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Antifascismo, revolución y Guerra Fría en México: la revista América, 1940-1960

Anti-fascism, Revolution and Cold War in Mexico: América Magazine, 1940-1960

Jorge A. Nállim1

Resumen: el objetivo del artículo es analizar la revista América en 1940-1960 como un espacio privilegiado para el estudio de procesos históricos nacionales y transnacionales. El estudio está basado en un análisis exhaustivo y novedoso del material publicado en la revista, complementado con fuentes primarias y secundarias mexicanas y extranjeras. El texto revela que América constituyó un elemento central en una red intelectual y política nacida de la confluencia de grupos vinculados al Estado revolucionario mexicano, la izquierda y el exilio español en México. El análisis de los grupos, ideas y transformaciones de América permite identificar aspectos relevantes, muchos de ellos inéditos, de la trama social, política e ideológica del mundo cultural mexicano de la época, entre ellos, la evolución desde el antifascismo hacia el anticomunismo y la relación entre el Estado mexicano y los intelectuales.

Palabras clave: Antifascismo; Cultura; Exilio Español; Guerra Fría; México.

Abstract: The article analyzes the magazine América in 1940-1960 as a privileged political and cultural space for studying national and transnational historical processes. It is based in an exhaustive and novel analysis of the material published in the magazine and complemented with Mexican and foreign primary and secondary sources. The article shows that América played a central role in an in intellectual and political network born out of the convergence of groups linked to the Mexican revolutionary state, the left, and the Spanish exile in Mexico. The analysis of América’s groups, ideas, and transformations allows the identification of relevant aspects, many of them original and unpublished, regarding the social, political, and ideological linkages of the contemporary Mexican cultural world, among them, the evolution from antifascism to anticommunism and the relationship between the Mexican state and intellectuals.

Keywords: Antifascism; Culture; Spanish Exile; Cold War; Mexico.

Recibido: 11 de enero de 2019

Aceptado: 24 de junio de 2019

DOI: 10.22201/cialc.24486914e.2020.70.57164

Introducción

En agosto de 1940, aparecía en la ciudad de México el primer número de América. Revista Mensual. Órgano de la Juventud Hispanoamericana (América partir de ahora). Según su primer editorial, existía una comunidad moral y de valores entre la “verdadera” España —la opuesta al régimen de Francisco Franco y representada por el exilio español en México— y América. El exilio español creaba la posibilidad inesperada y maravillosa para que España y América se conocieran y repararan los “lazos espirituales” dañados desde la Independencia de América. En América, “no afectada” por los males del Viejo Mundo, se refugiaba “el espíritu humano” y se encontraba “la reserva humana que dará al mundo el aliento moral que necesite para emprender su marcha después de la catástrofe de Europa. América ha de alumbrar el nuevo camino del hombre, conduciéndole a un destino mejor, y a este renacer ha de aportar la juventud de su savia generosa” (“Editorial” 1940).

América iniciaba así una trayectoria entre 1940 y 1960 marcada por continuidades y rupturas y que es el foco del presente artículo. La revista es un espacio cultural, ideológico, político y social privilegiado para estudiar procesos y transformaciones que marcaron profundamente a la sociedad mexicana. Nacida de la confluencia de grupos vinculados al Estado mexicano, el exilio español y la izquierda mexicana, América estructuró sus contenidos en 1940-1945 a lo largo de tres ejes relacionados: la defensa irrestricta del Estado mexicano y de la Revolución mexicana, la parti-
cipación y el apoyo del exilio republicano español en México y la crítica al franquismo, y el apoyo a la causa antifascista y aliada en contra del Eje y los regímenes dictatoriales en América Latina.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la revista experimentó cam-
bios en el nuevo contexto nacional y de la Guerra Fría. Por un lado, mantuvo su clara y firme adhesión y defensa de la Revolución mexicana y estrechó su vinculación con el Estado, al ser publicada en 1948-1954 con el patrocinio de la Secretaría de Educación Pública, a la par que privilegiaba colaboraciones de carácter literario y cultural. En otro giro, en 1956-1960, retornó a temáticas ideológicas, dando mayor cabida a grupos y temas de la Guerra Fría en clave anticomunista y de apoyo a los Estados Unidos. América completaba así una trayectoria del antifascismo al anticomunismo a través del exilio republicano español y la Revolución mexicana, en un proceso dinámico de continuidades y cambios que integraba cultura y política dentro del contexto nacional e internacional.

Desde esta perspectiva, el artículo hace una serie de aportes relevan-
tes. Primero, contribuye a la muy escasa bibliografía sobre la revista (Millán 2009; Millán 1963; Acuña 2000) que no ha explorado temas como la defensa de las ideas de la Revolución mexicana, el anticomunismo y la Guerra Fría. En particular, indaga sobre las complejidades de la Revolución mexicana, especialmente la relación entre Estado e intelectuales y el mundo editorial mexicano, aspecto no estudiado para
América y sí para otras publicaciones como Cuadernos Americanos (Weinberg 2010). El texto también aporta una nueva y novedosa perspectiva sobre los ámbitos, ideas y circulación del exilio español en México (Caudet 2007; Pla Brugat 2010; Faber 2002). Finalmente, el artículo dialoga con la literatura sobre las estrategias culturales desplegadas por Estados Unidos en la Guerra Fría para lograr apoyos entre los intelectuales mexicanos (Iber 2015; Glondys 2012; Fein 2008). En concreto, analiza el rol de América como precedente y núcleo social e ideológico de las redes que confluyeron en la Guerra Fría cultural en México, colocando así a la revista en el contexto más amplio sobre el antifascismo y los orígenes de la Guerra Fría en México y América Latina (Joseph y Grandin 2010; Lear 2017, Gleitzer 2010; Nállim 2014b, Janello 2013-2014, Moraga y Peñaloza 2011).

Metodológicamente, el artículo analiza los 74 números de América publicados entre 1940 y 1960, complementados con fuentes de otras publicaciones e instituciones en México y el exterior. Como toda empresa cultural compleja, América cubre distintos actores, tendencias, ideas y periodos. Por otra parte, las revistas son un aspecto central del campo intelectual que pueden ser consideradas como “estructuras elementales de sociabilidad” que permiten el análisis de la creación y evolución de ideas y relaciones afectivas (Dosse 2003: 52) Siguiendo los aportes teóricos de Raymond Williams, en las páginas e ideas de América se pueden identificar un ethos, un “cuerpo común de práctica” y “estructuras de sentimientos” comunes que permiten hablar de convergencias y coincidencias dentro de esa diversidad (Williams 2001: 229). La primera sección del artículo detalla el contexto de la creación de la revista, los grupos involucrados y su relación con el Estado y su núcleo de ideas en 1940-1945. La segunda sección cubre los años 1946-1960, las continuidades y rupturas con el periodo anterior en cuanto a temas y relaciones con el Estado y la presencia del anticomunismo nacional e internacional en el contexto de la Guerra Fría.

