “Ariel”. […]
Conocía ya de nombre su “Ariel”, lo mismo que sus demás obras; pero solo alguna que otra página reproducida de las mismas. Mucho me complacerá Ud. si se dignase favorecerme con sendos ejemplares de los otros dos libros, I i II, de su obra “La Vida Nueva”.
Siempre se envía a Ud. El Mensajero y Letras y Ciencias.
Me ha proporcionado Ud., con su amable carta, un agradabilísimo momento de comunicación simpática, i con su libro me está proporcionando horas de dulces emociones estéticas i de hondas meditaciones acerca del porvenir, indefinido, de nuestra familia ibero-americana.
Cuénteme en el número de sus estimadores, como crítico i literato, i también en el número de sus compañeros i amigos (CR, 16 de agosto de 1900: 26025-26025v).8

Como recuerdan Max (2001: 25-31) y Pedro Henríquez Ureña (2013b: 38), fue en 1900 que su hermano mayor Francisco Noel sorprendió a todos revelando ciertas aficiones literarias; las abandonará en Nueva York y trabajará, durante casi toda su vida, en el ámbito de los seguros. Sin embargo, antes de viajar a Estados Unidos, llegó incluso a fundar y dirigir la revista El Ibis, junto a Apolinar Perdomo y otros jóvenes. Las dos cartas a Rodó de las que se tiene registro pertenecen a esta etapa de su vida. En la primera, del 6 de agosto de 1900, Henríquez Ureña le contó al insigne uruguayo su descubrimiento de Ariel:

Respetable Señor:
Soi para Ud. un desconocido i por eso tal vez le causen extrañeza estas líneas, pero soi también un soñador que lucha por conquistar el ideal; a todo lo noble, a todo lo heroico, a todo lo bello rindo culto. Por eso al leer a “Ariel” no he podido menos de desear leer los otros dos tomos de “La Vida Nueva”; pero aquí no hai —que yo sepa— quien los posea; he registrado en vano la biblioteca de mi tío, don Fed. Henríquez y Carvajal, que fue quien me prestó a “Ariel”, pues no los he hallado. Así, pues, me atrevo a suplicarle tenga a bien enviarme los tomos —hasta ahora tres— publicados de “La Vida Nueva” (CR: 26016-26017).

El 24 de febrero de 1902, desde Nueva York, Francisco Noel Henríquez Ureña envió otra carta al futuro autor de Motivos de Proteo. Le mostró hasta qué punto el idealismo del maestro Próspero había marcado su personalidad; pero, antes que nada, aclaró una anécdota muy significativa respecto a la difusión quisqueyana de Ariel:

Poco antes de embarcarme para este país, el año anterior, recibí su “Ariel” i su “Rubén Darío”; obras ambas que constituyen para mí un inapreciable tesoro; “Ariel” por la profundidad de sus juicios, “Rubén Darío” por la vivacidad y el colorido en la descripción; ambas por su estilo incomparable. Los dos restantes ejemplares de “Ariel” los di a dos de mis amigos con la condición de que fuesen predicadores, ya de palabra o ya de acción, del ideal de la obra. No sé si habrán cumplido fielmente la promesa, pero sé que la simiente de “Ariel” no ha caído en campo estéril en el seno de nuestra sociedad. Esa simiente prosperará i darás sus frutos, sobre todo a medida que se perfeccione la educación nacional i se desarrollen las inteligencias del porvenir.
Yo he venido a este país a estudiar la carrera de ingeniero civil, pero no por eso podrán las corrientes del pensamiento de esta sociedad desviarme de la fe en el ideal de “Ariel”. Aspiro a volver dentro de algunos años, después de terminada mi carrera, a mi patria a ser factor modesto, aunque útil, en su engrandecimiento moral i material i a contribuir a que no perezcan en ella el amor por las más nobles manifestaciones de la inteligencia humana i el deseo de consagrar una parte de la vida a la vida del espíritu (CR: 26548-26548v-26549).

Aunque Francisco Noel no cultivará la vocación literaria como sus hermanos, en las cartas que le envía a Rodó revela una fuerza idealista y una solidez intelectual sorprendentes; sus frases nos dicen que el joven fue un atento discípulo del mensaje educativo arielista, porque supo escuchar el discours aux jeunes gens del sabio Próspero y fecundar la simiente de su palabra oportuna. Lamentablemente no conocemos el nombre de los dos amigos a los que dejó sus ejemplares de Ariel antes de viajar a los Estados Unidos, pero sí sabemos que, gracias a las copias que el autor uruguayo envió a Federico Henríquez y Carvajal y a Francisco Noel Henríquez Ureña, la oratoria rodoniana y su propuesta de renovación espiritualista tuvieron una resonancia muy efectiva en el ámbito dominicano.

