02_Latinoamerica77

El espacio no es una superficie

Variaciones sobre la configuración de la naturaleza en la literatura de Bolivia

Space is not a Surface

Variations on the Configuration of Nature in Bolivian Literature

Magdalena González Almada*1

Resumen: en la producción literaria de Bolivia de los siglos xx y xxi, la configuración de la naturaleza ha sido un tema abordado con recurrencia y desde diversos enfoques, los cuales exceden una representación del espacio limitado al sostenimiento de las acciones de los personajes o a una mera descripción contextualizante para, en cambio, destacarlo dentro de las textualidades. La premisa que guía este artículo sostiene que a partir de la particular puesta en discurso del espacio y de la naturaleza, la tradición literaria boliviana construyó un conjunto de imaginarios sociales que privilegiaron el espacio del altiplano y los valles, mientras que la narrativa contemporánea se vuelca hacia otros espacios, como los del oriente boliviano. El trabajo se apoya en las categorías naturaleza (Williams, Tancredi, Augé) y espacio (Llarena, Massey, Heredia, Ighina) para analizar un corpus de textos que sostiene la lectura crítica propuesta.

Palabras clave: Espacio; Naturaleza; Literatura boliviana.

Abstract: In the Bolivian literary production of the 20th and 21st centuries, the configuration of nature has been a theme addressed recurringly and from different approaches which exceed a representation of space limited to sustaining the actions of the characters or a mere contextualizing description to, instead, highlight it within the textualities. The premise that guides this investigation maintains that from the particular discursivization of space and nature, the Bolivian literary tradition built a set of social imaginaries that privileged the space of the altiplano and the valleys while the contemporary narrative turns to other spaces. like those of eastern Bolivia. This research is based on the categories nature (Williams, Tancredi, Augé) and space (Llarena, Massey, Heredia, Ighina) to analyze a corpus of texts that supports the proposed critical reading.

Keywords: Space; Nature; Bolivian literatura.

Recibido: 4 de abril de 2022

Aceptado: 19 de enero de 2023

DOI: https://10.22201/cialc.24486914e.2023.77.57556

Primeras aproximaciones

Doreen Massey en “La filosofía y la política de la espacialidad: algunas consideraciones” propone tres enfoques para conceptualizar el espacio: el espacio es producto de interrelaciones; el espacio “es la esfera de la posibilidad de la existencia de la multiplicidad” (Massey 2014: 102) y el espacio siempre está en devenir, nunca está acabado ni cerrado. En consecuencia, el espacio es una interrelación, una multiplicidad y una apertura que interpela cualquier límite que pudiera restringirlo, tanto en lo que se refiere a una dimensión conceptual como a una dimensión estrictamente material. Esto no supone, sin embargo, que en ese mismo entramado —y precisamente por integrarlo— el espacio no se vea afectado y afecte otras interpretaciones conceptuales. Massey afirma dos cuestiones que interesan a los fines de este trabajo. En primer lugar, que el espacio siempre estuvo interrelacionado, incluso en momentos de fuerte organización nacional; en segundo lugar, que el espacio —en tanto relacional, múltiple y abierto— es imprevisible. Massey señala que:

el espacio siempre tiene algo de “caótico” (aquello no prescrito por el sistema). Es un “caos” que surge de esas yuxtaposiciones circunstanciales, de las separaciones accidentales, del carácter tantas veces paradójico de las configuraciones geográficas en las que, precisamente, una cantidad de trayectorias distintas se entrelazan y a veces interactúan. En otras palabras, el espacio es por naturaleza una zona de “disrupciones”. Quizá la conclusión más sorprendente de todas, dadas las conceptualizaciones hegemónicas, es que el espacio no es una superficie (Massey 2014: 115).

La idea de que el espacio no es sólo una mera superficie resulta productiva para esta reflexión en tanto que permite problematizar la noción de naturaleza como espacio configurado desde diferentes miradas en diversos textos literarios de Bolivia. Interesa enfatizar que si el espacio no es exclusivamente una superficie sobre la que se sitúan los sujetos y los múltiples discursos que los atraviesan es, precisamente, porque el espacio se constituye en una dimensión compleja que no admite una consideración unívoca sobre los sentidos que de él se proyectan. Por tanto, la naturaleza no será sólo el espacio privilegiado por algunos autores para dar cuenta de una configuración que se pretende política e inaugural de algunos de los imaginarios de nación que atraviesan a la sociedad boliviana, sino que —también— serán los particulares modos de configurar la naturaleza —como posibilidad de metaforización de la nación, de la pérdida o de la mala suerte, entre otras— los que posibilitarán una reflexión sobre el espacio en Bolivia, ya no desde una interpretación unívoca e indiscutida sino desde su contrario: espacio diverso, heterogéneo y variado, inestable por momentos, que genera una multiplicidad de sentidos al momento de su discursivización en los textos literarios.

La configuración del espacio, por tanto, se presenta como un amplio abanico de posibilidades semánticas entre las que se destacan la posibilidad de interpretar y valorar las culturas, la acentuación de una localidad o bien la pérdida de referencia espacial, la configuración de las tensiones entre lo propio y lo ajeno, el arraigo y el desarraigo, entre otras (Llarena 2007). Entramada con estas cuestiones, la puesta en discurso del espacio en la literatura de América Latina implicó que el espacio inabarcable e inaprensible de los albores nacionales americanos fuera reemplazado por una idea que contribuyó al diseño de un mapa como modo de conjurar la barbarie (Heredia 2005). La organización del espacio y su representación en mapas supone, asimismo, la configuración de “diseños territoriales” (Ighina 2005) subordinados a las proyecciones de los Estados-nación americanos más allá de los límites estrictamente geográficos en los cuales estuvieran comprendidos. En este sentido, el espacio troca lo inaprensible y lo desconocido por una idea y una imagen (el mapa) que lo limita y lo sitúa. Más que una noción geográfica y más que una superficie, es una idea abstracto-concreta (Ludmer 2010), vuelta importante herramienta para el análisis literario.

