03_Latinoamerica74

Representaciones de la clase obrera argentina y brasileña

de comienzos de la década de los treinta en las Aguafuertes cariocas de Roberto Arlt

Depictions of the Argentine and Brazilian Working Class

of the Early 1930s in the Aguafuertes cariocas of Roberto Arlt

Ramiro Manduca1

Resumen: a comienzos de 1930, el escritor y periodista argentino Roberto Arlt realizó su primer viaje fuera de las fronteras nativas como corresponsal del diario El Mundo. Su destino fue Río de Janeiro. El objetivo de este artículo es analizar, desde la perspectiva de los estudios culturales, los escritos producto de ese viaje, aún poco explorados, centrando la atención en las representaciones de la clase obrera argentina y brasileña que allí se condensan. La intersección entre clase, raza y acceso a la cultura que analizamos en el trabajo constituyen un aporte para dimensionar la densidad que en cada entramado social tenían las respectivas clases obreras en un contexto bisagra para las sociedades latinoamericanas. Tras este análisis se concluye que las representaciones construidas por el autor son una parte más de la operación autobiográfica que caracterizó su obra.

Palabras clave: Clase obrera; Cultura; Representaciones; Raza.

Abstract: At the beginning of 1930, the Argentine writer and journalist Roberto Arlt made his first trip outside the native borders as a correspondent for the newspaper El Mundo. His destination was Rio de Janeiro. The objective of this article is to analyze from the perspective of cultural studies, the writings resulting from that trip, focusing on the depictions of the Argentine and Brazilian working class that are condensed there. The intersection between class, race, and access to culture that we analyze at work, constitutes a report to measure the density that the respective working classes had in each social network in a hinge context for Latin American societies. After this analysis, we conclude that the depictions constructed by the author are one more part of the autobiographical operation that characterized his literary work.

Keywords: Working Class; Culture; Depictions; Race.

Recibido: 25 de mayo de 2020

Aceptado: 12 de octubre de 2020

DOI: 10.22201/cialc.24486914e.2022.74.57373

Trabajen, trabajen, proletarios, para aumentar la riqueza social y sus miserias individuales; trabajen, trabajen, para que volviéndose más pobres, tengan más razones para ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista.

Paul Lafargue, El derecho a la pereza

Introducción

Durante abril de 1930, el escritor y periodista argentino Roberto Arlt realizó su primer viaje al exterior enviado por el diario El Mundo, medio en el que, desde sus inicios en 1928, desarrolló su propia columna titulada Aguafuertes. El destino fue la ciudad de Río de Janeiro, con una breve escala en Uruguay, y constituyó el primero de sus viajes como corresponsal.2 La literatura de Arlt en todas sus vertientes (periodística, narrativa y teatral) constituye un material de enorme productividad para pensar las profundas modificaciones que atravesó la sociedad argentina durante las primeras décadas del siglo xx. Tal como lo ha definido Beatriz Sarlo, Arlt “cambia la cultura de la literatura y fija su mirada en las cosas que no podían ver los escritores que eran sus contemporáneos” (Sarlo 1997: 43).

Singularmente 1930, año en el cual nuestro autor viaja al país vecino, constituyó una bisagra en el desarrollo de la economía mundial y claro que también en las economías dependientes latinoamericanas, debido a los efectos del “crack de Wall Street”, cuyas repercusiones se extendieron a los planos sociales, culturales y políticos. Lo prematuro de la crisis no aparece con particular énfasis en lo que serán nuestras fuentes principales, pero sin embargo estas nos permitirán pensar el interregno que se ubica entre la primera posguerra y los efectos del “jueves negro”. La década de los veinte acarreó también cambios relevantes en las formaciones económico-sociales latinoamericanas, uno de los aspectos destacados fue el “salto” en el desarrollo industrial, que otorgó una “capacidad instalada”, posteriormente explotada por las políticas que los respectivos gobiernos implementaron ante la crisis mundial del capitalismo (Bulner Thomas 1998). Al mismo tiempo, estas modificaciones estructurales tuvieron su correlato en la cultura, modos de organización y relevancia en términos sociales de la clase obrera de cada una de estas sociedades.

En este trabajo buscaremos acercarnos a las representaciones de las clases obreras argentina y brasileña, presentes en las aguafuertes cariocas.3 La mirada de Arlt, propia de un flâneur desfachatado y ácido, arraigada en la cotidianidad porteña, aparece extrañada y necesita buscar relaciones con aquello conocido para poder comprender esa realidad otra, a la que por primera vez se enfrenta. En la mirada de Arlt sobre la sociedad brasileña y su particular interés en las costumbres populares y la clase obrera de la (entonces) capital del país vecino, indefectiblemente aparece una reflexión sobre la clase obrera argentina. Los nudos de sus observaciones sobre los que nos detendremos pasarán por tres aspectos que, en términos sintéticos, podemos definir como los niveles de formación, el trabajo y el ocio o tiempo libre de los colectivos obreros en cada uno de estos países.

Nos proponemos, entonces, tomando como punto de partida los escritos de Arlt, reconstruir algunos aspectos generales de la formación de ambas clases obreras, identificando similitudes y diferencias. Trabajaremos en torno a dos hipótesis centrales. La primera será que el diagnóstico sobre la clase obrera brasileña, más específicamente, carioca, que ofrece Arlt se encuentra íntimamente relacionada con su propia operación autobiográfica en la que cumplen un papel fundamental su origen de familia inmigrante, sus ámbitos de formación autodidacta y los ámbitos de sociabilidad configurados por los distintos sectores de la clase obrera argentina durante las primeras décadas del siglo xx. La segunda es que la centralidad de lo racial en la configuración de la sociedad brasileña es el principal factor que lleva a la disociación de los ámbitos de sociabilidad obrera en Río de Janeiro transitada por Arlt.