Revolución, antifascismo y democracia, 1940-1945

Los grupos e ideas que confluyeron en América deben comprenderse en un contexto histórico marcado por las transformaciones de la Revolución mexicana, las relaciones entre el Estado mexicano y los intelectuales de izquierda y antifascistas, el exilio republicano español y la Segunda Guerra Mundial. En términos de la Revolución, el tránsito del sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940) al de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) moderó el espíritu más popular y radical del proceso revolucionario (Joseph y Buchenau 2014: 134-79). Paralelamente, se hacía ahora mayor énfasis en la industrialización, el orden y la estabilidad política en una democracia controlada por el partido revolucionario y se mantenía una retórica populista que convivía con el abandono de la política antimperialista frente a Estados Unidos. Estas transformaciones también involucraron la relación entre Estado e intelectuales, especialmente para los intelectuales enrolados en la izquierda y el antifascismo, quienes establecieron una fuerte rela-
ción de alianza y colaboración con el Estado posrevolucionario. Así, en el nuevo contexto, amplios sectores de la izquierda brindaron “su autoridad moral al Estado, conformando las pretensiones de éste de ser el intérprete privilegiado de la nación y el nacionalismo” (Acle-Kreysing 2016: 578).

La relación del Estado con intelectuales de izquierda estuvo lejos de ser lineal y unidimensional, reflejada, por ejemplo, en las disputas y tensiones del Estado con el Partido Comunista Mexicano y Vicente Lombardo Toledano (Faber 2002: 14; Spenser 2018). Al mismo tiempo, el decidido apoyo de Cárdenas a la República Española durante la Guerra Civil Española (1936-1939) y la generosa política de asilo no sólo ganaron el profundo agradecimiento y reconocimiento del exilio republicano español hacia Cárdenas y México. También contribuyeron a la imagen positiva del gobierno mexicano ante sectores antifascistas y de izquierda mexicanos y extranjeros, a la par que el exilio cimentaba lazos intelectuales e ideológicos entre las izquierdas mexicana y española, como fue el caso particular de los socialistas españoles (Mateos 2016). Por otra parte, el Estado mexi-
cano permitía la incorporación de los intelectuales españoles en el mundo cultural mexicano y la organización de las instituciones del gobierno republicano español en el exilio, pero también los controlaba a través de la prohibición constitucional a la actividad de extranjeros en la política nacional (Faber 2002: 8; Pla 2010: 633-643; Gleitzer 2010).

Esta trama de transformaciones en el gobierno revolucionario y de relaciones entre el Estado, intelectuales y exiliados españoles se aprecia en los grupos que convergieron en la fundación de América: militantes y dirigentes de las Juventudes Socialistas Unidas de México —los poetas Roberto Guzmán Araujo y Manuel Lerín y el ensayista Agustín Rodríguez Ochoa— e intelectuales miembros de la Juventud Socialista Española llegados a México con el exilio —Juan B. Climent, Carlos Sáenz de la Calzada, Tomás Ballesta, Jesús Bernárdez y Juan José Vilatela— (Acuña 2000: 5). Otro personaje fundamental es el escritor Marco Antonio Millán, quien desde 1942 tendría un papel activo como colaborador y en la dirección de la revista. Millán se vinculó en su juventud en la década de 1930 al comunismo y la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Durante su activismo en Morelia, inició su “amistada duradera y fructuosa” con Guzmán Araujo y Rodríguez Ochoa, quienes participaban entonces de un grupo estudiantil cardenista con el cual originalmente no comulgaba (Millán 2009: 33). Millán eventualmente abandonó el comunismo por el cardenismo, mostrando la vinculación entre intelectuales antifascistas mexicanos y españoles con el gobierno revolucionario.

Según sus memorias, Millán también se vinculó con Salvador Azue-
la, uno de los “derrotados vasconcelistas” y su futuro colaborador en
América y en organizaciones anticomunistas en la Guerra Fría. Asimismo, Millán colaboró con el intelectual moreliano Luis Enrique Delabra en la revista Crítica y Orientación Popular (1936-1937) y el periódico El Hombre Libre, en donde también participaba Ramón Rubin —Delabra y Rubin serían colaboradores de América—. Por su parte, Guzmán Araujo participó en 1935 en el Congreso Antifascista de París en representación de las Juventudes Socialistas de México, relacionándose con figuras del antifascismo latinoamericano y europeo y colaborando con Pablo Neruda, César Vallejo y Félix Pita González en la revista Nueva España, editada en París para defender la causa republicana española. Millán y Guzmán Araujo estrecharían luego los lazos con Neruda durante su estadía como cónsul en México, oportunidad en la que también se vincularían con escritores españoles como los poetas Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Guzmán Araujo gozaba de la estima personal del presidente Ávila Camacho y sería elegido senador por Guanajuato por el partido revolucionario durante 1946-1952 (Millán 2009: 27, 42; Acuña 2000: 19; Camp 1982: 145).

La conexión entre intelectuales mexicanos y el exilio español dentro de redes intelectuales latinoamericanas más amplias se puede apreciar en América en 1940 en su consejo directivo —que incluía a Guzmán Araujo, Rodríguez Ochoa y Climent— y los consejos de redacción y colaboración, que contaban con prestigiosos intelectuales españoles y mexicanos, va-
rios de ellos con relación fluida con el Estado mexicano —Leopoldo Zea, Fran
cisco Giner de los Ríos, Pedro de Alba, Alfonso Reyes y Enrique Díaz Canedo. La lista de colaboradores de América Latina y Estados Unidos mencionaba personalidades como Victoria Ocampo, Pedro Enríquez Ureña, German Arciniegas, Luis Jiménez de Asúa, Federico de Onís y Maria-
no Picón Salas (
América 1940). Se delimitaba así un campo intelectual que tenía también vinculaciones con redes preexistentes como la representada por la revista Repertorio Americano y con preocupaciones con temas como la democracia, el antimperialismo y el desarrollo de la cultura (Devés Valdéz 2000: 163-178).

La densa trama social, política e intelectual detrás de América de-
muestra que en ella confluyeron varias redes intelectuales y de sociabilidad, que se articularían dentro de la construcción de una cultura y un aparato cultural identificados con los principios revolucionarios propagados desde el Estado (Garciadiego 2010: 35). En esta articulación, Guzmán Araujo y Millán cumplieron un papel fundamental como “generadores de redes” similar al que intelectuales como Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña desempeñaron en otras redes —en dichos casos, de mayor alcance latinoamericano— (Altamirano 2010: 19). Esta trama de relaciones e ideas se reflejaría en las posiciones expresadas las
páginas de América. La revista defendió enérgicamente a la Revolución mexicana y al partido gobernante, incluyendo, por ejemplo, numerosos textos que elogiaban al presidente Ávila Camacho o reproducían sus discursos, celebrando su elección en 1940, que completaría la “etapa histórica” de Cárdenas (“Editorial” 1941a). Guzmán Araujo sostenía, en un acto oficial en 1943, que el gobierno afianzaba las conquistas revolucionarias dentro de los ideales de “reforma social” y democracia, porque “se trata de un auténtico Gobierno Nacional que pone los supremos intereses de la Patria por encima de cualquier otra institución” (Guzmán 1942: 5-6).