En este sentido, debemos subrayar que la publicación de Ariel en la Revista Literaria no fue una simple extensión de las tertulias en casa de las Feltz, sino que se enmarca, en términos más generales, en ese milieu intelectual y literario que Andrés L. Mateo ha definido como “una verdadera oligarquía espiritual de la nación dominicana” (2015: 32). Las principales figuras de este núcleo familiar, del cual hicieron parte tanto las Feltz como Deschamps, fueron Salomé Ureña, Francisco Henríquez y Carvajal, y su hermano Federico. La primera, madre de Francisco Noel, Pedro, Max y Camila, fue, quizás, la más ilustre poetisa quisqueyana. Su esposo, el médico y político Francisco Henríquez y Carvajal, tuvo un trato íntimo con Eugenio María de Hostos, es decir, con quien reorganizó la enseñanza pública dominicana al fundar en 1880 la Escuela Normal. Finalmente, Federico Henríquez y Carvajal fue admirado por su extensa obra de cultura y patriotismo, más allá de los confines de la isla; a él, José Martí, amigo fraternal, le envió desde Montecristi, el 25 de marzo de 1895, aquello que se conoce como su testamento antillano.

En Revista Literaria el legado humanista y patriótico de este núcleo familiar es evidente: por los poemas de Salomé Ureña y los artículos de Federico Henríquez y Carvajal que en ella se publicaron; por los constantes informes de Deschamps sobre las actividades de la Sociedad Amigos del País, agrupación cultural que tuvo un papel central tanto en la difusión del positivismo hostosiano como en los quehaceres intelectuales de la familia Henríquez Ureña;9 por la atención que la revista dedicó a algunas de las maestras que se habían graduado en el Instituto de Señoritas que Salomé Ureña fundó en 1881, entre ellas, Leonor Feltz y Luisa Ozema Pellerano y, finalmente, porque en Revista Literaria se publicaron varios artículos de los jóvenes Pedro y Max Henríquez Ureña.10

Como bien indica Alfonso García Morales, no debe sorprendernos que el mensaje de Ariel haya encontrado lectores y adeptos en este grupo de normalistas dominicanos. Todos se identificaron con la propuesta moral y el idealismo que Rodó presentó a partir de posiciones vinculadas por un lado con el tema del intervencionismo estadunidense y por el otro con la idea krausista de una educación integral del ser humano en la base de los valores espirituales y estéticos (1992: 21).11 Para ellos, Ariel representó “un optimismo nuevo orientado a la acción, opuesto al pesimismo de quienes […] desvalorizaban a su pueblo y a su país y realzaban la supremacía económica de los Estados Unidos o la superioridad cultural de Europa” (Céspedes 2002: 157-158).

Ariel en Cuba literaria, Santiago De cuba, 1905

El 26 de abril de 1902, el general Horacio Vázquez se levantó en armas contra el gobierno de Jimenes. Este suceso, además de precipitar a la República Dominicana en una serie de sacudimientos, cambió drásticamente el panorama “halagüeño y venturoso” de los Henríquez Ureña (Max Henríquez Ureña 2001: 33). Debiendo renunciar a su cargo como ministro, Francisco Henríquez y Carvajal les escribió a sus hijos que ya no podía mantenerlos en Nueva York. Por esta razón, Francisco Noel y Pedro tuvieron que trabajar como empleados de comercio, mientras que Maximiliano, que los había alcanzado ya adelantado el 1900, se ocupó como pianista. Desde octubre de 1902, Henríquez y Carvajal se trasladó a Cuba donde empezó a organizarse para ejercer su profesión como médico; entre mayo de 1903 y abril de 1904, viajó mucho: volvió antes a Santo Domingo, donde asistió a Hostos hasta los últimos instantes de su vida, y luego se fue a Nueva York (enero de 1904). Aquí lo esperaban sólo Francisco Noel y Pedro: unos meses antes de su llegada, Max había regresado a Santo Domingo. Henríquez y Carvajal y sus dos hijos mayores abandonaron Nueva York y se trasladaron a Cuba en abril de 1904. Mientras estos últimos se quedaron en La Habana, empleándose en una casa comercial, su padre se estableció en Santiago de Cuba, donde reunió al resto de su familia: la pequeña Camila, Max y sus sobrinos Fernando Abel y José Marino Henríquez llegaron el 28 de mayo del mismo año.12

No habían pasado siquiera dos semanas cuando Max Henríquez Ureña y su primo José Marino Henríquez ya habían fundado la revista Cuba Literaria: el primer número salió el 7 de junio. Entre los aspectos que les permitieron realizar este proyecto en un lapso tan breve, hay dos que fueron esenciales: por un lado, que “para un oriental de principios de siglo, un dominicano no era extranjero, y viceversa. Una larga historia de intercambios había cimentado un sentido de patria común que se alimentaba de flujos humanos constantes, hacia un lado y el otro, y su consecuente entretejido de intereses y emociones” (Fernández 2003: 43). Por el otro, Cuba Literaria refundó la empresa de una revista preexistente que se titulaba Alba y Ocaso: al terminar su actividad, el director de esta cedió a la primera todos los derechos y se mantuvieron las relaciones con los suscriptores y colaboradores (7 de junio de 1904, 1: 8).