Para esto, reconstruiremos en primer lugar algunos aspectos centrales de la obra del autor y el modo en que es inscrito por diversos investigadores en la historia de la literatura argentina. Luego nos adentraremos en las cuestiones concretas de las formaciones obreras en las primeras décadas del siglo xx, poniendo particular énfasis en los ámbitos donde se fueron configurando sus prácticas culturales, estableciendo las relaciones pertinentes con fragmentos de los escritos de Arlt. Para esto retomaremos los aportes de E. P. Thompson (2012) en torno al concepto de clase; los de Richard Hoggart (2013) y Stuart Hall (2019) para pensar desde los estudios culturales la conformación de una cultura obrera y la dimensión racial en ese proceso; los de Beatriz Sarlo (1997) para reconstruir los aspectos centrales de los cambios culturales que tuvieron lugar en Buenos Aires durante los años veinte y treinta de los cuales Arlt (y su modo de entender el mundo) son una referencia ineludible; y los de Cláudio Batalha (1992; 2000; 2008) en torno a la formación de la clase obrera brasileña.

De los márgenes al centro, sin abandonar lo marginal como tema y operación

A la hora de pensar los aspectos biográficos de Roberto Arlt, Sylvia Saiíta (2013) analiza los cambios que el propio autor realiza a su nombre y su fecha de nacimiento en sus tres autobiografías (de 1926, 1927 y 1928), en las que o modifica el día de su nacimiento u omite alguno de sus (¿supuestos?) nombres, Godofredo y Christophersen, llegando a una conclusión que nos interesa particularmente para este trabajo.

Esta inestabilidad del nombre propio muestra que además de ser una de las marcas del artificio que se esconde detrás de la construcción de toda fábula de origen, es también el punto de partida en la construcción de una identidad inestable, propia de quienes, como Arlt, son inmigrantes o hijos de inmigrantes, cuyos nombres propios señalan el lugar del que se proviene. Precisamente en una aguafuerte porteña titulada “Yo no tengo la culpa”, Arlt reflexiona sobre las dificultades de acceso al mundo de la literatura por parte de aquellos que, como él, no tienen como credenciales de ingreso ni un pasado nacional ni una tradición familiar a través del cuestionamiento de su apellido, de esas “inexpresivas cuatro letras”, difíciles de pronunciar y vaciadas de toda legitimación social (Saiíta 2013: 133).

Ese lugar de marginal y de autodidacta será el que en buena parte configure su identidad escrituraria, expresando al mismo tiempo un fenómeno propio de los años veinte, en los que la literatura costumbrista fue paulatinamente desplazada por la irrupción de la ciudad como tema, pero aún más, donde se conjugó un doble movimiento: “el ingreso al campo intelectual de escritores que vienen del margen y la tematización del margen en las obras que producen” (Sarlo 1988: 179 y 180). Sin ir más lejos, es en 1920 cuando Arlt publicó Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, un ensayo con aspectos ficcionales en los que recorre el submundo porteño de curanderos y espiritistas, condensando los nuevos consumos culturales e intereses de un público lector cada vez más grande, debido entre otros aspectos al “crecimiento de la educación secundaria que en poco más de una década entre 1920 y 1932 duplica el número de alumnos encuadrados dentro del sistema” (Sarlo 1988: 18).

Sin embargo, si para comienzos de los veinte Arlt representaba al modelo de escritor outsider proveniente de los márgenes, nuevamente en línea con lo planteado por Saiíta, el seguimiento de su trayectoria “desmitifica la construcción de una imagen de escritor advenedizo en la literatura, poco reconocido y relegado por sus pares o por la crítica” (Saiíta 2013: 135). Sin ir más lejos, a pocos días de su vuelta de Brasil, Arlt era notificado de la obtención del tercer premio del concurso municipal de literatura por su segunda novela Los siete locos, publicada el año anterior (Artl 2013: 188). Lo central para este trabajo es que la operación de volver sobre su origen popular que, en algún punto, lo lleva a la reivindicación de ciertos rasgos de la cultura obrera porteña (como veremos en los siguientes apartados) será un recurso que no dejará de estar presente en sus escritos. La marginalidad como temática será una constante más allá de que su lugar en el campo diste de ello.

David Viñas (1998) también ha sugerido que en las mismas Aguafuertes es posible reconstruir una autobiografía de Arlt. En su mirada, Arlt pasa de una reflexión centrada en lo descriptivo, una suerte de antropología de la ciudad en sus escritos de los años veinte, donde prima cierta liviandad y cinismo que el crítico identifica en sus columnas en torno al golpe de Estado de 1930, hacia una politización cuyo punto de inflexión encuentra en el famoso escrito acerca del fusilamiento de Severino di Giovani (Arlt 1998: 460-462). Esa transición, para Viñas es de un “anarquismo jovial y descarado hacia una heterodoxia con perfiles más desabridos […] de Proa a Bandera Roja, de la centralidad de lo autobiográfico hacia la historia” (Viñas 1998: 14). Ese pasaje se completa con su viaje a la España en las puertas de la Guerra Civil. En el mismo estudio, Viñas ofrece la definición de Arlt como un autor de la baja clase media porteña, que por lo tanto oscila entre “seducciones por las clases altas y el distanciamiento del pegoteo por ‘lo de más abajo’; así como de manera dialéctica, expresa su desprecio por los de arriba y en su revés de trama, un enternecimiento ‘por lo bajuno’” (Viñas 1998: 23). Esta tensión resulta sumamente productiva para pensar qué factores influyeron en la mirada positiva que expresó acerca de los niveles de formación de la clase obrera argentina en las Aguafuertes que analizaremos.

