al72-131-135

Vargas Llosa, Mario. Tiempos recios, Barcelona: Alfaguara, 2019.

DOI: 10.22201/cialc.24486914e.2021.72.57413

Debo decir que mi primera lectura de Mario Vargas Llosa fue hace muchos años, con La guerra del fin del mundo (1981), donde el nordeste brasileño apareció en mi imaginación mediante el caso de la “Guerra de Canudos”, y la presencia de aquel personaje de atractiva evocación: Antonio Conselheiro. Todavía mantengo el encanto de ese descubrimiento al que llegué gracias a un profesor entrañable de la Facultad de Filosofía y Letras, Mario Contreras, quien además de su profundo conocimiento sobre el Brasil, imponía un aprendizaje bastante estructurado sobre cómo abordar el estudio de América Latina. Un encuentro posterior se hizo posible con La historia de Mayta (1984), obra con la cual pude entender de manera más clara las enseñanzas de mi gran maestro, Ignacio Sosa, quien siempre de manera crítica valoraba —y nos enseñaba— el desarrollo de los movimientos políticos latinoamericanos del siglo xx. El rescate que hiciera el escritor peruano de aquel joven militar, Mayta, quien intentó un movimiento revolucionario en aquel Perú convulsionado por la lucha social de los años sesenta, aun cuando asuntos de género eran determinantes para encontrar la validez de una propuesta política, se convirtió en una interpretación de lo que en la unam estaba yo aprendiendo en la década de 1980, cuando la lucha sandinista había logrado un triunfo que rememoraba —y avivaba— el caso de la revolución cubana. No puedo dejar de mencionar el hallazgo de El elogio de la madrastra (1988) como una experiencia única, donde mi interés por entender a las sociedades de Nuestra América se vio alentado por una obra llena de erotismo, que haría más grata mi reflexión sobre las diferencias sociales y políticas de la región.

De esos contactos que me han llevado a valorar la escritura (que no sus posiciones políticas) de uno de los Premio Nobel de Literatura latinoamericanos, la más reciente experiencia se merece el que le brinde unas meditaciones. Tiempos recios es una novela que se acerca a una de las experiencias político-sociales que más deberían atenderse y reinterpretarse dentro de la trayectoria de la historia política de Centroamérica y el Caribe. La embestida con que actuó la presencia de los Estados Unidos en el derrocamiento de 1954 de la conocida como Revolución Guatemalteca de Octubre —iniciada con el gobierno de Juan José Arévalo (1945-1950) y continuada con la presidencia no terminada de Jacobo Árbenz (1951-1954)—, así como la relativa cercanía con el triunfo de la revolución cubana (1o. de enero de 1959), y su pronta necesidad de emprender el camino por el sendero comunista, no permitieron que el proceso vivido en Guatemala mostrara que se manifestaba una tercera opción dentro de aquel panorama inaugurado a partir de la Guerra Fría.

Ante tales circunstancias es que quiero resaltar la presencia de la novela como invitación a volver nuestras miradas hacia aquel periodo en el cual la lucha por la democracia, provocada la presencia numerosa de dictadores circuncaribeños, era la preocupación central de los políticos progresistas quienes, pese a ser liberales, militares, conservadores, estudiantes, empresarios o intelectuales, veían como inevitable la lucha rebelde —léase la toma de las armas— para frenar el avance de los “gendarmes necesarios” que el propio Arévalo caracterizara en su interesante Antikomunismo en América Latina: radiografía del proceso hacia una nueva colonización (1959).

Mi primera sensación ante la lectura de Tiempos recios fue la de mostrar más de una reserva. Como historiador de América Latina (que quiero llegar a ser) en las primeras páginas me incomodé con Vargas Llosa. Pude haber subrayado múltiples pasajes, tachando aquellos en los cuales estaba seguro de que el escritor no tenía razón. Afortunadamente no marqué mi ejemplar, pues pronto me calmé para abrir mis expectativas y entender que estaba ante una creación literaria. Mi formación académica había estado a punto de traicionarme, y de orillarme a dejar de revisar una obra que, al final de cuentas, me hizo verla como un producto no sólo aceptable, sino valioso y digno.

La importancia de la United Fruit Company como elemento explicativo de la trama que vivió Guatemala a lo largo de todo el siglo xx es mencionada sin la fuerza que yo quisiera o hubiese esperado. Pero la ufco está presente. Por lo que toca a la presentación de Zemurray, el afamado “banana man” con quien se identifica al emporio de la transnacional frutera, ella no me ha dejado contento. Hubiera querido ver en escena a Minor C. Keith, a quien considero el verdadero artífice (al promover la fundación de la ufco en 1899) del modelo empresarial que explica el arribo de intereses particulares, y luego de los políticos gubernamentales norteamericanos no nada más en Guatemala sino en toda la América Latina. Pero, en fin, la referencia bananera cumpliría el propósito de generar el ambiente que se requiere para entender la llegada al poder, como representante de los intereses estadounidenses, del coronel Carlos Castillo Armas.