Trabajar con la configuración de la naturaleza en los textos literarios seleccionados para esta indagación impone de inmediato la admisión de una complejidad conceptual y, por ello, se hace necesario efectuar un recorte que posibilite establecer con mayor claridad la argumentación a desarrollar. Parte de esta complejidad radica en el hecho de que se trata de una construcción conceptual situada en el marco de diversos procesos históricos, por ello: “La naturaleza nunca se ofrece cruda y completamente desprovista de sentido sino siempre inserta en la historia, y por lo tanto sometida a cambio y variación, dándose en cada franja temporal la co-presencia conflictiva de sentidos diversos” (Tancredi 2012: 22).

Estos cambios y variaciones son los que este artículo quiere acentuar como un modo de historizar la configuración de la naturaleza en textos literarios de los siglos xx y xxi, al tiempo que expone algunos de los diversos sentidos que proyecta su discursivización. Por ello, el trabajo con los textos seleccionados da cuenta de una variedad de apropiaciones que se vieron modificadas por cuestiones políticas y, también, por cuestiones estéticas. Así, este trabajo analiza, en primer lugar, textos de Alcides Arguedas y de Jaime Mendoza en los que se vislumbra la intención de la apropiación territorial y la fundación de los primeros imaginarios sociales del siglo xx con relación a las posibilidades e imposibilidades del espacio nacional, al tiempo que poemas de René Zavaleta Mercado ensalzan la geografía natural paceña. En segundo lugar, se examina la configuración del mar en la poesía y en la narrativa bolivianas escrita por Óscar Cerruto y por Rodrigo Urquiola Flores como muestra de la actualización en la literatura de la pérdida geográfica acaecida como consecuencia de una contienda bélica y, en tercer lugar, se observa la representación de la naturaleza en un cuento de Liliana Colanzi en un marco cultural habitado, al mismo tiempo, por el pensamiento indígena y por el pensamiento occidental. La naturaleza puede, en este caso, portar los malos presagios y afectar el temperamento y las acciones de los personajes. Esta reunión de textos, aunque insuficiente dada la profusa intervención de la naturaleza en la producción literaria boliviana, quiere demostrar que su configuración posibilita una lectura que recupera los imaginarios sociales referidos a la nación, tanto en la conquista como en la pérdida de los territorios, a la vez que permite destacar la inclusión de espacios poco considerados en la tradición literaria boliviana que destaca, predominantemente, al altiplano y a los valles del occidente boliviano. Esto es lo que, entre otros aspectos, disputa la producción más reciente que se encuentra tanto en textos de Colanzi como de Edmundo Paz Soldán en La mirada de las plantas (2022), Juan Pablo Piñeiro en Manubiduyiepe (2020) y también en publicaciones de Elvira Espejo tales como Kirki Qhañi (2022), Mauro Alwa en Paninitaki (2013) y Canto al bosque (2020) de Elías Caurey, entre otros textos que recuperan espacios y miradas poco frecuentadas por los textos más canónicos. En este artículo, no obstante, el objetivo es concentrarnos en esa tensión desde un corpus restringido que, sin embargo, da cuenta del arco de configuraciones de la naturaleza en textos de los siglos xx y xxi desde sus aproximaciones más hegemónicas (en Arguedas, Mendoza, Cerruto) hasta las más disruptivas (Urquiola, Colanzi).

En relación con lo expuesto, Raymond Williams afirma que:

Naturaleza es tal vez la palabra más compleja del idioma. Resulta relativamente fácil distinguir tres áreas de significado: (i) la calidad y carácter de algo; (ii) la fuerza inherente que dirige el mundo o a los seres humanos, o ambos; (iii) el mismo mundo material, incluidos o excluidos los seres humanos (Williams 2008: 233).

Y establece una relación con el concepto de nación a partir de la etimología del vocablo al indicar el parentesco con la palabra nacer. Es decir, la naturaleza de los seres humanos, desde esta perspectiva, involucra una raigambre identitaria con lo nacional, al menos en su acepción más antigua. Otro sentido que se proyecta de este concepto sostiene que la naturaleza se opone a lo “artificial o mecánico” (Williams 2008: 236) en contradicción con la acción y efecto de las acciones humanas. La imposición de lo humano por sobre lo natural y sus efectos es la base en la cual se apoyan algunos de los textos literarios analizados en este trabajo. Y, en ese sentido, se tensiona con la ciencia pese a que ésta se ha esforzado en estudiarla ya que “es significativo que todos los grupos humanos, por minoritarios y reducidos que sean, hayan iniciado la exploración de su medio inmediato y le hayan atribuido un sentido, es decir, un orden” (Augé 2013: 224) lo cual conlleva la aplicación de una lógica y una observación empírica a ese medio. Aunque en el ensayo sociológico boliviano se pretendió una aproximación científica del espacio y un estudio de su impacto en la subjetividad de los seres humanos que lo habitaban, no implicó un dominio sobre el mismo, sino más bien una rendición, lo cual dio paso a la perspectiva de un Pueblo enfermo (Arguedas s/f) que habitaba espacios hostiles y poco propensos al progreso, como se verá más adelante.

En el marco del análisis que propone este trabajo, entonces, la naturaleza se configura como ausencia, como q’encherío,2 como símbolo nacional o urbano, entre otras posibilidades. La literatura boliviana se hace eco de las resonancias que la interrogación por el espacio, a veces hostil y agreste —sea el altiplano o los valles o la selva—, provoca en el marco de una naturaleza no subordinada a la intervención humana. A partir de las diversas representaciones de las que es objeto en el corpus seleccionado para este trabajo, la naturaleza será el espacio de lo no domesticado.

En este sentido, se puede afirmar que, sobre todo en la primera mitad del siglo xx, la naturaleza sirvió a los fines literarios como parte de un proyecto que se interrogaba por diversos modelos de nación, que los géneros literarios —el realismo, el costumbrismo— en Bolivia muchas veces tuvieron entre sus características más destacadas la descripción del ámbito natural emparentada con la triada naturaleza-indígena-medio rural como modos menos desarrollados de civilización, tal como se observa en novelas como La Chaskañawi (1945) de Carlos Medinaceli o Raza de bronce (1919) de Alcides Arguedas. Si bien este enfoque predominó en el campo literario de la época, la mirada sobre el espacio, sobre el paisaje y sobre la naturaleza se modificó a partir de las búsquedas estéticas de las/os autoras/es. No obstante, y si bien es posible que esas representaciones hayan quedado cristalizadas en el imaginario social boliviano, el propósito de este trabajo es realizar una lectura crítica de ciertos hitos literarios. Si el espacio ya no es sólo una superficie, son los rastros de las proyecciones de sentido que arrojan los textos literarios seleccionados, en sus configuraciones espaciales, los que guiarán esta reflexión.