Para América, el gobierno y la Revolución mexicana se ubicaban en una línea histórica con la revolución de Independencia y la Reforma del siglo xix, expresada en “la unidad de las fuerzas progresistas del pueblo alrededor de un gobierno revolucionario con un programa avanzado y de mejoramiento social” (Soto, 1944). La esencia histórica mexicana se articulaba con las nuevas ideas sobre la democracia social para demostrar la vigencia e importancia del programa y gobierno revolucionarios. Así, la revista se apropiaba de las reformulaciones del liberalismo que circulaban en el mundo atlántico en las décadas de 1930 y 1940 (Nállim 2014a) y que, junto al ideario revolucionario, subordinaban la democracia liberal individualista a una democracia de carácter social y económico (Guzmán 1941; Romano 1942; Alba 1945).

Esta visión histórica implicaba el apoyo al programa modernizador económico y social del gobierno nacional, llamando a que “todas las fuerzas integrantes de la vida económica se vean presididas por un alto espíritu de colaboración llegando a una conjunción patriótica en la que se subordinen los intereses particulares a los que tienen un rango más elevado” (“Editorial” 1941b). En particular, se defendía la Ley del Seguro Social y la creación y obra del Instituto Mexicano de Seguridad Social, y se afirmaba, en clave indigenista, economicista y asimilacionista, que el régi-
men de seguridad social y la progresiva industrialización permitirían que “los indígenas” que van “a nutrir a nuestra gran Industria” lo hicieran “en mejores condiciones de salud” (“La seguridad social” 1945).

De hecho, América expresó la ideología estatal de una visión culturalista y esencialista sobre lo indígena y lo español y una fuerte reivindicación del mestizaje étnico y cultural. Para Rodríguez Ochoa, “nuestra conciencia y mente” estaban formadas “por la cultura indígena y la cultura española… Nuestra América indígena, con la portación del espíritu español, constituye por ahora la reserva cultural del mundo” (Rodríguez 1940: 8). El “problema indígena” era el mayor que tenían que resolver las naciones americanas; “las razas indígenas se han anquilosado” desde la Independencia, “viviendo su misma vida primitiva y sustraídas al control de los gobiernos”. El “movimiento indigenista, que ahora se observa en todas las Américas”, era la solución “para liquidar este problema que está asfixiando nuestra economía obstaculizando el progreso de los pueblos americanos” (Corzo 1940). Pedro de Alba, subdirector de la Unión Panamericana y delegado al Primer Congreso Indigenista Internacional, defendía el indigenismo y el mestizaje porque la amalgama entre lo indígena y lo no indígena, presente “en la sangre” y “el espíritu” mexicanos, era parte de la compleja nacionalidad mexicana (Alba 1941). En el contexto de la Segunda Guerra, se atribuían los conflictos y tensiones raciales en Estados Unidos a la propaganda nazi y la quinta columna local, y se los contraponía con “nuestros pueblos latinos [que] han logrado vencer el prejuicio racial; toca a nuestros vecinos seguir nuestros pasos, para fortalecer y lograr la unidad de las Américas” (Cárdenas 1943).

Claramente, la defensa explícita del indigenismo y el mestizaje se basaba en una interpretación romántica y parcial del pasado y presente nacional y americano, que escondía el fuerte racismo que caracterizaba a la sociedad mexicana desde la Colonia. Como lo indican las citas, mestizaje e indigenismo eran parte del activo programa de modernización cultural, social y económica del Estado revolucionario, en el que lo indígena era reconceptualizado en términos de campesinado y desarrollo económico. Este programa se expresaba en las ideas de José Vasconcelos y el arte muralista, el indigenismo de Manuel Gamio y la fundación de instituciones tales como el Departamento de Asuntos Indígenas (1936), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (1939) y el Instituto Nacional Indigenista (1948). Eran también parte de un ambiente más amplio de ideas similares sobre una supuesta “democracia racial” que vinculaba raza, género y nacionalidad con modernidad y desarrollo vigentes en América Latina, como la propuesta por Gilberto Freyre en Brasil en relación con el pasado colonial portugués y la herencia africana (Kourí 2010; Palacios 2010: 587-590; Stepan 1991; Andrews 2004: 153-183).

En su ideario sobre México y la tradición revolucionaria, América también enfatizó el papel de los intelectuales para lograr el afianzamiento del proyecto revolucionario y la victoria contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, la revista confirmaba así la relación simbiótica del Estado revolucionario con los intelectuales, quienes, como indica Carlos Altamirano, al ser convocados debían “imaginar proyectos culturales e institucionales para el México que había brotado de la Revolución” (Altamirano 2010). Así, Ávila Camacho les recordaba a periodistas y escritores que “la enemiga natural de la dictadura es el alma humana”, llamándoles a ser “los orientadores, los servidores y los intérpretes de esa alma que es México” (Ávila 1942). El escritor y político exiliado venezolano Rómulo Gallegos llamaba a los intelectuales hispanoamericanos a luchar “contra el nacifascismo” y por una democracia efectiva y popular contraria al “triunfo de los intereses plutocráticos” (Gallegos 1942), mientras Salvador Pineda recordaba que el pensamiento sólo puede florecer en un mundo de libertad y democracia (Pineda 1945).

Consecuente con su apoyo a la Revolución mexicana y el partido oficial, América criticó ferozmente a grupos opositores de derecha. En junio de 1944 aplaudió una serie de medidas contra el sinarquismo, movimiento de derecha de raíz campesina y católica y antirrevolucionario, al que calificaba como un movimiento antidemocrático, “pronazista”, opuesto a “la tranquilidad y el progreso nacionales” y a los Aliados que luchaban por “la liberación de los pueblos sojuzgados y el exterminio del totalitarismo” (América 1944). América también criticaba al opositor Partido de Acción Nacional (pan), recordando que en México “los reaccionarios” nunca habían entregado pacíficamente el poder. Llamaba al partido revolucionario a “depurar” sus hombres y procedimientos, pero destacando que “los catrines de Acción Nacional o los emboscados del sinarquismo no son, no constituyen, no pueden estar identificados con el pueblo mexicano” (“Regocijo extraordinario” 1944).

