Las reseñas como construcción de un horizonte editorial. Gregorio Weinberg en el Correo Literario (1944-1945)
Resumen:
el presente artículo tiene como objetivo analizar las reseñas que se publicaron en el periódico Correo Literario, las cuales representaron criterios editoriales de los nuevos sellos que emergieron en la década del cuarenta. Las editoriales buscaban interpelar al nuevo público lector que gracias al proceso de escolarización continua llegaba al ámbito del libro. Se analizan las reseñas que escribió Gregorio Weinberg, que también firmó con el seudónimo de Héctor Pacheco Pringles, porque en ellas estableció horizontes de expectativas sobre el trabajo editorial, tanto cuando ofició como reseñador como en su papel de editor en Lautaro. La valoración positiva de las editoriales que incorporaban prólogos, advertencias y notas eruditas para acompañar a nuevos lectores, se contraponía con las editoriales que publicaban sin ningún cuidado el texto. Las reseñas sirvieron para reponer los criterios editoriales ante la ausencia de un archivo del sello Lautaro y de sus colaboradores.
Received: 2022 October 2; Accepted: 2023 February 16
Keywords: Palabras clave: Historia editorial, Correo Literario, Cultura impresa, Buenos Aires, Gregorio Weinberg.
Keywords: Key words: Publishing history, Correo Literario, Printed culture, Buenos Aires, Gregorio Weinberg.
De lector a editor
Reseñar un libro es hacer público un gesto privado, la lectura. En ese movimiento se dejan las pistas de la información bibliográfica del libro a otros lectores, se reproducen algunos fragmentos y se propone “discutir, comentar y señalar errores, tanto conceptuales como materiales” (Martínez de Souza 2004: 787). En la reseña se evidencian los criterios y valores del lector que, convertido en escritor, busca compartir su experiencia, y marcar aquello que destaca de una obra pero también los criterios editoriales que la dan a leer. Cuando las reseñas además de hablar de la obra dejan entrever las intervenciones editoriales, tanto textuales como gráficas, plasman una huella para indagar las representaciones del mercado del libro en un momento determinado. En este artículo se relevan las reseñas que se publicaron en el periódico Correo Literario para analizar cómo se representó en ellas el proceso de ampliación del público lector en Buenos Aires, a principios de los años cuarenta. Ante el ingreso de nuevos lectores en el mercado del libro, aparecieron editoriales que buscaron interpelar al público con distintos contenidos. Las reseñas seleccionadas destacaron las decisiones editoriales que se tomaron para hablarle a los nuevos lectores y marcaron de forma positiva cuáles pautas comunicacionales eran apropiadas. Es decir, las reseñas no sólo valoraban el texto del libro sino cómo ese contenido fue dado a leer, cómo fue acompañado por la gráfica y las decisiones editoriales como prólogos, notas al pie e índices. Entonces desde las reseñas se puede indagar, al menos fragmentariamente, cómo las editoriales en los años cuarenta interpelaron a un público nada homogéneo.
Para lograr el objetivo se analizaron las reseñas escritas por Gregorio Weinberg —así como las que también firmó con el seudónimo Héctor Pacheco Pringles o con las iniciales H.P.P.— porque cumplía con la doble función de ser reseñador y editor. Ese anclaje en dos costas permitió comparar el horizonte de expectativas que estableció en sus reseñas sobre el trabajo editorial con el que efectivamente realizó como editor literario en Lautaro. Weinberg en 1944 publicó sus primeras reseñas en el Correo Literario y ese mismo año comenzó su trabajo como asesor editorial en Lautaro.1
Weinberg (1919-2006), hijo de inmigrantes judíos ucranianos, nació en Buenos Aires, su familia migró al interior de la provincia de Santiago del Estero y al tiempo regresó a su ciudad natal para continuar los estudios secundarios. Ingresó a la Universidad Nacional de la Plata para cursar la carrera de derecho, que dejó inconclusa, pero esta experiencia le permitió establecer contacto con el mundo académico. En 1944 comenzó a publicar reseñas de sus lecturas en el Correo Literario. En ellas dejó marcas valorativas sobre cómo miraba la producción editorial de la década del cuarenta y qué esperaba de cada libro. En las recurrencias de su escritura se estableció un horizonte de expectativas de lectura, que no casualmente coincidían con las de su alter ego. El uso del seudónimo Héctor Pacheco Pringles, uno de los pocos reconocidos por Weinberg en una hoja de vida en la que trabajó hasta sus últimos días, le permitió reseñar los libros de la editorial Lautaro en el Correo Literario.
Al rastrear al editor en el lector se indagó, en un primer acercamiento al tema, las redes intelectuales que tuvieron como telón de fondo la circulación de libros y revistas en América y, principalmente, aquellos saberes que fueron considerados como propios de una buena práctica editorial. Ante la ausencia de archivos editoriales y personales, las reseñas de un crítico literario y editor permiten reconstruir algunos de los saberes de Weinberg sobre las artes del libro.