La naturaleza y sus proyecciones en el ensayo sociológico

A tiempo de realizar una reflexión sobre la constitución de los proyectos de nación en los países latinoamericanos, las ideas desarrolladas por Domingo Ighina resultan lúcidas para pensar Bolivia y para problematizar la cuestión vinculada al espacio. En “Territorios desplegados. Los ensayos de reconfiguración de la nación”, Ighina afirma que el diseño territorial se corresponde con “un circuito en el cual actúan distintos proyectos intelectuales y políticos sobre el ‘espacio-territorio’” (Ighina 2000: 17) y analiza el modo en el cual se imprimen los diversos proyectos de nación latinoamericanos en un territorio que se “constituye [a partir de] un diseño intelectual de apropiación de ciertos significados espaciales” (Ighina 2000: 17). En “Nación, territorio, y construcción de identidades: el relato de la nacionalidad argentina de Ricardo Rojas” el autor sostiene que “los estados-nación en América Latina se fundaron antes que, en una situación de hecho, devenida de un reclamo de continuidad cultural y social o de una circunstancia política y militar definitiva, en proyectos, o red de proyectos, intelectuales, cuyo objeto lo constituía el espacio” (Rojas 2005: 14).

Así, introduce la categoría “diseños territoriales”, la cual supone la evidencia de:

planificaciones de un territorio no siempre correspondiente con el espacio que efectivamente ocupaba el estado, pero que indefectiblemente indicaría los límites deseados por la futura nación, tanto en lo económico, en lo político como en lo objetivado en los símbolos nacionales. […] El territorio forma un mapa convencional de porciones geográficas aceptado por un estado (en este sentido es el llamado espacio nacional), al tiempo que constituye un diseño intelectual de apropiación de ciertos significados espaciales como solar, nación, continente (Rojas 2005: 14 y 15).

El trabajo de investigación de Domingo Ighina proporciona una herramienta productiva para el presente estudio ya que allana el camino para la comprensión del particular modo de apropiación y organización del espacio en el marco del Estado-nación en Bolivia. Durante el periodo republicano, iniciado en 1825 con la emancipación de la Corona española, el Estado boliviano sostuvo sus límites territoriales en un espacio que, por un lado, imprimió en sus tierras el diseño territorial de las élites, quienes desconocieron toda organización del espacio anterior a la república. Esto equivale a decir que la organización territorial de los diversos pueblos indígenas que lo ocupaban quedaba sin efecto. Por otra parte, ese mismo territorio fue escenario de ataques bélicos acaecidos entre fines del siglo xix y la primera mitad del siglo xx. La Guerra del Pacífico (1879-1883) que enfrentó a bolivianos y peruanos contra chilenos, la Guerra del Acre (1899-1903) contra brasileños y la Guerra del Chaco (1932-1935) contra paraguayos, supusieron —en conjunto— sendas pérdidas de territorio en casi todos los límites fronterizos de Bolivia de ese periodo. La nueva configuración del espacio nacional, más allá de las mermas económicas y comerciales, condujo a una nueva configuración territorial que tuvo como consecuencia una profunda proyección en los imaginarios sociales y en la disposición de matrices discursivas referidas al vínculo entre nación y territorio (González Almada 2017).

En este punto es necesario realizar algunas consideraciones. En primer lugar, el “diseño territorial” se imprimió en un territorio estrechamente vinculado a la naturaleza. En segundo lugar, las pérdidas territoriales suponen pérdidas de escenarios naturales: el mar en la Guerra del Pacífico, la selva en la Guerra del Acre y el chaco en la Guerra de 1932. Por tanto, no se trata sólo de poner el énfasis en la perspectiva política o, en todo caso, esa perspectiva política está atravesada por la relación de la humanidad con la naturaleza y la literatura boliviana —especialmente la publicada durante la primera mitad del siglo xx— ha sido un espacio discursivo fértil para la representación de esos imaginarios sociales, para las disputas y conflictos que propició tanto en el campo político como en el propiamente literario. De hecho, durante las primeras décadas del siglo xx la literatura boliviana compuso un canon que tuvo como preocupación central temas tales como el paisaje, el sujeto social que lo habita, la problemática indígena, la constitución de un sujeto nacional, entre otros. En tensión con dicho canon se encuentran textos literarios que acentúan el carácter urbano, el cosmopolitismo y las búsquedas estéticas, como sucede con la obra de Hilda Mundy (1912-1980) que cuestiona el rigor bélico y nacionalista de la década de 1930 (Lardone 2018).

Alcides Arguedas (1879-1946), en su ensayo positivista Pueblo enfermo traslada al discurso la frustración experimentada por las clases mestizas letradas y por las oligarquías bolivianas frente al innegable número de habitantes indígenas y la imposibilidad de reproducir modelos argentinos o chilenos de exterminación del componente originario para posibilitar la recepción de migrantes europeos:

De no haber predominio de sangre indígena, desde el comienzo habría dado el país orientación consciente a su vida, adoptando toda clase de perfecciones en el orden material y moral y, estaría hoy en el mismo nivel que muchos pueblos más favorecidos por corrientes inmigratorias venidas del viejo continente (Arguedas s/f: 32).

Más tarde, y en el mismo ejercicio ensayístico, Arguedas expresa que:

Alejada la nación del mar y cerrada dentro del Continente por la muralla de los Andes, no hubo desde entonces la posibilidad de que el elemento étnico se renovase merced al contacto con gentes de otras razas y cambiase de esa suerte la estructura de su misma composición, como fatal y necesariamente ha sucedido con los pueblos de la costa, muchos de los cuales ofrecen hoy una homogeneidad envidiable (Arguedas s/f: 62).