Además de la defensa del gobierno y partido revolucionarios, América fue un claro órgano de expresión de los grupos del exilio republicano español que habían confluido en su creación y que participaban directa-
mente en la revista a través de sus distintos organismos. Como ya se señaló, desde el primer número
América, reivindicó como la auténtica tradición española aquella representada por el exilio republicano en México. Así, en el Día de la Raza de 1942 exaltaba la “España inmortal” en contra de la hispanidad reclamada por sectores franquistas, antiliberales y de derecha en Iberoamérica, a la que calificaba de “Hispanidad enana, caricatura mons-
truosa y usurpación flagrante de los auténticos valores que de España se irradiaron a través de los siete mares” (“Editorial” 1942), expresada desde España por el Consejo de la Hispanidad (1941) y el Instituto de Cultura Hispánica (1946) (Abellán 2016: 39). Cabe destacar que esas dos visiones de hispanidad ideológicamente opuestas tenían puntos de contacto, en el sentido de que compartían una visión culturalista, esencialista, positiva y homogénea de la cultura española y su influencia en América (Faber 2002: 48-51). Por otra parte, Rodríguez Ochoa enfatizaba la diferencia con la versión franquista, sosteniendo que la verdadera hispanidad incluía a “todos los grandes liberales de España” y los exiliados republicanos españoles (Rodríguez 1941).

La revista se abrió al exilio español y las autoridades del gobierno republicano en el exilio a la vez que opuso una feroz crítica al régimen franquista. En un exilio fuertemente cruzado por divisiones facciosas, América buscó en general ofrecer un espacio amplio al exilio antifranquista sobre temas generalmente aceptados. Diego Martínez Barrios, presidente de las Cortes Republicanas españolas en México, defendía la intervención de México y los países americanos en la Segunda Guerra Mundial y alertaba a los pueblos americanos contra los brotes de intolerancia “que preparan el camino de la tiranía” (Martínez 1942). Álvaro de Albornoz, presidente del gobierno republicano español en el exilio, afirmaba que la política del Estado franquista hacia América, donde se produciría la renovación española, era el tradicional “absolutismo español” (Albornoz 1942). América también ofrecía información sobre el gobierno republicano español en el exilio, incluyendo entrevistas a figuras como José Giral y detalles sobre la reunión de las Cortes y las divisiones entre las facciones del exilio, y sobre la excelente relación del exilio español con el gobierno mexicano (Bustos 1945; Climent 1945; “A los republicanos” 1943).

El apoyo al Estado y la Revolución mexicanos y la presencia del exi-
lio español se complementaba con el tercer eje temático de la revista en 1940-1945: la defensa de la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial y el antifascismo que se articulaba con una dura crítica a los grupos, estados e ideologías totalitarios europeos y americanos.
América apoyó el panamericanismo del gobierno mexicano, señalando el prestigio y papel preponderante de México entre las naciones hispanoamericanas (“El lugar” 1941). Las redes de sociabilidad intelectual y política que vinculaban a intelectuales españoles exiliados y mexicanos antifascistas con el Estado mexicano también se aprecian en el apoyo de América a la causa antifascista y panamericana. Así, en febrero de 1941 América apoyó la celebración de varios actos transmitidos a todo el continente a través de radios del Estado y de otros países organizados por la Secretaría de Gobernación para afirmar “la unidad cultural hispanoamericana”, con la participación de Guzmán Araujo en representación de la revista, Climent por la Juventud Republicana Española, Martínez Barrios y Álvaro de Albornoz por España, Vicente Sáenz por los intelectuales iberoamericanos residentes en México y Alfonso Teja Zabre y Alfonso Reyes por México (“Acto” 1941). Asimismo, la revista adhirió a la “Asamblea contra el Terror Nazi Fascista”, celebrada en octubre de 1942 en el Palacio de Bellas Artes para crear una organización de lucha “en contra de la barbarie fascista”, de la que participaron el secretario de Gobernación, Guzmán Araujo y el escritor español José Bergamín, entre otras “personalidades del mundo político mexicano” e “intelectuales de los países sojuzgados” (“Asamblea” 1942).

El antifascismo de América también se reflejó en la crítica a gobiernos dictatoriales y movimientos de derecha y la defensa de movimientos revolucionarios en América Latina. Las regulares contribuciones de Luis Delabra analizaban la situación latinoamericana desde una perspectiva consecuente con la retórica y tradición, si no necesariamente la práctica, izquierdista de la Revolución mexicana. En 1944 evaluaba positivamente movimientos revolucionarios en Bolivia, El Salvador y Ecuador, “países semi-coloniales” de un “atraso pavoroso” y con “cacicazgos usufructua-
rios” que engañosamente habían ofrecido su apoyo a la causa aliada (Delabra 1944). En la oposición al fascismo europeo y latinoamericano,
América dedicó un espacio importante al régimen militar argentino y a Juan Perón en 1943-1946, cuyas medidas antiliberales y nacionalistas en 1943, simpatías hacia los fascismos europeos y neutralismo en la guerra hasta febrero de 1944, los convirtieron en ejemplos del totalitarismo vernáculo. Esta visión, inexacta, elaborada al calor de la guerra y que tenía a Estados Unidos y el antifascismo argentino y latinoamericano en general como sus propagandistas (Nállim 2014a), tuvo fuerte presencia en la revista. En febrero de 1944 América calificaba al régimen militar argentino y a Perón como nazis y “falangistas criollos” y como un peligro para las democracias, llamando abiertamente a su derrocamiento para terminar con su “influencia nazi” y la defender “la integridad del territorio americano” (“Argentina” 1944).

América también reflejó el giro de la guerra luego de la invasión alemana a la Unión Soviética en 1941 y los consecuentes cambios en los alineamientos de las potencias aliadas y del antifascismo. Se incluyeron ahora comentarios positivos sobre la Unión Soviética, destacando su papel en la causa aliada y en la lucha contra el fascismo, en un cambio que indicaba también las complejidades de la relación entre el comunismo y el Estado revolucionario en México. Así, se elogiaba ahora la defensa soviética de Stalingrado (Lerín 1942) y los “nuevos lazos de vigorosa amistad” entre México y la Unión Soviética establecidos como resultado de la gira de intelectuales soviéticos por el país (Delabra 1943). La revista también incluyó colaboraciones de autores comunistas como David Alfaro Siquei-
ros y Pablo Neruda (Siqueiros 1942; Neruda 1943) y soviéticos, varios de ellos provenientes del
Boletín de Información de la Embajada Soviética, como Nicolai Safranov e Ilya Ehrenburg (Safranov 1944; Ehrenburg 1944).

El antifascismo y la visión sobre América Latina de América establecen paralelos interesantes con otras experiencias regionales. En primer lugar, está relacionado con otras instituciones y publicaciones de América Latina en los que la experiencia de la Guerra Civil y la presencia de exi-
liados españoles habían jugado un papel clave en su conformación del frente antifascista. Tal fue el caso, por ejemplo, del semanario
Argentina Libre/…Antinazi y la organización Acción Argentina en 1940-1946 y los gobiernos del Frente Popular y la Alianza de los Intelectuales para la Defensa de la Cultura en Chile entre 1938 y 1945. Asimismo, dichos ámbitos también experimentaron similares procesos de acercamiento y ruptura con grupos comunistas (Nállim 2014a; Moraga y Peñaloza 2011). Por otra parte, el enfoque marcadamente ideológico y la fuerte relación personal y política con el Estado revolucionario mexicano diferenciaba a América de otras publicaciones como Cuadernos Americanos, en donde predominaban la dimensión latinoamericana, tanto en colaboradores como temas, y los aspectos culturales y literarios (Weinberg 2010).