Aguafuertes

Como mencionamos en la introducción, Arlt ingresó a trabajar en el diario El Mundo, a pocos meses de que el primer periódico en formato tabloid en Argentina saliera a las calles. El periodismo fue para él, así como para otros escritores advenidos de los márgenes, un ámbito de legitimación, con un público cautivo de miles de personas. Estos escritores-periodistas constituyen una variante moderna del escritor profesional (Sarlo 1988; Saiíta 2017). Antes de llegar a El Mundo, Arlt había trabajado en otras publicaciones como Don Goyo, Mundo Argentino, Última Hora y Crítica. El formato moderno de El Mundo, dirigido a la creciente clase media, se conjugó de manera perfecta con las imágenes de la ciudad que Arlt ofreció en su columna, la primera y durante muchos años única, que llevaba firma en el diario. Su labor continuó hasta 1942, año de su muerte. La sección en ese periodo cambió de nombre en dos oportunidades. Tras su viaje a España y África en 1937 dejó de ser Aguafuertes, para pasar a llamarse, desde el 12 de marzo, Tiempos presentes, y desde el 8 de octubre de ese mismo año Al margen del cable (Juárez 2008: 12).

¿Por qué Aguafuertes? El nombre proviene de la técnica del grabado, técnica popular de las artes visuales que utiliza como principales componentes la tinta y el carbón, generalmente sin presencia de colores. En palabras de Horacio González, la relación material del aguafuerte y el tipo de escritura propuesta por Arlt se entrelazan de manera profunda:

Recordemos que el aguafuerte como técnica pictórica remite a una lámina grabada cuyo molde se trata con ácido nítrico. Adecuado sistema para implicar lo que hace Arlt con la escritura: burilada coloquialidad, expresión aireada de las opiniones, desprecio impetuoso y definitivo por la necedad, nervuda localización del lenguaje en un arrebato aquí y ahora urbano, captación sobradora, socarrona, chispeante de tipos existenciales muy filigranados. Ácidas viñetas y bajorrelieves, aptos para calibrar el juicio personal y ponerlo como mascarón preciosamente adornado de un artículo periodístico (González 1996: 63).

Son estas características las que llevan a Beatriz Sarlo a identificar que, en las Aguafuertes, “Arlt produce su personaje y su perspectiva [de la ciudad] constituyéndose el mismo en un flâneur modelo […] metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas más evidentes de la marginalidad y el delito” (Sarlo 1988: 16). Lo que aparece en estos escritos tiene la impronta de un documento de época, de un momento de transición, de dos décadas (la de los veinte y la de los treinta) en la que los cambios de las sociedades latinoamericanas fueron rotundos.

Aguafuertes cariocas: diario de viaje

Ahora bien, si en las Aguafuertes porteñas la mirada de Artl se inmiscuye en la minuciosa cotidianidad que el propio autor habita, donde la agudeza de su mirada reconstruye con una precisión singular las postales urbanas, la operación presente en las Aguafuertes cariocas será muy distinta. Si bien sostienen la definición de aguafuerte como parte de la sección del diario El Mundo, es posible leerlas mediante las coordenadas propias de un relato de viaje en las que indefectiblemente la identificación con el espacio narrativo cotidiano se ve desplazada hacia la comparación de lo Conocido con lo Otro desconocido que se comienza a narrar.4 Como afirma Beatriz Colombi:

la comparación es la figura central de cualquier viaje, ya que es el pensamiento analógico el que permite hacer inteligible la diferencia. La representación resulta así una traducción de lo desconocido para los receptores a los que va dirigido el texto (Colombi 2010: 6).

La mirada del autor pasa de ser la de un profundo conocedor de lo que describe a la de un viajero que “mimetiza lo conocido y abjura de la imagen cuando esta no confirma los datos de la experiencia originaria” (Antelo 2008: 19). Los apartados siguientes hacen explícita la operación, que en este caso será puntualizada en la comparación de las clases obreras de cada uno de los países.

Del mismo modo, retomando en este caso lo planteado por César Aira (Colombi 2010) los relatos de viaje adquieren un carácter “performado”, son un relato antes del relato (Colombi 2010: 5) en tanto el mismo viaje tiene una estructura narrativa con un comienzo y un fin que se conjuga con la interrupción de la cotidianidad antes de esa experiencia. En el caso de las Aguafuertes cariocas esto es notorio. Son la expresión de ese habitar Buenos Aires que se vio interrumpido y es esa interrupción la que subyace en la mirada del autor sobre la entonces capital brasileña.

El viaje y la narración de Arlt expande su experiencia como sujeto de la modernidad periférica. El modo en que se desarrolla la misma en los escritos del autor permite definirlo, siguiendo a Todorov (1991), como un viajero desengañado, que elogia el terruño y condena la partida, un desengaño que radica en “la discordancia entre la fantasía previa al desplazamiento y el encuentro real con el objeto” (Colombi 2010: 7). Si al llegar a la capital brasileña escribía “todo el paisaje es liviano y remoto (aunque cercano) como la substancia de un sueño” (Arlt 2013: 16) días antes de finalizar su estadía ese impacto estético inicial suscitado por el paisaje de Río aparece en plena contradicción con la experiencia de sociabilidad transitada por el autor. En palabras de Arlt:

Yo no niego que Río de Janeiro sea más pintoresco que Buenos Aires. No niego que la salida es espléndida. Pero me aburro lo mismo. Las montañas y lo morros están siempre en el mismo lugar y eso no tiene gracia […]. Me aburro, sí señores; con mi plata me aburro espantosamente (Arlt 2013: 174).

De este modo, Arlt a lo largo de su diario de Aguafuertes de viaje también construye un topos de Río de Janeiro, otro de los rasgos característicos de este tipo relatos. En el sentido planteado por De Certeau (1996), un topos es el resultado de la semantización del espacio al ser este último una construcción que no es unívoca ni estable. El viaje de Arlt a la Río de Janeiro de los años treinta fija el topos de aburrida e inculta en la entonces capital brasileña, coordenadas que aparecen en las antípodas de los imaginarios que esta ciudad suscita a comienzos del siglo xxi.

