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Presentación

En septiembre de 2021, en el marco del II Simposio Internacional Literaturas y conurbanos entre lo local y lo global, organizado por la Universidad Nacional Arturo Jauretche (Argentina), docentes e investigadores de distintos países (Argentina, México, Chile, Estados Unidos) intercambiaron lecturas críticas motivadas por la consigna de pensar los conurbanos de la crónica. Aquella mesa temática coordinada por Mariana Bonano y Julieta Viú, que dio origen al presente dossier, partía de considerar a la crónica como una práctica literaria atenta a exclusiones, invisibilizaciones y otredades de la cultura letrada moderna. Algunos de los interrogantes que propiciaron el encuentro buscaron indagar los lugares, objetos y/o sujetos que representaban ese espacio otro, las voces que cobraban relevancia, los saberes que emergían en dichos relatos y las discursividades que entraban en juego. Disparadores que apuntaban, en términos generales, a debatir desde un género propenso al cruce de fronteras sobre pujas de poderes entre centros/periferias, saberes instituidos/saberes callejeros, sujetos letrados/sujetos iletrados, voces oficiales/voces disidentes, la cultura/las culturas.

En la historia del género crónica, la interrogación por el margen y lo marginal, “tópicos formales-ideológicos”, diremos con Beatriz Sarlo que no solo dan cuenta de realidades efectivamente existentes sino que conforman espacios culturales (construcciones textuales a la vez estéticas e ideológicas), permite establecer más de un cruce.1 Dicha relación, por momentos, se dirimió en el ámbito de los géneros discursivos mientras que, en otros, se focalizó a nivel temático. A fines del siglo xix, la crónica constituyó una textualidad secundaria para el sistema literario regido por los géneros tradicionales; no obstante, esa “forma menor” (Ramos) fue capaz de representar aspectos, situaciones y subjetividades que “rebasaban el horizonte temático de las formas canónicas y codificadas” (Ramos 1989: 112). En esa periferia textual, se forjó un archivo de la Modernidad que desde la mirada del flâneur registró acontecimientos culturales de primer orden al tiempo que la última novedad. A mediados de la década del veinte, se produjo una inflexión fundamental: los cronistas habitaron por primera vez territorios alejados del centro urbano. Ese interés por espacios periféricos encontró su correlato en el contexto cultural de valorización de lo popular dado por las vanguardias latinoamericanas. De este modo, se inauguró un largo y fructífero camino de representación de situaciones de precariedad económica y exclusiones sociales y culturales, que a lo largo del siglo xx —como se verá en el dossier— la crónica fue explorando y ampliando.

Junto a estas consideraciones sobre el margen que iluminan operaciones de inclusión y exclusión, brindamos una breve consideración del discurso de la crónica que constituye en la actualidad un escenario en disputa en el que es posible advertir al menos dos formas narrativas que cobran protagonismo y pujan por imponer temáticas, abordajes, perspectivas y miradas sobre el arte de narrar el presente. Por un lado, la llamada “crónica de largo aliento”, metáfora que remite al trabajo de investigación y reporteo que se encuentra en la base de este tipo de relatos testimoniales (diremos con Ana María Amar Sánchez para evitar el problemático término de “no ficción”) en los que el cronista encarna la figura de investigador. En general, estas crónicas se publican en formato libro. Por otro lado, la crónica a secas en tanto texto publicado en las páginas de diarios y/o revistas que evidencia un tratamiento estético del lenguaje capaz de singularizar una voz, un estilo, una marca autoral. Mónica Bernabé plantea que la primera concepción corresponde a la noción de crónica que se tiene desde la academia periodística y que refiere al “resultado de un trabajo de investigación sin limitación temática, realizado en profundidad y apelando a estrategias y recursos propios de la narración de ficción” (Bernabé 2015: 1). Mientras que el segundo responde a la concepción que se tiene desde la academia literaria, remite a “la invención modernista de un dispositivo discursivo para exhibir lo nuevo hacia fines del siglo xix […] [donde] los modernistas fabularon sus imágenes de artistas en tensión con la información y abrieron un espacio para el ingreso de la literatura en el seno del periódico” (Bernabé 2015: 1). El término crónica cobija entonces diversas prácticas de escritura, aspecto que da cuenta de una heterogeneidad formal que proponemos pensar como un índice de riqueza estética antes que como una disyuntiva que nos exija optar por una u otra concepción. Por ello, el presente dossier trabaja con una noción amplia y abarcadora de este discurso literario caracterizado por sus vínculos con la prensa.