Consecuente con su prédica, América celebró la derrota de los fascismos europeos. Dedicó todo su número de marzo de 1945 a la Conferencia Internacional de Chapultepec, que estableció las bases de las relaciones interamericanas en la posguerra. Los textos de los discursos de Ávila Camacho y del secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla, indicaban la posición del país respecto de la paz y la democracia en el mundo de posguerra, enfatizando que debían estar basadas en la democracia económica y la justicia social para evitar un nuevo conflicto (Ávila 1945; Padilla 1945). Asimismo, América celebró el final de la guerra y dedicó numerosas colaboraciones a la Conferencia Internacional de San Francisco, de abril a junio de 1945 que creó las Naciones Unidas. En dicha ocasión, el subsecretario de Educación Pública, Tomás Sánchez Hernández, destacaba “la unidad nacional” forjada “bajo la política patriótica del presidente Ávila Camacho” durante la guerra y que “la victoria de las Naciones Unidas” significaba también “la victoria de la Revolución mexicana” (Sánchez 1945).

Nuevos-y viejos-tiempos:
cultura, Estado y Guerra Fría, 1945-1960

El final de la guerra en 1945 y del sexenio de Ávila Camacho en 1946 abrie-
ron en América una nueva etapa de continuidades e importantes cambios con el periodo anterior. En un primer momento, en 1945-1948, mantuvo sus temáticas político-ideológicas respecto del antifascismo y el antimperialismo latinoamericano y el apoyo al exilio español y el Estado revolucionario. Por otra parte, si bien el apoyo al estado populista se mantuvo incólume, los ya evidentes problemas del sistema político revolucionario y su insuficiencia para satisfacer plenamente las necesidades de la ciudadanía generaron críticas en la revista. Para Millán, la creación del Partido Revo-
lucionario Institucional en 1946 renovar
ía prácticas y métodos (Millán 1946a: 5-7) y la elección de Miguel Alemán Valdés abría la revolución a “la juventud cultivada y responsable”; “es inexcusable ya reconocer la exis-
tencia de los graves problemas irresolutos, de los viejos vicios y de las necesidades cada día crecientes de nuestro pueblo” (Millán 1946b: 3-5).

En un segundo momento, en 1948-1954, América reforzó su vinculación con el Estado y privilegió colaboraciones de tipo cultural y artístico, reflejando así la buena relación entre intelectuales y artistas y el gobierno que caracterizó el medio siglo mexicano (Garcíadiego 2010: 42). Los cambios se implementaron gradualmente en una etapa de transición entre los números 47 y 55 en 1946-1948. La revista redujo su formato y duplicó el número de páginas (48 a 96), en 1948 cambió su subtítulo de Tribuna de la Democracia a Revista Antológica, que mantendría hasta el final, y el Consejo de Colaboración incorporó a nuevos escritores como Efrén Hernández y Margarita Michelena (Acuña 2000: 8-9). Finalmente, entre los números 56 de 1948, y 69 de 1954, América se publicó bajo los auspicios del Departamento de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública, lo que presentó como un triunfo y un reconocimiento que le permitiría superar las limitaciones de “sus propias fuerzas” y consolidar su “sitio des-
tacado en el ámbito cultural de México” (
América 1948). El reforzamiento del vínculo estatal y el beneficio económico que le reportó se manifestaron en una publicación de mejor calidad que triplicaba el número de páginas hasta 300 e incluía profusos grabados e ilustraciones de notable calidad. Un examen cuidadoso revela otros aspectos interesantes y ambi-
guos de esta etapa.

En primer lugar, América experimentó un viraje significativo hacia temas de carácter estético, artístico y literario, lo que refleja, por un lado, un paso importante en el avance de la profesionalización de la literatura en América Latina en el siglo xx (Altamirano 2010). Antes de 1945, sólo el número especial de marzo de 1944, dedicado a la joven poesía mexicana, había incluido colaboraciones específicamente de carácter literario. La revista se estructuró ahora en distintas secciones sobre teatro, novela y cuento, ensayos y crítica, y continuó con la publicación de autores como Millán, Guzmán Araujo, Pineda, y Rubín y de otros escritores consagrados o nuevos como Rodolfo Usigli, Guadalupe Amor, Margarita Michelena, Octavio Novaro, Juan José Arreola, Mauricio Magdaleno, Francisco Monterde y Agustín Yáñez. Juan Rulfo, a quien Millán había acercado a la revista, publicó en América El llano en llamas en 1950 (Millán 2009: 83-84; Rulfo 1950).

Por otra parte, los temas políticos tuvieron una presencia mayor en América al carácter tangencial que Acuña González les atribuye en este periodo (2000: 9), en continuidad con etapas anteriores y demostrando las redes de sociabilidad intelectual, política e ideológica detrás de América y la relación de los intelectuales con el Estado mexicano de mediados del siglo xx. La vinculación de la revista con el partido y Estado revolucionarios, reforzada a través del lazo editorial con la sep, se demostró de otras maneras. Por ejemplo, América elogió al presidente Alemán Valdés (Garizurieta 1952) —y, para las elecciones de 1952, su dirección se unió a la convocatoria de “filósofos, poetas, novelistas, investigadores, científicos, médicos, historiadores, artistas, educadores, sociólogos y economistas” en apoyo del candidato del pri, Adolfo Ruiz Cortines (“La intelectualidad” 1952). Un mensaje del secretario de Comunicaciones y Obras Públicas a la Confederación de Trabajadores Intelectuales destacaba la gestión presi-
dencial y defendía la participación de los intelectuales en la política y el Estado (García 1952), mientras que el “frecuente colaborador de la revista, José López Bermúdez,” era designado “jefe de oradores” en la gira nacional de la campaña del candidato oficial (“Cuaderno de Bitácora” 1952). No sorprende, así, que la revista saludara la elección de Ruiz Cortines, foto incluida, en términos francamente hagiográficos (“De lo legítimo” 1952).