La historia de la edición, como un campo disciplinar subyacente de la historia del libro, se suele beneficiar de los archivos empresariales, de la bibliografía (para la elaboración del catálogo del sello), así como de la autobiografía de los editores. Para evitar caer en la narración autocomplaciente de la historia de las editoriales se apelará a la historia del libro que “restaura el contexto externo del que (aparte de la rivalidad comercial) carecen la mayoría de las historias puntuales de algunas casas editoriales y esquiva su visión introspectiva que ignora -o, mejor, pierde de vista- movimientos más amplios dentro del sector editorial, del que cualquier editorial en particular no es sino un componente más” (McCleery 2021: 42). La mayoría de los libros reseñados en los años cuarenta ya no se encuentran disponibles en librerías ni bibliotecas públicas. Por lo tanto, la historia del libro se engarza con la historia del conocimiento porque aborda, entre otros temas, la pérdida de los saberes impresos. Las lecturas que realizó Weinberg se encuentran ausentes en las librerías del siglo XXI, por lo que se puede estudiar “la longevidad de las ideas [...] a partir de la ‘vida útil’ de los libros en los que se expresaron estas ideas” (Burke 2012: 181). Por otro lado, los títulos reseñados fueron también reediciones, puestas en valor para el lector de mediados de los cuarenta de títulos que estaban en esos años ausentes en las librerías, por ejemplo, cuando se presentaron los lanzamientos de la editorial Elevación.2
Además de analizar el contexto de publicación, se tratarán de anudar los lazos que probablemente tejió Weinberg en el marco de una sociabilidad literaria bajo un creciente proceso de modernización. El aumento demográfico de la ciudad de Buenos Aires, tanto por la migración interna como externa, estaba en sintonía con el panorama de las urbes americanas, al sumar la movilidad social ascendente, el aumento de la alfabetización y “la aparición de las masas como sujeto político. No menos importante fue la difusión que estos fenómenos tuvieron a través de las nuevas redes de los periódicos, cuyas redacciones se convirtieron, junto con los cafés, en modelos de la nueva sociabilidad cultural, veloz, menos jerárquica, urbana” (Montaldo 2021: 310-311). A la vez, en 1943 el censo escolar daba cuenta de que había descendido el analfabetismo a 16% en Argentina, por lo que el país tuvo la tasa más baja en América Latina. Los mayores de 50 años tenían una tasa de 30% de analfabetismo y entre los jóvenes de 14 hasta 21 años la tasa era de 7.6%, por lo que había una esperanza sobre el futuro que iría eliminando ese problema, aunque quedaba todavía por resolver la asistencia a clases en zonas rurales y en distritos pobres (Hora 2019: 28).
La redacción del Correo Literario, y muy probablemente los cafés de la avenida de Mayo —donde se encontraba la redacción del periódico—, fueron espacios de encuentros y sociabilidad literaria en los que circularon libros, como cuando las “manos amigas de Arturo Cuadrado” le acercaron a Weinberg los “escasos y valiosos versos de Carlos di Leandro” (Pacheco Pringles III.34-35: 4). La recensión del modesto Cuadernillos sirvió para exponer las dinámicas del mundillo literario. Para Di Leandro estaba lejos de “su sensibilidad [...] el merodear redacciones, buscar el aplauso fácil de las peñas o cenáculos de enmohecidas vanidades” (Pacheco Pringles III.34-35: 4). La amistad con uno de los directores del periódico y con el poeta, así como también la periodicidad de las reseñas publicadas hablan de un vínculo y de una vida cultural compartida en el marco de una publicación que, tal vez, le permitió a Weinberg acumular capital social y simbólico.
La periodización de la historiografía sobre la cultura del libro en Argentina que abordó la década del cuarenta implica una postura dentro de las disputas por el sentido (Giuliani 2018). Se propone aquí acordar con el recorte propuesto por José Luis de Diego que marca el comienzo en 1938, con la desvinculación de los españoles Gonzalo Losada y de Julián Urgoiti de la sede argentina de Espasa Calpe —que permitió que el primero fundara su propio sello y el segundo participara en la creación de la editorial Sudamericana—, y el cierre del ciclo en 1955 con el golpe que derrocó en su segundo mandato presidencial a Juan Domingo Perón. Desde la historia editorial se consideró el período como propicio para la exportación de libros argentinos porque las consecuencias de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial hicieron que España perdiera su espacio en el comercio global del libro en castellano. Aunque cabe destacar que desde Argentina se exportaban libros traducidos en Buenos Aires y autores republicanos españoles. La revista que interpelaba a editores, libreros y papeleros —con el inequívoco título Papel, Libro, Revista—, se comenzó a publicar en marzo de 1942. El emprendimiento editorial de Tomás Barna estaba ligado con la librería mayorista familiar que comunicaba a la prensa los libros más demandados desde el extranjero. En el primer número se informó que desde Iberoamérica se solicitaron en 1941 las siguientes obras: El origen de la vida, de A. J. Oparin (editorial Losada); El poder soviético, de Rev. Hewlett Jonhson (editorial Claridad); Sangre negra, de Richard Wright. (editorial Sudamericana), Titanes de la música (editorial Anaconda) y La noche quedó atrás, de Jan Valtin (editorial Claridad) (“Libros de mayor demanda en Iberoamérica” I.1: 19). En febrero de 1945 los títulos cambiaron, pero seguían siendo traducciones: Hora de decisión, por Sumner Welles (editorial Sudamericana); América de un piso, por Ilya Ilf y E. Petrov (editorial Cronos); Por quién doblan las campanas, por Ernest Hemingway (editorial Claridad); El manto sagrado, por Lloyd C. Douglas (editorial Abril); Grand Hotel, por Vicki Baum (editorial Cronos); y Fuego en Oriente, por Pearl Buck (editorial EMCA) (“Libros de mayor demanda en Latinoamérica”IV.22: 808).