Cuba Literaria: Revista Semanal Ilustrada tuvo un total de cincuenta y cinco números: el último apareció el 21 de julio de 1905. Por lo general, durante toda su existencia, la publicación fue regular; la revista se distribuía tanto en Santiago de Cuba como en otras ciudades de la isla y la suscripción mensual costaba 50 y 60 centavos, respectivamente. Al igual que la Revista Literaria de Deschamps, las ocho páginas de este semanario estaban protegidas por dos tapas que solían cambiar de color con la entrega. Toda la contracubierta y el verso de la cubierta estaban dedicados a la publicidad. En el recto de la cubierta se indicaban el título, el subtítulo y el rótulo “Ciencias, Artes y Letras”; además, en la mayoría de los números, aparecieron los nombres de Max Henríquez Ureña como director-redactor, de José Marino Henríquez como propietario y de su hermano Fernando Abel como administrador.

Este semanario se publicaba en la imprenta de Benito Filgueira. Entre los numerosos colaboradores dominicanos, los más asiduos fueron Francisco Henríquez y Carvajal y Pedro Henríquez Ureña. Además de escribir el editorial-programa en el primer número, la participación del Dr. Henríquez y Carvajal fue constante durante todo 1904 y llegó a ser esporádica en 1905. Según lo que afirma Max, desde La Habana, “Pedro, a más de colaborar, era, en realidad, un codirector de la revista. Cuba Literaria publicó algunos de los trabajos que mejor lo dieron a conocer como crítico y ensayista, entre ellos los que dedicó a Rodó y a D’Annunzio y luego incluyó en su primer libro, Ensayos críticos, publicado en La Habana a fines de 1905” (2001: 34). Entre los diferentes colaboradores cubanos se señalan a Enrique Hernández Miyares, Arturo R. de Carricarte, Joaquín Navarro Riera y Ginés Escanaverino de Linares.13

La simiente de la palabra oportuna del maestro Próspero, que había ya dado sus frutos durante la época del Salón Goncourt, germinó en tierra cubana el 12 de enero de 1905. A partir de los números 29 y 30, que salieron en conjunto con esa fecha, y hasta el 44 (28 de abril de 1905), Cuba Literaria publicó Ariel sin interrupciones. Fuera de Uruguay, esta fue la primera edición integral. Junto con la entrega inaugural del ensayo, el 12 de enero apareció también el artículo “Ariel: la obra de José Enrique Rodó”, de Pedro Henríquez Ureña (12 de enero de 1905, 29-30, 11-13), escrito desde La Habana el 31 de diciembre de 1904, así como un breve texto introductorio, sin firma. El autor de esta presentación (muy probablemente el director-redactor de la revista), aparte de transcribir la carta que el ensayista uruguayo le envió a Max Henríquez Ureña el 20 de noviembre de 1904, comentó que la publicación de ese “vibrante opúsculo” respondía al propósito del semanario de “hacer propaganda entusiasta a todo aquello que encierre grandes ideales de civilización y de cultura, todo aquello que represente una aspiración social noble y levantada” (1905: 15).

El propósito que aquí se declaraba nos remite, inevitablemente, a la intención de laborar en favor de un “alto ideal de civilización i de cultura” que en la Revista Literaria(1º de mayo de 1901, 3: 14) había sustentado la publicación de Ariel; por supuesto, en Cuba Literaria, en la voluntad propagandística de sus directores, seguían vivos esos valores educativos y morales profundamente rodonianos con los que se identificaron los normalistas dominicanos. Sin embargo, al leer el artículo “Ariel: la obra de José Enrique Rodó”, nos damos cuenta de que algo más está operando en la experiencia literaria, en la vivencia crítica de los Henríquez Ureña: Rodó, “ante todo, se dirige personalmente a ellos, los jóvenes, indagando si conciertan en su espíritu la fe, la esperanza, el entusiasmo, la constancia, el vigor necesarios para la magna obra” (12 de enero de 1905, 29-30: 12); y ellos, Pedro y Max Henríquez Ureña, lo eligen como representante de una prosa capaz de transfigurar el castellano, de un estilo moderno que, “abandonando los extremos de lo rastrero y de lo pomposo, alcanza un justo medio y se hace espiritual, sutil, flexible” (11). Rodó era el ejemplo a seguir del ensayista crítico, en cuyas facultades “brillan el análisis profundo y fino, la sensibilidad exquisita, el juicio correcto y comprensivo, la erudición extensa y ordenada” (11).

