Jaksic, Iván y Juan Luis Ossa (eds.). Historia política de Chile, 1810-2010. Tomo i. Prácticas políticas. Santiago, de Chile: Fondo de Cultura Económica Chile, 2017.
DOI: 10.22201/cialc.24486914e.2019.68.57154
En ciertos círculos académicos latinoamericanos hablar de historia política sigue considerándose un anacronismo. Se le asocia con enfoques positivistas decimonónicos o, en su defecto, con la historiografía de las décadas de 1970 y de 1980, mucho más explicativa y estructural, pero considerada caduca, dada la supuesta muerte de las ideologías y de los relatos que la orientaban. No obstante, asistimos en los últimos años a una reanimación del estudio de lo político por parte de los historiadores. En el caso chileno, dicho resurgimiento viene marcado por un énfasis en la historia social como camino para la comprensión de las relaciones de poder, como también, por la necesidad de conectar la reflexión histórica con las inquietudes sociales propias del tiempo presente enfocadas hacia la consolidación del ideal democrático, interrumpido por la dictadura de 1973-1990, y la búsqueda de la reconciliación social a partir de una nueva construcción del relato de nación.
Desde el horizonte planteado, se han desarrollado diversos trabajos historiográficos en orillas teóricas y metodológicas variadas. El combustible en dicha producción ha sido el diálogo interdisciplinar con las ciencias sociales contemporáneas. Es en este contexto que el Centro de Estudios de Historia Política de la Universidad Adolfo Ibáñez proyectó, a propósito del Bicentenario de la Independencia (2010-2018), la realización de una colección dedicada a proporcionar una visión renovada y de conjunto de la historia política de Chile. Los ejes temáticos seleccionados fueron las prácticas políticas, la relación entre Estado y sociedad, los problemas económicos y la intelectualidad política. En la presente reseña abordaré el primero, que corresponde al tomo i.
La premisa sobre la que descansa el tomo es que “la política se piensa, pero sobre todo, se ejecuta”, es así que la base teórica se sostiene en postulados pragmáticos del ejercicio del poder. En este orden
de ideas, los editores caracterizan la praxis política a través de nociones como generación, negociación y disputa. Los actores son vistos, entonces, como sujetos dinámicos y poseedores de una historicidad, que no está dada por categorías previas –como las propuestas por los estudios culturales o la historia de las ideas–, sino que se va gestando en la cotidianidad y en la contingencia de los procesos individuales y colectivos. Se dejan, de esta manera, los acercamientos institucionalistas, para dar paso a la relación entre prácticas políticas y mundo social. Perspectiva que, en sí misma, no es novedosa. Sin embargo, los hallazgos que se han ido produciendo en dicha línea no han sido suficientemente sistematizados ni problematizados a la luz de una narrativa amplia de la construcción nacional. Esfuerzo que este libro emprende a través del abordaje transversal de cuatro problemas historiográficos: la revolución y la guerra, la política asociativa, la participación social en la toma de decisiones públicas y el binomio democracia-dictadura.
El libro consta de catorce capítulos con una extensión homogénea de 30 a 31 páginas cada uno y con una estructura relativamente uniforme: breve introducción conceptual, balance historiográfico, desarrollo cronológico y/o temático del problema y conclusiones. Los autores son once doctores en Historia de universidades chilenas, norteamericanas y europeas; dos estudiantes doctorales en historia; y tres doctores en psicología, ciencia política y sociología. Un grupo variopinto, tanto en formación disciplinar, como en edad y trayectoria. Por eso, no es extraño que el acercamiento que realizan a las prácticas políticas sea multidisciplinario al retomar categorías e ideas de la historia conceptual, la teoría militar, la sociología, la antropología y la teoría de género. En ese sentido, la estructura general del tomo tiende a ser en espiral. En otras palabras, a través de los capítulos se van retomando algunos procesos, sujetos e inquietudes propias de los problemas historiográficos básicos de la obra, pero en diferentes claves hermenéuticas. Disposición conceptual y metodológica que permite al lector ir complejizando su visión de cada tema en la medida en que va avanzando.