La vinculación América con el Estado también se explica porque hacia principios de la década de 1950 el grupo que la dirigía y varios de sus colaboradores mantenían una fuerte participación en el mundo político y cultural mexicano y en distintos cargos oficiales, característica esta última de la relación entre Estado e intelectuales en México en el siglo xx (Camp 1985). En 1952, Guzmán Araujo completaba su periodo como senador nacional mientras que Agustín Yáñez era miembro del Colegio de México y de la Academia Mexicana de la Lengua y sería gobernador de Jalisco en 1953-1959 (R.P.O. 1995). Pedro de Alba, senador por Aguascalientes en 1952-1957, se destacaría en las comisiones de educación y relaciones exteriores (Camp 1982: 78). En 1952 Salvador Azuela fue nombrado titular del Seminario de Cultura Mexicana, en 1953 fundó y a partir de entonces dirigió el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexi-
cana y en 1954-1958 fue designado director de la Facultad de Filosofía y Letras de la
unam (Serrano 2005). Mauricio Magdaleno, en pleno desarro-
llo de su carrera en la administración estatal y en el mundo de la cultura, era diputado por Zacatecas (1949-1952) y director general de Acción Social del Distrito Federal (1952-1958) (Camp 1982: 183). Salvador Pineda, diputado por Michoacán (1949-1952), en 1952 publicaba una muy favo-
rable biografía de Ruiz Cortines y ocupaba el cargo de secretario de Acción Política del Comité Ejecutivo Nacional del
pri (Pineda 1952; Camp 1982: 238). Esta densa red de vinculaciones explica tanto las continuidades de la revista en cuanto a su apoyo al gobierno revolucionario como también la hegemonía del Estado en el mundo cultural mexicano, consolidada hacia mediados del siglo xx.

La etapa de oro de América se cerró con el número 69 de 1954, reapareciendo con el número 70 de septiembre 1956 y publicando sólo cuatro números más hasta el número 74 de marzo-abril de 1960, ya sin el patrocinio de la sep. América escuetamente comentó en su reaparición el cierre temporal “de nuestra principal fuente de recursos” y sus “estériles” esfuerzos para renovar ese apoyo, por lo que reaparecía “por debajo de nuestro deseo en cuanto a presentación tipográfica, tiraje y materiales de ejecución” (“Reflexiones editoriales” 1956: 113). Esto se reflejó claramente en la frecuencia irregular y la reducción de calidad y de páginas de 300 a alrededor de 120 en estos años.

Una característica notable y no explorada de este último periodo es la reaparición de contribuciones de carácter político-ideológico no sólo apo-
yando al gobierno mexicano sino también y principalmente en clave anticomunista de apoyo a la estrategia cultural de Estados Unidos en la Guerra Fría. Este aspecto se explica por la vinculación de Millán, la revista y sus principales colaboradores, a la Asociación Mexicana por la Libertad
de la Cultura (amlc), fundada en 1954 y que era la filial mexicana del Congreso por la Libertad de la Cultura (clc). Establecido en un congreso de intelectuales en Berlín en 1950, el clc contaba con apoyo encubierto de la cia y el gobier-
no estadounidense y fue la principal institución de la Guerra Fría cultural estadounidense. Su objetivo era la creación de un frente inter
nacional de intelectuales por la libertad de la cultura, definida en términos de la demo-
cracia liberal en relación con la libertad de expresión y de pensamiento, en oposición a la estrategia cultural internacional soviética del movimiento internacional por la paz. Desde su centro en París y a lo largo de su existencia hasta la década de 1970, el
clc estableció filiales en muchos países, organizó exhibiciones de arte, congresos y reuniones internacionales y financió numerosas revistas y publicaciones en distintos idiomas.2

En América Latina, el clc inició sus actividades en 1953 con el lanzamiento de la revista en castellano para la región, publicada desde París: Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, y la fundación de la primera filial en Chile, a la que le siguieron entre ese año y 1958 otras en América Central, Uruguay, México, Argentina y Perú. La trayectoria de cada una de estas filiales fue particular, y estuvo definida en cada caso por los grupos intelectuales y políticos que confluyeron en ellas y que se articulaban con otras redes en los ámbitos regional e internacional. Esto dio lugar a una dinámica y estructura compleja que desafiaba una visión de estos grupos como simplemente dirigidos y ciegamente obedientes a los Estados Unidos (Iber 2015; Janello 2013-2014; Nállim 2014b).

América se vinculaba así a una nueva red intelectual, política y social transnacional, lo que se puede observar en las razones de su apoyo a la amlc. En primer lugar, los miembros de la asociación y la revista compartían un número importante de miembros y colaboradores.3 Además de Millán, en la amlc figuran autores que habían asumido un mayor protagonismo en sus páginas en el periodo 1948-1954, como Michelena, Usigli, Amor y Novaro. También participaban autores que habían publicado y publicaban en América, como Mauricio Gómez Mayorga, Francisco Monterde, los exiliados venezolanos Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco y los intelectuales-políticos Azuela, Magdaleno, Alba, Pineda y Yáñez. En total, de los 53 miembros de la amlc, 16 publicaron en América en algún momento, además de otros autores que tenían participación en el clc a nivel regional y mundial, como Germán Arciniegas, o bien en otras filiales, como Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, miembros del consejo de colaboración inicial de la revista y de la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura. Asimismo, América compartía miembros y temas con la revista oficial de la amlc, Examen (1958-1962), cuya Comisión de Prensa integraban, entre otros, Millán, Michelena y Gómez Mayorga (“Actividades” 1958).

En segundo lugar, América y la amlc compartían trayectorias ideológicas y políticas. Los orígenes antifascistas de América y sus colaboradores también se pueden rastrear en el clc y en sus filiales latinoamericanas, en las que participaban antiguos antifascistas, izquierdistas y excomunis-
tas (Saunders 2000; Iber 2015). La filial chilena, por caso, reconocía antecedentes en el Frente Popular y la Alianza de los Intelectuales Para la Defensa de la Cultura, mientras que la sede argentina tenía raíces en el frente político y cultural antifascista devenido antiperonista en 1943-1955 (Nállim 2014b). En el caso mexicano, la trayectoria de Millán es comparable a la de Rodrigo García Treviño, organizador y animador principal de la
amlc y principal vínculo con la sede central parisina del clc. Presidente de la Asociación de Editores y Libreros de México, García Treviño había sucesivamente apoyado al comunismo, a la Confederación Regional Obrera de México, a Vicente Lombardo Toledano, a la Central de Trabajadores de México y a León Trotsky en su exilio, en su larga trayectoria hacia un anticomunismo de izquierda (Rivera 2018; Janello 2013-2014: 93; Iber 2015).

Una segunda trayectoria común está dada por el exilio republicano español. Además de la participación del exilio en América, sectores del exilio opuestos al comunismo tuvieron un lugar preponderante en el clc y su publicación en español (Cuadernos), y en la arquitectura de las filiales latinoamericanas, entre ellas la mexicana.4 América y la amlc incluyeron también al escritor Ramón Rubin, escritor mexicano pero educado en España y que se sumó a las brigadas internacionales que lucharon a favor de la República Española, y el editor catalán Bartolomeu Costa Amic, que publicó América en sus talleres durante varios años y también editó varias publicaciones relacionadas con la historia de la amlc (Acuña 2000: 9; Iber 2015: 43-44). Además, miembros y colaboradores de América y de la amlc también circulaban por otros espacios del exilio republicano español como el Ateneo Español de México, fundado en 1949.5 Como se ha mencionado antes, el anticomunismo permeó también la política del Estado mexicano, y en América la inclusión de temas y autores comunistas y favorables a la Unión Soviética sólo se circunscribió al periodo 1941-1946, cuando la Unión Soviética se unió a los aliados en contra del Eje, y previamente al surgimiento de la Guerra Fría.