Hay otro dato que llama la atención. Al transcribir la misiva de Rodó en la presentación de la primera entrega, los directores de la revista declararon: “sirva de preliminar la atenta carta en que nos autoriza el notable escritor a conservar su Ariel en nuestras páginas” (12 de enero de 1905, 29-30: 15). De facto, fue Max Henríquez Ureña quien, en la epístola del 7 de agosto de 1904, solicitó al maestro uruguayo su beneplácito para reproducir la obra; además, le envió los números de la revista donde se habían publicado algunos de sus textos:

Como verá Ud., publico uno que otro párrafo de Ud., pero no colma eso mi deseo de que lo lean a Ud. y lo mediten. Quiero publicar en folletín anexo al periódico su Ariel. Paréceme que ningún país más a propósito para divulgar su obra que éste, donde el influencia yankee se acentúa de día en día. […]
Podría escribir pidiéndosela a mi hermano Francisco Noel, pero probablemente no querrá él desprenderse, aunque sea a título de préstamo, del ejemplar que Ud. le envió, temiendo que se estropee en manos de los cajistas, pues él lo conserva con esmero.
Me ha parecido más sencillo pedírsela a Ud. directamente, en la seguridad de que dejará Ud. satisfecho mi deseo (Cesana 2017: 222-223).14

Desde Montevideo, Rodó contestó a la solicitud con la carta del 20 de noviembre de 1904: agradeció el envío de los ejemplares de la revista y dio, de forma entusiasta, su autorización al proyecto. Al reproducir esta epístola, Cuba Literaria confirmaba, implícitamente, la sugerencia de Rodó que la edición cubana de Ariel se dedicase a la memoria de José Martí:

He leído su revista con vivo placer y simpatía. Me interesa de veras todo lo que se refiere al movimiento intelectual de esas tierras del Norte, “avanzadas” del espíritu latino en América.
Tiene su revista, además, el prestigio y la animación de cuanto lleva el sello del espíritu de la juventud, cuando a ésta inspiran altos y generosos ideales.
Escribe Ud. en la patria de Martí. Ponga Ud. su empresa bajo los auspicios de esa gran sombra tutelar.
En cuanto a “Ariel”, a quien se propone Ud. dar carta de naturaleza en Cuba, ¿qué he de decirle sino que tiene para ello mi beneplácito? Sólo me toca en esto hacer votos porque la buena fortuna, superior sin duda a los méritos del libro, que ha acompañado a éste hasta ahora, no le abandone en su nuevo avatar. Y si él no llevara ya su dedicatoria -nacida, por decirlo así, de sus mismas entrañas- propondría a Ud. que a la memoria de Martí dedicáramos la edición cubana de “Ariel” (12 de enero de 1905, 29-30: 15).

A los tres meses de publicarse la última entrega de Ariel(28 de abril de 1905), Cuba Literaria dejó de ser un referente de la prensa santiaguera: su último número salió el 21 de julio de ese año. Max Henríquez Ureña, por su difícil situación económica y, también, por las presiones del padre, había decidido moverse a La Habana. Llegado a la ciudad de las columnas, se dedicó por completo al periodismo: ingresó en la redacción del prestigioso semanario El Fígaro, fundó la revista Letras y colaboró con el periódico La Discusión. En los años siguientes, regresará a Santo Domingo y viajará a México, para volver nuevamente a La Habana en 1909 y participar en la fundación de la Sociedad de Conferencias (1910) y de la revista Cuba Contemporánea (1913), gracias a las cuales la difusión y recepción crítica de las obras de Rodó vivirán un nuevo auge. Sin embargo, antes de estos sucesos cubanos, será en México y en conjunto con su hermano Pedro, que Max tendrá un papel protagónico en la realización de otra publicación arielista.15

La primera edición mexicana de Ariel, Monterrey, 1908

Pocos días después de que la imprenta Esteban Fernández, de La Habana, le entregó su libro Ensayos críticos, Pedro Henríquez Ureña se embarcó para México: en Veracruz, donde llegó el 7 de enero de 1906, fundó la Revista Crítica con Arturo R. de Carricarte, e ingresó en la redacción del diario El Dictamen. Tras estas primeras experiencias, se trasladó a la Ciudad de México el 21 de abril. De inmediato, como relata en sus Memorias, se vinculó al periodismo capitalino: El Imparcial, Savia Moderna y Revista Moderna de México; “al cabo de diez días conocía a los principales literatos jóvenes de México” (2013b: 72): entre otros, Rafael López, Alfonso Reyes, Antonio Caso y Ricardo Gómez Robelo.