El artículo que abre el dossier indaga en un área de vacancia dentro del campo de los estudios críticos sobre la crónica contemporánea producida en América Latina: la crónica indígena urbana. Con una apuesta provocadora desde su enunciación problemática, el investigador Ignacio Corona (The Ohio State University, EEUU) estudia lo que da en llamar los “cronistas indígenas urbanos”, denominación que evidencia una estrategia crítica de relocalización de una narrativa históricamente invisibilizada por el discurso moderno. El artículo titulado “La identidad indígena como identidad urbana. Un abordaje decolonial a las crónicas de Ana Matías Rendón” se despliega en dos direcciones: por un lado, interpreta la crónica de Matías Rendón como una práctica político-cultural que en su materialización permite el “derecho indígena a la ciudad”. La reflexión se detiene así en el par crónica-urbe que ha caracterizado al género desde su conformación moderna a fines del siglo xix para señalar una inflexión producto de la migración de poblaciones de distintos grupos étnicos. Por otro lado y en conexión con el punto anterior, el autor visibiliza la experiencia urbana del sujeto migrante que, lejos del disfrute y la fascinación propia del flâneur decimonónico ante el espectáculo urbano, retrata una posición de vulnerabilidad, explotación y abuso. Por ello, el crítico propone pensar a estos narradores contemporáneos bajo la figura del “anti-flâneur”.

El segundo trabajo está dedicado a la crónica de viajes que tuvo un particular desarrollo en el momento del proceso de modernización finisecular y que consolidó a fines del siglo xix la tradición del viaje cosmopolita en el que escritores de provincia se radicaban en las grandes capitales a narrar las escenas modernas. En “El viaje hacia los pueblos del interior en la crónica contemporánea. Un nuevo margen para repensar los imaginarios de nación”, María José Sabo (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina) identifica una dislocación de dicho tópico alrededor de 2000, momento en que se advierte el desplazamiento de escritores capitalinos a parajes, pueblos, asentamientos rurales o pequeñas ciudades del interior de la Argentina. Aparecen así nuevas imágenes y voces para representar la crisis social, política y económica que atravesaba el país. Martín Caparrós, Hebe Uhart, Matilde Sánchez, Sonia Cristoff, Jorge Carrión, María Moreno y Leila Guerreiro, al tiempo que indagan en una espacialidad novedosa para el género, ponen en cuestión los grandes discursos de la nación: “es allí donde la crónica atraviesa, al decir de De Certeau, el mapa oficial y el ‘interior-margen’ del país se vuelve espacio vívido de encuentro”. Como propone la autora, el artículo apunta a leer las crónicas en su relación próxima con el testimonio mediante la apelación a la estrategia de la escucha y el acceso a “archivos domésticos” que guardan historias silenciadas. Este giro posibilita resignificar, entre otras cuestiones, la asociación del pueblo con una zona atrasada, perdida, fuera de tiempo.

El cronista como investigador de emociones es el eje del trabajo de Claudia Darrigrandi (Universidad Adolfo Ibáñez, Chile), titulado “Ciudad, afectos y emociones en La cara de la miseria (1926) de José Osorio Lizarazo”. Orientado a reflexionar sobre el cruce entre la representación de la urbe y la economía de los afectos, el artículo abre una perspectiva novedosa en relación con la producción de Osorio Lizarazo perteneciente a la primera mitad del siglo xx: la crónica es vislumbrada como una práctica intervenida por el movimiento del mobile turn (giro de movilidad) del cronista, entendido este último no solo en el sentido de desplazamiento físico a través de diferentes espacios de la urbe, sino sobre todo, como sinónimo de creatividad e investigación. En su desplazamiento por la ciudad, el periodista tiene una función concreta: “mostrar a sus lectores y lectoras esa ‘otra ciudad’ que para muchos está oculta y que tensiona el imaginario de la ciudad moderna”. La urbe adquiere entonces, según advierte Darrigrandi, las dimensiones de un archipiélago constituido por espacios-islas de una vida móvil donde cada uno de los espacios es mostrado a los/las lectores/as como parte de “un entramado biopolítico del estado que busca racionalizar y ordenar la ciudad”. Los sitios marginados —negados o invisibilizados— de la ciudad moderna como hospitales, psiquiátricos y cárceles son representados por el cronista como integrantes de una modernidad híbrida tensionada por la persistencia de lo que en términos de la época se entendía como incivilizado, anormal o degenerado. Aquí también, la figura del cronista paseante se aleja de la del flaneur decimonónico que hace del recorrido urbano una experiencia del disfrute. Por el contrario, el gesto de Osorio Lizarazo en estos textos se aproxima a la del profesional investigador que se entrega a la experiencia con un objetivo anterior al recorrido: otorgar movilidad a esos otros habitantes aislados o recluidos y visibilizar los espacios del encierro. En ese movimiento, el investigador es afectado y él mismo retorna al exterior siendo otro.