El imaginario del enclaustramiento, estimado por numerosos pensadores y ensayistas bolivianos, permeó de manera profunda en la constitución de la subjetividad boliviana como un atributo negativo, de atraso y de falta de progreso. Sin la necesaria incorporación del elemento extranjero que procediera de los puertos, el predominante componente indígena se convertía en la causa del atraso y del oprobio frente a las naciones del mundo. En el capítulo titulado “Psicología regional”, Arguedas se refiere a las diferencias psicológicas que caracterizan a la población boliviana que, pese a no ser demasiado numerosa, la distingue de manera evidente:

Son como las diferencias de barrio: los moradores se distinguen entre sí, según la situación que ocupen los barrios. Y Bolivia tiene los suyos situados, los de aquí, en la árida desnudez de la puna; los de allá, en lo hondo de valles vírgenes y fértiles; éstos, en el corazón de bosques enmarañados; aquellos, casi en la cumbre de sierras abruptas, pero todos inmensamente alejados entre sí, sin cultivar ninguna relación, y cada uno conserva su manera peculiar de ser, su temperamento y carácter nacidos por la forma de su suelo (Arguedas s/f: 65).

Para el estudio positivista realizado por Arguedas, la relación entre naturaleza y desarrollo de la psicología de los habitantes del suelo boliviano es determinante. Es ese determinismo, precisamente, el que pretende explicar un “carácter” a partir de un ámbito natural predominante.

En El macizo boliviano, publicado por primera vez en 1935, Jaime Mendoza (1874-1939) escribe con vehemencia sobre las diferencias naturales que se presentan en la geografía boliviana. En las palabras introductorias a su libro, invita a los viajeros y lectores a que aborden el texto como una conversación sencilla, llana “pero informada de buen humor y buena voluntad” (Mendoza 2016: 125) en donde se irá mostrando “el aspecto de este complicado país boliviano, ya hablando a ratos del paisaje, ya de los caminos, ya de este o aquel ejemplar de la fauna, de la flora y la gea” (Mendoza 2016: 125). Comenta que, durante un viaje en barco hacia Europa, se detuvo en la conversación con otro viajero —cultísimo, según sus palabras— y con tanta pasión hablaba de Bolivia que:

pronto pudo ver que no era ya solo el buen religioso quien se interesaba por tales asuntos: era todo un abigarrado corro de gentes de nacionalidad diversa. Y el autor, cada vez más entusiástico, dejaba fluir, como si tal cosa, el chorro de su facundia. Y aun cuando sus labios ya no alcanzasen a expresar las ideas, allí estaban sus manos haciendo trazos rápidos en el papel, ora del Potosí, ora del cóndor, ora de la llama. Después supo que a bordo se le había puesto el sobrenombre de el Montañés (Mendoza 2016: 126).

La fascinación y el entusiasmo de Mendoza se tensionan con la solemnidad y la frustración arguediana, pese a que ambos formaban parte del mismo circuito científico y literario. De hecho, Mendoza menciona a Arguedas en su ensayo como aquel que le presentó a Rubén Darío en París (Mendoza 2016: 126).

Lejos de la seriedad del ensayo científico, Mendoza afirma que El macizo boliviano no es “una obra de corte propiamente científico, o cuando menos con tendencias al cientificismo presuntuoso del que suelen hacer lujo ciertos escritores” (Mendoza 2016: 125) por lo cual se trata en todo caso de “un conjunto de artículos de divulgación popular, de índole, por tanto, ligera y con un aire pintoresco” (Mendoza 2016: 125). Más allá de las consideraciones del autor sobre su texto, se trata de un ensayo que atiende, como Pueblo enfermo, al determinismo del paisaje y a su influjo sobre la sociedad que lo habita, propio de la época del positivismo en Bolivia. Menos pesimista que Arguedas, sin embargo, Mendoza sostiene que “Bolivia es un complejo montañoso típico” (Mendoza 2016: 127) que ofrece amplias alternativas para la conformación social e, incluso, con su destacada belleza aporta a la composición de obras estéticas literarias, musicales y pictóricas ya que “hablamos más bien del azul de la tierra; de esa gama admirable de tonos que reviste las rocas, las pampas, los lagos, las montañas en horas propicias del día o de la noche” (Mendoza 2016: 132).

El macizo boliviano también toma distancia de Pueblo enfermo en su consideración del indígena. Si para Arguedas es un símbolo de atraso y de raza melancólica, Mendoza sostiene que si bien:

se dirá, la raza aborigen, por el mismo hecho de estar esclavizada, es una raza hoy triste; y por consiguiente tal carácter debe influir a su vez en la música. Tampoco aceptamos este criterio sin hacer ciertas reservas. Aquello del indio aymara que “nunca ríe”, que alguna vez se dijo no pasa de ser una simple imagen literaria […]. En múltiples ocasiones —épocas de siembra y cosecha— presenciaba cuadros henchidos de alegría, oyendo reír a los indios a coro, con carcajadas detonantes (Mendoza 2016: 136).

Ciertamente, el componente indígena no está configurado en el ensayo de Mendoza al modo de Arguedas, sino que el autor busca en su texto dejar constancia de una “nueva afirmación bolivianista, basada en postulados geográficos” (Mendoza 2016: 137).

Por lo expuesto, se advierte la recurrencia en la evocación de las grandes montañas en publicaciones de corte literario escritas por pensadores, políticos y estadistas. Cuando se habilita el ámbito del discurso literario, fluyen las plumas para ensalzar la naturaleza que rige a Bolivia, casi como componente identitario de insoslayable importancia. Este es el caso del sociólogo René Zavaleta Mercado (1935-1984), conocido en América Latina como el pensador boliviano que reflexionó sobre la posibilidad de la nación boliviana, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, la situación y características del proletariado boliviano, entre otros temas. No obstante, poco se ha dicho sobre la producción poética del académico. En el volumen 2 del tomo III de su Obra completa, al cuidado de Mauricio Souza, aparecen algunos poemas que dan cuenta de las inclinaciones escriturales de Zavaleta. Dueño de un estilo basado en la metáfora y en la reflexión aguda que incluso se aprecia en sus estudios sociológicos y políticos, sus textos evidencian una plasticidad estética vinculada a la palabra poética. La concentración puesta en el uso de metáforas presente en sus estudios sociológicos se proyecta y comunica con la escritura literaria. “Poema de la tierra paceña” es un texto compuesto por siete partes: “Oblación”, “Linaje”, “Illimani”, “Cordillera”, “Yunga”, “Lago”, “Final”. Esta estructura expone un interés por las características naturales que el autor destaca de La Paz y a las que le rinde homenaje. En “Oblación”, el poeta acentúa el componente natural que caracteriza a La Paz: “Altivo corazón de la mañana / glacial de la montaña atormentada / embriagada de yunga en vega absorta / persistente en la pampa y en el sino / feraz de la llanura enardecida / y fuerte, mía en tarde desolada / clamor de la mañana que se busca” (Zavaleta 2015: 140). Los diversos pisos ecológicos se integran al poema con el objeto de acentuar las condiciones climáticas y espaciales que distinguen a La Paz. Las particularidades del escenario paceño adquieren un tono más emblemático en el pasaje dedicado al Illimani. El nevado ha recibido a lo largo de los siglos innumerables homenajes, materializados en prosa y en lírica y es la presencia natural por antonomasia en el plano de lo urbano. Así, en el pasaje del poema titulado “Illimani” dice Zavaleta:

Deliraba la estrella en la mañana,
descendía temprana y encendida,
trajo del cielo soledad, secreto.
Un eco de la altura en cada breña
sólo la fuerza establecida y pura
en una inmensa soledad de Dios.

Trajo de soles la mirada llena
y en las alforjas sed y dura pena.
Consumió en paz su sed, impuso el orden
para siempre en silencio consagrado.

A sus pies, en su nieve, en su hermosura
moriremos amando su quietud,
lánguido dios en azucena y nieve,
corazón colla vino en soledad
(Zavaleta 2015: 141).

Este poema ganó el primer premio en el Certamen Municipal de Poesía Ciudad de La Paz de 1956, que contaba con un jurado integrado, entre otras personalidades del mundo literario, por la reconocida poeta Yolanda Bedregal.3 El homenaje realizado al nevado paceño actualiza en la literatura un tópico visitado por autores de diversas generaciones tales como Franz Tamayo (1879-1956) o Juan Pablo Piñeiro (1979). Los reflejos blancos y púrpuras que caracterizan a la montaña acompañan la vida de los paceños que ceden ante su grandiosidad y que, como dice el poeta, morirán “amando su quietud”.

La inclinación de Zavaleta a tomar elementos de la naturaleza en sus trabajos escriturales se observa también en un pasaje del reconocido ensayo “Las masas en noviembre” publicado por primera vez en 1983. En ese texto, el autor hace alusión al componente climático y geográfico boliviano para dar cuenta de la categoría “sociedad abigarrada” en la que “cada valle es una patria” (Zavaleta 2013: 105). La idea de que cada espacio que constituye el mapa boliviano, en su insistente diversidad, es una patria supone no sólo un cuestionamiento hacia los trazos de una composición nacional, si no que involucra, también, cierta soberanía sobre esos espacios sin ignorar sus características más distintivas. Aunque desde este punto de vista una constitución nacional es problemática para el sociólogo, como lo fuera también para otros pensadores bolivianos, la afirmación de Zavaleta y la creación de la categoría del abigarramiento involucran una potencia creativa que supo ver no sólo limitaciones sino proyecciones en las que la naturaleza ocupa un lugar predominante. Esa sociedad abigarrada sólo puede existir en el altiplano, la selva y los valles sin que ningún espacio predomine por sobre el otro.

La naturaleza que se perdió

Lluvia de piedra de Rodrigo Urquiola Flores (La Paz 1986) se publicó por primera vez en 2011. Un año antes, el texto había recibido mención de honor en el xii Premio Nacional Alfaguara de Novela.

La importancia de la memoria como agente catalizador de las acciones narradas en Lluvia de piedra resulta productiva para arriesgar un análisis del texto, en tanto que este eje atraviesa toda la novela y, de algún modo, la define. Esteban vuelve de Antofagasta a operar una “reconstrucción”, como es mencionado en reiteradas ocasiones en el texto: “reconstruirlo todo. A ti, Marianela, y a ti, mi casa” (Urquiola 2011: 74). La idea de reconstrucción está ligada a la de memoria. Mientras que la memoria aparece en el texto como un ejercicio de redención y alivio para el personaje principal, la idea de reconstrucción funciona como la parte material de esa memoria, imprimiéndose en los objetos. Se quiere reconstruir la antigua casa en la que vivían Esteban y Marianela como fórmula para volver en el tiempo y, también, con la intención de restaurar un orden perdido. Es ese orden perdido el que parece escurrírsele al protagonista, es una reconstrucción que nunca llegará a darse.

Víctima del remordimiento y de la culpa, Esteban huye a Antofagasta luego de dar muerte a su novia. Este lugar, que ahora forma parte de Chile, remite a la Guerra del Pacífico y a la pérdida de territorio como consecuencia de ésta. Fundada por el gobierno boliviano en 1868, ya desde tiempos más antiguos operaba como puerto de desembarque y de descanso para los chilenos. La historia de Antofagasta indica que pasa de puerto boliviano a posesión chilena y, con este hecho, también se transfieren todas las riquezas minerales y salitreras en favor del país transandino. Como ya fue mencionado con anterioridad, la Guerra del Pacífico pervive en el imaginario boliviano hasta la actualidad y este recuerdo de pérdida atraviesa la subjetividad de los ciudadanos. En ese sentido, es llamativo que, para Esteban, Antofagasta sea el lugar del escape, aunque no consiga nunca sentirse cómodo en esa ciudad: “por fin había logrado comprar una casa en una ciudad a orillas del mar, en Antofagasta […] él, dentro de todo lo que había conseguido, no podía dejar de sentirse extranjero” (Urquiola 2011: 18-19). Como el propio texto lo explicita, Esteban se siente “demasiado extranjero, doblemente forastero” (Urquiola 2011: 19) en tanto que el personaje no se encuentra en Bolivia, aunque Antofagasta haya sido en el pasado un lugar boliviano. Antofagasta le recuerda el trauma de la pérdida del territorio y, además, se construye en la novela una extranjería que acentúa la imposibilidad del personaje de despegarse de su pasado. Así, éste parece perseguirlo sin descanso, pese a que los intentos por borrarlo y generar una nueva vida fuera de Bolivia —aunque Antofagasta pudiera significar Bolivia en algún sentido— no pueden traerle paz al personaje.