La vinculación de la amlc con América en este periodo, tejida sobre esta densa trama, fue explícitamente reconocida por García Treviño, quien comentaba, en carta al clc en París en marzo de 1958, que dos números de América “aparecieron bajo nuestra influencia”. La nueva orientación causó un quiebre en la revista, reconocido tanto por García Treviño, quien menciona el rompimiento de “la unidad del cuerpo editorial” por “dife-
rencias típicas entre poetas”, como por la misma revista, que notaba que varios colaboradores “han retirado al parecer la adhesión que antes nos dieron viva y espontáneamente”. En ningún caso se mencionan nombres.
6

En abrupto contraste con la etapa anterior, los nuevos números definían un anticomunismo militante en sintonía con el mensaje y las actividades de la amlc y el clc a nivel nacional, regional e internacional. América publicó información sobre actividades de la amlc como la Conferencia Interamericana por la Libertad, organizada por el clc y la amlc en la ciudad de México en septiembre de 1956 (“Conferencia Continental” 1956). También apoyó la campaña internacional del clc en protesta por la represión soviética del levantamiento en Hungría de 1956 (Saunders 2000: 302-306), en que destaca las disputas entre los intelectuales mexi-
canos por la crítica de Jean-Paul Sartre a la Unión Soviética
7 y donde se reseña un acto de la amlc en homenaje “al heroico pueblo de Hungría” y sus líderes ejecutados en la represión (“Homenaje” 1959: 97). Asimismo, se sumó a la otra campaña internacional del clc que protesta por la renuncia, forzada por el Estado soviético, del escritor Boris Pasternak al Premio Nobel de Literatura de 1958 (García 1959).

La relación con la amlc explica el duro anticomunismo de muchas colaboraciones en América de este periodo. Así, García Treviño describía en una colaboración en dos números los orígenes históricos del “totalitarismo ruso” cuyo eco eran “las incalificables matanzas soviéticas de Hungría” (García 1957). Otra virulenta crítica a la Unión Soviética, el comunismo internacional y Lombardo Toledano, apodado “nuestro Quisling Número Uno” a favor de los “comunistoides” mexicanos y la “maledicencia moscovita”, sostenía que “no sólo México sino toda Hispanoamérica debe agradecer al destino, si no se quiere dar gracias a Dios mismo, que en vez de Rusia en nuestras fronteras se encuentre la Unión Norteamericana”.8

La referencia a Lombardo Toledano demuestra que América se ocupó de los conflictos que la Guerra Fría y la amlc generaban en el mundo intelectual y cultural latinoamericano y mexicano. La revista también criticó a intelectuales asociados con el prosoviético movimiento internacional por la paz, entre ellos, a Neruda (“La resolución” 1957), haciéndose eco de la dura disputa que el clc en general y el Comité Chileno por la Libertad de la Cultura en particular desarrollaban contra Neruda (Nállim ٢٠١٤b). En el caso de América, y dada la amistad de Millán con Neruda y la publicación de textos del poeta en años anteriores, este giro captura las rupturas del frente antifascista como consecuencia de la Guerra Fría. Asimismo, la revista atacó a Diego Rivera (Soto 1957b), en sintonía con la campaña que la amlc desarrollaba contra Rivera y Siqueiros, por su rela-
ción con el comunismo y por lo que la asociación consideraba como un control autoritario del arte mexicano (Iber 2015: 112-114).

A la par de esta cruzada anticomunista, América todavía expresaba su apoyo al pri y al Estado mexicano al felicitar a Ruiz Cortines por su defensa del panamericanismo (“Discurso” 1956) y el superávit en las cuentas del Estado en 1956 (“Notas” 1957). Por otra parte, y en sintonía con las posturas de la amlc expresadas en Examen, este apoyo era hecho en términos generales y cada vez más nítidamente dentro del ala más conservadora del partido oficialista y que se había consolidado desde el sexenio de Ávila Camacho. Tras un lapso de dos años, América celebró su reaparición en 1959 sosteniendo que era posible bajo “la égida universitaria del señor presidente don Adolfo López Mateos” y convocando, una vez más, a los intelectuales a colaborar con el Estado, aclarando que “la cultura es flor de libertad, aunque la democracia que contiene a ésta no es anarquía” (“Renglones editoriales” 1959: 3-4).

Este llamado al orden y la colaboración adquiere todo su significado en el contexto de las movilizaciones de trabajadores del Estado y estudian-
tes en 1958-1959 y la represión de las huelgas ferroviarias por parte del gobierno que
Examen cerradamente defendía (Ruiz 1958; Gringoire 1959). Asimismo, la amlc y Examen se pronunciaban abiertamente contra Lázaro Cárdenas, quien en el contexto de la Revolución cubana reivindicaba la tradición de izquierda de la Revolución y fundaría el Movimiento de Liberación Nacional en 1961 (Iber 2015: 145-173) América recordaba, en este sentido, que en 1957 Cárdenas había saludado y apoyado al movimiento internacional por la paz en 1949 y 1955 junto a “conocidos comunistas” y “compañeros de camino” (Cienfuegos, 1957). La crítica a Cárdenas, al igual que la dirigida a Neruda, contrasta nítidamente con los elogios que se le habían prodigado en los primeros números de la revista. América completaba así su trayectoria del antifascismo al anticomunismo en 1956 y 1960 en apoyo a la Guerra Fría cultural proestadounidense. Esta definición tenía que ver con los espacios sociales, políticos, culturales e ideológicos dentro de los que la revista se había insertado en el pasado y que le daban sentido a esta nueva orientación.

Conclusión

Afectada por la muerte de varios colaboradores claves como Efrén Hernández, eventualmente América no pudo superar los perennes problemas económicos. El número 74 de 1960 clausuró su trayectoria, si bien en 1967-1969 Millán reflotaría brevemente la publicación con cuatro números. Por otra parte, la historia de América en 1940-1960 ilumina aspectos importantes del mundo cultural y político mexicano de la época y sugiere potenciales líneas de investigación.

En primer lugar, y siguiendo los conceptos de Dosse y Williams explicitados en la introducción, el estudio demuestra que América fue un espacio para la construcción y elaboración de estructuras de sociabilidad, redes intelectuales e ideas que vincularon efectivamente al Estado mexicano con intelectuales mexicanos y extranjeros. Sobre esas redes, la revista construyó una interpretación particular de la realidad local e internacional semejante a un proceso de invención de tradiciones (Hobsbawm 1995), en una articulación compleja de elementos históricos, ideológicos y sociales. Así, procesos más generales como el exilio español, el antifascismo y el anticomunismo se combinaron en la revista con la defensa de la Revolución mexicana, el régimen político revolucionario y sus políticas. Esta construcción no fue estática ni homogénea por la heterogeneidad de sus colaboradores y su evolución a través del tiempo y que se puede apreciar, por ejemplo, en el giro anticomunista de sus últimos números y las continuidades y cambios que representó con periodos previos.