Río de Janeiro y Buenos Aires: modernidades periféricas

Desde el comienzo de su itinerario, Arlt deja en claro que no buscará “captar la simpatía de la gente” al tiempo que reafirma el mismo objetivo que Sarlo señala al referirse a los escritos porteños “mezclarse y convivir con la gente del bajo fondo” (Arlt 2013: 13). Un aspecto relevante para este trabajo es que desde su primer escrito que anunciaba el viaje, el 8 de marzo de 1930, se hace presente la operación en torno a su origen popular, a los diversos trabajos por los que había pasado hasta llegar a ser periodista. Incluso se pregunta “¿qué trabajo maldito no habré hecho yo?” (Arlt 2014: 12) mostrando por lo tanto como una conquista profesional y como una oportunidad de clase: “ir a vagar un poco, entretenerse, escribir notas de viaje”(Arlt 2014: 13).

En el desarrollo de los escritos de Río se puede diferenciar un primer momento de deslumbramiento ante ciertas virtudes de la sociedad brasileña como la amabilidad y la decencia que el autor ve, por ejemplo, en la tranquilidad con la que las mujeres vuelven a sus hogares aun en los barrios más alejados del centro (Arlt 2013: 20). En el mismo sentido pueden leerse las menciones a la conducta de los ciudadanos ante el transporte público, que pese a las facilidades que el autor identifica para poder “colarse”, tal proceder no encaja en las buenas costumbres que, en principio, observa en el país vecino (Arlt 2013: 20).

Sin embargo, esos asombros por la positiva, producto de las primeras impresiones respecto a las “cortezas” de esa sociedad, irán cediendo con el paso de los días para darle lugar a una mirada ácida y crítica, principalmente en torno a dos ejes estrechamente vinculados: la precariedad urbana de Río de Janeiro frente a la modernidad de Buenos Aires como hemos adelantado en la introducción, las condiciones de vida y los ámbitos de sociabilidad de la clase obrera carioca.

En torno al primero de los puntos, los cambios en la “modernidad periférica” de Buenos Aires entre los años veinte y treinta, que lúcidamente ha analizado Sarlo (1988; 1997), parecen contrastar con la fisionomía, pero más aún, con el desarrollo de espacios de sociabilidad similares en Río de Janeiro. Un elemento fundamental al respecto es la tirada de diarios, el acceso a la lectura, las tasas de analfabetismo que Arlt sintetiza a sus lectores con la afirmación de que “no hay ningún diario que tenga un tiraje de 150 mil ejemplares [...] en los diarios, entre los cálculos de administración que hacían, entraba el de venta de ejemplares, cuando por el contrario en Buenos Aires, la venta da pérdidas y el aviso, ganancia” (Arlt 2013: 104).

Las tasas de analfabetismo en uno y otro país son ilustrativas al respecto. Hacia 1930 el 60.5% de la población brasileña era analfabeta mientras que en el caso argentino esta cifra era del 25.1% (Hunt 1996: 44). Más arriba mencionamos el crecimiento de la matrícula en las escuelas secundarias argentinas durante los años veinte, pero a esto debe sumarse los efectos de la temprana expansión de la educación primaria a finales del siglo xix. Este acceso restringido a la lectura se ve complementado con la falta de oferta de otras variables culturales, tales como los teatros, aspecto que aparece de manera recurrente en los escritos cariocas de Arlt, hasta llegar a una expresión de hartazgo preguntando y respondiéndose a sí mismo “¿cuántos teatros hay en Buenos Aires? No sé […] en Flores hay dos. En Almagro […] en […] ¡qué sé yo cuántos teatros hay en Buenos Aires! Sé que aquí, con dos millones de habitantes hay tres o cuatro que no funcionan” (Arlt 2013: 147).

Más allá de la precisión sobre la cantidad de teatros en Río, es significativa la diferencia que observa el autor en torno a la acotada oferta cultural dada por el restringido acceso de las mayorías a dichos consumos. Esto repercute al mismo tiempo en otro modo de habitar la ciudad, otra circulación por el entramado urbano, los empleados de clase media, alejada de la dinámica de la calle Corrientes5 y sus ámbitos de sociabilidad “policlasistas”. A diferencia de Río de Janeiro, donde “los trabajadores no entran a los lugares frecuentados por la gente bien vestida. En Buenos Aires un obrero termina su trabajo y se cambia de ropa. En la calle, está a la par del comerciante, del rentista, del empleado” (Arlt 2013: 72). La calle, el afuera del lugar de trabajo, es entonces un espacio en el que en algún punto y de manera momentánea las fronteras de clase, para Arlt, se difuminan, no por una condescendencia desde arriba sino por un empoderamiento identitario desde abajo.

Las diferencias en los aspectos modernos de cada ciudad también aparecen reflejadas en el limitado desarrollo de la radio, que en la observación artliana se evidencia en la ausencia de antenas en las azoteas. Para 1930, en Buenos Aires ya había tenido lugar la explosión de la radiofonía, fuertemente impulsada por una cultura del “saber hacer” fomentada por la proliferación de publicaciones de divulgación técnica y científica que configuraron “los saberes de los pobres” en términos de Sarlo (1988) y de los que el propio Arlt es un ejemplo en su afán de dar el ‘batacazo’ con algún invento.6 Más aún, podemos arriesgarnos a afirmar que en Arlt la misma subjetividad del habitante porteño parece no poder ser otra que la del ciudadano moderno. En el Aguafuerte “No me hablen de antigüedades” (Arlt 2013: 141) escribe que las estatuas y edificios antiguos “no le pueden interesar a ningún argentino. Para nosotros que tenemos los ojos acostumbrados a la línea de los automóviles ¡qué diablos nos puede decir un arco o un ábside” (Artl 2013: 141) y agrega al hablar de las calles de Río de Janeiro, desiertas en la mayor parte del día, que lo fastidian por la falta del elemento humano (“el paisaje sin hombres me revienta”) (Arlt 2014: 142). La clásica oposición modernista naturaleza /civilización se hace presente bajo una retórica provocativa.