Las menciones al mar y a los objetos que se relacionan con él: “el aroma salino del agua marina” (Urquiola 2011: 21), “era probable que al mar le gustara viajar en tren” (Urquiola 21), se relacionan con el viaje: “el viaje lo era todo” (Urquiola 18) y reafirman el recuerdo del territorio perdido. Sin embargo, la extranjería deja de representarse como tensión una vez que Esteban vuelve a Bolivia. Cuando el personaje retorna a la ciudad de La Paz comienza un momento de reapropiación del territorio paceño, de enraizamiento con el espacio que considera su casa (Urquiola 2011: 24). En consecuencia, el personaje de Lluvia de piedra transita entre dos territorios bolivianos: uno, Antofagasta, perdido, irrecuperable; el otro, La Paz, se erige como el territorio de lo posible. Esta línea de reflexión conduce a considerar que la redención y reconstrucción a la que aspira el personaje sólo es posible en Bolivia, en la actual Bolivia, y no en el territorio perdido. La tensión planteada entre lo recuperable y lo reconstruible subyace en toda la novela, otorgándole al personaje de Esteban un soporte en el cual apoyarse.

La breve mención a Antofagasta se intercambia con La Paz en un trueque que muda pasado por presente. Si Antofagasta es el espacio del presente, muy pronto, mediante el viaje, se volverá parte del pasado, mientras que La Paz y los sucesos acaecidos en ese tiempo trocarán pasado por presente al volverse el presente de la narración. Aunque en algún momento Esteban guardará la esperanza de volver a la ciudad costera, este plan nunca se concreta. Más bien, Esteban encontrará su redención —su propia muerte— en La Paz y en la casa que su ilusión quiso reconstruir.

Lluvia de piedra —entre otros aspectos— plantea un vínculo entre las acciones narradas y la omnipresencia de la memoria del territorio perdido. El mar es, precisamente, el paisaje natural que Bolivia añora, del que siente falta. La naturaleza perdida que, sin embargo, atraviesa la memoria de los bolivianos. Al retornar a La Paz, Esteban entredormido siente que el tren, en movimiento perpetuo,

de pronto se había transformado en un barco que atravesaba un océano cuyas aguas eran de tierra sólida. Que las olas eran las rieles. Que después la tierra se extendía en vastas extensiones planas, como agua marina lejos de la costa. A medida que despertaba, pensaba que en realidad estaba viajando rumbo a una isla recóndita cuyo nombre era Bolivia y que estaba aislada precisamente por este vasto mar de tierra del resto de todo (Urquiola 2011: 18).

Óscar Cerruto (1912-1981) publicó el poemario Patria de sal cautiva en 1958. Se trata de un título que vincula estrechamente la idea de patria y una metaforización que puede entenderse como una figuración del mar. El título del poemario puede leerse como una configuración del llanto (Velásquez 2007) y también como evocación del mar perdido en la Guerra del Pacífico

Patria de sal cautiva

Bosque de espumas talado.
Mar encontrado y cedido.
Tu caracol rescatado
zumba de nuevo en mi oído.
De nuevo, titán herido,
pecho de varón, te has dado
a mi fervor y en el ruido
de tu bronce encadenado
escucho tu voz que canta.
Se amotina tu onda, el viento
colérico se levanta
de tu hondo seno violento.
Y reconozco el acento
de la sangre en tu garganta
(Cerruto 2007: 101).

El poema recupera el ambiente natural en el que el mar se yergue con su bravía ferocidad para dar cuenta de un espacio que ocupa un lugar predominante en el imaginario histórico y político boliviano a la vez que remite a una figura presente con recurrencia en la poesía universal. Como metáfora, la del mar supone una fuerza natural indómita, inestable y poco susceptible de ser subordinada. En el caso del poema de Cerruto se trata de notar que esa patria está hecha de sal cautiva, una idea de prisión, de encierro, se trasluce en el título. No una patria de libertad sino de cautiverio. Acaso para el poeta la falta se expresa en los primeros versos del poema “Bosque de espuma talado / Mar encontrado y cedido” que representan la nostalgia por lo que se tuvo y se perdió.

El valor de la palabra para Cerruto yace en la tensión generada por la unión de los contrarios. Frente a la corrupción del mundo es posible para el poeta generar su propio refugio, tal como lo observa la crítica Mónica Velásquez al analizar la poesía cerrutiana: “mientras otra vida pueda verse en la de uno, o se pueda volver a vivir como palabra, algo de los poderes de la invisibilidad y la injusticia habrán sido conjurados” (Cerruto 2007: 15). Esa conjura, precisamente, es la que se manifiesta en el poema; el poeta convoca a la figura del mar como elemento del que puede apropiarse en la palabra. Su dimensión estético-política, en tanto búsqueda de una poética que reafirme a Cerruto como hacedor de su propio destino en el marco del lenguaje y como recuperación del hito enclavado en la memoria de la sociedad boliviana, es siempre anhelo ambicioso y polisémico que se propone —a la vez— como esperanza cuando también es desazón. En esta línea de razonamiento, Velásquez afirma que “esa manera de detenerse en lo perdido enfatiza de nuevo una forma de habitar el mundo desde lo que falta, lo que no es nuestro, lo que nos ha sido retirado como si en ello se cifrara el secreto de lo que somos en respuesta a esa falta” (Velazquez 2007: 39).

Como el vaivén del mar y su inasible potencia, la literatura de Bolivia ha leído en el espacio perdido una posibilidad, si no histórica de recuperación, sí de apropiación simbólica mediante la configuración estética de un territorio cedido ante circunstancias violentas.

La naturaleza y el q’encherío

Nuestro mundo muerto de Liliana Colanzi (Santa Cruz de la Sierra, 1981) está habitado por lo extraño, lo indescifrable, lo inasible. Trazos del género fantástico y de ciencia ficción recorren las páginas del libro, pero Colanzi adapta las reglas del género a sus propias motivaciones. En ese sentido, los cuentos de Nuestro mundo muerto se asientan en un mojón que se caracteriza por vincular lógicas extrañas, disímiles, para ponerlas en diálogo permanente. No se trata de la formulación de un pensamiento desde una lógica única sino, en todo caso, de construir una narrativa que se apoya en lógicas de pensamiento por momentos opuestas. Así, el pensamiento occidental se encuentra con el pensamiento indígena, tanto del occidente boliviano cuanto del oriente, en una lógica que no resuelve la tensión, sino que habilita la generación de una atmósfera de lo extraño descendiendo, casi imperceptible, sobre las subjetividades de los personajes.