Se evidencia un esfuerzo por darle coherencia y unidad a la obra. Si bien Jaksic y Ossa aparecen como editores, realmente se nota un trabajo de dirección y de, por lo menos, una comunicación entre los diversos autores. Muestra de esto son las múltiples referencias a otros capítulos y tomos, como también, la presentación de una bibliografía en bloque. En total se revisaron catorce archivos, doce en Chile —cinco privados y siete públicos— y dos en el exterior —España y Estados Unidos—, los cuales seguramente fueron consultados de manera independiente, pero que en su conjunto representan un acervo documental considerable. Se citan cerca de 50 publicaciones periódicas y un aproximado de 91 fuentes primarias impresas, que corresponden a actas, ponencias y textos académicos del periodo, boletines y manifiestos de asociaciones, constituciones políticas (1828, 1833, 1925, 1980), artículos de prensa, entrevistas, transcripción de discursos, memorias y memoriales, estadísticas, leyes y decretos, entre otros. Además, las referencias bibliográficas son amplias. Incluyen referentes teóricos y un corpus historiográfico considerable. Material que abarca desde las últimas décadas del siglo xix hasta 2016. La obra, en este sentido, se convierte en un valioso material de consulta para quien requiera hacerse una idea de la historiografía política chilena.
Si bien en cada uno de los capítulos se imbrica una variedad de prácticas políticas de diversa índole, para efectos de esta reseña los agrupo según tres énfasis generales. En primer lugar, aquellos que dan preponderancia a prácticas de carácter discursivo y simbólico. En segundo término, los que acentúan prácticas asociativas y organizativas. Y, finalmente, los que analizan el uso de la fuerza y la degradación de los otros tipos de prácticas en violencia.
La periodización es flexible. Algunos autores se dedican al siglo xix en un esfuerzo por trabajar los elementos fundantes de la identidad y de los problemas de la vida republicana chilena. Otros extienden sus estudios hasta la segunda dictadura del siglo xx, bajo la premisa de que la misma se constituyó en un quiebre fundamental con el pasado y las dinámicas políticas del mismo. También se encuentran los que se atreven a llegar al tiempo presente. Estos últimos se muestran conscientes de las dificultades que implica trabajar históricamente una época que no ha terminado de moldearse. Por lo tanto, dejan hipótesis abiertas sobre las formas que han de asumir las prácticas políticas en la actualidad y en el futuro cercano.
Los capítulos que enfatizan las prácticas discursivas y simbólicas son los de Juan Luis Ossa, Carla Rivera, Patrick Barr-Melej y Marcelo Casals, que corresponden al estudio de la revolución de independencia y la construcción republicana de Chile, la prensa en su carácter político, la política de la cultura y el binomio democracia-dictadura, respectivamente. Aquí categorías como soberanía, legitimidad, opinión pública, folklorismo, democracia, dictadura, pueblo o masa social, se constituyen en campos semánticos de disputa por la movilización y el dominio de las conciencias, las cuales, una vez cooptadas, legitiman acciones, actitudes e, incluso, regímenes políticos. Para los autores fue importante determinar quiénes producían dichas conceptualizaciones, si eran construcciones de una élite o grupo determinado o, por el contrario, si fueron surgiendo del ejercicio mismo de la actividad pública y privada; como también, de qué manera se apropiaron socialmente al traducirse en acciones objetivas.
Sobre prácticas asociativas y organizativas se tienen los capítulos de Andrés Baeza, M. Eliza Fernández, María Rosaria Stabili, Elizabeth Quay, María Soledad Sarate, Luis Thielemann Hernández, Claudio Robles y Eduardo Posada. Los temas abordados son el asociacionismo, los partidos, la participación social de las mujeres, la emergencia de las clases medias, los movimientos sociales y las elecciones. Los autores se preguntan por la progresión de estas formas de sociabilidad desde el siglo xix —periodo en que tendían a ser más de carácter local y efímero— hasta el xx, en el cual los procesos de modernización, urbanización, despliegue del capitalismo y de ideologización de distintas capas sociales, llevaron a una mayor estructuración de la organización social, como también a su pluralización y radicalización. Hecho que es visto, en algunas partes del texto, como un detonante del conflicto que hizo posible la dictadura de 1973-1990, pero que, a su vez, permitió que durante los años de represión siguieran existiendo, en muchos casos de forma subrepticia, redes y lazos contrahegemónicos, que paradójicamente tenderían a desaparecer en los años de retorno a la democracia.