El viaje que comenzó entonces con cierto afán de descubrir una realidad novedosa, con la pretensión por él mismo enunciada de no caer en “prejuicios de patriotismo” (Arlt 2013: 13) finaliza con una exaltación total de las virtudes de la sociedad argentina, de Buenos Aires, “la más hermosa ciudad de América” (Arlt 2013: 73)llegando incluso a afirmar su conversión en “argentinófilo” (Arlt 2013: 147). Sin embargo, esta deriva protochovinista no se fundamenta en una recuperación apasionada de la historia nacional, menos aún en los logros posibles de ser atribuidos a las clases gobernantes o, en términos abstractos, al Estado, sino que adquiere un carácter obrero, una reivindicación fuerte de la conformación de una cultura obrera, producto del hacer mismo de los trabajadores. No duda en afirmar “nuestro obrero es discutidor porque entiende de cuestiones proletarias. Hace huelgas, defiende rabiosamente sus derechos, estudia, bien o mal; manda a sus hijos a la escuela y quiere que su hijo sea ‘dotor’” (Arlt 2013: 106). Lo que importa es el futuro por venir, no un pasado plausible de ser olvidado y, en la mirada de Arlt, la clase obrera argentina generaba los espacios para que esto fuera posible.

Clases obreras, cultura del trabajo y ocio

En su influyente trabajo sobre la formación de la clase obrera en Inglaterra, Edward Thompson deja planteada una interpretación respecto a la concepción de clase donde el eje está puesto en la experiencia histórica. Son la acción y los condicionamientos de un periodo histórico determinado los que llevan a que hombres y mujeres de carne y hueso “sientan y articulen la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos y habitualmente opuestos a los suyos” (Thompson 2012: 27). La clase entonces no es una estructura ni una categoría, sino un fenómeno histórico, y el modo en que esa identidad común logra una expresión, es decir, se hace consciente, se manifiesta en “términos culturales […] en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales” (Thompson 2012: 28) claro que sin perder vínculo con el entorno material y las relaciones de producción en la que hombres y mujeres se ven insertos.

A la hora de discutir con las miradas que analizan las formaciones de las clases obreras en América Latina buscando encontrar el paradigma del “verdadero proletariado”, es decir, aquel que presente rasgos revolucionarios en su conciencia y accionar, Claudio Batalha (1992) señala una serie de aspectos singulares para pensar el caso brasileño, como el origen rural y sin experiencia de organización sindical de los migrantes. En este caso nos interesa destacar la reivindicación del trabajo como un aspecto constitutivo de la identidad obrera, que operó como diferenciador del resto de los sectores subalternos. El autor identifica que este es un rasgo que obedece, por un lado, a la construcción que las clases dominantes operativizaron para separar al “buen ciudadano” de las “clases peligrosas”, vagos, desocupados y marginales en general. En ese caso, lo que se genera es una legitimación social individual. En cambio, en tanto es incorporado por un colectivo de trabajadores, como el mismo autor desataca en el caso de los tipógrafos de Río de Janeiro a comienzos de siglo, el trabajo, como actividad, cohesiona una identidad grupal (Batalha 1992: 120). Como ha señalado de manera oportuna Richard Hoggart (2013), al analizar los cambios en la cultura obrera de la Inglaterra de los años treinta a los cincuenta, en la constitución de una identidad obrera la delimitación de un “nosotros” y un “ellos” cumple un papel fundamental. El trabajo, en el caso brasileño, parece ser uno de los rasgos que marcan esa frontera, tanto al interior de las clases subalternas como respecto a las clases dominantes.

Volviendo a la mirada de Arlt, en sus Aguafuertes cariocas el trabajo aparece como la única dimensión en la que la clase obrera se hace presente en Río de Janeiro de los años treinta. En su escrito del 15 de abril, titulado “Ciudad que trabaja y que se aburre” (Arlt 2013: 72), comienza afirmando que existe un derecho a la “fiaca” si hay lugar por excelencia para ejercerlo, es el café. Luego de ello incorpora un subtítulo en el que afirma “Aquí se labura”, y en el que desmiente la imagen de los argentinos sobre los brasileños que, según el autor, estaba asociada a “gente que se pasa con la panza al sol desde que febo asoma” para destacar que, por el contrario, “trabajan, trabajan brutalmente y no van a un café sino breves minutos” (Arlt 2013: 73). En el mismo sentido, en el aguafuerte “Dos obreros distintos” (Arlt 2013: 103) afirma “El obrero de Río, trabaja, come y duerme” (Artl 2013: 105) en cambio “el obrero argentino, porteño, lee, se instruye, aunque sea superficialmente, se agremia y en cuanto ha salido de su trabajo se trajea confundiéndose con un empleado” (Arlt 2013: 104).

Es relevante señalar que en el comienzo de esta Aguafuerte el autor hace la aclaración de que “exclusivamente, la comparación [de su escrito] se refiere al obrero de Río y al de Buenos Aires” (Arlt 2013: 103) ya que “no sé si en San Pablo, Pernambuco o Manaos el obrero es distinto” (Arlt 2013: 103). Esta diferenciación no es menor si se tiene en cuenta la historia de la clase obrera brasileña con fuertes contrastes en sus desarrollos regionales. Río fue históricamente el lugar en el que mayor influencia logró tener la vertiente más moderada, el sindicalismo amarelo7 o, en términos de Boris Fausto, trabalhismo carioca8 (Batalha 2000: 32). Al mismo tiempo esa pasividad del proletariado carioca fue atribuida al componente migratorio portugués que habría adoptado esta conducta con cierta expectativa de ascenso social. Si tomamos otro fragmento de Arlt, es posible relativizar su “desconocimiento” sobre estas singularidades:

Los que viven mal no se dan cuenta de ello, aceptan su situación con la misma resignación que un mahometano; y yo no soy mahometano. Algunos me dicen que la culpa es de los negros, otros, de los portugueses, y yo creo que la culpa es de todos. En nuestro país había negros, y había de todo, y la civilización sigue su marcha. No entiendo por civilización superabundancia de fábricas. Por civilización entiendo una preocupación cultural colectiva. Y en nuestro país existe, aunque sea en forma rudimentaria (Arlt 2013: 143).

Civilización y cultura parecen enlazarse en la mirada de Arlt con conciencia de clase y un imaginario de progreso que no aparece como patrimonio exclusivo de las clases dominantes sino como un futuro a alcanzar por las clases subalternas, motivo por el que la resignación no es una opción.