En ese entonces, Henríquez Ureña y Rodó habían ya instaurado entre ellos una relación epistolar. En su carta inaugural (La Habana, 1º de febrero de 1905) el joven dominicano le había confesado su admiración por el Ariel definiéndolo como “uno de los libros de más alta enseñanza para los hispanoamericanos”, aunque disentía “de su juicio sobre el pueblo yankee(Cesana 2017: 228). Sin leer la respuesta de Rodó del 20 de febrero de 1906, el autor de Ensayos críticos envió a Montevideo una segunda carta, escrita en conjunto con Carricarte (Veracruz, 27 de febrero), en la que le comentó los propósitos de la Revista Crítica. En la Ciudad de México, el 27 de agosto de 1906, Henríquez Ureña escribió la tercera carta de las que tenemos registro. Se trata de un documento muy importante porque el crítico dominicano le expuso a Rodó el proyecto de publicar Ariel en México, solicitando su autorización: “He enunciado entre mis amigos la idea de que hagamos una edición de ‘Ariel’, exclusivamente de propaganda. Espero que dé su aprobación, para en caso de que se resuelva hacer la reedición del libro” (Cesana 2017: 232).

Su hermano Max se reunió con él en febrero de 1907. En la primavera de ese año, los Henríquez Ureña participaron en la protesta literaria contra el programa antimodernista que Manuel Caballero había lanzado al inaugurar la segunda época de la Revista Azul; asimismo, tuvieron un papel activo en la fundación de la Sociedad de Conferencias, concebida por el arquitecto Jesús T. Acevedo. A pesar de las dificultades económicas que, a fines de julio, los obligaron a separarse otra vez —Pedro encontró trabajo en una compañía de seguros, mientras que Max aceptó la oferta de La Gaceta de Guadalajara—, el proyecto de la edición mexicana de Ariel seguía tomando forma.

En noviembre del mismo año, Antonio Caso, Jesús T. Acevedo, Alfonso Cravioto, Rafael López, Rubén Valenti, Ricardo Gómez Robelo y los Henríquez Ureña firmaron una carta dirigida a Bernardo Reyes, solicitándole que costeara la publicación rodoniana. El gobernador de Nuevo León contestó a los “Sres. Max. Henríquez Ureña y demás signatarios”, con la misiva fechada el 5 de diciembre:

Apreciables Sres. míos:
Ayer recibí la carta de Uds. fecha 20 del próximo pasado, en que me expresan su deseo de que los ayude para efectuar la reimpresión de la obra escrita por José Enrique Rodó, con el título “Ariel”, acompañándome, para que sirva de original, varios números de “Cuba Literaria”, en que se dio a la estampa; y tomando en cuenta el simpático objeto de propaganda de arte, que entraña semejante reimpresión, desde luego dispongo lo necesario para el caso, en el concepto de que se tirarán quinientos ejemplares de la obra.
Oportunamente daré a Uds. aviso de lo que se haga al respecto dicho, y ordenaré que se les remitan los ejemplares ameritados.16

En el mismo mes de 1907, en la Revista Moderna de México salió el artículo “Marginalia: José Enrique Rodó”, de Pedro Henríquez Ureña: un ensayo crítico sobre Liberalismo y jacobinismo, que el uruguayo había publicado en 1906. La nota a pie de página con la que el humanista dominicano cerró su artículo es reveladora; aquí se lee: “Podemos anunciar que pronto se hará en México, como obsequio a la juventud, una edición de Ariel(vol. 9: 241). A principios de 1908, Alfonso Reyes, quien se encontraba en Nuevo León, empezó a ocuparse personalmente del proyecto; en su carta a Pedro Henríquez Ureña del 21 de enero, le escribió: “Se me había pasado decirte que Ariel va atrasadísimo, pero que ya me ocupo yo de él, y yo soy muy activo. Saldrá elegante” (Reyes y Henríquez Ureña 2004: 60).

La edición regiomontana de Ariel se imprimió en los Talleres Modernos de Lozano, el 14 de mayo de 1908; tuvo un tiraje de quinientos ejemplares, que se distribuyeron, como obsequio, entre los estudiantes. Según lo que afirmó Bernardo Reyes en su carta del 5 de diciembre de 1907, para esta impresión se utilizó, como base, la publicación de Cuba Literaria. Así como en el caso de las primeras dos ediciones montevideanas de 1900, en la de Monterrey la división entre los seis capítulos era mínima y no estaba indicada con números romanos.