La relación entre la escritura de la crónica y el disfrute así como el abordaje de otros márgenes del género alejados de la intencionalidad de denuncia social o de la idea de una práctica entendida como relato testimonial conforman dos de las dimensiones desarrolladas por Julieta Viú (Universidad Nacional de Rosario, Argentina) en el artículo “En otro margen: Miguel Brascó”. Dedicado al estudio de un segmento de la producción cronística del escritor argentino, la indagación muestra la figura de un autor excéntrico tanto respecto de los temas como de los modos de representación hegemónicos en los sesenta en América Latina, un periodo en el que los campos intelectual y cultural aparecían hegemonizados por posiciones de la izquierda progresista, atenta a la denuncia social y a la relación de la práctica con los sujetos populares. Frente a ello, Brascó se define como “alguien de izquierda siendo enfáticamente crítico respecto de lo que llamó el marketing progresista” y asienta su figura pública en la del escritor bon vivant, “voz francesa que refiere a un sujeto que se entrega a los placeres de la vida”. En concordancia con lo anterior, las crónicas de Brascó que el trabajo de Viú da a conocer aparecen ligadas a consumos ostentosos como los vinos de marcas prestigiosas y recuperan una cosmovisión hedonista del mundo. Esos textos intervienen en el espacio periodístico para producir valor estético al apostar por la estilización de la prosa, cualquiera que sea el contexto de publicación y los lectores, más aún en temas no legitimados por el género. La autora se refiere a la constitución de una “estética del placer” mediante la construcción de una prosa que en la selección semántica prefiere inferir el disfrute del lector.

El artículo “Crónicas del suburbio en Argentina. El caso atípico de Trópico de Villa Diego de Mario Castells” de Laura Destéfanis (Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina) ilumina una mirada endógena como nuevo modo de representar los márgenes de las grandes ciudades. “La mirada que recorre los conurbanos habitados por las clases trabajadoras suele ser foránea”, advierte la autora para subrayar la excepcionalidad de la narrativa de Mario Castells. Trópico de Villa Diego, en cambio, presenta a un cronista que no está de paso, que cuenta la historia de su propio barrio. A través de su experiencia personal, el escritor interpela tópicos e imaginarios sobre el conurbano construido desde miradas foráneas. Descendiente de inmigrantes paraguayos, Castells incorpora el guaraní para narrar la migración clandestina de su familia a Argentina y da vuelo a “esa magia de la oralidad en su forma escrita —clara herencia de baja circulación en el ámbito letrado— hasta la misma orilla del presente de la escritura”. Desde una mirada afectuosa, despliega lo que la autora denomina una “poética del suburbio” para dar cuenta de dos escenarios en una realidad concebida como contrapunto (la del centro y la de la periferia de Rosario) entre los que el cronista se desplaza y que constituyen “el centro mismo de su trayectoria vital”. Esto convierte a Trópico de Villa Diego en una forma de intervención discursiva y cultural que apela al registro autobiográfico para testimoniar a la vez la realidad social. Como advierte Destéfanis, en esta crónica se conjugan el discurso de la historia de un sector social de los márgenes, con la historia íntima y familiar del propio cronista, a la vez protagonista y testigo de los hechos narrados.

El dossier se cierra con un artículo que aborda la representación de una problemática acuciante para las sociedades contemporáneas: los feminicidios. En “No ficción y representación de la violencia de género. Los casos de femicidios en Chicas muertas de Selva Almada”, Mariana Bonano (Universidad Nacional de Tucumán, Argentina) lee el relato de Almada a la luz de obras de la no ficción sesentista como Operación masacre de Rodolfo Walsh y señala el afán testimonial que guía los textos. La autora plantea que la innovación de la narrativa actual respecto de aquellas producciones de los años sesenta radica en el lugar protagónico que cobra la mirada de la cronista: “el relato de Almada no se erige como una investigación sobre los crímenes de las adolescentes, sino como una indagación en la que la mirada del yo narrador se identifica con una subjetividad femenina que pone en cuestión lo real instituido”. Las obras mencionadas comparten el trabajo de archivo, la búsqueda de fuentes y las entrevistas aunque se diferencian en la apuesta autobiográfica de Almada, aspecto que marca entonces una inflexión fundamental dentro de la serie testimonial. Para la autora, Almada exhibe “una verdad que no está sujeta a la contrastabilidad pero que de todos modos se impone por la fuerza que adquiere el testimonio”. Así, en Chicas muertas, el “despliegue de una mirada personal de la cronista se conjuga con el ímpetu de denuncia y el afán de reflexión”. El registro de lo cotidiano a partir de la evocación de escenas familiares permite a la narradora impulsar una reflexión colectiva en torno de las violencias de género. Aquí también, advierte Bonano, la historia íntima es puesta al servicio de la historia social de los crímenes de mujeres en comunidades constituidas según el orden de la cultura heteropatriarcal.

Mariana Bonano y Julieta Viú

Bibliografía

Amar Sánchez, Ana María. El relato de los hechos. Rodolfo Walsh: testimonio y escritura. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1992.

Bernabé, Mónica. “La hibridez no basta”. Review. Revista de libros 5 (2015): 1-4.

Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo xix. México: fce, 1989.

Sarlo, Beatriz. Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires: Nueva Visión, 1988.

1 En relación con el ingreso de las orillas y los suburbios a la literatura, Sarlo advierte que se realiza un movimiento triple: “reconocer una referencia urbana, vincularla con valores, construirlas como referencia literaria” (Sarlo 1988: 180).

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