El aumento de un público lector, el crecimiento de las tiradas por el mercado externo e interno (que permitió reducir el costo unitario de producción y por lo tanto también permitió, aunque no siempre, trasladarlo al precio de venta al público), hizo que emergieran durante el período editoriales efímeras, que serán criticadas por Weinberg cuando se esmeraban poco en sus producciones. En este panorama con demasiados libros, nuestro autor creía que la prensa especializada era absolutamente necesaria porque funcionaría como una guía de perplejos ante el deambular por las librerías.
Correo Literario
El 15 de noviembre de 1943 se publicó el primer número de Correo Literario, un periódico de aparición quincenal, que estaba “al servicio de la cultura hispanoamericana” con la intención de abordar los temas americanos como las inquietudes “de los diferentes grupos de desterrados acogidos a la generosidad de estas tierras” (Al lector I.1: 1). La presentación a los lectores informaba que el periódico nació “sin compromiso de empresa, siendo en sí mismo una empresa independiente, sin fines comerciales a no ser los necesarios para su existencia”, por lo que se garantizaba la “independencia crítica” y la “imparcialidad informativa” (Al lector I.1: 1). La apuesta futura era alta porque buscaban “dotar al movimiento cultural de habla española, del instrumento de difusión que haga posible un constante intercambio a través de un correo diligente y leal” (Al lector I.1: 1).
Los encabezados cambiaban de color de fondo en cada número y se incluía un epigrama a la izquierda y un pequeño grabado o imagen a la derecha. En el primer número decidieron presentarse en el cabezal con un epigrama de Marcial e incluyeron la xilografía de José Guadalupe Posada ¡Ni aquí te olvidaré!, que podría leerse como un guiño de los directores que añoraban su Galicia natal. En la página 2, en un breve recuadro, se informaba que la dirección del periódico estaba al cuidado de Arturo Cuadrado, Luis Seoane y Lorenzo Varela, el secretario era Javier Farías. La redacción del periódico estaba en el primer piso de la Avenida de Mayo 822. Los talleres de impresión eran los de “La Vanguardia” y los fotograbados estuvieron a cargo de Francisco Calvo.
El periódico fue leído como fuente para múltiples investigaciones de campos disciplinares, desde la historia del arte a la historia de la literatura.3 No se ahondará aquí en las múltiples formas en que se manifestaba el americanismo en el periódico de los exiliados gallegos en Buenos Aires. Tan sólo recuperaremos parte de un artículo de María Rosa Oliver, que formara parte del comité editorial entre los sellos Penguin y Lautaro, quien escribió: “[r]ecién ahora los americanos estamos aprendiendo a viajar por América. Lo hacemos, sin duda, por fuerza mayor, puesto que Europa está cerrada […] Un diplomático mexicano, Luis Quintanilla ha dicho que si Colón descubrió a América en el año 1492 los americanos la estamos descubriendo cuatro cientos cincuenta años después” (Oliver II.25: 1). El descubrimiento de América por los americanos también fue a través de los libros reseñados en el Correo Literario.
Las reseñas
La sección “Libros y autores” del Correo Literario estuvo coordinada por José González Carbalho, que tenía raíces gallegas (Martínez García 2013: 1731).4 De las veinticuatro reseñas de nuestro autor, sólo ocho se encontraron firmadas por Gregorio Weinberg y las restantes por su alter ego, Héctor Pacheco Pringles o con las iniciales H.P.P. El sello que ocupó su mayor dedicación fue Nova, de Cuadrado, Seoane (que también eran los directores del periódico) y de la imprenta López, con siete reseñas, firmadas dos de ellas como Weinberg y las restantes como Pacheco Pringles. Luego le sigue la editorial Lautaro con cinco reseñas firmadas con el seudónimo porque en 1944 ingresó a trabajar a la editorial como asesor literario. La investigación de Federico Gerhardt destacó que la sección “Libros y autores” del Correo Literario tenía una íntima relación con las editoriales que publicitaban en el periódico y con los proyectos editoriales en los que colaboraron los directores del periódico. Más allá de las reseñas, siempre de tono elogioso a los libros del sello Nova, se encontró que las reseñas se correspondían con los avisos de las editoriales Poseidón, Losada, El Ateneo y Sudamericana, así como la Imprenta López. No fue así con el sello Lautaro. Al revisar los números del periódico sólo se halló una publicidad el 15 de diciembre de 1943, antes que Weinberg comenzara a reseñar. En su investigación Gerhardt encontró que, de las aproximadamente 350 reseñas, la mitad se correspondían con títulos traducidos y el resto títulos de autores argentinos, americanos y españoles.
Las reseñas de Weinberg, en cualquiera de sus firmas, hacían hincapié en la materialidad del libro. En contados títulos destacó las ilustraciones interiores, porque realzaban la presentación del libro o porque las imágenes se podían interpretar como una fuente histórica. También destacaba la ilustración de tapa, por ejemplo, cuando alabó el trabajo de Norah Borges, y la calidad de impresión, en especial cuando estuvo el libro reseñado a cargo de los talleres gráficos López. También, y no en todas las reseñas de libros traducidos, mencionó la labor de mediación al castellano que realizaron Alberto Herovitz, Luis Tobío, Nélida Orfilia, Berta Yussen5 y Manuel de Revilla. Es decir, tenía en cuenta las distintas instancias de producción del libro.