Respecto a la “Nota de la edición mexicana” que introduce el sermón laico de Próspero, debemos recordar, sin duda, el análisis puntual que Alfonso García Morales ofrece en su libro sobre el Ateneo de México (1992: 123-125). Hic et nunc, nos limitamos a subrayar que se trata de un breve prólogo escrito por Pedro Henríquez Ureña —según lo que éste le comenta a su hermano Max en una carta del 2 de diciembre de 1907 (Incháustegui y Delgado 1996: 392)— y que termina con el siguiente párrafo:

Al dar a conocer ARIEL en México, donde hasta ahora sólo habían llegado ecos de su influencia, creemos hacer un servicio a la juventud mexicana. No pretendemos afirmar que Rodó ofrezca la única ni la más perfecta enseñanza que a la juventud conviene. En el terreno filosófico, podrán muchos discutirle; en el campo de la psicología social, podrán pedirle una concepción más profunda de la vida griega y una visión más amplia del espíritu norte-americano; pero nadie podrá negar, ni la virtud esencial de sus doctrinas, que en lo fundamental se ciñen a las más excelsas de los espíritus superiores de la humanidad, ni la enérgica virtud de estímulo y persuasión de su prédica, ni, en suma, que ARIEL sea la más poderosa inspiración de ideal y de esfuerzo dirigida a la juventud de nuestra América en los tiempos que corren (Rodó 1908b: 6).

La publicación regiomontana de Ariel se realizó sin esperar el beneplácito de su autor; de hecho, Pedro Henríquez Ureña explicó a Rodó los detalles de esta decisión en la carta del 5 de agosto de 1908, junto a la cual le envió diez ejemplares de la edición.

Grande habrá de ser su sorpresa, y aún me temo que habremos de provocar su disgusto, por haber hecho tal uso de su obra, sin su autorización previa; pero también confío en que encuentre V. justa nuestra acción: ¿no es Ariel, acaso, propiedad de toda la América?
Un día, en grupo que formamos los jóvenes de la “Sociedad de Conferencias”, hablábamos de la necesidad de predicar el esfuerzo a la juventud mexicana, y, recordando su Ariel, lamentábamos que esta obra, expresión la más alta de un ideal hispano-americano, fuera desconocida en este país. Uno de nosotros, el arquitecto Acevedo, apuntó la idea de hacer una edición para repartirla gratuitamente a la juventud estudiosa; otro, el poeta Alfonso Reyes, ofreció acudir a su padre, el ex-ministro de la Guerra y actual Gobernador del Estado de Nuevo León, para que hiciera la edición deseada; y todos la dimos por ya hecha. Pero, se pensó: ¿podrá hacerse sin la autorización previa del autor, evitando así la demora de cuatro o cinco meses que exigiría el pedirla? Entonces, mi hermano Max y yo alegamos que confiábamos en que fuese innecesaria, y que, a mayor abundamiento, Max tenía ya la aprobación de V. para hacer una edición de Ariel en Cuba, donde sólo llegó a hacer la publicación en la revista “Cuba literaria”. Y así se acordó. El General Bernardo Reyes acogió la idea con simpatía, y aquí tiene V. ya la edición mexicana de Ariel, que esperamos dé los frutos apetecidos (Cesana 2017: 233-234).

Rodó contestó a Pedro Henríquez Ureña con la carta del 28 de noviembre de ese año. Le comentó que le era grato “ver a Ariel en tan lúcido traje y destinado a tan noble público como la juventud de México” y agregó: “No hay motivo para que Usted me explique en su carta por qué no se ha solicitado mi autorización. No era necesaria: todo lo que yo escriba pertenece a Ustedes” (Cesana 2017: 236). En la misma carta, Rodó confesó a su “distinguido amigo” que tenía noticia de otra edición mexicana de su ensayo: aquella publicada, en la Ciudad de México, por la Escuela Nacional Preparatoria, que dirigía Porfirio Parra.

Respecto a este último dato, Pedro Henríquez Ureña, en su respuesta del 5 de marzo de 1909, le contó a Rodó que “Ariel fue leído en voz alta, ante toda la Escuela Preparatoria, por el poeta Urbina, profesor de ella, antes de hacerse la edición de esa escuela, es decir, valiéndose de la impresión de Monterrey” (Cesana 2017: 238). Gracias al informe escolar que Juan Mansilla Río, subdirector del plantel, publicó en el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria (en mayo de 1909), sabemos que el evento se realizó en el Salón de Actos de San Ildefonso, durante cuatro secciones: los días 7 y 13 de agosto, y el 9 y 21 de octubre de 1908 (vol. 1: 203-204).