Los momentos en los que Arlt visitó Brasil coincidieron con los de mayor represión y desarticulación de las organizaciones obreras tras las huelgas de 1917 y 1919, aspecto por el cual los reclamos y la ausencia en el espacio público de estas organizaciones pueden explicarse, entre otros, como producto de una reciente derrota. El mismo autor, en otro de sus escritos, afirma que la policía ya había disuelto tres veces la asociación gráfica (Arlt 2013: 146), pero pone mayor énfasis en la debilidad de la organización obrera que en la represión. Si bien el abordaje de la “cuestión social” en Brasil y Argentina presentó rasgos similares, centrados en la represión desde comienzos del siglo xx hasta mediados de la primera década, con leyes como la de residencia de 1902 en Argentina y la Lei de Expulsão de Estrangeiros9 de 1907 en Brasil, la posterior intervención del Estado como mediador en las relaciones entre capital y trabajo tuvo diferencias cualitativas. En Argentina se apeló a una creciente integración de la clase obrera mediante el otorgamiento de derechos políticos con la Ley 8.871 de sufragio secreto, universal y obligatorio, promulgada en 1912, mientras que en Brasil no hubo una ampliación de derechos similar a lo largo de la Primera República (Batalha 2008: 183).

En la Aguafuerte “Sólo escribo sobre lo que veo”, del 30 de abril, vuelve sobre el tema del trabajo con rasgos de asombro que se traslucen en una escritura repetitiva: “Se travalla esa es la frase. Se trabaja brutalmente desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde. Se trabaja. No se lee. Se escribe poco […]. ‘Se travalla’. Se trabaja. Y después se duerme. Eso es todo; eso es todo ¿comprenden? […] ‘Se travalla’ Eso es todo. Y nada más” (Arlt 2013: 121).

La cultura del trabajador carioca parece reducirse a una “cultura del trabajo” donde el ocio, el tiempo libre o la formación intelectual no tienen lugar. Contra esta cultura del trabajo, en las crónicas de Arlt aparece una reivindicación casi desesperada del ocio que se acentúa en tanto conoce con mayor profundidad las condiciones de vida de la clase obrera carioca. El modo en que esta dimensión vital se hace presente puede ser pensada en relación con la premisa que a finales del siglo xix formuló el marxista Paul Lafargue en su folletín El derecho a la pereza. En él planteaba que la reducción de la jornada de trabajo a tres horas otorgaría la posibilidad de desarrollo pleno de los trabajadores. Quitando de sus espaldas horas de trabajo, podrían dedicarlas al disfrute de la vida, entendiendo a esta en su dimensión creadora, tanto acrecentando sus conocimientos, sus acercamientos a la ciencia o a las artes, como dando más tiempo al amor y al placer, ya que para Lafargue “todas las miserias individuales y sociales nacieron de su pasión por el trabajo” (aavv 2007: 38).

A diferencia de lo que señala Ana María Zubieta (2013) al pensar este mismo aspecto en las Aguafuertes porteñas y novelas de Arlt, donde lo que prima es el ocio asociado a la haraganería, el desprecio total al trabajo y los atajos para conseguir dinero, en los escritos cariocas lo que parece reivindicarse es una cultura y subjetividad obrera que rebalse los ámbitos del trabajo, una identidad obrera que habite los espacios de la ciudad con impronta propia, al tiempo que constituya sus instituciones y organizaciones propias. Otro pasaje desesperado de nuestro autor ejemplifica esto último:

Busco infatigablemente con los ojos […] ¿Librerías? Media docena de librerías importantes ¿Centros socialistas? No existen. Comunistas, menos ¿Bibliotecas de barrio? Ni soñarlas ¿Teatros? no funciona sino uno de variedades y un casino […] ¿Periodistas? Aquí un periodista gana doscientos pesos mensuales para trabajar brutalmente diez y doce horas ¿sábado inglés? Casi desconocido ¿Reuniones en los cafés, de vagos? No se conocen (Arlt 2013: 120).

Arlt busca encontrar en Río de Janeiro rasgos de la sociabilidad obrera porteña de la cual él mismo, en su operación autobiográfica, se identifica como parte. En este punto no es menor que ponga en relación una enumeración donde los centros socialistas y comunistas estén en diálogo con las librerías y las bibliotecas. Ambas organizaciones fundaron decenas de ellas en las primeras décadas del siglo xx. Retomando el relevo presente en la investigación de Hernán Camarero (2007) acerca del Partido Comunista Argentino (pca), hacia 1932 “existían unas 400 bibliotecas obreras creadas por el ps con un promedio de 3 000 a 6 000 volúmenes, repartidas por casi todas las provincias y territorios nacionales” (222) junto a una treintena del pca entre la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Mientras que en Argentina, el partido encabezado por Juan. B. Justo (es decir el ps) logró estructurarse de manera paulatina hasta alcanzar, en las primeras décadas del siglo xx, una fisionomía nacional; en Brasil no tuvo lugar un fenómeno de características similares. Es posible entonces pensar la resonancia de esta ausencia política en la cultura obrera carioca que, a diferencia de las capas obreras argentinas, no contó con esta fuerte influencia e impulso cultural que significó el socialismo.10 Es esa posibilidad de formación autónoma, de la que el propio Arlt hace alarde, lo que fomentaron estas instituciones. En esta misma línea de razonamiento, y entrando en un terreno hipotético, podemos decir que incluso la reivindicación del ocio y la pereza nuestro autor está vinculada a la posibilidad de acceder a lecturas como Lafargue en esos mismos espacios de formación obrera. No es descabellado pensar que Arlt visitó las bibliotecas socialistas o comunistas, El barrio de Flores de donde era oriundo fue uno de aquellos lugares donde ambas organizaciones (ps y pc) tenían sus propias bibliotecas populares. En el mismo sentido, el trabajo ya citado de Camarero menciona a las obras de Lafargue como parte de los volúmenes infaltables en este tipo de bibliotecas.