En segundo lugar, América deja en claro la hegemonía del Estado revolucionario mexicano en el mundo cultural mexicano. Las relaciones personales e institucionales de la revista y sus miembros, incluyendo la participación de Guzmán Araujo y otros colaboradores en las estructuras del partido oficial y la burocracia gubernamental, permiten comprender en toda su dimensión la manera en que América defendió las políticas del Estado mexicano, desde la participación en la Segunda Guerra Mundial hasta el indigenismo y la modernización social y económica. La trayectoria no fue lineal ni estuvo exenta de cambios. Así, la primera etapa más marcada por los temas políticos e ideológicos fue seguida en 1948-1954 por otra en que, paradójicamente, las vinculaciones con el Estado se reforzaron al mismo tiempo que las colaboraciones de tipo literario y cultural adquirían prominencia.

Esta paradoja, por otra parte, señala que en el caso mexicano y a través del ejemplo de América, la profesionalización del campo literario señalada por Altamirano (2010) no implicaba necesariamente una autonomía del aparato político-estatal. Más bien, los recursos del Estado garantizados por los contactos personales e institucionales permitieron el florecimiento del campo cultural y literario en la revista. La pérdida del apoyo estatal a través de la sep, junto a las divisiones dentro del grupo de América llevó a la declinación de la publicación, especialmente en sus aspectos estético-literarios, y a un retorno a temas de carácter político-ideológico.

En relación con el tema del exilio español, América muestra su importancia en los grupos que fundaron la revista, sus colaboradores y temas. La combinación de la crítica a Franco con el irrestricto apoyo al régimen mexicano demuestra los límites generales de la participación e influencia del exilio español en México. En este sentido, y dada la prohi-
bición constitucional a la participación política de extranjeros en México y la generosa acogida al exilio por parte del gobierno mexicano, no es de extrañar que las colaboraciones de los exiliados en
América evitaran toda crítica a un régimen de partido único que combinaba incorporación, cooptación y coerción. En este sentido, América confirmaría la tesis de Faber, sobre que la incorporación del exilio español en instituciones culturales mexicanas contribuyó a una cierta despolitización, en términos de una posición crítica, de la alta cultura mexicana respecto del Estado y a un silencio consciente de los exiliados respecto del pri y el gobierno que se haría cada vez más incómodo (Faber 2002: 7; Faber 2005).

Si bien la presencia del antifranquismo y del exilio en general en América disminuyó notablemente en el periodo 1948-1954, por otra parte dejó raíces profundas en las cuales se entroncarían el anticomunismo del exilio español internacional vinculado con el anticomunismo del clc/amlc en la última etapa anticomunista de América en 1956-1960. Esta etapa demuestra la dinámica relación con redes trasnacionales sobre la base de antiguas y nuevas redes intelectuales y políticas. Asimismo, la coexistencia del continuo apoyo al gobierno y el anticomunismo con las críticas contra Cárdenas hacia ١٩٦٠ revelan continuidades y fracturas en el mundo cultural y político mexicanos que se expresarían cada vez más violentamente a lo largo de la década de 1960.

Así, el estudio detallado de fuentes documentales en México y en el extranjero ilumina desarrollos locales y transnacionales, y ofrece interesantes perspectivas comparativas, por ejemplo, con el desarrollo del antifascismo en Argentina y Chile, el anticomunismo regional e internacional y con otros emprendimientos político-culturales mexicanos como Cua-
dernos Americanos
o la Revista de la Universidad de la unam. También invita a profundizar el análisis de la conexión de América con las redes intelectuales transnacionales latinoamericanas del periodo de entregue-
rras (Pita González 2016; Devés-Valdéz 2000). Asimismo, el análisis de los orígenes del anticomunismo en
América en el antifascismo y la tradición revolucionaria responde al llamado a revisar la periodización sobre los inicios y desarrollo de la Guerra Fría en la región y cómo fueron moldeados por procesos locales. De todas estas maneras, América contribuye a una comprensión más adecuada de un periodo importante de la historia mexi-
cana y latinoamericana e indica fructíferas áreas para futuros estudios.

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1 El presente trabajo es producto de la investigación llevada a cabo gracias al Programa de Estancias de Investigación de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (dgapa) de la unam, y al subsidio del Social Sciences and Research Council of Canada (sshrc), Universidad de Manitoba, Canadá (jorge.nallim@umanitoba.ca).

2 Entre la extensa bibliografía sobre el clc, véanse Saunders 2000; Scott-Smith 2002; Berghahn 2001; Coleman 1989 y Grémion 1995.

3 La declaración fundacional y la lista de miembros de la amlc se pueden consultar en “Asociación Mexicana por la Libertad de la Cultura. Declaración de Principios”, Excelsior, 6 de junio de 1954, en Joseph Regenstein Library, University of Chicago Special Collections Research Center (uc/scrc), International Association for Cultural Freedom Papers (de aquí en adelante, uc/scrc-iacf) serie 2, caja 205, folio 5.

4 Es el caso de los miembros de la amlc, Víctor Alba y Max Aub. El antiguo camarada de Alba en el Partido Obrero de Unificación Marxista (poum), Julián Gorkin, pasó ocho años de exilio en México en 1940-1948 antes de retornar a Europa y convertirse en el organizador y persona a cargo de la filiales latinoamericanas del clc y director de Cuadernos durante 1953-1963. Sobre el exilio republicano español y el clc, ver el detallado trabajo de Glondys 2012.

5 Entre ellos, se cuentan Millán, Max Aub, Antonio Robles, Salvador Azuela, Rómulo Gallegos y Felipe Cossío del Pomar. Las listas de socios del Ateneo se pueden consultar en Ateneo Español de México, Caja 50, Exp. 492, “Directorios de Socios del Ateneo Español de México”. Las Memorias de las actividades del Ateneo a partir de 1949 detallan la activa participación de estas y otras personas relacionadas al clc, la amlc y América durante la década de 1950.

6 Rodrigo García Treviño a John C. Hunt, México D.F., 21 de marzo de 1958, uc/scrc-iacf, serie 2, caja 205, folio 3; “Plurales y singulares” 1957: 6.

7 Soto 1957a. América también reprodujo una entrevista a Sartre en la que explicaba su ahora postura crítica hacia la Unión Soviética y el comunismo. Sartre 1957.

8 Escoto 1956. Vikdur Quisling fue un político fascista a cargo del gobierno noruego bajo la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo apellido se convirtió en sinónimo de traidor.

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