Como muestra el ejemplar conservado en la Colección Rodó, en la edición preparatoriana de Ariel no está indicada la fecha de publicación. Sin embargo, además del testimonio de Pedro Henríquez Ureña (carta del 5 de marzo de 1909), hay otra evidencia que permite determinar un lapso preciso y comprobar que la impresión regiomontana fue anterior: el 24 de agosto de 1908, el periodista español Telésforo García, quien vivió gran parte de su vida en México, envió al uruguayo una carta en que le dijo que acababa de leer Ariel “en esmerada edición hecha por esta Escuela Nacional Preparatoria” (Cesana 2016: 125). Al considerar, pues, que las primeras dos secciones de la lectura en voz alta de la obra de Rodó fueron el 7 y 13 de agosto, es posible sostener que la impresión capitalina debió estar lista para la mitad del mismo mes. Además, la publicación promovida por Porfirio Parra se abre con el mismo texto introductorio de la impresión regiomontana escrito por Pedro Henríquez Ureña (Rodó 1908a: 3-4).

Alfonso García Morales (1992: 119-132) y Leonardo Martínez Carrizales (2010) han examinado, de forma distinta, el contexto literario y educativo del periodo prerrevolucionario, en el cual se realizaron las dos ediciones de Ariel. Por lo general, los dos investigadores coinciden en señalar que ambas iniciativas se enmarcan dentro de un más general proceso histórico de revisión y crítica del positivismo; tanto la dirección preparatoriana como los jóvenes de la Sociedad de Conferencias reconocieron y apreciaron la “solución armónica” (García Morales 1992: 120) que el uruguayo propuso en su examen del positivismo; una puesta en tela de juicio finalizada a la superación del empirismo utilitario, pero también respetuosa de los resultados logrados: “nuestro idealismo no se parece al idealismo de nuestros abuelos. Se interpone, entre ambos caracteres de idealidad, el positivismo de nuestros padres. Ninguna enérgica dirección del pensamiento pasa sin dilatarse de algún modo dentro de aquella que la sustituye” (Rodó 1967: 521). De esta forma, si para Porfirio Parra la autoridad pedagógica de Rodó coincidió con la necesidad de reconocer “la complejidad integral de la persona” y la “dimensión moral y estética” de los alumnos (Martínez Carrizales 2010: 64), para los futuros ateneístas la oratoria de Próspero reveló una aptitud magistral, necesaria y efectiva: a la hora de entender el concepto de la fraternidad hispanoamericana, desempeñar una conducta intelectual seria y disciplinada y, finalmente, valorar el sentimiento de la belleza como guía espiritual hacia la verdad y la justicia.

Para concluir, sólo me queda confiar en que el presente artículo ponga en evidencia el papel fundamental que el género epistolar, las revistas y el trabajo editorial tuvieron en el desarrollo del panorama intelectual y literario que se gestó en República Dominicana, Cuba y México a partir de la publicación de Ariel en 1900. La lectura y la difusión de la obra de Rodó permitió a Pedro y Max Henríquez Ureña ser protagonistas de una aventura, quizás, única en el proceso de definición del sistema literario hispanoamericano y en la búsqueda de sus expresiones posibles. Este entusiasmo por el magisterio rodoniano, no exento de críticas, se renovó cuando en 1909 el ensayista uruguayo publicó Motivos de Proteo: ese libro en perpetuo devenir, porque abierto sobre una perspectiva indefinida.


1.

fn1Para consultar una lista significativa de las publicaciones periódicas que, de distinta forma, se ocuparon de Ariel entre 1900 y 1903, véase Le Gonidec 1979: 35-37.

2.

fn2Entre los críticos e investigadores de Rodó que han propuesto esta cronología, véanse: Rodríguez Monegal 1957: 201; García Morales 1992: 17-30; Castro Morales 2000: 95-98; Real de Azúa 2001: 55-56. Por supuesto, también respecto a la historia de las ediciones de Ariel, hay que reconocer el trabajo pionero de Arturo Scarone y Roberto Ibáñez, quienes fueron los primeros a bucear en los documentos del Archivo Rodó; véanse: Scarone 1930: 5-6; Ibáñez 2014: 154-171.

3.

fn3Con la noción de red intelectual nos referimos a esa amalgama, ese entramado de conexiones y lazos que los intelectuales tejen entre sí, a través de la realización de una o varias actividades, que van desde las conferencias y congresos, los encuentros personales, la correspondencia, la defensa de intereses corporativos o políticos, la difusión del trabajo realizado, hasta las polémicas, las relaciones maestro-discípulo, las colaboraciones en revistas o instituciones y, finalmente, la crítica literaria y el trabajo editorial (cfr.León Olivares 2017: 177).

4.

fn4De acuerdo con lo que indica Regina Crespo (2010: 15), la materialidad de las revistas es representada por aspectos de su producción (como tiraje, precio, distribución, lectura y recepción) y, al mismo tiempo, por su propia composición gráfica (imágenes, colores, tipo de papel, formato, fotos, etc.).