“Meteorito” es el cuarto cuento de Nuestro mundo muerto, aunque el relato fue publicado con anterioridad en el volumen de cuentos La ola (2014). Más allá de estos datos editoriales que evidencian la magnitud internacional alcanzada por Colanzi, el texto dialoga tanto con los cuentos de una como de otra edición. En la lógica planteada por la estructura de la publicación de Montacerdos, la característica de lo extraño acompaña a algunos de los textos y disloca la configuración espacial que ya fuera propuesta en el primer libro de cuentos de la autora titulado Vacaciones permanentes, publicado por El Cuervo en 2010. Desde la lógica de Nuestro mundo muerto, “Meteorito” acentúa ambas características: enfatiza la materia de lo extraño y, también, la cuestión de la representación de ciertos espacios rurales del oriente boliviano. La configuración del espacio en la narrativa de Colanzi se vincula con un tránsito que parte de un espacio urbano boliviano —Santa Cruz de la Sierra, La Paz— hacia espacios urbanos en países extranjeros —en Inglaterra o Estados Unidos, por ejemplo— y vuelve a espacios bolivianos, pero esta vez, rurales. Esto supone poner en diálogo el espacio con la tradición literaria boliviana que configuraba espacios rurales del altiplano invisibilizando el espacio rural del oriente boliviano.4 No obstante, no se trata sólo de renovar ciertos aspectos que vinculan, por oposición, la narrativa de Colanzi con la tradición literaria boliviana. Se observa una redefinición de lo cosmopolita, hálito que se imprimía en algunos de los textos de Vacaciones permanentes y se ubican, en Nuestro mundo muerto, en un territorio propio y ajeno a la vez, como lo es el espacio rural del oriente boliviano. Este dislocamiento territorial en la narrativa de Colanzi, que la lleva desde los espacios urbanos bolivianos hacia espacios urbanos del extranjero y de vuelta a espacios bolivianos pero, esta vez, rurales, supone un énfasis en la materia de lo extraño acentuado en los cuentos (González Almada 2016). La lógica del pensamiento indígena y la lógica del pensamiento occidental lo ponen en tensión.

En “Meteorito”, como en otros cuentos de Nuestro mundo muerto, lo extraño, lo indecible, aparece nombrado como “energía mala” o como “q’encherío”: “los collas tenían incluso una palabra para designar al portador de mal agüero. Q’encha” (Colanzi 2016: 52). La denominación colla refiere, en ocasiones de manera despectiva, a los indígenas del occidente boliviano y, con esta mención, Colanzi ya vincula dos lógicas de pensamiento diferentes que se tensionan entre sí: la indígena y la occidental. No obstante, en “Meteorito” también aparecen en reiteradas ocasiones referencias a las lógicas cosmogónicas de los cambas, es decir, de los indígenas y campesinos del oriente boliviano. Estas lógicas involucran cosmovisiones y, como tales, formas no sólo de concebir el mundo sino, también, de habitarlo. Si bien a grandes trazos una primera tensión radica entre el pensamiento indígena y el pensamiento occidental, para el caso boliviano, una segunda tensión se ubica entre el pensamiento de los indígenas del altiplano o del occidente boliviano y los indígenas de tierras bajas del oriente del país. Esa materia que reúne tensiones y contradicciones culturales nutre la literatura de Colanzi puesto que resulta constitutiva no sólo de un espacio, sino, también, contribuye a la generación de una atmósfera vinculada a lo extraño y a lo indescifrable que se configura en los textos de la autora. Dado que las culturas indígenas establecen una estrecha relación con la naturaleza al punto de incorporar a los animales y a las montañas como parte de los seres que dan protección y cuidado, ya que “uno de los elementos principales de la cosmovisión andina es lo relacionado con el espíritu colectivo que anima el universo andino. Este elemento anímico está en los objetos materiales, vegetales, animales y humanos” (Soria 2003: 192), las ánimas forman parte constitutiva de las creencias de los sujetos, lo cual posibilita buenos o malos presagios. De hecho, Vitaliano Soria Choque afirma que, en este marco cultural, se cree que la sobrevivencia humana “depende de las bondades de la naturaleza y las concesiones de las divinidades que condicionan la visión fatalista de la vida” (Soria 2003: 194) lo cual implica que la fatalidad o el destino de los sujetos está vinculado con ciertas manifestaciones de la naturaleza figuradas en la presencia de animales o en el comportamiento climático, entre otros elementos. En ese contexto, Ruddy —el protagonista de “Meteorito”— es proclive a dar crédito a las creencias con las que convive sintiéndose afectado por los relatos a los que accede “había escuchado a los vaqueros repetir con miedo las historias de los indios, leyendas sobre el Mapinguari, la bestia fétida del monte” (Colanzi 2016: 55) al tiempo que a lo largo de la narración se va acentuando una atmósfera opresiva que provoca que el personaje se sienta “atrapado y a punto de ser engullido por una fuerza superior y maligna” (Colanzi 2016: 58).

La anécdota que atraviesa a “Meteorito” es, en apariencia, sencilla. Ruddy es un estanciero de San Borja —municipio boliviano ubicado en el departamento de Beni— que tiene problemas para dormir en la noche a causa de unas pastillas que toma para adelgazar. El personaje, caracterizado como un hombre de gran tamaño y con sobrepeso, está casado con Dayana, una mujer con destacados atributos físicos con quien tiene un hijo pequeño. La dinámica familiar y de la pareja descansan sobre el rol de Ruddy como proveedor y de Dayana como mujer que se dedica menos a las tareas del hogar que a cuidar su apariencia física. En este sentido, se muestra, como un fresco palpitante, la estructura tradicional que todavía hasta nuestros días atraviesa la dinámica social del oriente boliviano.