Las reseñas de Weinberg
El ensayo fue el género literario que tanto en libros como en revistas reseñó Weinberg con su nombre y apellido. En ellas, además de abordar el contenido, también dejaba comentarios sobre la situación del mercado editorial local y cuál era su horizonte de expectativa sobre el trabajo editorial, cuestiones ligadas a su posicionamiento en el campo académico de la filosofía, la historia y la literatura, así como su fuerte apuesta americanista.
El trabajo editorial
Cuando reseñó los primeros cuatro títulos de la editorial Elevación en el texto “Descartes, Renán, Sarmiento”, diferenció la apuesta del nuevo sello de las editoriales efímeras que surgieron durante la década del cuarenta. La ampliación del público lector implicó un “aumento extraordinario de la producción bibliográfica de estos últimos años [que] se ha caracterizado por una primera etapa de improvisación, tanteos y búsquedas, tanto de éxitos económicos por parte de un amplio sector, como de orientación por otro más reducido” (Weinberg III.34-35: 4). Más adelante sostuvo que “[l]as crecientes exigencias del público, la ampliación de los mercados, el perfeccionamiento técnico, las posibilidades de una competencia en la postguerra, han contribuido indudablemente a que en una segunda etapa se vaya logrando el equilibrio que revela su madurez” (Weinberg III.34-35: 4). En este último grupo se situó al sello Elevación por contar con un plan editorial cuidado, armonioso y con un buen conocimiento de los gustos del público culto.
Al revisar Los caudillos del año XX, publicado por Nova en 1944, Weinberg hizo hincapié en el trabajo realizado por los compiladores Emma Felce y León Benarós, que el año anterior habían publicado Antiguas ciudades de América en Emecé, dentro de la colección “Buenos vientos” (cuyo logo fue creado por Luis Seoane).6 La apuesta de Weinberg por el futuro Felce y Benarós quedaba en claro cuando sostuvo sin medias tintas que estos jóvenes estaban en “óptimas condiciones para abordar trabajos de esta y aun mayor jerarquía. Pues unen a lo que consideramos ‘requisitos indispensables’ un aparato crítico envidiable, un amplio y poco común conocimiento de las fuentes, amén de la perseverancia en la confrontación erudita de textos y documentos” (Weinberg II.26: 6). Weinberg esperaba que el libro tuviera buena crítica y el favor del público, a la vez que animaba a los autores “para que perseveren en la noble orientación que han impreso a sus valiosos trabajos históricos” (Weinberg II.26: 6).
En sus primeras intervenciones Weinberg procuró destacar los nuevos emprendimientos editoriales que buscaban su lugar entre la múltiple oferta en las librerías. Utilizó Las tendencias actuales de la filosofía alemana de Georges Gurvitch, que en 1939 había publicado Losada, para cuestionar la fenomenología y destacar la apuesta por el racionalismo de la revista Minerva en la reseña de su primer número. Estuvo atento a las novedades, pero siempre que cumplieran con requisitos de cuidado en su apuesta editorial y gráfica, así como las tareas de sus colaboradores. Por ejemplo, en más de una oportunidad en la reseña sobre Los caudillos del siglo XIX mencionó el trabajo de Emma Felce y León Benarós.
Filosofía: Ingenieros, Korn y Ponce
El primero de marzo de 1944 en la portada del Correo Literario en la sección “Nuevas” se anunciaba que Mario Bunge dirigiría una nueva revista de filosofía, Minerva, y que se publicarían colaboraciones de autores de todo el continente. En junio del mismo año Weinberg publicó su primera reseña en el periódico en el que abordó el número 1 de la revista y en diciembre del mismo año, el número 3. No reseñó el número 2 por pudor, ya que allí publicó el artículo “Dilthey en castellano”. Tanto Weinberg como Bunge sostuvieron que la publicación se insertaba en la tradición de José Ingenieros. Lo invocaban tanto por su labor editorial como por los temas que visitó en sus escritos; principalmente al anudar los trabajos científicos con la historia. En la misma línea recordó a Aníbal Ponce y realizó una mención especial a Alejandro Korn, por haber cuestionado el positivismo. Nuestro lector abogaba por evitar las modas filosóficas que estaban en auge en otras naciones, como el existencialismo y la fenomenología, porque respondía a sus necesidades, y no necesariamente a las locales que debía enlazar el “respeto de la razón, defensa de la ciencia, y comprensión de la historia” para seguir el camino abierto por Ingenieros y Korn (Weinberg II.15: 6).
Al reseñar Recuerdos de infancia y de juventud de Ernesto Renán, con prólogo de Domingo F. Sarmiento por el sello Elevación, comentó el aprecio que tenía Aníbal Ponce, y varias generaciones, por el autor de Averroes y el averroísmo. El prólogo de Sarmiento se recuperó de las páginas de El Censor, diario que dirigía, donde a sólo tres años de publicado en francés el texto de Renán fue traducido por Luis María Gonnet e insertado como folletín. En el mismo texto sobre los lanzamientos de Elevación comentó Páginas confidenciales de Sarmiento donde se reprodujeron cartas inéditas. La posición de Weinberg (III.37: 4) hacia el prócer sanjuanino no tenía matices cuando escribió que “Leer a Sarmiento como polemista, tribuno, educador, estadista es admirable y dignificador, pero leer su apretada confidencia, la emoción aflorando en la frase ceñida, nerviosa, es enaltecedor”.