El militar detractor del ejército de Guatemala, elegido para llevar a cabo la intervención armada que daría fin al sueño de un proyecto político nacionalista y autónomo, que nunca se mantuvo en posición opuesta a la participación de capitales extranjeros en la economía del país centroamericano, Castillo Armas, ocupa un lugar especial en la obra. No obstante, a pesar de esa centralidad, le acompaña la figura de una mujer, a quien Vargas Llosa llama Marta Borrero Parra, y quien aparece como personaje que es sumamente importante para la trama. La historia que se construye va muy ligada a la relación mantenida entre estos dos protagonistas. Pero el escritor peruano no se apoya únicamente en ellos, sino que hace un uso amplio, podría decir magnífico, de una serie de personalidades que, reales o no, inventadas o no, al final sometidas al proceso ficcional, llevan a los interesados en la historia latinoamericana a pensar, reflexionar y proponer, sobre la necesidad de ahondar en aquellos espacios que los historiadores hemos dejado fuera, y volver pasos atrás para dar pasos hacia adelante, y lograr por medio de la búsqueda de nuevas rutas, toda aquella información que posibilite abundar en nuevas interpretaciones históricas, más ricas, que aporten al conocimiento.

Vargas Losa provoca esto en sus Tiempos recios. Eso provocó en mí. Darme cuenta de la existencia de espacios que deben ser explorados, como aquel que lleva a pensar las conexiones existentes entre todos los dictadores circuncaribeños que actuaban a mediados del siglo xx; como la acción de volver una y otra vez al estudio sobre el impacto que tuvieron los intereses empresariales y políticos, privados e institucionales, en la historia de nuestros países; como la tarea de preocuparse por pensar que no sólo los grandes actores de la historia pueden ofrecer información valiosa que impulse la consolidación interpretativa de la historia; o bien, como considerar seriamente a la literatura como fuerza motivacional para generar conocimiento. Los anteriores son algunos de los aspectos que impactan dentro de la lectura, y dan pie para reconocer la importancia de esta nueva obra de Vargas Llosa, a quien, reitero, no guardo el mismo reconocimiento como hombre político, o como comentarista de la política.

Pero me detengo en una temática que ha llamado particularmente mi atención. Me refiero a la presencia de historias que involucran a ciertos de tipos de amor con la violencia. Como constante que aparece en gran medida dentro de la literatura latinoamericana, Tiempos recios podrá leerse atendiendo a ese binomio que se envuelve en tragedia, que se acompaña de desventuras y que avanza hasta llegar al infortunio. Los amoríos de Marta Borrero Parra incitan a pensar en la historia de América Latina; se trata de la historia de una persona que puede ser atendida como narración de una serie de hechos mucho más amplia. Es una descripción personal que los lectores debemos retomar con cuidado, para verla detenidamente, y buscar los aportes que ella puede ofrecer. Vargas Llosa lograría entrevistar a la mujer que llamó Marta en la ficción, y quien en la vida real se llama Gloria Bolaños Pons. Para cerrar la novela, el autor trae a colación un encuentro con la que fuese una joven inquieta y bella de la alta sociedad guatemalteca, con la mujer hábil y temeraria que se haría amante de Carlos Castillo Armas, así como con quien actuó como una “Mata Hari” que huye de Guatemala hacia la República Dominicana gracias a la intervención del hombre (Johnny Abbes García) que hacia los trabajos sucios a Rafael Leónidas Trujillo. Por cierto, no está de más comentar que Tiempos recios cuenta indudablemente con el antecedente que lograra Mario Vargas Llosa al preparar y escribir La fiesta del chivo (2000). “Marta Borrero Parra” despreciaría al hermano del dictador dominicano, quien al ocupar la presidencia intentó “comprar” el amor de la atractiva y polémica mujer, e irse de la isla para vivir en los Estados Unidos. Hasta allí se trasladó Vargas Llosa y fue testigo de la existencia de una persona que indudablemente es fuente de información valiosa para la construcción histórica. El escritor muestra así una disciplina que debe tomarse en cuenta entre quienes practicamos la investigación e interpretamos la historia.

La perseverancia por buscar datos, por atender —o tomar en cuenta— a personas que no ocuparon el lugar estelar de las historias, la atención a todo documento posible, se convierten en acciones que ofrecen una lección a quienes pretendemos armar razonamientos fidedignos que nos lleven a resultados donde haya decoro profesional. Reconocer esta constancia en Vargas Llosa, quien en ese sentido me maravilló con su Sueño del celta (2010), mostrándome su recorrido por una historia en la que magistralmente revela la coincidencia entre el colonialismo en el Tercer Mundo, hace que resalte ese valor de su obra. Los estudiantes de América Latina, los estudiantes latinoamericanos de Latinoamérica, todo estudioso de Nuestra América, debemos estar atentos a esta posibilidad de enriquecer nuestra formación con la literatura. Debe tomarse muy en serio el poder de la literatura. Una verdadera formación de especialistas sobre América Latina no se podría dar en caso de que, por tratarse de ese Vargas Llosa a quien se le considera reaccionario, se dejaran de lado sus propuestas artísticas, literariamente hablando.

Debo decir, evidentemente, que la pluma de Mario Vargas Llosa me sigue teniendo cautivo, el conjunto que he leído de su obra me parece una amalgama enriquecedora. Me alegra poderlo externar ahora, al referirme a Tiempos recios. Siento que es la manera de tributar su genialidad literaria; así como exaltar su disciplina para armar las estructuras de sus obras, las cuales —además de disfrutarlas y aprender— también me permiten invitar a los estudiantes y estudiosos a interesarse por esa búsqueda histórica atenta, minuciosa, que al practicarse asegure una satisfacción personal por el logro cognoscitivo.

Enrique Camacho Navarro

camnav@unam.mx

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