5.

fn5La correspondencia entre Leonor Feltz y Pedro Henríquez Ureña fue particularmente intensa durante el primer año neoyorkino de este último. Bernardo Vega (2015: 63-95) registra el envío de diez cartas por parte de Feltz entre el 19 de febrero de 1901 y el 28 de abril de 1902. Con base en estos documentos, es posible reconstruir detalles significativos sobre la historia del Salón Goncourt y de la revista de Deschamps.

6.

fn6Las cartas de Tulio Manuel Cestero, Enrique Deschamps, Federico Henríquez y Carvajal y Francisco Noel Henríquez Ureña se conservan en la Colección Rodó de la Biblioteca Nacional de Uruguay. Por otro lado, la misiva que Rodó le envió a Federico García Godoy el 15 de abril de 1901 se encuentra en Jaime 1971: 23. García Godoy desarrolló un papel esencial en la recepción crítica de la obra rodoniana en América Latina (León 2017: 190-201). Tuvo una estrecha relación con Federico Henríquez y Carvajal y Pedro Henríquez Ureña; además, publicó dos artículos en Revista Literaria: “Interior de un alma” (8 de julio de 1901, 6: 4-6) y “Campoamor” (5 de octubre de 1901, 9: 4-6).

7.

fn7Al citar las cartas de Federico Henríquez y Carvajal y Francisco Noel Henríquez Ureña se indicarán, entre paréntesis en el texto, la sigla CR (Colección Rodó), la fecha y el número de signatura del folio. Respecto a la presente investigación archivística, agradezco a la doctora Mariana Moraes por el auxilio fundamental.

8.

fn8Henríquez y Carvajal se refiere aquí a dos revistas que él dirigía. El Mensajero, salió en Santo Domingo en 1881 y se suspendió en 1890. Después de la dictadura de Ulises Heureaux, conoció una segunda época, que duró apenas un año. La revista Letras y Ciencias, que Henríquez y Carvajal fundó y dirigió junto a su hermano Francisco, vio la luz en 1892; según Martínez Paulino (1984: 83) duró hasta 1899. Respecto a las abreviaturas de ciertas expresiones de cortesía y despedida, se respeta la fórmula original contenida en la carta.

9.

fn9Según lo que cuenta Pedro Henríquez Ureña en sus Memorias, la Sociedad Amigos del País se fundó en Santo Domingo en 1871: Francisco Henríquez y Carvajal había sido uno de los fundadores de esta asociación (2013b: 23-24). La Revista Literaria dedicó todo su segundo número (7 de abril de 1901) a los juegos florales y el concurso artístico que la Sociedad había celebrado un mes antes.

10.

fn10En Revista Literaria se publicaron los siguientes artículos de Pedro Henríquez Ureña: “El verdadero Ibsen” (1º de mayo de 1901, 3: 7-9); “Belkiss” (22 de mayo de 1901, 4: 2-4); “Crónica neoyorkina. En Metropolitan Opera House(8 de julio de 1901, 6: 11-13), firmado con el seudónimo Bohechio; y “Cuando despertemos” (8 de agosto de 1901, 7: 6-9), traducción al español de la escena final del drama de Henrik Ibsen, Når vi døde vågner (When We Dead Awaken). Por su parte, Max Henríquez Ureña publicó en Revista Literaria los siguientes textos críticos: “Edmond Rostand” (8 de agosto de 1901, 7: 10); “Algo sobre Wagner” (5 de octubre de 1901, 9: 14-15); “Verdi” (31 de octubre de 1901, 10: 7-8).

11.

fn11Sobre la relación entre José Enrique Rodó, Eugenio María de Hostos y el krausismo, véanse Castro Morales 1989: 83-120; García Morales 2004: 17-18 y 49-52.

12.

fn12En general, sobre la historia de la familia Henríquez Ureña durante este periodo, véase Max Henríquez Ureña 2016: 66-88.

13.

fn13Sobre los colaboradores habaneros y santiagueros de Cuba Literaria, véase Ramírez 2016: 203-206.

14.

fn14Antes de que Max Henríquez Ureña enviara esta carta del 7 de agosto de 1904, en Cuba Literaria se publicaron los siguientes artículos de Rodó: “El arte en la poesía” (22 de junio de 1904, 3: 24) y “La crítica literaria” (6 de agosto de 1904, 9: 68).

15.

fn15Sobre el papel de la Sociedad de Conferencias de La Habana y de la revista Cuba Contemporánea en el proceso de difusión y recepción crítica del ideario rodoniano, véanse Plesch 2000: 124-133; San Román 2009: 71-74; Segreo 2016: 64-159.

16.

fn16La presente carta se conserva en el Archivo General de la Nación de Santo Domingo: Fondo Bernardo Vega, Cartas de Pedro Henríquez Ureña (1903-1946), Caja 2 con número de signatura 516803.

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