América
La preocupación por la comunicación y circulación de la literatura americana en el continente se hizo presente cuando abordó de Baldomero Sanín Cano el volumen Letras colombianas que publicó el Fondo de Cultura Económica de México en la colección “Tierra Firme”. Leyó el paratexto donde se anunciaban los próximos títulos y sostuvo que los libros de esa selección “nos darán la más cabal, certera y valiosa fisonomía de América. Cada uno de ellos abarcando un aspecto determinado que tiene por sí mismo el alto valor y la sólida garantía de una firma de prestigio especializada en la materia” (Weinberg III.33: 6).
Los temas y autores de las reseñas que firmó volvieron más adelante como núcleo de sus intereses en distintos emprendimientos editoriales en los que participó, así como su preocupación por la circulación de los libros americanos al interior del continente.
Las reseñas de Pacheco Pringles
A diferencia de su firma principal, con su seudónimo reseñó novelas, poesía y ensayos, así como también escribió poesías. Esto último se desprende del registro bibliográfico de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. En el archivo de Juan Marinello se registraron tres poemas mecanografiados en diez hojas. Los Tres poemas bárbaros, fechados en 1941 en Buenos Aires, con una dedicatoria a Marinello, se titulaban “Poema sin poesía”, “Danza de metralla” y “Danza de lujuria”. Actualmente, según informaron desde la institución, no se encuentran disponibles los documentos en el archivo.
Weinberg apostó por visibilizar en las reseñas del Correo Literario el sello Elevación y la revista Minerva, y con su seudónimo lo hizo por Lautaro, que comenzó a publicar en septiembre de 1942, y por la editorial Elan, de la que reseñó El espíritu nuevo de Edgar Quinet. Ese sello también publicó Turlupin de Leo Perutz, y en la colección “Terruño”: Pasión y muerte de Silverio Leguizamón de Bernardo Canal Feijóo y Don Silencio de Alberto Córdoba.
El público y los escritores
Weinberg tenía presente al lector del Correo Literario, tanto para dar las claves de interpretación para una novela, como para reseñar libros de divulgación científica que no subestimaran al público y que lo acompañaran en su recorrido. Por ejemplo, al reseñar la novela La hija del tiempo sugería que, aunque no se conozca la clave para saber qué persona en la vida de Katherine Mansfield se escondía en el nombre del personaje, se disfrutaba de una “novela de cautivante belleza y diafanidad”. El acompañamiento del lector estaba al dar las claves en su reseña para que, por ejemplo, se pueda descifrar que en la novela Aarón Baar era la máscara que escondía a John Middleton Murry, esposo de Mansfield. En ese gesto buscó acompañar al lector de las reseñas, y más tarde lo hizo también cuando fue editor. El evitar hablar sólo para los pares y entendidos, fue algo que destacó de la narración en Jackpot, de Erskine Caldwell, que cuestionaba la sociabilidad literaria entre autores que se retroalimentan entre ellos con su habla en códigos internos (Pacheco Pringles II.27: 6). Weinberg, al igual que Caldwell, abjuraba de la escritura enrevesada para comunicarse con los lectores.
Divulgación científica
Por fuera de esa habla para entendidos estaba la divulgación científica. Ese fue uno de los tópicos de interés constante en Weinberg, apegado al racionalismo y al progreso de la ciencia, que se evidenció cuando reseñó La astronomía al día. Creyó que la difusión de conocimientos, que en apariencia no contaban con una aplicación práctica, era síntoma de madurez tanto del público lector como de las editoriales que apostaban en él. Weinberg creía que a los manuales de divulgación le seguían los “libros que faciliten y pongan al día las conquistas maravillosas en todos los campos de la actividad, pero expuestas con el rigor y la fidelidad con que puede proponerse tal tarea quienes trabajen y conozcan con penetración su materia” (Pacheco Pringles II.18: 6). Al analizar el cambio de paradigma que hubo en las ciencias médicas de curar al paciente a prevenir las enfermedades, en su reseña de La medicina como ciencia y como actividad social, destacó que el libro interpelaba a “los espíritus preocupados por la cultura, la ciencia y sobre todo las relaciones de esta última con la sociedad” (Pacheco Pringles II.19: 7). Abogó no sólo por la difusión del conocimiento científico sino también por ponerlo en relación con el ámbito social.
Fuentes para la historia
En el campo de la historia, así como destacó en el ámbito de la historia cultural la multiplicidad de fuentes en las que abrevaron Felce y Benarós, cuando reseñó Los Fuccar mencionó cómo la incorporación o cita de documentación que era desconocida en castellano era un valor apreciable. Frente al diario de Samuel Pepys, Weinberg recordó que ante “la historia oficial, pedante y recargada de heroísmos casi siempre inexistentes, pueden y deben contraponerse documentos como éste, de veracidad y humanas debilidades” (Pacheco Pringles II.17: 7) al referirse al diario privado del inglés. También sostuvo que el “gran público está cada vez más interesado en el conocimiento de las fuentes históricas más directas” (Pacheco Pringles III.29: 6) cuando reseñó las cartas de Cortés.