El elemento disruptivo aparece con el personaje del niño camba a quien Ruddy emplea para labores menores en la hacienda. En la narración destaca la ausencia de nombres propios para aludir al niño y a su madre cuando, sin embargo, el resto de los personajes están claramente denominados, incluso aquellos subordinados a Ruddy como Félix. La distancia cultural y la valoración que esa distancia representa es metaforizada a partir de la falta de nombres; sólo los personajes cambas, pertenecientes a otra cultura, a otra lógica del vivir, carecen de nombre en la narración de Colanzi. La ausencia de denominación, al tiempo que simboliza la distancia cultural y social, también acentúa el extrañamiento, porque lo desconocido no puede ser nombrado. En un accidente laboral, el niño se golpea la cabeza y queda al borde de la muerte. Este hecho perturba a Ruddy, quien decide “indemnizar” a la madre del pequeño: “le tocaba arreglar con la familia del peoncito al que una vaca había hundido el cráneo de una coz. Más le valía al peoncito haberse muerto: después de un golpe así en la cabeza le quedaba una vida de idiota o de vegetal. Nunca debió haber aceptado al chico” (Colanzi 2016: 52).

Un aspecto por señalar es que el joven, según declaraciones propias y de la madre, tenía la capacidad de comunicarse con “seres superiores”, cuestión que al mismo tiempo altera y atemoriza a Ruddy, hombre de campo supersticioso, siempre atento a las señales irradiadas por el medio natural:

Se detuvo en el pasillo a sentir la oscuridad, todos sus poros atentos a las emanaciones de la noche. Los grillos chirriaban en un coro histérico; desde lejos le llegó el relincho cansado de los caballos. Otra vez su cuerpo vibraba con la energía mala. Avanzó hasta la cocina y encendió la luz. Los restos de la cena seguían en el mostrador, cubiertos por un hervor de hormigas […] En el campo uno se olvidaba de guardar la comida y los bichos devoraban todo en cuestión de horas. La idea del ejército de insectos bullendo sobre los platos sucios lo inquietaba al punto de empujarlo a la cama (Colanzi 2016: 50).

Este aspecto, la relación de lo sobrenatural con el propio medio natural está estratégicamente construido por Colanzi. Los elementos de la naturaleza como los árboles, los pájaros e, inclusive, el propio meteorito, avivan la imaginación de Ruddy. El personaje busca respuestas y explicaciones por fuera de su subjetividad cuando éstas yacen en su propia constitución psíquica. Más allá de que el niño se haya podido comunicar con seres superiores o no, lo que resulta interesante del cuento es que este hecho sólo despierta las suspicacias de Ruddy para, en definitiva, desplazar las explicaciones de sus problemas e inquietudes por fuera y no por dentro de su propia constitución emocional. El final del cuento es significativo en este sentido. Ruddy no sucumbe a las arbitrariedades de la “energía mala”, sino que cae bajo las influencias de sus propios excesos alucinados por la culpa.

Colanzi coloca la materia de lo extraño como punto de tensión con la materia de lo puramente humano. En “Meteorito” la catástrofe no está propiciada por el q’encherío o las malas señales ni ningún tipo de superstición proveniente de cualquier lógica cultural, ni por la naturaleza desenfrenada, sino que la catástrofe está motivada por el desquicio de la propia subjetividad, por los desmanes que las propias emociones fuera de control pueden ocasionar. Como marco de estas acciones, la naturaleza bulle con sus propios excesos, los insectos, los bichos, el calor, la humedad, refuerzan la sensación de extrañamiento en la noche y acentúan la vacilación en Ruddy.

Palabras finales

Este trabajo se propuso un recorrido que presentara los particulares modos de configurar la naturaleza en la literatura de Bolivia en un arco que contempla producciones tanto del siglo xx cuanto del siglo xxi. Al mismo tiempo, y a los fines de este estudio, se asumió a la naturaleza como un espacio que se plantea como interrelacional, múltiple y abierto (Massey 2014) con las consecuentes proyecciones de sentido que esto involucra en los textos literarios escogidos para esta ocasión. En efecto, en la producción literaria de Bolivia en reiteradas ocasiones se reproduce un imaginario hegemónico de “lo andino” que —en textos contemporáneos— está cuestionado. Diversos autores incluyen en sus producciones otros espacios a los fines de explorar en sus temáticas y en sus propuestas estéticas una espacialidad que se tensione con el altiplano. Esto sucede no sólo como un principio de resistencia a la tradición literaria, sino también porque las trayectorias biográficas de las autoras provocan una búsqueda que refiera a otros imaginarios sociales y literarios. Se trata de desterrar, entonces, la hegemonía del imaginario de lo andino desde una diversidad de propuestas literarias que representan un cuestionamiento a los textos que predominaban en la primera mitad del siglo pasado. En aquel marco literario, la naturaleza fue por momentos configurada como un espacio hostil, agreste y ajeno a los fines de la constitución de una nación próspera y vital en el concierto de las naciones del mundo; pero también, ya en las expresiones más contemporáneas de la literatura boliviana se han reservado sus espacios selváticos —por ejemplo— para los augurios de mala suerte. El mar como espacio de la pérdida y de la ausencia representa un vacío, un espacio perdido y añorado tanto en la novela de Urquiola como en el poema de Cerruto, más que cualquier otro espacio perdido en los conflictos bélicos de fines del siglo xix y de las primeras décadas del siglo xx. La naturaleza, también, se yergue como protectora de la ciudad de La Paz en los numerosos textos dedicados al Illimani, robusteciendo la noción de espacio interrelacional en el que conviven liminalmente lo urbano y lo natural.

En definitiva, este trabajo quiso —en acuerdo con Doreen Massey— exponer que “la espacialidad es también una fuente para la producción de espacios nuevos, identidades nuevas, relaciones y diferencias nuevas” (Massey 2014: 116). En estas nuevas significaciones y sentidos, la literatura habrá de tener una participación insoslayable gracias a la puesta en discurso de nuevas experiencias vinculadas a la espacialidad.

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1 ciffyh-conicet, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina (mgonzalezalmada@conicet.gov.ar).

2 Palabra de uso habitual en Bolivia que refiere a la mala suerte o fatalidad. Su uso está vinculado a diversas creencias que componen el universo cultural boliviano.

3 Yolanda Bedregal (1913-1999) fue una poeta boliviana nacida en la ciudad de La Paz. Tuvo una vida cultural y académica muy activa tanto en diversas instituciones de prestigio cuanto en el campo del arte con numerosas publicaciones. De su producción se destacan el poemario Nadir (1950) y la novela Bajo el oscuro sol (1971).

4 En efecto, como ya se mencionó, la tradición literaria boliviana privilegió textos que se situaban en el altiplano o en los valles, mientras que les prestó poca atención a los espacios del oriente boliviano.

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