Trabajar como negro

De este modo se titula la primera de las Aguafuertes cariocas en la que Arlt hace referencia al trabajo durante su viaje, y no casualmente está en estrecho vínculo con la cuestión de raza. Como es fácil de imaginar, el escrito se centra en la figura de los trabajadores negros y tiene como punto de partida la expresión popular utilizada en Argentina. En las primeras líneas el autor no duda en afirmar que, en comparación con Buenos Aires, “ahora sí ha constatado lo que significa trabajar como negro” (Arlt 2013: 61), y continúa con una descripción minuciosa

Bajo un sol que derrite las piedras, uno de esos soles que hacen sudar a usted como un filtro y que aturdirían a un lagarto, el negro brasileño, descalzo sobre las veredas, acarrea adoquines, conduce bultos, sube escaleras cargado de fardos tremendos, maneja pico y pala; levanta rieles […] se desempeña en los trabajos más brutales y rudos, en aquellos que aquí hacen retroceder al blanco. Sí, donde el nativo pálido o el obrero extranjero retrocede, para ocupar el puesto está el negro […]. Por un jornal escaso. Es silencioso, casi triste. Debe ser la tristeza de los antepasados ¡Vaya a saber qué! (Arlt 2013: 62).

Un primer aspecto que se desprende de las palabras de Arlt está vinculado con los aportes de Claudio Batalha (2008) respecto al mito de una historia de la clase obrera brasileña blanca. Para este autor, tales rasgos étnicos pueden ser identificados en ciudades como Sao Pablo, pero no así en otras regiones como Río Grande do Sul, donde las repercusiones migratorias fueron menores (Batalha 2008: 164). Ahora bien, el relato va más allá y lo que nos permite es trazar algunas reflexiones respecto a la raza en la clase obrera y sociedad carioca, así como también en la mirada de Arlt y la sociedad porteña.

En el sentido planteado por los estudios culturales de la mano de Stuart Hall, la raza es el “resultado de las interacciones históricamente situadas en contextos de relaciones de poder constituyentes de grupos, identidades y sujetos determinados” (aavv 2009: 247). La conformación de la Primera República brasileña que implicó la abolición de la esclavitud hacia 1888 es un aspecto que contrasta con un Estado argentino donde desde mitades del siglo xix se había buscado fomentar las relaciones asalariadas y la esclavitud había sido abolida en 1853 con el antecedente de la libertad de vientre de 1813. Este aspecto se pone de manifiesto en los escritos de Arlt, quien incluso dedica un Aguafuerte completa al asunto con motivo de la “Fiesta por la abolición de la esclavitud” (Arlt 2013: 167). A lo largo de toda su narración el autor no logra salir del asombro y la indignación de lo cercano de tal acontecimiento, pero más aún de su contemporaneidad con exesclavos. La sola idea de caminar junto a uno de ellos lo moviliza al punto tal que termina admitiendo su incapacidad para realizar una entrevista debido a la “sensación de terror de entrar al País del Miedo y del Castigo” (Arlt 2013: 169). Esta expresión es posible de ser nuevamente desde Stuart Hall quien, recuperando a W.E.B. Du Bois, establece una ligazón fundamental para entender la raza en sus sentidos materiales y culturales. La constitución de una identidad común como negros está dada por la conciencia de una “herencia social de la esclavitud” (Stuart Hall 2019: 50) que lleva a esos diversos países del miedo y castigo, ubicados a distintos lados del mar, a estar unidos por la misma cicatriz. Más allá de postular la superación de una mirada biologicista de la raza, Stuart Hall no puede dejar de ver en las características físicas la marca de la herencia que, por lo tanto, asume un enorme valor se depositan significados de diferencia (Stuart Hall 2019: 50) sobre los que se montan las sociedades racializadas.

El fragmento de Arlt citado líneas más arriba muestra por un lado la subalternización de los trabajadores negros dentro de la misma clase obrera brasileña, realizando tareas que no realizaban otros, al tiempo que, en la mirada del autor argentino, esa condición y su consecuente estado de ánimo son inescindibles de una herencia trágica. En los párrafos siguientes la descripción de Arlt continúa dando detalles de las condiciones miserables de vida de la población negra respecto a los trabajadores blancos. Sin embargo, al mismo tiempo, no ahorra expresiones que ponen de manifiesto su lugar de enunciación como observador blanco: “hay negros que son estatuas de carbón cobrizo, máquinas de una terrible fortaleza y sin embargo algo infantil, algo de pequeños animalitos se descubre bajo su semi-civilización” (Arlt 2013: 63). Las diferencias son “claramente definidas por el ojo” (Stuart Hall 2019: 66), exceden a justificaciones genéticas o científicas, son distinguibles y clasificables por cualquier mirada, letrada o no. Como recupera Stuart Hall de las formulaciones hechas por Frantz Fanon en su libro Piel negra, máscaras blancas, la subjetividad propia queda deshecha y destrozada por la mirada racializada que proviene de la posición del otro blanco

afirma Fanon, a medida que su negritud se “sella en esa objetificación aplastante”, “sobredeterminada desde el ‘sin’”, cuando “los movimientos, la actitud, las miradas del otro me fijan ahí, como una solución química se fija con un tinte” y desde donde “ahora es otro el que ha recompuesto los fragmentos”. Esta división en la cosificación, la fijación de la persona negra en la máscara blanca como resultado de la mirada, se logra con lo que Fanon denomina, con mucha elocuencia, el proceso de epidermización: la inscripción de la diferencia racial en la piel (Stuart Hall 2019: 67).