El análisis sobre las fuentes directas lo remarcó cuando analizó la Historia del teatro argentino de Ernesto Morales publicada por Lautaro. El investigar en fuentes diversas le permitió recuperar información para situar el origen del teatro en el territorio argentino. De manera opuesta, Pacheco Pringles no dudaba en mencionar la omisión de bibliografía secundaria que consideraba clásica como los estudios de Vicente G. Quesada, cuando reseñó La política del Brasil en el Paraguay publicado por el sello Ayacucho.
Las cartas de Hernán Cortés a Carlos V le sirvieron, una vez más, para justificar la necesidad del mundo del libro en publicar fuentes para evitar las “tergiversaciones, es necesario que el pueblo, tan vilipendiado por las aristocratizantes ínfulas y germánicos desplantes de Ortega, es preciso que el pueblo, repetimos, conozca y comprenda la historia, sacando las enseñanzas que de ella se desprenden” (Pacheco Pringles III. 29: 6). Así como agradecía las notas y el epílogo de Pedro Larralde, cuestionó “el prólogo, que se justifica como un intento de ubicación histórica o un ensayo de interpretación, no puede suplirse con algunas disquisiciones tejidas alrededor de citas que no siempre vienen al caso” (Pacheco Pringles III.29: 6). En cambio, agradeció el extenso y erudito estudio preliminar de Luis Aznar en la transcripción del viaje de Nicolás Federman (Pacheco Pringles III.34-35: 4).
América
En sintonía con el descubrimiento de América por los americanos, Pacheco Pringles remarcó el renombre continental de la Revista de Indias de Germán Arciniegas, que había permanecido en misión diplomática en Argentina y que había “dejado tan gratos recuerdos”. Para Weinberg, toda la obra del colombiano adquiere “de inmediato, una importancia y trascendencia destacable en el público, cada vez en aumento, que se preocupa por los actuales y eternos problemas de América: tierra firme o continente verde, como prefiera el lector” (Pacheco Pringles III.28: 6).
En síntesis, el seudónimo le sirvió a Weinberg para cuestionar tanto la formación alemana de Ortega, los argumentos de Vossler y la producción del Instituto Iberoamericano de Berlín. Al igual que las reseñas firmadas con su nombre supo destacar los emprendimientos editoriales ante el lanzamiento de sus primeros libros, apostó por la divulgación científica, y por la publicación de fuentes históricas (siempre acompañadas de un prólogo ameno que acompañe al lector) sin perder una mirada americanista.
Weinberg editor, Pacheco traductor
El inicio de Weinberg como colaborador del Correo Literario y como asesor del sello Lautaro puede situarse en 1944. Si bien aquí no es la intención abordar la historia de la editorial Lautaro, se podría sostener que desde el ingreso de Weinberg pareciera que sus decisiones editoriales replicaron los criterios que sostuvo cuando redactó las reseñas. La llegada de Gregorio Weinberg a Lautaro se facilitó gracias a la intervención de Manuel Sadosky, que lo convocó después de leer en un boletín estudiantil un texto sobre Bernardo de Monteagudo. Ese artículo fue el germen para que se publicara una nueva versión en 1944 junto con una selección de textos en la colección “El pensamiento argentino”. Ese mismo año, recordó Weinberg en el prólogo a Del adelanto y progreso de la ciencia divina y humana de Sir Francis Bacon, que le encargó a Faustino Jorge Castilla la traducción y notas de ese libro, que se publicó en 1947 en la colección “Tratados fundamentales” que codirigió, en sus primeros números, con Sadosky.
En su papel de asesor literario afloraron las preocupaciones que demostró como lector. En Lautaro estuvo a cargo de las colecciones “Tratados Fundamentales”, “Estudios y ensayos”, “Ideas argentinas” y “Crítica y polémica”. También formó parte del comité editorial de la colección Pingüinos, bajo convenio con Penguin Books, que era integrado por María Rosa Oliver y Pedro Henríquez Ureña con el voto para desempatar ante desacuerdos de criterios. En “Tratados fundamentales”, que publicó su primer título -La mentalidad primitiva- en marzo de 1945 con su traducción y prólogo, en el que retomó los postulados de Aníbal Ponce sobre la doctrina de Levy-Bruhl en un artículo que había publicado en 1922. En el cierre de su intervención incluyó una bibliografía de los textos del autor francés y los artículos que se habían publicado sobre él. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, hizo lo posible para acompañar al lector.7 En esa misma colección Héctor Pacheco Pringles firmó la traducción de Averroes y el averroísmo de Ernesto Renán en 1946 con un prólogo de Weinberg. María Rosa Lida participó con la traducción directa del latín de Averroes, pero a pedido de ella no se la incluyó en la página de créditos editoriales.
Sobre la colección “Pingüino”, Weinberg (Sorá 2020) recordó que se dieron a conocer libros “literarios, científicos, técnicos, [y] publicamos una historia de la ópera, una historia del ballet, un libro sobre arte primitivo”. Por ejemplo, se editó en Buenos Aires desde la traducción inglesa del Diccionario de la ciencia. Definiciones y explicaciones de términos utilizado en química, física y matemática de E. B. Uvarov. Unos años antes ya había escrito que la divulgación científica, de un saber que no tiene su aplicación práctica inmediata, era necesaria en el campo cultural y tuvo su oportunidad de intervenir en él desde su trabajo editorial. Una vez más el Weinberg reseñador se encontraba con el editor.