Respecto al uso de la fuerza se encuentran los capítulos de Joaquín Fernández, Augusto Varas, Brian Loveman y Elizabeth Lira. Autores que retoman temas como las guerras civiles, los militares en la política y las expresiones de violencia politizada. El interés de los autores recae en las formas de legitimación de la violencia, sus lógicas internas y expresiones concretas por parte de los diversos actores sociales, tanto populares como de élites privadas y del mismo Estado. Las vías de hecho se constituyeron, así, en una forma de práctica política común desde el siglo xix. El monopolio de la fuerza por parte del Estado fue una conquista paulatina, que terminó por sofocar otras visiones de país distintas a las dadas por la institución castrense. De tal forma que las constituciones más duraderas en Chile fueron promovidas desde gobiernos de carácter militar, sin olvidar que cada sistema represivo engendró nuevas formas de violencia por parte de algunos afectados.
El libro presenta ciertos hilos conductores. Por ejemplo, el cuestionamiento al “excepcionalismo chileno”, la idea generalizada de que este país ha tenido una democracia mucho más estable y menos violenta que los demás en América Latina, por lo menos hasta 1973. La visión de los autores varía desde considerar esta singularidad un error historiográfico, hasta un mito ideológicamente construido para sustentar políticas conservadoras y progresistas, pasando por una aceptación parcial. No obstante, con algunas excepciones, falta un mayor nivel comparativo con otras experiencias nacionales, que permita determinar el grado de particularidad chileno. De todas maneras, el análisis de las prácticas políticas en escenarios locales va matizando la visión construida del país y de las relaciones de poder establecidas entre individuos, colectivos e instituciones.
Otro aspecto común es la pregunta por los procesos de politización o despolitización de la acción colectiva de grupos e instituciones. Los autores parten de una concepción amplia de las relaciones de poder. Comprenden que a toda práctica que busque incidir en la toma de decisiones públicas, así sea en pequeños radios de incidencia, se le puede considerar política. Sin embargo, dependiendo de su enfoque teórico, se preguntan por el nivel de profundización política de estas acciones, si son relativamente espontáneas u organizadas, si siguen una ideología determinada o son más bien reaccionarias, si evidencian una conciencia de clase o no, si buscan transformaciones estructurales o sólo reivindicaciones puntuales. En ese sentido, es posible detectar los sesgos ideológicos de quienes escriben, lo cual no es necesariamente un problema, si se comprende que el conocimiento histórico es situado, pero sí hay que estar atentos para identificar en una lectura crítica dichas parcialidades y sopesar los juicios de valor que algunos emiten.
Finalmente, se encuentra un carácter revisionista en el texto. No pretende plantearse preguntas nuevas, ni trabajar fuentes marcadamente innovadoras, pero sí utilizar un arsenal analítico renovador para cumplir con el objetivo propuesto por los editores, el cual es presentar un recorrido por los principales procesos y eventos de la historia republicana chilena desde la perspectiva de las prácticas políticas y, así, poder romper con las visiones teleológicas de la historia nacional, como también promover la capacidad de apreciación de la gama de posibilidades que entran en juego cuando se disputa el poder en momentos álgidos de cambio social o de estabilidad política.
Considero que el libro cumple con su finalidad. Más que plantear respuestas cerradas a los interrogantes políticos que se le hacen a la historia hoy, como por qué una nación es lo que es y no otra cosa, cómo se ha llegado a validar actos de extrema violencia en plena modernidad, o de qué manera la memoria histórica nos sirve para encontrarnos con el otro, en términos de la pluralidad, entre otros; lo que nos permite es ubicarnos en el horizonte de análisis de la vida concreta y, de esta forma, aterrizar la reflexión política desde su idealismo característico a las realidades concretas y siempre variantes en que se desarrolla.
Juan Carlos Gaona Poveda
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores
en Antropología Social, Unidad Peninsular, México
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