La mirada de Arlt opera de este modo, es una mirada de hijo de inmigrantes europeos y de ciudadano de clase media de la ciudad moderna por excelencia de América Latina. En línea con lo estudiado por Alejandro Solomianski (2013) podemos afirmar que es una mirada construida al calor de una sociedad donde la presencia de lo “afro” en las primeras décadas del siglo xx estaba en pleno desvanecimiento ante el aluvión migratorio del “viejo continente”. Esa distancia respecto a la racialización de la sociedad y sobre todo de los sectores subalternos es un aspecto que Arlt no logra hacer consciente en sus escritos. La marginación que observa constantemente en el ámbito público, ya sea en los “cafés de gente bien” donde no entran los trabajadores o en la división entre tranvías de primera y de segunda donde estos últimos son los que usa “la prole”, encuentra sus explicaciones más en la pasividad que ve en los obreros brasileños que en las mismas condiciones estructurales de una sociedad donde la articulación clase y raza adquiere una relevancia significativamente mayor que en Argentina.

Teniendo en cuenta todo esto, es viable preguntarnos si acaso la ausencia de espacios de sociabilidad obrera que nuestro autor señala no obedece a la construcción de esta mirada. ¿Es viable postular que la frontera entre “ellos” y “nosotros”, como señalaba Hoogart, era mucho más radical y por lo tanto la mirada del otro blanco no accedía a esos espacios de sociabilidad tejidos desde el lazo racial? Pensamos que aquí hay un interrogante sugerente para continuar indagando en algunos de los problemas desarrollados en el artículo.

A modo de conclusión

Las Aguafuertes cariocas nos permitieron pensar algunas dimensiones relevantes en torno a la formación de la clase obrera brasileña y argentina. En ambos casos, consideramos que lo planteado abona a debates más generales respecto a dicho proceso. En el caso brasileño, las observaciones de Arlt son fuentes valiosas para pensar junto a otros registros la tan discutida “pasividad” de la clase obrera brasileña que en diversos trabajos aquí citados ha sido problematizada por Claudio Batalha. Efectivamente, más allá de aspectos sesgados, como el racial sobre el que también nos hemos explayado, lo que percibe la aguda mirada de Arlt son niveles de desarticulación notorios en la clase obrera brasileña, su baja capacidad de confrontación y obtención de derechos, pero sobre todo su menor densidad en el conjunto del entramado social, expresión que en el registro de nuestro autor en torno a los consumos culturales.

Paradójicamente, los años veinte y treinta en Argentina, por el desarrollo mismo de instituciones culturales en los nuevos barrios porteños generados por la expansión urbana, han sido caracterizados por un sector relevante de la historiografía, como los comienzos de un momento de mayor conciliación por parte de los sectores populares (Romero y Gutiérrez 1989). Para estos autores se impondrían desde allí y de manera creciente ideales de ascenso social frente a la perspectiva radicalizada de comienzos de siglo. Los escritos de Arlt en algún punto refutan esta idea. El viaje a Brasil le otorga a nuestro autor un parámetro de comparación para destacar el carácter revulsivo de la clase obrera argentina que se combina con anhelos de obtener mejores condiciones de vida, a partir de un fuerte componente de autonomía. En el sentido planteado por Karush (2013), lejos de la mirada conciliatoria de la “tesis de los sectores populares”, tanto la década de los veinte como la de los treinta continuarán mostrando dinámicas huelguísticas relevantes. Incluso las películas melodramáticas que acompañaron la masificación del cine, debieron apelar a la irreconciliable relación entre ricos y pobres. Ese mismo ideario es el que Arlt expresa al decir “Nuestro obrero es discutidor porque entiende de asuntos proletarios. Hace huelgas, defiende rabiosamente sus derechos” (Arlt 2013: 106).

Como en toda representación, la subjetividad de quien la construye está inmersa. La reivindicación de la clase obrera en Arlt obedece más a su operación autobiográfica que a un compromiso orgánico con esta. Volver sobre su origen popular en un viaje a Brasil parece vincularse a cierta nostalgia de origen, a esa posibilidad de conocer mundo que, asegura, no pensaba que fuera a tener. Su valoración de la clase obrera, sin embargo, no le impidió ver sin mayores preocupaciones, al menos en los primeros días, el golpe de Estado de 1930, tan solo unos meses después de estos escritos. Quizás su modelo de revolución estuviera más cercana a la de Los siete locos, es decir, de una conspiración vanguardista y elitista erigida desde los márgenes de la sociedad, para destruir ese mismo entramado que los ha hecho a un lado.

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1 Universidad de Buenos Aires, Argentina (ramiromanduca@gmail.com).

2 Entre marzo de 1935 y abril de 1936 realizó otro viaje, en este caso con destino a España y en donde también conocerá Marruecos. Los escritos de este viaje fueron publicados en varias ediciones, la última y más basta Aguafuertes de viaje. España y África, Hernández, Buenos Aires, 2008. En la biografía escrita por Eduardo González Lacunza (1971) también se mencionan viajes a Chile, así como la preparación de un viaje a Estados Unidos planificado para 1942, año en el que Arlt morirá de un infarto.

3 Bajo este nombre fueron publicados los escritos de su viaje a Río de Janeiro, hasta entonces inéditos (Arlt 2013).

4 Agradezco la sugerencia de uno/a de los/as evaluadores de este artículo para incluir esta mención.

5 La calle Corrientes es una avenida céntrica de la ciudad de Buenos Aires en la que desde comienzos del siglo xx se han concentrado teatros, bares, cafés y restaurantes.

6 “El 17 de octubre de 1934, Roberto Arlt recibe la patente de invención número 42.050 por “Medias con punteras y talón reforzado con caucho o derivados” (Sarlo 1988: 60). Remitimos nuevamente a Sarlo para situar los imaginarios populares de los años veinte y treinta en Buenos Aires, donde la figura del inventor aparece con fuerza.

7 Amarillo. Más allá de la evidente traducción, es válido señalar que no solo en Brasil sino también en Argentina se identifica de este modo las corrientes sindicales que suelen tener orientaciones pro-patronales. La traducción es mía.

8 Sindicalismo carioca. La traducción es mía.

9 Ley de expulsión de extranjeros. La traducción es mía.

10 No desconocemos que también el anarquismo tuvo emprendimientos culturales de importante magnitud en el caso argentino, como ha sabido reconstruir Juan Suriano (2008).

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