A finales de la década del cuarenta, ya con un catálogo consolidado, se le encargó a Weinberg emprender un viaje al interior del continente que duró alrededor de tres meses. El primer destino fue México, para luego hacer escalas en Guatemala, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Perú y Chile, según recordó su hijo Pedro Daniel Weinberg (2020). El americanismo y la necesidad de que los libros circulen al interior del territorio no era sólo una declaratoria de intenciones para Weinberg que comentó que, por ejemplo, la colección “Tratados fundamentales” con una tirada de 3000 ejemplares la mitad se vendía en las librerías americanas (Sorá 2020). Las recensiones del libro de Alfredo Palco sobre Sarmiento y el tomo de las cartas del prócer sanjuanino, ambos editados por Elevación, se continuaron en Lautaro cuando en 1948 publicó con prólogos y notas La educación popular, por cumplirse al año siguiente los cien años de su publicación original.
Cuando la editorial Lautaro fue clausurada durante el segundo mandato de Juan Domingo Perón, Weinberg dejó de contar con ingresos fijos, por lo que tuvo trabajos free lance en editoriales y revistas que firmó con distintos seudónimos. Recién en 1954 ingresó a la empresa Hachette, donde desarrolló la colección “El pasado argentino”. En otros sellos mantuvo los intereses que había evidenciado en el Correo Literario, por ejemplo cuando reseñó la revista Minerva marcó el rol en la cultura argentina de José Ingenieros y de Alejandro Korn, para unas décadas después prologar la edición de las obras completas que de Ingenieros hizo el sello Elmer, y en 1961 escribió un estudio preliminar a los textos “Influencias filosóficas de la evolución nacional”, “Filosofía argentina” y “Nuevas bases” de Alejandro Korn, que publicó la editorial Nova en la colección “Biblioteca histórica”, bajo la dirección de Luis Aznar. En 1983, dentro de la colección “Dimensión argentina” de Solar, Weinberg recuperó este libro y los volvió a publicar en el sello de su propiedad.
El trabajo que León Benarós, junto con Emma Felce, realizó para Caudillos del año XX, tal vez fue uno de los motivos, junto con que estaba marginado del ámbito cultural por su filiación peronista, que Weinberg lo convocó para prologar El Chacho y Los Montoneros de Eduardo Gutiérrez (Weinberg 2020).
Presentar una obra era un arte y Weinberg lo ejerció con ahínco en las distintas editoriales en las que colaboró, pero también lo exigía a quienes convocaba para que cumplieran la labor de acompañar al lector que traspasaba la portadilla del libro. En sus últimas entrevistas afirmó que
el prólogo tenía que reunir ciertas condiciones, el tema, la importancia del libro; sobre todo, hay que responderle al lector una pregunta implícita: por qué diablos se edita. Al lector hay que decirle por qué se publica el libro; por sus valores estéticos, por sus valores documentales, por lo que sea. Fue así como algunos prólogos se rechazaron. Y algunos se ofendían, naturalmente (Esteves Fros 2020: 359).
El reseñador y editor sabía que al lector había que acompañarlo, darle la mano, guiarlo y hablarle con serenidad sin gritos desde el púlpito académico, sino como un amigo que aconseja.
Conclusiones
La pregunta sobre qué criterios se utilizaron para la construcción de una colección editorial se puede responder a partir del análisis comparativo de cada uno de los títulos que la integran. Para responder sobre si esas decisiones fueron establecidas por la empresa o por la intervención de un editor, entonces hay que dar un paso atrás, pero sobre todo hay que contar con un archivo editorial. Ante su falta se buscaron nuevas estrategias para comprender cómo las editoriales interpelaron a su nuevo público y cuáles fueron los criterios que tomaron para acompañarlo, sólo se pudo rastrear por la intervención de intelectual en la esfera pública impresa.
Al leer el corpus de las reseñas de Weinberg, y su alter ego, quedaron a la vista los valores que se le exigían a los libros: diseño y calidad de impresión, traducciones cuidadosas y un prólogo que explique de manera clara el universo que se abriría frente al lector. Por las reseñas sabemos que valoraba positivamente que la obra contara con “un aparato crítico”, que si se publicaban fuentes se realizara su confrontación erudita con textos y documentos. Estas características también se encontraron en el trabajo que realizó en Lautaro, y en las distintas colecciones que luego dirigió en Hachette, Solar y Taurus.
Como reseñador destacó las publicaciones de Arciniegas, las colecciones de “Tierra firme” del Fondo de Cultura Económica y la poesía de José Asunción Silva por Elevación, entre otras obras que comentó. En tanto editor, su principal preocupación fue la circulación del libro al interior del continente, así como también al interior de la Argentina. Weinberg encontró en el Correo Literario un ámbito de encuentro donde se acercaban libros y se dialogaba con jóvenes colegas como José Luis Romero, un asiduo colaborador de la publicación. Entre los interlocutores de Weinberg estuvo Francisco Romero, director de la colección “Biblioteca de filosofía”, de la editorial Losada. En uno de sus encuentros Romero le ofreció a Weinberg, en tanto asesor literario de Lautaro, aquellos libros que no podía publicar porque de tantos que había seleccionado no entraban en el plan editorial de Losada (Sorá 2020: 255). El ámbito de camaradería y colaboración entre editores se puede comprender porque construían en sus colecciones un universo de herramientas disponibles para los lectores. Creían con ahínco que sus intervenciones en el campo cultural eran necesarias para abrir nuevas puertas. Nuestro editor ofició de mediador, de traductor cultural de un texto al acompañarlo con prólogos y notas, al apostar por la gráfica y al buscar una mejor distribución en el continente. Liliana Weinberg, hija del editor, elaboró una serie de funciones del ensayo como género literario. Una de ellas es la “Sociabilidad”, y tal vez se podría extrapolar para comprender la apuesta de su padre por “traducir simbólicamente, internalizar y configurar artísticamente las discusiones que se dan en el seno de las formaciones culturales y de las redes de debate intelectual” (Weinberg 2006: 118).
Las reseñas de Weinberg son las principales huellas para entender cómo ejerció el oficio del editor, aun antes de que estuviera a cargo de las colecciones en Lautaro. Las escasas entrevistas que brindó sobre el final de su vida retoman los mismos criterios por los que apostó en la década del cuarenta, cuando reseñó para el Correo Literario. Se suele decir que un editor habla por su catálogo, en este caso al editor lo escuchamos en sus reseñas.
fn1La editorial Lautaro se fundó en Buenos Aires en 1942 bajo la dirección de Sara Maglione de Jorge, según se desprende de la información periodística especializada. En 1944 publicaron por primera vez al castellano desde el inglés El sentido del cine de Sergio M. Eisenstein y en 1950 dio a conocer la primera traducción de Las cartas desde la cárcel de Antonio Gramsci. Entre sus logros también se destaca haber recuperado la obra de Horacio Quiroga: Cuentos de amor, de locura y de muerte en 1948 y en 1950 los Cuentos de la selva, que se encontraban agotadas en el mercado local. En la revista Papel, Libro, Revista se anunció, en el número 6, que en el mes de septiembre de 1942 saldrían los primeros libros de Lautaro, bajo la dirección de Sara Maglione de Jorge, y que serían de “tendencia democrática”. En el número 10 de la revista de diciembre de ese año se informaba que el 18 de agosto había quedado constituida la Sociedad en Comandita por Acciones Editorial Lautaro bajo la razón social “S. M. Jorge y Cia.”. También se informaba que los socios eran, además de Sara Maglione, los señores “Jacobo V. Saslavsky, doctor Eduardo F. Maglione, Rodolfo Puiggrós, Óscar Montenegro Paz, doctor Manuel Sadosky, Francisco Barnié, Carlos Bacher y Diodoro Ortiz, la señora Sara Maglione de Jorge actuó en carácter de socio colectivo, desempeñando las funciones de gerente, director y administrador de la Sociedad” (Lautaro I.10: 366). Se anunciaba que tenían un amplio programa de edición que abarcaba la literatura, la ciencia y el arte “en relación con las inquietudes de la hora actual”. Además, contarían con un “selecto núcleo de intelectuales que participan en la selección de títulos, en las tareas de traducción y presentación” (Lautaro I.10: 366).
fn2Elevación fue un sello editorial argentino de vida efímera que sólo publicó en Buenos Aires 16 títulos entre 1944 y 1948, según los registros de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. La editorial de Alberto Palcos se presentaba en las solapas de sus títulos como “una empresa de cultura que difunde producciones famosas de la literatura, las ciencias y la filosofía, cuidando de ofrecer obras escrupulosamente traducidas y textos fieles de acuerdo con las ediciones príncipes o a las que sus autores hayan considerado definitivas”.
fn3El repaso sobre las producciones ligadas al Correo Literario, así como los temas que se abordaron en el periódico, se encuentran en los exhaustivos trabajos del especialista Federico Gerhardt que pueden rastrearse desde su página institucional. En https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/perfiles/0601GerhardtF.html.
fn4Agradezco este dato bibliográfico a Pedro Daniel Weinberg.
fn5 Julio Galer (425) recordó su visita a la editorial Lautaro en 1949 al llevar sus poemas conoció a Berta Yussen de Sofovich, que era la “adlátere de Sarita Jorge y algo así como subgerente de la empresa”.
fn6Sobre la relación de Cuadrado y Seoane con la editorial Emecé, consultar las investigaciones de Eugenia Costa (2021).
fn7También tradujo en 1946, con su seudónimo otra obra de Lucien Levy Bruhl, Jean Jaurés (Maestro y mártir del socialismo francés), que se publicó por Editorial El Quijote en Buenos Aires y el prólogo fue firmado por Gregorio Weinberg. La editorial El Quijote la fundó en abril de 1945 Andrés Alfonzo Bravo, que había sido jefe de ventas de Tor y miembro de la editorial Sela, por lo que era un agente del mundo del libro conocido en Buenos Aires, el interior del país y el exterior; según se informaba en Papel, Libro, Revista (IV.23: 859). También se indicaba que el sello contaría con tres colecciones: “Historiográfica argentina”, “Arquetipos”, y de literatura contemporánea, sin nombre al menos para la fecha de inicio de actividades.
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